Alguna otra vez he hecho notar el hecho de que mientras los
americanos todos se quejan, y con razón, de lo poco y lo mal que se les
conoce en Europa y de las confusiones y prejuicios que respecto a ellos
por aquí reinan, se da el caso de que no se conozcan mucho mejor los
unos a los otros y abriguen entre sí no pocas confusiones y prejuicios.
Lo vasto de la América y la pobreza y dificultad de sus medios de
comunicación contribuye a ello, ya que Méjico, v. gr., está más cerca de
España o de Inglaterra o de Francia que de la Argentina.
Me refería hace poco un escritor argentino, Ricardo Rojas, que de los
ejemplares que remitió de una de sus obras desde Buenos Aires a lugares
de las «tierras calientes», apenas si llegó alguno a su destino.
Por otra parte, el sentimiento colectivo de la América como de una
unidad de porvenir y frente al Viejo Mundo europeo, no es aún más que un
sentimiento en cierta manera erudito y en vías de formación. Hubo, sí,
un momento en la historia en que toda la América española, por lo menos
toda Sudamérica, pareció conmoverse y vivir en comunidad de visión y de
sentido, y fue cuando se dieron la mano Bolívar y San Martín en las
vísperas de Ayacucho; pero pasado aquel momento épico, y una vez que
cada nación sudamericana queda a merced de los caudillos, volvieron a un
mutuo aislamiento, tal vez no menor que el de los tiempos de la
Colonia.
En ciertos respectos sigue todavía siendo Europa el lazo de unión
entre los pueblos americanos, y el panamericanismo, si es que en
realidad existe, es un ideal concebido a la europea, como otros tantos
ideales que pasan por americanos.
Todo esto se me ocurre a propósito de la reciente publicación, en un
volumen, de las Poesías del bogotano José Asunción Silva, que acaba de
editarse en Barcelona.
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