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Cuentos Nuevos

Emilia Pardo Bazán


Cuentos, Colección


La niña mártir

No se trata de alguna de esas criaturas cuyas desdichas alborotan de repente a la prensa; de esas que recoge la policía en las calles a las altas horas de la noche, vestidas de andrajos, escuálidas de hambre, ateridas de frío, acardenaladas y tundidas a golpes, o dilaceradas por el hierro candente que aplicó a sus tierras carnecitas sañuda madrastra.

La mártir de que voy a hablaros tuvo la ropa blanca por docenas de docenas, bordada, marcada con corona y cifra, orlada de espuma de Valenciennes auténtico; de Inglaterra le enviaban en enormes cajas, los vestidos, los abrigos y las tocas; en su mesa abundaban platos nutritivos, vinos selectos; el frío la encontraba acolchada de pieles y edredones; diariamente lavaba su cuerpo con jabones finísimos y aguas fragantes, una chambermaid británica.

En invierno habitaba un palacete forrado de tapices, sembrado de estufas y caloríferos; en verano, una quinta a orillas del mar, con jardines, bosques, vergeles, alamedas de árboles centenarios y diosas de mármol que se inclinan parar mirarse en la superficie de los estanques al través del velo de hojas de ninfea...


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Dominio público
189 págs. / 5 horas, 31 minutos / 192 visitas.

Publicado el 14 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

Tipos y Paisajes

José María de Pereda


Cuentos, Colección


Prólogo, advertencia, preludio... o lo que ustedes quieran

El asunto es que algunos de mis paisanos, muy pocos, afortunadamente, han creído hallar en más de una página de mis Escenas montañesas motivo suficiente para que se sobrexcite y alarme su amor patrio; y que yo, que me guardaría muy bien de rebelarme contra el fallo del más incompetente crítico, a quien se le antojase apreciar aún en menos de lo poco que vale mi chirumen, como buen montañés, amante fervorosísimo de mi bella patria, no puedo, ni debo... ni quiero prescindir de oponer algunos reparos a los escrúpulos patrióticos de los mencionados señores, antes de darles a conocer esta segunda serie de Escenas, en las cuales, juzgándolas con el criterio con que juzgaron a las primeras, han de hallar nuevas causas de resentimiento contra mi pluma, y, por consiguiente, contra la intención que la ha guiado.

El cargo que se me hace (y, por cierto, entre piropos que siento no merecer) es la friolera de haber agraviado a la Montaña, presentando a la faz del mundo muchos de sus achaques peculiares, y hasta en son de burla algunos; es decir, con delectación pecaminosa.

Confieso que no ha podido hacérseme una imputación más cruel, ni más injusta, ni que más me lastime. Cruel, porque lo fuera, aun siendo muy notoria la perversidad del alma de un hijo, acusarle de ser capaz de hallar deleite en burlarse de su propia madre; injusta, por lo que vamos a ver.

De dos maneras puede representarse a los hombres: como son, o como deben ser. Para lo primero, basta el retratista; para lo segundo, se necesita el pintor de genio, de inspiración creadora. Concedo sin esfuerzo que el mérito de éste es superior, en absoluto, al de aquél; pero que, tratándose de dar a conocer a un individuo, haya de representársele como debe ser y no como es, no lo concedo aunque me aspen.


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Dominio público
319 págs. / 9 horas, 19 minutos / 182 visitas.

Publicado el 27 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Del Huerto Provinciano

Gabriel Miró


Cuentos, colección


Caminando por las sendas de este huerto provinciano, me entré en las espesas y doradas mieses de la vida.

De mis impresiones hice cuentos y crónicas de mucha simplicidad. No he podido guardarlo todo, que naturalmente soy abandonado y perezoso, y se me han caído muchas de las espigas segadas en las cálidas tierrecitas de mi huerto. Dos manojos me quedaron, no sé si de las más granadas y gustosas o si de las peores por vanas y desabridas. Con uno de ellos hice este libro; y el otro, lo tengo todavía en mi pequeño troje.

Estas páginas no son altas ni hondas, ni estruendosas, ni resplandecientes.

Tampoco todos los lectores han de ser ceñudos, solemnes y macizos de sabidurías.

Yo más quiero un mediano entendimiento y un corazón sencillo que mire las humildes hermosuras de la vida, que perciba sus menudas y escondidas sensaciones, y que como yo se contente aspirando el olor de la leña quemada y de la sembradura húmeda, y guste del silencio campesino, del vuelo de los palomos y de las gaviotas, de hollar las frescas tierras de los prados, del sueño de las nieblas de los ríos, y estremecerse de santo deleite asomándose a la Creación desde la soledad de una cumbre de serranía...

Yo escribo para esas almas amigas.

El reloj

Hogar es familia unida tiernamente y siempre. El padre pasa a ser, en sus pláticas, amigo llano de los hijos, mientras la madre, en los descansos de su labor, los mira sonriendo. Una templada contienda entre los hermanos hace que aquél suba a su jerarquía patriarcal y decida y amoneste con dulzura. Viene la paz, y el padre y los hijos se vierten puras confianzas, y toda la casa tiene la beatitud y calma de un trigal en abrigaño de sierra, bajo el sol.


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Dominio público
84 págs. / 2 horas, 27 minutos / 122 visitas.

Publicado el 29 de julio de 2020 por Edu Robsy.

Cuentos Populares en Chile

Ramón Laval


Cuentos infatiles, colección


PRIMERA PARTE

Cuentos maravillosos, Cuentos de animales, Anécdotas.

1. EL SOLDADILLO

El Soldadillo se estaba aburriendo en su casa y se le puso en la cabeza salir a rodar tierras, por ser hombre y por saber.

Salió, pues, un día, llevando al hombro unas alforjas muy bien provistas y un buen cuchillo asegurado a la cintura.

Después de haber andado unas cuantas horas, en un camino apartado se encontró con un hermoso joven, elegantemente vestido. El Soldadillo, que era hombre bien hablado, se sacó su gorra y saludando con todo respeto, preguntó:

—¿A dónde va, mi señor? Si lo puedo servir en algo, estoy a sus órdenes.

El Príncipe, porque el joven era hijo de Rey, le contestó:

—Si quieres acompañarme, te daré buen sueldo; el sirviente que traía se me perdió en el camino, y necesito de una persona que me ayude; pero ésa ha de ser muy valiente, porque nos hemos de ver quizás en qué peligros.

—Su mercé, respondió el Soldadillo, tal vez haya oído hablar de su servidor, porque yo he peleado en todas las batallas que ha dado Su Sacarreal Majestad el Rey su padre, y siempre me porté con valor y nunca volví la espalda al enemigo. Juan me llamo, señor, y por sobrenombre me dicen el Sordaíllo.

—¡Con que tú eres, hombre, el mentado Soldadillo! No he podido encontrar mejor compañero; he andado con suerte; desde luego te tomo a mi servicio.

Siguieron andando los dos, más que como patrón y sirviente, conversando como amigos. El Príncipe le contó cómo se había enamorado, por un retrato que había visto, de la más linda princesa del mundo, a quien andaba buscando: estaba encantada y nadie sabía en donde se hallaba.

El Soldadillo le prometió ayudarlo en todo y no dejarlo mientras no dieran con la princesa, y hasta dejarse matar por él, aunque—le dijo—todavía no ha nacido quien se atreva a tocarme un pelo.


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Dominio público
286 págs. / 8 horas, 20 minutos / 175 visitas.

Publicado el 16 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Cuentos Frágiles

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuentos, Colección


La balada de año nuevo

En la alcoba silenciosa, muelle y acolchonada apenas se oye la suave respiración del enfermito. Las cortinas están echadas; la veladora esparce en derredor su luz discreta, y la bendita imagen de la Virgen vela a la cabecera de la cama. Bebé está malo, muy malo… Bebé se muere…

El doctor ha auscultado el blanco pecho del enfermo; con sus manos gruesas toma las manecitas diminutas del pobre ángel, y, frunciendo el ceño, ve con tristeza al niño y a los padres. Pide un pedazo de papel; se acerca a la mesilla veladora, y con su pluma de oro escribe… escribe. Sólo se oye en la alcoba, como el pesado revoloteo de un moscardón, el ruido de la pluma corriendo sobre el papel, blanco y poroso. El niño duerme; no tiene fuerzas para abrir los ojos. Su cara, antes tan halagüeña y sonrosada, está más blanca y transparente que la cera: en sus sienes se perfila la red azulosa de las venas. Sus labios están pálidos, marchitos, despellejados por la enfermedad. Sus manecitas están frías como dos témpanos de hielo… Bebé está malo… Bebé está muy malo… Bebé se va a morir…

Clara no llora; ya no tiene lágrimas. Y luego, si llorara, despertaría a su pobre niño. ¿Qué escribirá el doctor? ¡Es la receta! ¡Ah, sí Clara supiera, lo aliviaría en un solo instante! Pues qué, ¿nada se puede contra el mal? ¿No hay medios para salvar una existencia que se apaga? ¡Ah! ¡Sí los hay, sí debe haberlos; Dios es bueno, Dios no quiere el suplicio de las madres; los médicos son torpes, son desamorados; poco les importa la honda aflicción de los amantes padres; por eso Bebé no está aliviado aún; por eso Bebé sigue muy malo; por eso Bebé, el pobre Bebé se va a morir! Y Clara dice con el llanto en los ojos:

–¡Ah! ¡Si yo supiera!


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Dominio público
84 págs. / 2 horas, 28 minutos / 591 visitas.

Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Cuentos Escogidos

Silverio Lanza


Cuentos, colección


Advertencia

Agotadas las varias ediciones de El año triste, Cuentecitos sin importancia, Cuentos políticos y Cuentos para mis amigos, y no conviniéndome hacer nuevas ediciones, porque tengo mucho original inédito, formo este tomo con cuentos de las colecciones dichas, con algunos que no se han publicado y con otros de las colecciones ¡Pestes!, Cuentos de locos, Los grandes señores, Cuentos económicos y Leyendas del timo.

Quisiera acertar en ello.


El editor,

J. B. A.

Nota preliminar

Algunas personas nos han dicho de varias maneras, y con sana intención, que les agradecemos, lo siguiente: Si continúan ustedes indisponiéndose con los críticos, no citaran sus obras de ustedes, y éstas no se venderán.

La cuestión es de transcendencia grave, y merece que de ella opinemos; pero de ningún modo porque se refiera á nosotros, pues las personas que nos conocen saben que en nuestros libritos, llenos, al parecer, de un subjetivismo extravagante, no hay absolutamente nada de subjetivismo cierto.

Y como la cuestión tiene carácter moral y carácter económico, hablaremos de ella separadamente.


El autor. El editor.

Opinión del autor.

En un libro mío, que no cito, porque la cita no parezca auto-bombo, digo: Si desea usted censurarme, convénzame de que es superior á mí en cultura, y yo me someteré gustosísimo á su autoridad de usted.

He rechazado la crítica grosera que todavía tiene inocentes que la paguen, que la teman y que la escuchen.

La crítica grosera es una procacidad ó es una cobardía.

Es una procacidad, si el crítico porque no le agrado un libro insulta al autor y le provoca á duelo, contando con la inocencia de unos padrinos que, si estiman su honor propio, no deben consentir practicas caballerescas á madrugadores presidiables.


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Dominio público
102 págs. / 2 horas, 59 minutos / 143 visitas.

Publicado el 29 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

El Sorbo del Heroísmo y Otros Relatos

Gabriel Alomar


Cuentos, colección


El sorbo del heroísmo

La gran ciudad donde vivíamos atravesó unos días trágicos. Una huelga enconada por la estulta dureza patronal y por la inhabilidad parcíalísima del Gobierno ensangrentó las calles. Recuerdo la mañana del entierro de uno de los compañeros, muerto á los dos días de ser herido por la fuerza pública. Era en una pobre casa de los arrabales. En la pequeña sala, un grupo nutrido de trabajadores esperaba. En medio de ellos, dos hombres cerraban el ataúd. De pronto, la viuda, desgreñada, lívida, ronca de imprecaciones y lamentos, salió de la mísera alcoba vacía. En brazos llevaba una criatura de tres años. Dominando su desesperación, acercóse al féretro y sobre la tapa, recién colocada, puso de pie al pequeño huérfano, sobrecogido y sin voz. La madre lo levantó no sé si como una bandera ó como una antorcha, sobre el cadáver del padre, y gritó:

—¡Es su hijo! ¡Vengadlo!

Puedes creer que aquel grito tenía una eficacia mucho mayor que todas las proclamas y todos los discursos.

Aquella noche, Alejo salió de su pisito miserable guardando una bomba en el bolsillo de su blusa. Se encaminó al teatro. Estaba decidido. Sentíase el vengador de los odios seculares amontonados sobre su carne de esclavo. Desde que había tomado su decisión no sé qué bienestar le inundaba, como si fuese el contragolpe de una justicia consumada... ¿La vida? ¿Qué le importaba perder la vida? Vagamente, á través de sus lecturas de azar mal comprendidas, pudo beber el ansia de la gloria como un veneno mortal: y la idea del propio sacrificio le parecía una mísera ofrenda para la humanidad de los suyos, eternamente invengada.


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Dominio público
23 págs. / 40 minutos / 68 visitas.

Publicado el 1 de febrero de 2022 por Edu Robsy.

Cuentos

Isidoro Fernández Florez


Cuentos, colección


Prólogo

Nació Fernanflor periodista, y de él nacieron la viveza, la gracia y brevedad de las formas literarias aplicadas al periódico.

Antes que él, otros corrigieron la estructura mazacote del articulo político, poniendo un poco de amenidad en aquellos grandes pellejos que insuflaban los redactores de la Prensa rudamente sectaria y camorrista de las generaciones que precedieron á la nuestra. Ya estaban en evidente descrédito las parrafadas declamatorias y el estilo parlamentario, con las hinchadas amplificaciones y el Datismo que hicieron las delicias del lector de antaño, el cual era casi siempre del partido, pues el lector neutro apenas existía. Pero la reforma permaneció circunscrita á las partes nobles del periódico, ocupadas por la política, mientras que en la zona interior, donde solían tener cabida los esparcimientos literarios, las columnas se fabricaban con argamasa de odas ó cantos épicos, y con las apelmazadas revistas ó crónicas semanales de teatros ó de costumbres. En esto fué donde puso su mana reformadora Fernanflor, desbrozando lo retórico para dejar más espacio á lo espiritual, y acomodando las dimensiones á la limitada paciencia de un público que cada día tomaba mayor gusto á la multiplicidad de las lecturas y á la intensidad de las impresiones.


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Dominio público
136 págs. / 3 horas, 59 minutos / 183 visitas.

Publicado el 20 de febrero de 2022 por Edu Robsy.

Abrojos

Javier de Viana


Cuentos, colección


El abrojo

Se llamaba Juan Fierro.

Durante los primeros treinta años de su vida fue simplemente Juan. El segundo término de la fórmula de su nombre parecía irrisorio: ¡Fierro, él!...

Era blando, dúctil, sin resistencia. A causa de su propensión a abrirle sin recelos la puerta de la amistad al primer forastero que golpeara, no llegó a quedarle más que un caballo de su tropilla, un mal pabellón en el recado, una camisa en el baúl y el calificativo de zonzo.

Llegado a esa etapa de su vida, ya no tuvo amigos. Por cada afecto sembrado, le había nacido una ingratitud. Sin embargo, heroico y resignado, doblaba el lomo, cavaba la tierra, fertilizándola con el riego de sudor de su frente, echando sin cesar al surco semillas de plantas florales y semillas de plantas sativas.

Cosechaba abrojo que pincha y miomio que envenena. Y a pesar de ello proseguía siendo Juan, sin que por un momento le asaltase la tentación de ser Fierro.

Empero, si es verdad que en el camino se hacen bueyes y que el clavo de la picana concluye casi siempre por abatir las más orgullosos altiveces, también es verdad que el rebenque y la espuela usados en forma injusta y desconsiderada, suele convertir al matungo más manso.

Tal le ocurrió a Juan Fierro.

A los treinta años presentaba un aspecto de viejo decrépito. Su rostro enflaquecido agrietábase en arrugas. Sus ojos fueron perdiendo poco a poco el brillo y tenían la lumbre triste de un fogón que se apaga, ahogadas las brasas por las cenizas. Sus labios, que ni la risa ni los besos calentaban ya, evocaban la tristeza de la arpa desencordada, en cuya gran boca muda ya no brotan las melodías que otrora hicieran estremecer en sensación voluptuosa la madera de su alma sonora...

Los pocos que todavía llegaban a su casa juzgaban mentalmente:

—Este candil se apaga.

O si no:


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Dominio público
95 págs. / 2 horas, 47 minutos / 110 visitas.

Publicado el 9 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

La Biblia Gaucha

Javier de Viana


Cuentos, colección


El primer rancho

Hubo una vez un casal humano nacido en una tierra virgen. Como eran sanos, fuertes y animosos y se ahogaban en el ambiente de la aldea donde torpes capitanejos, astutos leguleyos, burócratas sebones disputaban preeminencias y mendrugos, largáronse y sumergiéronse en lo ignoto de la medrosa soledad pampeana. En un lugar que juzgaron propicio, acamparon. Era en la margen de de un arroyuelo, que ofrecía abrigo, agua y leña. Un guanaco, apresado con las boleadoras, aseguró por varios días el sustento. El hombre fué al monte, y sin más herramienta que su machete, tronchó, desgajó y labró varios árboles. Mientras éstos se oreaban a la intemperie, dióse a cortar paja brava en el estero inmediato. Luego, con el mismo machete, trazó cuatro líneas en la tierra, dibujando un cuadrilátero, en cada uno de cuyos ángulos cavó un hoyo profundo, y en cada uno clavó cuatro horcones. Otros dos hoyos sirvieron para plantar los sostenes de la cumbrera. Con los sauces que suministraron las "tijeras” y las ramas de "envira” que suplieron los clavos, quedó armado el rancho. Con ramas y barro, alzó el hombre animoso las paredes de adobe; y luego después hizo la techumbre con la “quincha” de paja, y quedó lista la morada, construcción mixta basada en la enseñanza de dos grandes arquitectos agrestes: el hornero y el boyero.

Y así nació el primer rancho, nido del gaucho.

Vida

En la sociedad campesina, allí donde los derechos y los deberes están rígidamente codificados por las leyes consuetudinarias, para aquellas conciencias que viven, en íntimo y eterno contacto con la naturaleza; para aquellas almas que encuentran perfectamente lógicos, vulgares y comunes los fenómenos constantes de la vida, y que no tienen la insensatez de rebelarse contra ellos, consideran como un placer, pero sin entusiasmos, la llegada de un nuevo vastago.


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Dominio público
50 págs. / 1 hora, 28 minutos / 116 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

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