Textos por orden alfabético inverso etiquetados como Cuento infantil disponibles | pág. 12

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La Tortuga Gigante

Horacio Quiroga


Cuento, Cuento infantil


Había una vez un hombre que vivía en Buenos Aires, y estaba muy contento porque era un hombre sano y trabajador. Pero un día se enfermó, y los médicos le dijero que solamente yéndose al campo podría curarse. Él no quería ir, porque tenía hermanos chicos a quienes daba de comer; y se enfermaba cada día más. Hasta que un amigo suyo, que era director del Zoológico, le dijo un día:

—Usted es amigo mío, y es un hombre bueno y trabajador. Por eso quiero que se vaya a vivir al monte, a hace rmucho ejercicio al aire libre para curarse. Y como usted tiene mucha puntería con la escopeta, cace bichos del monte para traerme los cueros, y yo le daré plata adelantada para que sus hermanitos puedan comer bien.

El hombre enfermo aceptó, y se fue a vivir al monte, lejos, más lejos que Misiones todavía. Hacía allá mucho calor, y eso le hacía bien.

Vivía solo en el bosque, y él mismo se cocinaba. Comía pájaros y bichos del monte, que cazaba con la escopeta, y después comía frutos. Dormía bajo los árboles, y cuando hacía mal tiempo construía en cinco minutos una ramada con hojas de palmera, y allí pasaba sentado y fumando, muy contento en medio del bosque que bramaba con el viento y la lluvia.

Había hecho un atado con los cueros de los animales, y lo llevaba al hombro.

Había también agarrado vivas muchas víboras venenosas, y las llevaba dentro de un gran mate, porque allá hay mates tan grandes como una lata de kerosene.

El hombre tenía otra vez buen color, estaba fuerte y tenía apetito. Precisamente un día que tenía mucha hambre, porque hacía dos días que no cazaba nada, vio a la orilla de una gran laguna un tigre enorme que quería comer una tortuga, y la ponía parada de canto para meter dentro una pata y sacar la carne con las uñas.


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Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 4.903 visitas.

Publicado el 28 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Torta

Christoph von Schmid


Cuento infantil


Fritz era un niño de diez años, vivo y despejado, hijo del cazador de Grunental. Un día su padre tenía que llevar una carta al propietario de Laroche, castillo situado entre espesos bosques, y en el corazón de unas montañas salvajes—Difícilmente podré hacer este camino,—dijo el cazador.—No hace mucho que me lastimé un pie, que no tengo curado todavía, y hay tres leguas largas desde aquí á Laroche; pero como precisamente me lo manda mi amo, debo obedecer.

Oyendo estas palabras de su padre, le contestó Fritz:—Deme V. su comisión, y la cumpliré por V. Si bien es verdad que pasa el camino entre dos espesos bosques, pero esto no me da miedo alguno, Lo conozco todo, hasta la piedra, que forma nuestros límites; lo encontraré, y entregaré la carta.

—Pues, anda,—continuó su padre:—pero cuidado; que pongas la carta en manos propias: encierra mucho dinero, y seguramente que te darán una propina.

Y enseguida le explicó minuciosamente el camino, Fritz tomó su saquito de caza y su pequeña carabina, y emprendió el camino.

Llegó felizmente al castillo de Laroche y suplicó á los criados que lo comunicaran á su dueño. Subió magníficas y largas escaleras de piedra, y entró en una bellísima habitación. El señor del castillo estaba entonces ocupado en el juego de naipes. Fritz se inclinó profundamente en su presencia, y le entregó la carta que contenía una crecida cantidad. El caballero se levanta; pasa á su escritorio, escribe algunas palabras que entrega á Fritz, y se sienta otra vez al juego diciéndole estas palabras:—Está muy bien: puedes partir, que yo más tarde ya enviaré otra contestación.


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Dominio público
9 págs. / 16 minutos / 65 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Tía

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Tendrías que haber conocido a mi tía. Era encantadora. No quiero decir encantadora en el sentido que se suele dar a la palabra, sino buena y cariñosa, divertida a su modo, dispuesta siempre a charlar sobre sí misma, cuando uno tenía ganas de charlar y reírse a propósito de alguien. Sin dificultad te la imaginabas en una comedia, entre otras cosas, porque sólo vivía para el teatro y la vida de la escena. Era una mujer muy respetable, pero el agente Fabs, a quien tía llamaba Flabs, decía que estaba loca por el teatro.

—El teatro es mi escuela —afirmaba—, la fuente de mis conocimientos. En él he refrescado mi Historia Sagrada: «Moisés», «José y sus hermanos»; eso son óperas. Al teatro debo mis conocimientos de Historia Universal, Geografía y Psicología. Por las obras francesas conozco la vida de París, equívoca, pero interesantísima. ¡Cómo he llorado con la «Familia Riquebourg» porque el marido ha de matarse bebiendo para que el joven amante pueda casarse con ella! Sí, he derramado muchas lágrimas en los cincuenta años que he estado abonada.

Mi tía conocía todas las obras teatrales, todos los decorados, todos los personajes que salían o habían salido a escena. Puede decirse que sólo vivía durante los nueves meses de la temporada. El verano, sin teatro, era para ella un tiempo vacío, que sólo servía para envejecer, mientras que una sola noche de espectáculo alargada hasta la madrugada, constituía una verdadera prolongación de su vida. No decía, como tantas otras personas: «Ya viene la primavera; ha llegado la cigüeña», o bien «ya están en el mercado las primeras fresas». Lo que ella anunciaba era la proximidad del otoño: «¿Ha visto que ya se ha abierto el abono a los palcos? Van a empezar las representaciones».


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6 págs. / 11 minutos / 72 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Tetera

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Érase una vez una tetera muy arrogante; estaba orgullosa de su porcelana, de su largo pitón, de su ancha asa; tenía algo delante y algo detrás: el pitón delante, y detrás el asa, y se complacía en hacerlo notar. Pero nunca hablaba de su tapadera, que estaba rota y encolada; o sea, que era defectuosa, y a nadie le gusta hablar de los propios defectos, ¡bastante lo hacen los demás! Las tazas, la mantequera y la azucarera, todo el servicio de té, en una palabra, a buen seguro que se había fijado en la hendedura de la tapa y hablaba más de ella que de la artística asa y del estupendo pitón. ¡Bien lo sabía la tetera!

«¡Las conozco! —decía para sus adentros—. Pero conozco también mis defectos y los admito; en eso está mi humildad, mi modestia. Defectos los tenemos todos, pero una tiene también sus cualidades. Las tazas tienen un asa, la azucarera una tapa. Yo, en cambio, tengo las dos cosas, y además, por la parte de delante, algo con lo que ellas no podrán soñar nunca: el pitón, que hace de mí la reina de la mesa de té. El papel de la azucarera y la mantequera es de servir al paladar, pero yo soy la que otorgo, la que impero: reparto bendiciones entre la humanidad sedienta; en mi interior, las hojas chinas se elaboran en el agua hirviente e insípida.

Todo esto pensaba la tetera en los despreocupados días de su juventud. Estaba en la mesa puesta, manejada por una mano primorosa. Pero la primorosa mano resultó torpe, la tetera se cayó, se rompió el pitón y se rompió también el asa; de la tapa no valía la pena hablar; ¡bastante disgusto había causado ya antes! La tetera yacía en el suelo sin sentido, y se salía toda el agua hirviendo. Fue un rudo golpe, y lo peor fue que todos se rieron: se rieron de ella y de la torpe mano.


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1 pág. / 3 minutos / 191 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Tempestad Cambia los Rótulos

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


En días remotos, cuando el abuelito era todavía un niño y llevaba pantaloncito encarnado y chaqueta de igual color, cinturón alrededor del cuerpo y una pluma en la gorra —pues así vestían los pequeños cuando iban endomingados—, muchas cosas eran completamente distintas de como son ahora. Eran frecuentes las procesiones y cabalgatas, ceremonias que hoy han caído en desuso, pues nos parecen anticuadas. Pero da gusto oír contarlo al abuelito.

Realmente debió de ser un bello espectáculo el solemne traslado del escudo de los zapateros el día que cambiaron de casa gremial. Ondeaba su bandera de seda, en la que aparecían representadas una gran bota y un águila bicéfala; los oficiales más jóvenes llevaban la gran copa y el arca; cintas rojas y blancas descendían, flotantes, de las mangas de sus camisas. Los mayores iban con la espada desenvainada, con un limón en la punta. Lo dominaba todo la música, y el mayor de los instrumentos era el «pájaro», como llamaba el abuelito a la alta percha con la media luna y todos los sonajeros imaginables; una verdadera música turca. Sonaba como mil demonios cuando la levantaban y sacudían, y a uno le dolían los ojos cuando el sol daba sobre el oro, la plata o el latón.


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4 págs. / 7 minutos / 79 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Suerte Puede Estar en un Palito

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Ahora les voy a contar un cuento sobre la suerte.

Todos conocemos la suerte; algunos la ven durante todo el año, otros sólo ciertos años y en un único día; incluso hay personas que no la ven más que una vez en su vida; pero todos la vemos alguna vez.

No necesito decir, pues todo el mundo lo sabe, que Dios envía al niñito y lo deposita en el seno de la madre, lo mismo puede ser en el rico palacio y en la vivienda de la familia acomodada, que en pleno campo, donde sopla el frío viento. Lo que no saben todos —y, no obstante, es cierto— es que Nuestro Señor, cuando envía un niño, le da una prenda de buena suerte, sólo que no la pone a su lado de modo visible, sino que la deja en algún punto del mundo, donde menos pueda pensarse; pero siempre se encuentra, y esto es lo más alentador. Puede estar en una manzana, como ocurrió en el caso de un sabio que se llamaba Newton: cayó la manzana, y así encontró él la suerte. Si no conoces la historia, pregunta a los que la saben; yo ahora tengo que contar otra: la de una pera.

Érase una vez un hombre pobre, nacido en la miseria, criado en ella y en ella casado. Era tornero de oficio, y torneaba principalmente empuñaduras y anillas de paraguas; pero apenas ganaba para vivir.

—¡Nunca encontraré la suerte! —decía. Adviertan que es una historia verdadera, y que podría decirles el país y el lugar donde residía el hombre, pero no viene al caso.

Las rojas y ácidas acerolas crecían en torno a su casa y en su jardín, formando un magnífico adorno. En el jardín había también un peral, pero no daba peras; sin embargo, en aquel árbol se ocultaba la suerte, se ocultaba en sus peras invisibles. Una noche hubo una ventolera horrible; en los periódicos vino la noticia de que la gran diligencia había sido volcada y arrastrada por la tempestad como un simple andrajo. No nos extrañará, pues, que también rompiera una de las mayores ramas del peral.


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2 págs. / 4 minutos / 113 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Sombra

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


En los países cálidos, ¡allí sí que calienta el sol! La gente llega a parecer de caoba; tanto, que en los países tórridos se convierten en negros. Y precisamente a los países cálidos fue adonde marchó un sabio de los países fríos, creyendo que en ellos podía vagabundear, como hacía en su tierra, aunque pronto se acostumbró a lo contrario. Él y toda la gente sensata debían quedarse puertas adentro. Celosías y puertas se mantenían cerradas el día entero; parecía como si toda la casa durmiese o que no hubiera nadie en ella. Además, la callejuela con altas casas donde vivía estaba construida de tal forma que el sol no se movía de ella de la mañana a la noche; era, en realidad, algo inaguantable. Al sabio de los países fríos, que era joven e inteligente, le pareció que vivía en un horno candente, y le afectó tanto, que empezó a adelgazar. Incluso su sombra menguó y se hizo más pequeña que en su país; el sol también la debilitaba. Tanto uno como otra no comenzaban a vivir hasta la noche, cuando el sol se había puesto.


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13 págs. / 23 minutos / 667 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Sirenita

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


En el fondo del más azul de los océanos había un maravilloso palacio en el cual habitaba el Rey del Mar, un viejo y sabio tritón que tenía una abundante barba blanca. Vivía en esta espléndida mansión de coral multicolor y de conchas preciosas, junto a sus hijas, cinco bellísimas sirenas.

La Sirenita, la más joven, además de ser la más bella poseía una voz maravillosa; cuando cantaba acompañándose con el arpa, los peces acudían de todas partes para escucharla, las conchas se abrían, mostrando sus perlas, y las medusas al oírla dejaban de flotar.

La pequeña sirena casi siempre estaba cantando, y cada vez que lo hacía levantaba la vista buscando la débil luz del sol, que a duras penas se filtraba a través de las aguas profundas.

—¡Oh! ¡Cuánto me gustaría salir a la superficie para ver por fin el cielo que todos dicen que es tan bonito, y escuchar la voz de los hombres y oler el perfume de las flores!

—Todavía eres demasiado joven —respondió la abuela—. Dentro de unos años, cuando tengas quince, el rey te dará permiso para subir a la superficie, como a tus hermanas.

La Sirenita soñaba con el mundo de los hombres, el cual conocía a través de los relatos de sus hermanas, a quienes interrogaba durante horas para satisfacer su inagotable curiosidad cada vez que volvían de la superficie. En este tiempo, mientras esperaba salir a la superficie para conocer el universo ignorado, se ocupaba de su maravilloso jardín adornado con flores marítimas. Los caballitos de mar le hacían compañía y los delfines se le acercaban para jugar con ella; únicamente las estrellas de mar, quisquillosas, no respondían a su llamada.

Por fin llegó el cumpleaños tan esperado y, durante toda la noche precedente, no consiguió dormir. A la mañana siguiente el padre la llamó y, al acariciarle sus largos y rubios cabellos, vio esculpida en su hombro una hermosísima flor.


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7 págs. / 12 minutos / 1.244 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Serpiente Blanca

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Hace ya de esto mucho tiempo. He aquí que vivía un rey, famoso en todo el país por su sabiduría. Nada le era oculto; habríase dicho que por el aire le llegaban noticias de las cosas más recónditas y secretas. Tenía, empero, una singular costumbre. Cada mediodía, una vez retirada la mesa y cuando nadie hallaba presente, un criado de confianza le servía un plato más. Estaba tapado, y nadie sabía lo que contenía, ni el mismo servidor, pues el Rey no lo descubría ni comía de él hasta encontrarse completamente solo.

Las cosas siguieron así durante mucho tiempo, cuando un día picóle al criado una curiosidad irresistible y se llevó la fuente a su habitación. Cerrado que hubo la puerta con todo cuidado, levantó la tapadera y vio que en la bandeja había una serpiente blanca. No pudo reprimir el antojo de probarla; cortó un pedacito y se lo llevó a la boca.

Apenas lo hubo tocado con la lengua, oyó un extraño susurro de melódicas voces que venía de la ventana; al acercarse y prestar oído, observó que eran gorriones que hablaban entre sí, contándose mil cosas que vieran en campos y bosques. A comer aquel pedacito de serpiente había recibido el don de entender el lenguaje de los animales.

Sucedió que aquel mismo día se extravió la sortija más hermosa de la Reina, y la sospecha recayó sobre el fiel servidor que tenía acceso a todas las habitaciones. El Rey le mandó comparecer a su presencia, y, en los términos más duros, le amenazó con que, si para el día siguiente no lograba descubrir al ladrón, se le tendría por tal y sería ajusticiado. De nada sirvió al leal criado protestar de su inocencia; el Rey lo hizo salir sin retirar su amenaza.


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4 págs. / 8 minutos / 141 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Sepultura

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Un labrador muy rico estaba un día delante de su puerta, mirando sus campos y sus huertos; el llano estaba cubierto por la cosecha; los árboles estaban cargados de fruta. El trigo de los años anteriores llenaba de tal modo sus graneros, que las vigas del techo se doblaban bajo su peso. Sus establos estaban llenos de bueyes, de vacas y de caballos.

Entró en su cuarto y dirigió una mirada al cofre en que encerraba el dinero, pero mientras estaba absorto en la contemplación de estas riquezas, creyó oír en su interior una voz que le decía:

—¿Has hecho feliz, a pesar de todo tu oro, a alguno de los que te rodeaban? ¿Has aliviado la miseria de los pobres? ¿Has repartido tu pan con los que tenían hambre? ¿Has estado satisfecho con lo que poseías y no has deseado nunca más?

Su corazón no vaciló en contestar:

—Siempre he sido duro e inexorable, nunca he hecho nada por mis parientes ni por mis amigos. Más que en Dios he pensado siempre en aumentar mis riquezas. Aun cuando hubiera poseído el mundo entero, no hubiera tenido nunca bastante.

Este pensamiento le atemorizó, temblándole las rodillas de tal modo que se vio obligado a sentarse. Al mismo tiempo llamaron a la puerta. Era uno de sus vecinos, cargado de hijos, a quienes no podía sustentar.

—No ignoro, pensaba para sí, que mi vecino es mucho más desapiadado que rico; sin duda no hará caso de mí, pero mis hijos me piden pan; voy a hacer una prueba.

En cuanto llegó a la presencia del rico, le dijo de esta manera:

—No ignoro que no os gusta socorrer a nadie, pero me dirijo a vos en la última desesperación, como un hombre que, estando próximo a ahogarse, se agarra a la más débil rama. Mis hijos tienen hambre: prestadme un puñado de trigo. Un rayo de compasión penetró por primera vez en el hielo de aquel corazón avaro.

—No te prestaré un puñado, le respondió; te daré una fanega, pero con una condición.


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3 págs. / 6 minutos / 106 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

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