Cuando
hablamos de educación no solo nos referimos a las aulas escolares sino en el
amplio sentido de la palabra lo que equivale a la formación de las personas
para desenvolverse en la cotidianeidad, porque en todos los espacios se
aprende.
México
es una cultura tradicional que se ha caracterizado por tener una educación
mecanicista, con una sociedad centrada en el mejor de los casos en la cognición
y el condicionamiento, que solo a permitido que sus individuos acumulen datos y
lleven a cabo ciertos comportamientos para experimentar pertenencia y valía,
dejando de lado la esencia del ser humano y su libertad.
En
nuestro país y en gran parte de la población occidental, se sigue pensando que
el propósito de la educación es capacitar a los ciudadanos para ser
“competitivos” en un área exclusivamente laboral, estas competencias están
orientadas solamente a la adquisición de bienes y conocimientos, además se cree
que las instituciones y los individuos funcionan mejor si se uniforman y
estandarizan en procesos, dándole un peso excesivo al concepto de calidad (todo
aquello que es medible).
El
sistema político Mexicano se ha centrado en la idea de la calidad educativa, y
no ha puesto atención en la educación del Ser, mostrando falta de comprensión
sobre las verdades universales, espirituales, subjetivas y profundas que es
donde se encuentra nuestra esencia trascendental.
Esto
ha sucedido porque no se ha dado una formación o educación integral, porque se
ha reducido al individuo a la categoría de objeto, enfocando como valor el
“conocer” y el “tener” de manera aislada, sin tomar en cuanta al “Ser” y a la
persona en todas sus dimensiones.
Vivimos
entonces en un nivel de conciencia egocéntrica, que solo percibe la superficie
de la realidad como algo fragmentado. La mente moderna es reduccionista,
concibe la realidad en términos de cuantificación (porcentajes y números).
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