Con el pie en el estribo
(Sábado 8 de marzo de 1930)
Me rajo, queridos lectores. Me rajo del diario… mejor dicho, de
Buenos Aires. Me rajo para el Uruguay, para Brasil, para las Guyanas,
para Colombia, me rajo…
Continuaré enviando notas. No lloren, por favor, ¡no! No se
emocionen. Seguiré alacraneando a mis prójimos y charlando con ustedes.
Iré al Uruguay, la París de Sud América, iré a Río de Janeiro, donde hay
cada menina que da calor; iré a las Guyanas, a visitar a los
presidiarios franceses, la flor y crema del patíbulo de ultramar.
Escribo y mi cuore me late aceleradamente. No doy con los términos adecuados. Me rajo indefectiblemente.
¡Qué emoción!
Hace una purretada de días que ando como azonzado. No
doy pie con bola. Lo único que se aparece ante mis ojos es la pasarela
de un piccolo navio. ¡Yo a bordo!
¡Me caigo y me levanto! ¡Uy, dió! Si me acuerdo de mis tiempos
turros, de las vagancias, de los días que dormí en las comisarías, de
las noches, entendámonos, de los viajes en segunda, del horario de ocho
horas cuando laburaba de dependiente de librería; del horario de doce y
catorce horas, también, en otro boliche. Me acuerdo de cuando fui
aprendiz de hojalatero, de cuando vendía papel y era corredor de
artículos de almacén; me acuerdo de cuando fui cobrador (los cobradores
me enviaron un día una felicitación colectiva). ¿Qué trabajo maldito no
habré hecho yo? Me acuerdo de cuando tuve un horno de ladrillos; de
cuando fui subagente de Ford, ¿qué trabajo maldito no habré hecho yo? Y
ahora, a los veinte y nueve años, después de seiscientos días de
escribir notas, mi gran director me dice:
—Andá a vagar un poco. Entretenete, hacé notas de viaje.
Leer / Descargar texto 'Aguafuertes Cariocas'