PENSADORES Y ARTISTAS
JACINTO BENAVENTE
Cuando Jacinto Benavente entró a la Real Academia
Española, se preguntaron muchos: «¿A qué
va Benavente a la Academia?» Contestaron algunos:
«A hacer lo que todos los académicos hacen;
limpiar, fijar y dar esplendor».
No, no iba a eso. En tal recinto, e intelectualmente
hablando, para limpiar, necesitaría la representación
de Hércules; para fijar, la de Minerva;
para dar esplendor, la del mismo Apolo. Iba sencillamente
a demostrar que, por opinión general,
quien había logrado todos los triunfos populares
merecía también todos los honores oficiales. He
dicho populares, porque, aunque Benavente sea
un autor de élite su nombre es famoso en todas
partes en donde se habla nuestro idioma y aun en
otras.
Benavente representa para España lo que un
Capus o un Bernstein para Francia, o mejor, lo
que un Bernard Shaw para Inglaterra. Y aun, en
condiciones especiales, es el único que haya logrado
dar verdadero brillo y resonancia a las Máscaras
castellanas.
Poco avisados los que le juzgan con el oído
puesto al Boulevard. El mundo en que se mueven
sus tipos, en la mayor parte de sus comedias, es
ese mundo universal que tiene por norma, desde
luego, más o menos aplicada a sus medios respectivos,
la vida parisiense; y si no, fijaos en las escenas
de los comediógrafos italianos del día. Ese
mundo es le monde. Mas los personajes benaventinos
que se mueven y expresan en el ambiente de
Madrid, son de la legítima descendencia clásica;
y sus diálogos chispeantes del ingenio que les
presta su creador, no son sino los antiguos discreteos
de Calderón o Lope modernizados.
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