Textos más vistos etiquetados como Cuento infantil disponibles | pág. 33

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La Dríade

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Estamos de camino hacia París, para ver la Exposición. Ya llegamos. ¡Vaya viaje! Fue volar sin arte de magia. Nos impulsó el vapor, lo mismo por mar que por tierra.

Sí, nos ha tocado vivir en la época de los cuentos de hadas.

Nos hallamos en el corazón de París, en un gran hotel. Flores adornan las paredes de la escalera, mullidas alfombras cubren los peldaños.

Nuestra habitación es cómoda. Por el balcón abierto se domina la perspectiva de una gran plaza. Allí está la primavera, ha llegado a París al mismo tiempo que nosotros. La vemos en figura de un joven y majestuoso castaño, con delicadas hojas recién brotadas. ¡Qué bello está, con sus galas primaverales, eclipsando todos los demás árboles de la plaza! Uno de ellos ha sido borrado del número de los vivos; yace tendido en el suelo, arrancado de raíz. En su lugar será trasplantado y prosperará el joven castaño.

Éste se encuentra todavía en el pesado carro que, de madrugada, lo transportó desde el campo, a varias millas de París. Durante varios años había crecido al lado de un fornido roble, a cuya sombra solía sentarse el anciano y venerable párroco para contar sus cuentos a los niños. El castaño escuchaba también: la dríade que moraba en él era aún una niña. Se acordaba todavía del tiempo en que el diminuto árbol sobresalía apenas de las hierbas y los helechos. Éstos habían alcanzado ya el límite de su desarrollo, mas no el árbol, que seguía creciendo año tras año, gozando del aire y del sol, bebiendo el rocío y la lluvia, sacudido y agitado por los fuertes vientos. Todo esto forma parte de la educación.

La dríade gozaba de su existencia, del sol y del gorjear de los pájaros. Pero lo que más le gustaba era la voz humana; comprendía su lenguaje, lo mismo que el de los animales.


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16 págs. / 28 minutos / 105 visitas.

Publicado el 30 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Familia de Hühnergrete

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Hühnergrete era la única persona que vivía en la espléndida casa que en el cortijo se había construido para habitación de los pollos y patos. Se alzaba en el lugar que antaño ocupara el viejo castillo con sus torres, hastiales, fosos y puente levadizo. Junto a ella había una verdadera selva de árboles y arbustos; allí había estado el parque que se extendía hasta un gran lago, convertido hoy en una turbera. Cuervos, cornejas y grajos volaban graznando y chillando por entre los viejos árboles. Era un hervidero de aves, y la caza no hacía mella en sus filas; antes bien su número crecía constantemente. Se oían desde el gallinero donde residía Hühnergrete, y donde los patitos se le subían a los zuecos. Conocía cada uno de los pollos y cada uno de los gansos a partir del día en que habían roto el cascarón, y estaba orgullosa de sus pupilos, así como de la magnífica casa que habían construido para ella. Su habitacioncita era limpia y bien cuidada; así lo exigía la propietaria del gallinero, la cual se presentaba a menudo en compañía de invitados de distinción para enseñarles «el cuartel de los pollos y los patos», como lo llamaba.

Había allí un armario ropero y un sillón, e incluso una cómoda, y en lo alto se veía una bruñida placa de latón que llevaba grabada la palabra «Grubbe». Era el apellido de la antigua y noble familia que había vivido en el castillo señorial. La placa la habían encontrado al excavar los cimientos, y, en opinión del sacristán, no tenía más valor que el de un antiguo recuerdo. El sacristán estaba muy bien informado en todo lo concerniente al lugar y a su pasado; lo sabía por los libros, y guardaba muchos documentos en el cajón de su mesa. Conocía muchas cosas del tiempo antiguo, pero más sabía aún la vieja corneja, y las pregonaba en su lenguaje; solo que el sacristán no lo entendía, con ser tan inteligente e instruido.


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15 págs. / 26 minutos / 74 visitas.

Publicado el 30 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Gota de Agua

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Seguramente sabes lo que es un cristal de aumento, una lente circular que hace las cosas cien veces mayores de lo que son. Cuando se coge y se coloca delante de los ojos, y se contempla a su través una gota de agua de la balsa de allá fuera, se ven más de mil animales maravillosos que, de otro modo, pasan inadvertidos; y, sin embargo, están allí, no cabe duda. Se diría casi un plato lleno de cangrejos que saltan en revoltijo. Son muy voraces, se arrancan unos a otros brazos y patas, muslos y nalgas, y, no obstante, están alegres y satisfechos a su manera.

Pues he aquí que vivía en otro tiempo un anciano a quien todos llamaban Crible—Crable, pues tal era su nombre. Quería siempre hacerse con lo mejor de todas las cosas, y si no se lo daban, se lo tomaba por arte de magia. Así, peligraba cuanto estaba a su alcance.

El viejo estaba sentado un día con un cristal de aumento ante los ojos, examinando una gota de agua que había extraído de un charco del foso. ¡Dios mío, que hormiguero! Un sinfín de animalitos yendo de un lado para otro, y venga saltar y brincar, venga zamarrearse y devorarse mutuamente.

—¡Qué asco! —exclamó el viejo Crible—Crable—. ¿No habrá modo de obligarlos a vivir en paz y quietud, y de hacer que cada uno se cuide de sus cosas?

Y piensa que te piensa, pero como no encontraba la solución, tuvo que acudir a la brujería.

—Hay que darles color, para poder verlos más bien —dijo, y les vertió encima una gota de un líquido parecido a vino tinto, pero que en realidad era sangre de hechicera de la mejor clase, de la de a seis peniques. Y todos los animalitos quedaron teñidos de rosa; parecía una ciudad llena de salvajes desnudos.

—¿Qué tienes ahí? —le preguntó otro viejo brujo que no tenía nombre, y esto era precisamente lo bueno de él.


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1 pág. / 3 minutos / 307 visitas.

Publicado el 30 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Gran Serpiente de Mar

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Érase un pececillo marino de buena familia, cuyo nombre no recuerdo; pero esto te lo dirán los sabios. El pez tenía mil ochocientos hermanos, todos de la misma edad. No conocían a su padre ni a su madre, y desde un principio tuvieron que gobernárselas solos, nadando de un lado para otro, lo cual era muy divertido. Agua para beber no les faltaba: todo el océano, y en la comida no tenían que pensar, pues venía sola. Cada uno seguía sus gustos, y cada uno estaba destinado a tener su propia historia, pero nadie pensaba en ello.

La luz del sol penetraba muy al fondo del agua, clara y luminosa, e iluminaba un mundo de maravillosas criaturas, algunas enormes y horribles, con bocas espantosas, capaces de tragarse de un solo bocado a los mil ochocientos hermanos; pero a ellos no se les ocurría pensarlo, ya que hasta el momento ninguno había sido engullido.

Los pequeños nadaban en grupo apretado, como es costumbre de los arenques y caballas. Y he aquí que cuando más a gusto nadaban en las aguas límpidas y transparentes, sin pensar en nada, de pronto se precipitó desde lo alto, con un ruido pavoroso, una cosa larga y pesada, que parecía no tener fin. Aquella cosa iba alargándose y alargándose cada vez más, y todo pececito que tocaba quedaba descalabrado o tan mal parado, que se acordaría de ello toda la vida. Todos los peces, grandes y pequeños, tanto los que habitaban en la superficie como los del fondo del mar, se apartaban espantados, mientras el pesado y larguísimo objeto se hundía progresivamente, en una longitud de millas y millas a través del océano.

Peces y caracoles, todos los seres vivientes que nadan, se arrastran o son llevados por la corriente, se dieron cuenta de aquella cosa horrible, aquella anguila de mar monstruosa y desconocida que de repente descendía de las alturas.


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10 págs. / 17 minutos / 154 visitas.

Publicado el 30 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Hiedra

Teodoro Baró


Cuento infantil


Rafaelito tenía un humor muy negro porque su padre le había castigado. Verdad es que el castigo no es cosa agradable y que ponga la cara alegre, pero también lo es que los niños deben portarse bien para que los padres no se vean obligados a recurrir a tan duro trance, que siempre lo es para ellos castigar a sus hijos. Rafaelito daba motivo, cuando menos dos veces por semana, a que le aplicasen una corrección.


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Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 44 visitas.

Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Hija de la Virgen María

Hermanos Grimm


Cuento infantil


A la entrada de un extenso bosque vivía un leñador con su mujer y un solo hijo, que era una niña de tres años de edad; pero eran tan pobres que no podían mantenerla, pues carecían del pan de cada día. Una mañana fue el leñador muy triste a trabajar y cuando estaba partiendo la leña, se le presentó de repente una señora muy alta y hermosa que llevaba en la cabeza una corona de brillantes estrellas, y dirigiéndole la palabra le dijo:

—Soy la señora de este país; tú eres pobre miserable; tráeme a tu hija, la llevaré conmigo, seré su madre y tendré cuidado de ella.

El leñador obedeció; fue a buscar a su hija y se la entregó a la señora, que se la llevó a su palacio.

La niña era allí muy feliz: comía bizcochos, bebía buena leche, sus vestidos eran de oro y todos procuraban complacerla.

Cuando cumplió los catorce años, la llamó un día la señora, y la dijo:

—Querida hija mía, tengo que hacer un viaje muy largo; te entrego esas llaves de las trece puertas de palacio, puedes abrir las doce y ver las maravillas que contienen, pero te está prohibido tocar a la decimotercia que se abre con esta llave pequeña; guárdate bien de abrirla, pues te sobrevendrían grandes desgracias.

La joven prometió obedecer, y en cuanto partió la señora comenzó a visitar las habitaciones; cada día abría una diferente hasta que hubo acabado de ver las doce; en cada una se hallaba el sitial de un rey, adornado con tanto gusto y magnificencia que nunca había visto cosa semejante. Llenábase de regocijo, y los pajes que la acompañaban se regocijaban también como ella. No la quedaba ya más que la puerta prohibida, y tenía grandes deseos de saber lo que estaba oculto dentro, por lo que dijo a los pajes que la acompañaban.

—No quiero abrirla toda, mas quisiera entreabrirla un poco para que pudiéramos ver a través de la rendija.


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5 págs. / 8 minutos / 107 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Hija del Gigante

Julia de Asensi


Cuento infantil


En la ciudad donde vivía, que era una de las mejores de España, le llamaban León el Grande. Tenía una estatura verdaderamente extraordinaria, como no se ve ya en estos tiempos, ni aún en los países donde son los hombres más altos. Su rostro era franco y simpático, su carácter dulce y bueno, su alma candorosa como la de un niño. Dotado de una fuerza excepcional, sólo la empleaba para defender al débil; así es que era temido por los unos e inspiraba vivas simpatías o profundo cariño a los otros. Era rico, había perdido a toda su familia y su única aspiración era formarse una, porque era entusiasta de los encantos del hogar. Pero la cuestión de hallar novia era para él difícil, porque siendo excesivamente tímido, no se atrevía a hacer el amor a ninguna muchacha.

Una vez, pasando por una plaza, vio asomada a una ventana una joven cuya belleza le cautivó; a la mañana siguiente, que era un domingo, la esperó a la puerta de su casa para ir a la misma misa que ella. La doncella no salió hasta las diez; pero al verla a su lado León sufrió una decepción terrible, porque era de tan corta estatura que no podía menos de hacer una figura ridícula a su lado; desistió de la conquista porque algunos de sus amigos se rieron al verle junto a la joven, que no podía mirarle sin molestia.

Cuando iba a un baile, no tomaba parte en la fiesta porque ninguna mujer alcanzaba a su brazo para bailar con él. Su estatura colosal le causaba más disgustos que beneficios.

Al fin un amigo que había sido de su padre le habló de una señorita a quien él conocía, en estos términos:


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Dominio público
7 págs. / 12 minutos / 40 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Hija del Rey del Pantano

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Las cigüeñas cuentan muchísimas leyendas a sus pequeños, y todas ellas suceden en el pantano o el cenagal. Generalmente son historias adaptadas a su edad y a la capacidad de su inteligencia. Las crías más pequeñas se extasían cuando se les dice: «¡Cribel, crabel, plurremurre!». Lo encuentran divertidísimo, pero las que son algo mayores reclaman cuentos más enjundiosos, y sobre todo les gusta oír historias de la familia. De las dos leyendas más largas y antiguas que se han conservado en el reino de las cigüeñas, todos conocemos una, la de Moisés, que, abandonado en las aguas del Nilo por su madre, fue encontrado por la hija del faraón. Se le dio una buena educación y llegó a ser un gran personaje, aunque nadie conoce el lugar de su sepultura. Pero esta historia la sabe todo el mundo.

La otra apenas se ha difundido hasta la fecha, acaso por tener un carácter más local. Durante miles de años, las cigüeñas se la han venido transmitiendo de generación en generación, cada una contándola mejor que la anterior, y así nosotros damos ahora la versión más perfecta.


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44 págs. / 1 hora, 17 minutos / 217 visitas.

Publicado el 30 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Historia del Año

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Pasaron días y semanas; poco a poco fue dejándose sentir el calor con intensidad creciente; oleadas ardorosas corrían por las mieses, cada día más amarillas. El loto blanco del Norte desplegaba sus grandes hojas verdes en la superficie de los lagos del bosque, y los peces buscaban la sombra debajo de ellas, y en la parte umbría de la selva —donde el sol daba en la pared del cortijo enviando su calor a las abiertas rosas, y los cerezos aparecían cuajados de sus frutos jugosos, negros y casi ardientes— estaba la espléndida esposa del Verano, aquella que conocimos de niña y de novia. Miraba las oscuras nubes que se remontaban en el espacio, en formas ondeadas como montañas, densas y de color azul negruzco. Acudían de tres direcciones distintas; como un mar petrificado e invertido, descendían gradualmente hacia el bosque, donde reinaba un silencio profundo, como provocado por algún hechizo; no se oía ni el rumor de la más leve brisa, ni cantaba ningún pájaro. Había una especie de gravedad, de expectación en la Naturaleza entera, mientras en los caminos y atajos todo el mundo corría, en coche, a caballo o a pie, en busca de cobijo. De pronto fulguró un resplandor, como si el sol estallase, deslumbrante y abrasador; y al instante pareció como si las tinieblas se desgarraran, con un estruendo retumbante; la lluvia empezó a caer a torrentes; alternaban la noche y la luz, el silencio y el estrépito. Las tiernas cañas del pantano, con sus hojas pardas, se movían a grandes oleadas, las ramas del bosque se ocultaban en el seno de la húmeda niebla, y volvían la luz y las tinieblas, el silencio y el estruendo. La hierba y las mieses yacían abatidas, como arrasadas por la corriente; daban la impresión de que no volverían a levantarse.


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9 págs. / 17 minutos / 93 visitas.

Publicado el 30 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Hoya de la Campana

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


¡Ding, dang, ding, dang!, se oyó el tañido de la campana procedente del fondo de la selva cruzada por el río de Odense. ¿Qué río es ése? Todos los niños de la ciudad de Odense lo conocen; corre abajo, rodeando los jardines, desde la esclusa hasta el molino, pasando el puente de madera. Crecen en él amarillos «botones de agua», cañaverales de hojas pardas y negras cañas aterciopeladas, altas y esbeltas. Viejos sauces rajados, torcidos y contrahechos, inclinan sus ramas sobre el «Pantano del monje» y junto al prado de Bleicher; pero enfrente se alinean los jardines y huertos, todos distintos, ora plantados de hermosas flores y con glorietas limpias y primorosas, como una casita de muñecas, ora sembrados sólo de hortalizas.

A veces ni siquiera se ve el jardín, por los grandes saúcos que allí crecen, al borde mismo de la corriente, que en algunos es más profunda de lo que el remo puede alcanzar. Más lejos, frente al convento de señoritas nobles, está el lugar más profundo, llamado la «Hoya de la campana», y allí vive el genio de las aguas. De día, cuando los rayos del sol hacen brillar las aguas, el genio duerme; pero sale a la superficie en las noches estrelladas y de luna. Es muy viejo. Ya la abuela sabía de él por lo que le había contado su abuela. Dice que lleva una existencia solitaria, sin nadie con quien hablar, aparte la antigua gran campana. Esta colgaba antaño del campanario, pero hoy no quedan rastros ni del campanario ni de la iglesia de San Albani.

¡Ding, dang, ding, dang!, sonaba la campana cuando la torre existía aún. Un anochecer, al ponerse el sol y mientras la campana doblaba con todas sus fuerzas, se soltó y voló por los aires. El bruñido bronce brillaba como carbón ardiente a los rojos rayos del sol.


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4 págs. / 7 minutos / 76 visitas.

Publicado el 30 de junio de 2016 por Edu Robsy.

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