Las golondrinas aparecieron en el horizonte, se fueron acercando
y comenzaron a describir círculos por encima de la casa de Isidro.
Luego su vuelo fue vertiginoso; unas veces se elevaban más rápidas
que una saeta, otras se dejaban caer como plomo, y al rozar la
hierba se deslizaban por encima del prado con loca velocidad,
tocando las florecillas con la punta de sus alas y cantando:
¡Pi, piu; pi, piu; pi, pi!
¡El buen tiempo ya está aquí!
Al oírlas, el gallo, siempre desdeñoso por exceso de orgullo, se
atufaba, enderezaba sus patas, estiraba el cuerpo, alargaba el
cuello, abría desmesuradamente el pico y cantaba contestando a las
golondrinas:
¡Quiquiriquí!
¿qué me cuenta V. a mí?
El pavo convertía su cola en abanico, agitaba todas sus plumas,
se ahuecaba, su cresta colgante tomaba matices blancos, azulados y
rojos; en una palabra, se daba una pavonada, y exclamaba:
¡Garú, garú, garó!
¡El mal tiempo ya pasó!
Las golondrinas continuaron su vuelo errante y vagabundo sin
hacer caso del orgulloso gallo ni del vanidoso pavo; poco a poco se
fueron acercando a la casa, pasaron tocando sus nidos, que se
conservaban pegados al alero del tejado; algunas alargaron el pico
y hasta metieron la cabecita dentro del agujero del nido; y como
con su alegría creciese el canto, no se oía otra cosa en el espacio
que
¡Pi, piu; pi, piu; pi, pi!
¡El buen tiempo ya está aquí!
Otras golondrinas se aproximaban al alero, tocaban las piedras
de la fachada con sus picos y se alejaban para volver otra vez. Los
hijos de Isidro las estaban observando y decían:
—Mira, mira, cómo construyen nuevos nidos.
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