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Anaconda y Otros Cuentos

Horacio Quiroga


Cuentos, Colección


Anaconda

I

Eran las diez de la noche y hacía un calor sofocante. El tiempo cargado pesaba sobre la selva, sin un soplo de viento. El cielo de carbón se entreabría de vez en cuando en sordos relámpagos de un extremo a otro del horizonte; pero el chubasco silbante del sur estaba aún lejos.

Por un sendero de vacas en pleno espartillo blanco, avanzaba Lanceolada, con la lentitud genérica de las víboras. Era una hermosísima yarará, de un metro cincuenta, con los negros ángulos de su flanco bien cortados en sierra, escama por escama. Avanzaba tanteando la seguridad del terreno con la lengua, que en los ofidios reemplaza perfectamente a los dedos.

Iba de caza. Al llegar a un cruce de senderos se detuvo, se arrolló prolijamente sobre sí misma, removiose aún un momento acomodándose y después de bajar la cabeza al nivel de sus anillos, asentó la mandíbula inferior y esperó inmóvil.

Minuto tras minuto esperó cinco horas. Al cabo de este tiempo continuaba en igual inmovilidad. ¡Mala noche! Comenzaba a romper el día e iba a retirarse, cuando cambió de idea. Sobre el cielo lívido del este se recortaba una inmensa sombra.

—Quisiera pasar cerca de la Casa —se dijo la yarará—. Hace días que siento ruido, y es menester estar alerta…

Y marchó prudentemente hacia la sombra.

La casa a que hacía referencia Lanceolada era un viejo edificio de tablas rodeado de corredores y todo blanqueado. En torno se levantaban dos o tres galpones. Desde tiempo inmemorial el edificio había estado deshabitado. Ahora se sentían ruidos insólitos, golpes de fierros, relinchos de caballo, conjunto de cosas en que trascendía a la legua la presencia del Hombre. Mal asunto…

Pero era preciso asegurarse, y Lanceolada lo hizo mucho más pronto de lo que hubiera querido.


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Dominio público
169 págs. / 4 horas, 56 minutos / 2.632 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

El Libro de las Tierras Vírgenes

Rudyard Kipling


Cuentos, Colección


Prólogo

Numerosas son las consultas a especialistas generosos que exige una obra como la presente, y el autor faltaría, a todas luces, al deber que le impone el modo como aquéllas han sido contestadas, si dejara aquí de hacer constar su gratitud para que tenga la mayor publicidad posible.

Debo dar gracias, en primer término, al sabio y distinguido Bahadur Shah, elefante destinado a la conducción de bagajes, que lleva el número 174 en el libro de registro oficial de la India, el cual, junto con su amable hermana Pudmini, suministró con la mayor galantería la historia de "Toomai el de los elefantes" y buena parte de la información contenida en "Los servidores de Su Majestad". Las aventuras de Mowgli fueron recogidas, en varias épocas y lugares, de multitud de fuentes, sobre las cuales desean los interesados que se guarde el más estricto incógnito. Sin embargo, a tanta distancia, el autor se considera en libertad para dar las gracias, también, a un caballero indio de los de vieja cepa, a un apreciable habitante de las más altas lomas de Jakko, por su persuasiva aunque algo mordaz crítica de los rasgos típicos de su raza: los presbipitecos (Género de mamíferos cuadrúmanos cuya especie típica vive en Sumatra. N. del T.), Sahi, sabio diligentísimo y hábil, miembro de una disuelta manada que vagaba por las tierras de Seeonee, y un artista conocidísimo en la mayor parte de las ferias locales de la India meridional donde atrae a toda la juventud y a cuanto hay de bello y culto en muchas aldeas, bailando, puesto el bozal, con su amo, han contribuido también a este libro con valiosísimos datos acerca de diversas gentes, maneras y costumbres. De éstos se ha usado abundantemente en las narraciones tituladas: "¡Al tigre! ¡Al tigre!", "La caza de Kaa" y "Los hermanos de Mowgli".


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Dominio público
405 págs. / 11 horas, 49 minutos / 1.830 visitas.

Publicado el 18 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Todos los Cuentos

José de la Cuadra


Cuentos, colección


Prólogo

En este volumen se recogen un total de cincuenta piezas de ficción breve escritas por el autor ecuatoriano José de la Cuadra.

Su temprana muerte nos privó de un escritor lúcido, con una mirada penetrante y una capacidad para la crítica social que no está reñida con la ternura y el humor.

Un autor en general desconocido para los lectores fuera de Ecuador, pero que por su modernidad y la certeza de su escritura merece ser conocido mucho más allá de sus fronteras.

Solo espero que esta colección, que reúne todas sus obras de ficción excepto la novela corta inconclusa "Los monos enloquecidos", sirva precisamente para que su prosa llegue mucho más allá de su Guayaquil natal y otros muchos lectores puedan disfrutar de su sensibilidad y elegancia.


Eduardo Robsy Petrus
Madrid, 27 de febrero de 2024

Aquella carta

Yo la leí.

Mi voz —que la emoción tornaba angustiosa,— era férvida, quizás un mucho amarga, al leerla.

Creo que nunca —como en esa ocasión— he leído tan bien.

Decía la carta:

“Alina:

“¡Adiós para siempre!

“Habría, querido, luego de estas palabras —definitivas—, garrapatear al pié mi pobre firma... y no decirte más. En este minuto —único— en que voy a franquear con firme paso la puerta que se abre al Gran Camino, todo concepto obvia y toda frase está demás.


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Dominio público
361 págs. / 10 horas, 32 minutos / 142 visitas.

Publicado el 27 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

Cuentos de Navidad y Reyes

Emilia Pardo Bazán


Cuentos, Colección


La Nochebuena del Papa

Bajo el manto de estrellas de una noche espléndida y glacial, Roma se extiende mostrando a trechos la mancha de sombra de sus misteriosos jardines de cipreses y laureles seculares que tantas cosas han visto, y, en islotes más amplios, la clara blancura de sus monumentos, envolviendo como un sudario, el cadáver de la Historia.

Gente alegre y bulliciosa discurre por la calle. Pocos coches. A pie van los ricos, mezclados con los «contadinos», labriegos de la campiña que han acudido a la magna ciudad trayendo cestas de mercancía o de regalos. Sus trapos pintorescos y de vivo color les distinguen de los burgueses; sus exclamaciones sonoras resuenan en el ambiente claro y frío como cristal. Hormiguean, se empujan, corren: aunque no regresen a sus casas hasta el amanecer —que es cosa segura—, quieren presenciar, en la Basílica de Trinità dei Monti, la plegaria del Papa ante la cuna de Gesù Bambino.

—Sí; el Papa en persona —no como hoy su estatua, sino él mismo, en carne y hueso, porque todavía Roma le pertenece— es quien, en presencia de una multitud que palpita de entusiasmo, va a arrodillarse allí, delante la cuna donde, sobre mullida paja, descansa y sonríe el Niño. Es la noche del 24 de diciembre: ya la grave campana de Santángelo se prepara a herir doce voces el aire y la carroza pontifical, sin escolta, sin aparato, se detiene al pie de la escalinata de Trinità.


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Dominio público
94 págs. / 2 horas, 44 minutos / 250 visitas.

Publicado el 14 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

Cuentos de Colombine

Carmen de Burgos


Cuentos, Novelas cortas, Colección


Un momento...

Colombine revé, surprise
de sentir un coeur dans le brise
et d'entendre en son coeur des voix.

P. Verlaine, Fétes galantes.—Pantomime.


Dícenme que Colombine está encaprichada con la flor de la melancolía, como antes con aquella amapola congestionada de risa; y que, por milagro de los días lluviosos, ha puesto palabras á la pantomima de la vida.

Y dícenme también que una muy hermosa artista se ha encontrado tan impensadas palabras y las ha hermanado en joyas de cuento.

El pretérito me ha cegado como una lumbrada de sol y me ha cegado como un torbellino de humo negro. Que en mí el dolor y el amor encontraron un nido donde cantar y donde ahogarse el silencio con lágrimas.

¡Colombine seria! ¡Colombine buscándose el corazón! ¿Verdad que es peregrino suceso este de una frivola despreocupación que se detiene en el camino de locura y piensa el por qué de los hechos inrazonados?

Bien curado del desequilibrio de amar, ahora soy un orondo burgués que sueña entre expedientes y ya no viste de blanco el pecho roto ni la cara de muecas. Están muy lejos el bueno de Casandro, Leandro el fatuo y aquella Pierreta bobalicona... y sobre todo mi Enemigo, en cuyo traje de mil colores, tú, Colombine, habías encontrado un espejo.

Sin embargo —clarín en oído de veterano—, el anuncio de que Colombine se ha puesto seria me ha enlutado de tristeza, y mi vida, semejante á día de niebla, ha tenido un loco desgarrón azul.


* * *


Ya no es sólo juicio de rumores. He leído.

Toda la mujer vibra y se desmaya y ríe y se enamora del sol y se duerme vestida de luna en este libro que ha recordado Colombine y ha orificado una artista que sabe de sufrir y de soñar y también de los disfraternos horizontes.


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Dominio público
198 págs. / 5 horas, 47 minutos / 374 visitas.

Publicado el 31 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

Yuyos

Javier de Viana


Cuentos, colección


La caza del tigre

Al doctor Martin Réibel, cariñosa y agradecidamente.


Siempre fué pago temido el «Rincón de la Bajada»; siempre fué escasa y difícil la vigilancia policial y en todo tiempo abundaron los robos y los crímenes; pero desde que el país ardía en guerra civil, aquello habíase convertido en lugar de perennes angustias.

La escasa fuerza de policía, militarizada, se marchó, formando parte de la división departamental. De los hombres del pago, unos habían sido tomados por el gobierno para el servicio de las armas, otros se habían incorporado á las filas revolucionarias y muchos ganaron los montes ó huyeron al extranjero. En la comarca desolada, sólo quedaron las mujeres, los niños y los viejos, muy viejos, inservibles hasta para arrear caballadas.

El «Rincón de la Bajada», ubicado en un paraje excéntrico, por donde no era nada probable que se aventurasen fuerzas armadas, quedó á entera disposición del malevaje. Y aún cuando hubiera ido gente de afuera, escaso riesgo correrían los bandidos, perfectos conocedores de aquel feo paraje.

Una sierra, de poca altura, pero abrupta y totalmente cubierta de espinosa selva de molles y talas, cerraba el valle por el norte y por el este, formando muralla inaccesible á quien no conociera las raras y complicadas sendas que caracoleaban entre riscos y zarzas. Al oeste y al sur, corría un arroyo, nacido de las vertientes de la sierra; un arroyo insignificante, en apariencia, y en realidad temible. No ofrecía ningún vado franco; apenas tres ó cuatro «picadas» que, para pasarlas, era menester que fuesen baqueanos el jinete y el caballo.


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Dominio público
116 págs. / 3 horas, 23 minutos / 90 visitas.

Publicado el 26 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Cuentos de la Alhambra

Washington Irving


Cuentos, Historia, Colección


Prólogo del traductor

Muévenos a publicar esta versión española de la celebrada obra de Washington Irving, Cuentos de la Alhambra (Tales of the Alhambra), el deseo de popularizar —hoy que tan vivo interés ha conseguido despertar la literatura folklórica en Europa— ese precioso ciclo legendario que nace en torno de los alcázares granadinos durante la dominación musulmana, que se acrecienta con los poéticos episodios de la Reconquista y con los varios accidentes y trágicos sucesos del alzamiento de los moriscos, y que se ha perpetuado hasta nuestros días entre los viejos habitantes del árabe recinto.

Sabido es que la política inexorable de los vencedores obligó a buscar nueva patria a los desgraciados y míseros moriscos, abandonando sus hogares y sepultando en el amado suelo patrio preciados bienes y tesoros, con la esperanza de poderlos recuperar el día de su rehabilitación. Estos tesoros ocultos han sido el alma de mil interesantes leyendas, fábulas y cuentos maravillosos, transmitidos oralmente de generación en generación, y germen de una literatura novelesca en esta región meridional andaluza. A la circunstancia especialísima de haber vivido en la Alhambra el insigne escritor norteamericano Washington Irving, en el 1829 debemos el poder saborear algunas de estas narraciones encantadoras, que él a su vez recogió de labios de los habitantes de la histórica fortaleza morisca, y que forman páginas tan amenas e interesantes como las muslímicas de Las mil y una noches.


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Dominio público
282 págs. / 8 horas, 14 minutos / 871 visitas.

Publicado el 21 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Cuentos

Miguel de Unamuno


Cuentos, Colección


El amor

Ver con los ojos

Cuento

Era un domingo de verano; domingo tras una semana laboriosa, verano como corona de un invierno duro.

El campo estaba sobre fondo verde vestido de florecicas rojas, y el día convidando a tenderse en mangas de camisa a la sombra de alguna encina y besar al cielo cerrando los ojos. Los muchachos reían y cuchicheaban bajo los árboles, y sobre éstos reían y cuchicheaban también los pájaros. La gente iba a misa mayor, y al encontrarse los unos saludaban a los otros como se saludan las gentes honradas. Iban a dar a Dios gracias porque les dio en la pasada semana brazos y alegría para el trabajo, y a pedirle favor para la venidera. No había más novedad en el pueblo que la sentida muerte del buen Mateo, a los noventa y dos años largos de edad, y de quien decían sus convecinos: «¡Angelito! Dios se le ha llevado al cielo. ¡Era un infeliz el pobre...!». ¿Quién no sabe que ser un infeliz es de mucha cuenta para gozar felicidad?

Si todos estaban alegres, si por ser domingo bailoteaba en el pecho de las muchachas el corazón con más gana y alborozo, si cantaban los pájaros y estaba azul el cielo y verde el campo, ¿por qué sólo el pobre Juan estaba triste? Porque Juan había sido alegre, bullicioso e infatigable juguetón; porque a Juan nadie le conocía desgracia y sí abundantes dones del buen Dios, ¿no tenía acaso padres de que enorgullecerse, hermanos de que regocijarse, no escasa fortuna y deseos cumplidos?

Desde que había vuelto de la capital en que cursó sus estudios mayores, Juan vivía taciturno, huía todo comercio con los hombres y hasta con los animales, buscaba la soledad y evitaba el trato.


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Dominio público
364 págs. / 10 horas, 38 minutos / 1.116 visitas.

Publicado el 11 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

Tradiciones en Salsa Verde

Ricardo Palma


Cuentos, Colección


La pinga del Libertador

Tan dado era Don Simón Bolívar a singularizarse, que hasta su interjección de cuartel era distinta de la que empleaban los demás militares de su época. Donde un español o un americano habrían dicho: ¡Vaya usted al carajo!, Bolívar decía: ¡Vaya usted a la pinga.

Histórico es que cuando en la batalla de Junín, ganada al principio por la caballería realista que puso en fuga a la colombiana, se cambió la tortilla, gracias a la oportuna carga de un regimiento peruano, varios jinetes pasaron cerca del General y, acaso por halagar su colombianismo, gritaron: ¡Vivan los lanceros de Colombia! Bolivar, que había presenciado las peripecias todas del combate, contestó, dominado por justiciero impulso: ¡La pinga! ¡Vivan los lanceros del Perú!

Desde entonces fue popular interjección esta frase: ¡La pinga del Libertador!

Este párrafo lo escribo para lectores del siglo XX, pues tengo por seguro que la obscena interjección morirá junto con el último nieto de los soldados de la Independencia, como desaparecerá también la proclama que el general Lara dirigió a su división al romperse los fuegos en el campo de Ayacucho: "¡Zambos del carajo! Al frente están esos puñeteros españoles. El que aquí manda la batalla es Antonio José de Sucre, que, como saben ustedes, no es ningún pendejo de junto al culo, con que así, fruncir los cojones y a ellos".


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Dominio público
20 págs. / 35 minutos / 5.289 visitas.

Publicado el 4 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

Cuentos de la Selva

Horacio Quiroga


Cuentos, Cuentos infantiles, Colección


El loro pelado

Había una vez una banda de loros que vivía en el monte. De mañana temprano iban a comer choclos a la chacra, y de tarde comían naranjas. Hacían gran barullo con sus gritos, y tenían siempre un loro de centinela en los árboles más altos, para ver si venía alguien.

Los loros son tan dañinos como la langosta, porque abren los choclos para picotearlos, los cuales, después, se pudren con la lluvia. Y como al mismo tiempo los loros son ricos para comer guisados, los peones los cazaban a tiros.

Un día un hombre bajó de un tiro a un loro centinela, el que cayó herido y peleó un buen rato antes de dejarse agarrar. El peón lo llevó a la casa, para los hijos del patrón, los chicos lo curaron porque no tenía más que un ala rota— El loro se curó bien, y se amansó completamente. Se llamaba Pedrito. Aprendió a dar la pata; le gustaba estar en el hombro de las personas y con el pico les hacía cosquillas en la oreja.

Vivía suelto, y pasaba casi todo el día en los naranjos y eucaliptos del jardín.

Le gustaba también burlarse de las gallinas. A las cuatro o cinco de la tarde, que era la hora en que tomaban el té en la casa, el loro entraba también al comedor, y se subía con el pico y las patas por el mantel, a comer pan mojado en leche. Tenía locura por el té con leche.

Tanto se daba Pedrito con los chicos, y tantas cosas le decían las criaturas, que el loro aprendió a hablar. Decía: "¡Buen día. Lorito!..." "¡Rica la papa!..." "¡Papa para Pedrito!..." Decía otras cosas más que no se pueden decir, porque los loros, como los chicos, aprenden con gran facilidad malas palabras.

Cuando llovía, Pedrito se encrespaba y se contaba a sí mismo una porción de cosas, muy bajito. Cuando el tiempo se componía, volaba entonces gritando como un loco.


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Dominio público
55 págs. / 1 hora, 37 minutos / 9.551 visitas.

Publicado el 18 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

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