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Aguafuertes Vascas

Roberto Arlt


Crónica, artículo


I

De Santander a Bilbao. Luciérnagas móviles en un fondonegro. Se ha perdido una maleta

El Mundo, 18 de noviembre de 1935


Un cuarto de hora antes de que salga el tren me apresuro a ocupar mi asiento en el coche de tercera, y no me arrepiento de ello, pues en pocos minutos, los coches quedan prácticamente atestados de pasajeros.Antes de subir he averiguado de qué lado ilumina el sol; me siento junto a la ventanilla de sombra y de modo que el viento golpee en la cara del que se sienta frente a mí. Debido al calor, no se permite cerrar las ventanillas. Mi precaución no es pueril, pues estas locomotoras lanzan torbellinos de chispas y hollín. Observo que, cuando arranca el tren, casi todos los pasajeros se hacen la señal de la cruz; más tarde en Bilbao, donde observé la misma costumbre, varias señoras me manifestaron que antes de partir de viaje se confesaban.

Frente a mi asiento se ubica un cura gordo y sudoroso. A un costado llevo un viajante; más allá dos proletarios meriendan, repartiendo fraternalmente el pan, las sardinas, el vino y las manzanas. De pronto, entra al coche otro viajante y le dice al que está sentado:

–¿Sabes que se ha perdido una maleta?

–¿Has perdido la maleta?

–Sí, no aparece.

Durante una hora, en el coche no se conversa de nada más que de la maleta extraviada. Termino de puro aburrido por inmiscuirme en la conversación y, como ésta languidece, para darles cuerda a los viajantes expongo mis dudas jurídicas sobre si la empresa pagará o no la dichosa maleta. Pero, para distraernos, en otro compartimento una señora que conversa en voz muy alta con otras dos exclama:

–Lo que es yo, el día que me casé estaba lo más tranquila. Por la mañana me bañé...


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Dominio público
20 págs. / 35 minutos / 132 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Soñemos, Alma, Soñemos

Benito Pérez Galdós


Ensayo, artículo


Alma Española, 8 noviembre 1903

Aprendamos, con lento estudio, a conocer lo que está muerto y lo que está vivo en el alma nuestra, en el alma española. Aprendámoslo aplicando el oído al palpitar de estos enojos que reclaman justicia, equidad, orden, medios de existencia. Apliquemos todos los sentidos a la observación de los estímulos que apenas nacen se convierten en fuerzas, de los desconsuelos que derivan lentamente hacia la esperanza, de la gestación que actúa en los senos del arte, de la industria, de la ciencia... Observemos cómo el pensamiento trata de buscar los resortes rudimentarios de la acción, y cómo la acción tantea su primer gesto, su primer paso.


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6 págs. / 10 minutos / 597 visitas.

Publicado el 1 de diciembre de 2016 por Edu Robsy.

Los Gigantes de Santa Elena

Francisco Campos Coello


Artículo


Con el mayor interés y cuidado, ha registrado el que esto escribe, todos los archivos municipales, y no ha encontrado un solo documento, ni acta de ninguna clase referente al siglo XVI. Todo ha desaparecido y lo poco que ha llegado a conocerse de aquella época se debió a informes posteriores y todos al siglo XVII. Solo se observa regularidadhistórica durante el siglo XVIII. Es pues, probable que los primeros documentos de la ciudad desaparecieron por las llamas de algunos de los incendios.

Veamos ahora cómo andaba dividido el Corregimiento de Guayaquil a fines del siglo XVI y la población que obtuvo durante los 73 años primeros de su existencia política y civil.

El corregimiento se extendía desde el cabo Pasado, Norte, llamado así, porque se halla cuando se ha pasado la línea equinoccial, siguiendo las orillas del Pacífico hasta la costa de Tumbes al Sur, correspondiendo la costa de Machala y la isla de Puná. Al Este, limitaba con el corregimiento de Cuenca y hacia el Nordeste con los Corregimientos de Riobamba y Chimbo.

Se dividía en siete tenencias: Portoviejo, Santa Elena, Puná, Yaguachi, Babahoyo, Baba y Daule. Comprendiendo la Tenencia de la Capital, hacían ocho.

La Tenencia de Portoviejo, comprendía cuatro parroquias: Montecristi, Picoasá, Jipijapa y Charapotó. La de Santa Elena encerraba en su recinto las islas de la Plata y Salango, y tenía cinco parroquias: Santa Elena, Chongón, Morro, Colonche y Chanday. La de Puná comprendía la isla de este nombre, Naranjal y Machala. La de Yaguachi tres, Alonche, Guafa, y San Jacinto, donde se hallaba la Aduana real. Babahoyo que comprendía las parroquias de Ojiva, Caracol, Quilca y Margache; la de Baba, las de Baba, San Lorenzo y Palenque y finalmente

Daule, contenía tres parroquias: Daule, Santa Lucía y Bolívar.


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Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 22 visitas.

Publicado el 18 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

Ante el Tribunal

Horacio Quiroga


Artículo, crítica


Cada veinticinco o treinta años el arte sufre un choque revolucionario que la literatura, por su vasta influencia y vulnerabilidad, siente más rudamente que sus colegas. Estas rebeliones, asonadas, motines o como quiera llamárseles, poseen una característica dominante que consiste, para los insurrectos, en la convicción de que han resuelto por fin la fórmula del Arte Supremo.

Tal pasa hoy. El momento actual ha hallado a su verdadero dios, relegando al olvido toda la errada fe de nuestro pasado artístico. De éste, ni las grandes figuras cuentan. Pasaron. Hacía atrás, desde el instante en que se habla, no existe sino una falange anónima de hombres que por error se consideraron poetas. Son los viejos. Frente a ella, viva y coleante, se alza la falange, también anónima, pero poseedora en conjunto y en cada uno de sus individuos, de la única verdad artística. Son los jóvenes, los que han encontrado por fin en este mentido mundo literario el secreto de escribir bien.

Uno de estos días, estoy seguro, debo comparecer ante el tribunal artístico que juzga a los muertos, como acto premonitorio del otro, del final, en que se juzgará a los "vivos" y los muertos.

De nada me han de servir mis heridas aún frescas de la lucha, cuando batallé contra otro pasado y otros yerros con saña igual a la que se ejerce hoy conmigo. Durante veinticinco años he luchado por conquistar, en la medida de mis fuerzas, cuanto hoy se me niega. Ha sido una ilusión. Hoy debo comparecer a exponer mis culpas, que yo estimé virtudes, y a librar del báratro en que se despeña a mi nombre, un átomo siquiera de mi personalidad.


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3 págs. / 5 minutos / 153 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Aguafuertes Gallegas

Roberto Arlt


Artículo, Crónica


Trabajador gallego en campo americano. Mar bravo y montaña empinada. Reciedumbre gallega

Nuestro desapego por el trabajo físico, es tan evidente que de él ha nacido la desestima que cierto sector de nuestro pueblo experimenta hacia la actividad del gallego. Convertimos en síntoma de superioridad la falta de capacidad. Razonamos equivocadamente así: «Si el gallego trabaja tan brutalmente, y no le imitamos, es porque nosotros somos superiores a él». En este disparate, índice de nuestra supuesta superioridad, nos apoyamos para hacerle fama al gallego, de bruto y estólido, sin darnos cuenta que esa superioridad es, precisamente, síntoma de debilidad.

Visitemos una aldea gallega, de los alrededores de Vigo, Persibilleira, Panjon, La Bouza, Corujo.

El gallego trabaja en piedra. No en ladrillo. No en madera: piedra.

De piedra son los hórreos donde pone a orear el trigo. De piedra las casas. De piedra las piletas y las campanas bajo las cuales arde el fuego. De piedra los techos, de piedra las fuentes, de piedra los postes que sostienen las viñas, de piedra los muros que cercan los sembradíos, de piedra los puentes y los caminitos que corren entre los maizales y de piedra los troncos que sostienen las alambradas. Sin embargo, el monte gallego negrea de bosques. Le sobra madera. Levantemos la cabeza. Allá arriba, donde únicamente pueden andar las cabras, en la cima del monte, en un retazo de tierra, avanza la sembradura. Esto no es un juguete. Aquí, en Galicia, aunque se esté entrenado para subir pendientes, hay que hacer un alto cada cien metros.


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Dominio público
58 págs. / 1 hora, 43 minutos / 179 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2021 por Edu Robsy.

Sobre “El Ombú” de Hudson

Horacio Quiroga


Artículo, crítica


Aunque el cuento cuyo título se imprime al encabezar estas lincas fue escrito en inglés, en Inglaterra, y por un hombre de ascendencia netamente anglo-sajona, Guillermo Enrique Hudson, de quien hablamos, nacido en la Argentina, donde se educó, formó y vivió hasta los treinta o más años, familiarizándose totalmente en el transcurso de ellos con las costumbres del país. Criado en una estancia, conocedor del gaucho hasta haber asimilado muchos de sus hábitos en sus vagabundeos por este suelo y el vecino del Uruguay, nada hubiera sido al escritor más fácil que escribir en jerga criolla sus relatos de ambiente argentino, o por lo menos adaptar al lenguaje campesino inglés las peculiaridades del léxico nativo. Esto es lo menos a que recurre un autor para caracterizar los individuos de un ambiente dado, sin que ello quiera decir que lo logra siempre.

Es lo que no hizo Hudson en los cuentos de su libro “El ombú”, que se prestaba a ello, y es lo que tuvo a bien hacer el señor Eduardo Hillman al traducir el volumen de la referencia.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 61 visitas.

Publicado el 16 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

El Manual del Perfecto Cuentista

Horacio Quiroga


Artículo


Una larga frecuentación de las personas dedicadas entre nosotros a escribir cuentos, y alguna experiencia personal al respecto, me han sugerido más de una vez la sospecha de si no hay, en el arte de escribir cuentos, algunos trucs de oficio, algunas recetas de cómodo uso y efecto seguro, y si no podrían ellos ser formulados para pasatiempo de las muchas personas cuyas ocupaciones serias no les permiten perfeccionarse en una profesión mal retribuida por lo general, y no siempre bien vista.

Esta frecuentación de los cuentistas, los comentarios oídos, el haber sido confidente de sus luchas, inquietudes y desesperanzas, han traído a mi ánimo la convicción de que, salvo contadas excepciones en que un cuento sale bien sin recurso alguno, todos los restantes se realizan por medio de recetas o trucs de procedimiento al alcance de todos, siempre, claro está, que se conozcan su ubicación y su fin.

Varios amigos me han alentado a emprender este trabajo, que podríamos llamar de divulgación literaria, si lo de literario no fuera un término muy avanzado para una anagnosia elemental.

Un día, pues, emprenderé esta obra altruista, por cualquiera de sus lados, y piadosa, desde otro punto de vista.

Hoy apuntaré algunos de los trucs que me han parecido hallarse más a flor de ojo. Hubiera sido mi deseo citar los cuentos nacionales cuyos párrafos extracto más adelante. Otra vez será. Contentémonos por ahora con exponer tres o cuatro recetas de las más usuales y seguras, convencidos de que ellas facilitarán la práctica cómoda y casera de lo que se ha venido a llamar el más difícil de los géneros literarios.

Comenzaremos por el final. Me he convencido de que, del mismo modo que en el soneto, el cuento empieza por el fin. Nada en el mundo parecería más fácil que hallar la frase final para una historia que, precisamente, acaba de concluir. Nada, sin embargo, es más difícil.


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Dominio público
5 págs. / 8 minutos / 93 visitas.

Publicado el 23 de enero de 2024 por Edu Robsy.

Aguafuertes Cariocas

Roberto Arlt


Crónica, Artículo


Con el pie en el estribo

(Sábado 8 de marzo de 1930)


Me rajo, queridos lectores. Me rajo del diario… mejor dicho, de Buenos Aires. Me rajo para el Uruguay, para Brasil, para las Guyanas, para Colombia, me rajo…

Continuaré enviando notas. No lloren, por favor, ¡no! No se emocionen. Seguiré alacraneando a mis prójimos y charlando con ustedes. Iré al Uruguay, la París de Sud América, iré a Río de Janeiro, donde hay cada menina que da calor; iré a las Guyanas, a visitar a los presidiarios franceses, la flor y crema del patíbulo de ultramar. Escribo y mi cuore me late aceleradamente. No doy con los términos adecuados. Me rajo indefectiblemente.

¡Qué emoción!

Hace una purretada de días que ando como azonzado. No doy pie con bola. Lo único que se aparece ante mis ojos es la pasarela de un piccolo navio. ¡Yo a bordo!

¡Me caigo y me levanto! ¡Uy, dió! Si me acuerdo de mis tiempos turros, de las vagancias, de los días que dormí en las comisarías, de las noches, entendámonos, de los viajes en segunda, del horario de ocho horas cuando laburaba de dependiente de librería; del horario de doce y catorce horas, también, en otro boliche. Me acuerdo de cuando fui aprendiz de hojalatero, de cuando vendía papel y era corredor de artículos de almacén; me acuerdo de cuando fui cobrador (los cobradores me enviaron un día una felicitación colectiva). ¿Qué trabajo maldito no habré hecho yo? Me acuerdo de cuando tuve un horno de ladrillos; de cuando fui subagente de Ford, ¿qué trabajo maldito no habré hecho yo? Y ahora, a los veinte y nueve años, después de seiscientos días de escribir notas, mi gran director me dice:

—Andá a vagar un poco. Entretenete, hacé notas de viaje.


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Dominio público
110 págs. / 3 horas, 13 minutos / 166 visitas.

Publicado el 30 de marzo de 2021 por Edu Robsy.

Verdad y Vida

Miguel de Unamuno


Artículo, ensayo


Uno de los que leyeron aquella mi correspondencia aquí publicada, a la que titulé Mi religión, me escribe rogándome aclare o amplíe aquella fórmula que allí empleé de que debe buscarse la verdad en la vida y la vida en la verdad. Voy a complacerle procediendo por partes.

Primero la verdad en la vida.

Ha sido mi convicción de siempre, más arraigada y más corroborada en mí cuanto más tiempo pasa, la de que la suprema virtud de un hombre debe ser la sinceridad. El vicio más feo es la mentira, y sus derivaciones y disfraces, la hipocresía y la exageración. Preferiría el cínico al hipócrita, si es que aquél no fuese algo de éste.

Abrigo la profunda creencia de que si todos dijésemos siempre y en cada caso la verdad, la desnuda verdad, al principio amenazaría hacerse inhabitable la Tierra, pero acabaríamos pronto por entendernos como hoy no nos entendemos. Si todos, pudiendo asomarnos al brocal de las conciencias ajenas, nos viéramos desnudas las almas, nuestras rencillas y reconcomios todos fundiríanse en una inmensa piedad mutua. Veríamos las negruras del que tenemos por santo, pero también las blancuras de aquel a quien estimamos un malvado.

Y no basta no mentir, como el octavo mandamiento de la ley de Dios nos ordena, sino que es preciso, además, decir la verdad, lo cual no es del todo lo mismo. Pues el progreso de la vida espiritual consiste en pasar de los preceptos negativos a los positivos. El que no mata, ni fornica, ni hurta, ni miente, posee una honradez puramente negativa y no por ello va camino de santo. No basta no matar, es preciso acrecentar y mejorar las vidas ajenas; no basta no fornicar, sino que hay que irradiar pureza de sentimiento; ni basta no hurtar, debiéndose acrecentar y mejorar el bienestar y la fortuna pública y las de los demás; ni tampoco basta no mentir, sino decir la verdad.


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Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 499 visitas.

Publicado el 6 de octubre de 2019 por Edu Robsy.

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