Parte 1 — Ensayos
El
esfuerzo
La vida es un arma. ¿Dónde herir, sobre qué obstáculo crispar
nuestros músculos, de qué cumbre colgar nuestros deseos? ¿Será
mejor gastarnos de un golpe y morir la muerte ardiente de la bala
aplastada contra el muro o envejecer en el camino sin término y
sobrevivir a la esperanza? Las fuerzas que el destino olvidó un
instante en nuestras manos son fuerzas de tempestad. Para el que
tiene los ojos abiertos y el oído en guardia, para el que se ha
incorporado una vez sobre la carne, la realidad es angustia.
Gemidos de agonía y clamores de triunfo nos llaman en la noche.
Nuestras pasiones, como una jauría impaciente, olfatean el peligro
y la gloria. Nos adivinamos dueños de lo imposible y nuestro
espíritu ávido se desgarra.
Poner pie en la playa virgen, agitar lo maravilloso que duerme,
sentir el soplo de lo desconocido, el estremecimiento de una forma
nueva: he aquí lo necesario. Más vale lo horrible que lo viejo. Más
vale deformar que repetir. Antes destruir que copiar. Vengan los
monstruos si son jóvenes. El mal es lo que vamos dejando a nuestras
espaldas. La belleza es el misterio que nace. Y ese hecho sublime,
el advenimiento de lo que jamás existió, debe verificarse en las
profundidades de nuestro ser. Dioses de un minuto, qué nos importan
los martirios de la jornada, qué importa el desenlace negro si
podemos contestar a la naturaleza: —¡No me creaste en vano!
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