Textos más populares esta semana etiquetados como Cuento infantil disponibles | pág. 20

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La Aguja de Zurcir

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Érase una vez una aguja de zurcir tan fina y puntiaguda, que se creía ser una aguja de coser.

—Fíjense en lo que hacen y manéjenme con cuidado —decía a los dedos que la manejaban—. No me dejen caer, que si voy al suelo, las pasarán negras para encontrarme. ¡Soy tan fina!

—¡Vamos, vamos, que no hay para tanto! —dijeron los dedos sujetándola por el cuerpo.

—Miren, aquí llego yo con mi séquito —prosiguió la aguja, arrastrando tras sí una larga hebra, pero sin nudo.

Los dedos apuntaron la aguja a la zapatilla de la cocinera; el cuero de la parte superior había reventado y se disponían a coserlo.

—¡Qué trabajo más ordinario! —exclamó la aguja—. No es para mí. ¡Me rompo, me rompo!

Y se rompió

—¿No os lo dije? —suspiró la víctima—. ¡Soy demasiado fina!

—Ya no sirve para nada —pensaron los dedos; pero hubieron de seguir sujetándola, mientras la cocinera le aplicaba una gota de lacre y luego era clavada en la pechera de la blusa.

—¡Toma! ¡Ahora soy un prendedor! —dijo la vanidosa—. Bien sabía yo que con el tiempo haría carrera. Cuando una vale, un día u otro se lo reconocen.

Y se río para sus adentros, pues por fuera es muy difícil ver cuándo se ríe una aguja de zurcir. Y se quedó allí tan orgullosa cómo si fuese en coche, y paseaba la mirada a su alrededor.

—¿Puedo tomarme la libertad de preguntarle, con el debido respeto, si acaso es usted de oro? —inquirió el alfiler, vecino suyo—. Tiene usted un porte majestuoso, y cabeza propia, aunque pequeña. Debe procurar crecer, pues no siempre se pueden poner gotas de lacre en el cabo.

Al oír esto, la aguja se irguió con tanto orgullo, que se soltó de la tela y cayó en el vertedero, en el que la cocinera estaba lavando.

—Ahora me voy de viaje —dijo la aguja—. ¡Con tal que no me pierda!


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3 págs. / 6 minutos / 89 visitas.

Publicado el 30 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Más Feliz

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


—¡Qué rosas tan bellas! —dijo el Sol—. Y todas las yemas se abrirán, y serán tan hermosas como ellas. ¡Son hijas mías! Yo les he dado el beso de la vida.

—Son hijas mías —dijo a su vez el rocío—. Les he dado a beber mis lágrimas.

—Pues yo diría que su madre soy yo —exclamó el rosal—. Ustedes no son sino los padrinos, que les ofrecieron un regalo según sus posibilidades y su buena voluntad.

—¡Rosas, hermosas hijas mías! —dijeron los tres, y les deseaban a todas la mayor felicidad de que puede gozar una rosa. Sin embargo, una sola podía ser la más feliz; y otra debía ser la menos feliz de todas. Era inevitable. Pero, ¿cuál sería?

—Yo lo averiguaré —dijo el viento—. Voy volando hasta muy lejos y en todas direcciones, me meto en las rendijas más estrechas, sé lo que pasa en todas partes.

Todas las rosas abiertas oyeron la conversación, y los capullos henchidos, también.

En esto se presentó en el jardín una madre amorosa vestida de luto, con semblante triste, y cogió una rosa a medio abrir, fresca y lozana; la que le pareció más hermosa. Se la llevó a su solitaria habitación, donde pocos días antes había estado brincando su hijita, enamorada de la vida, y que ahora yacía en el negro ataúd, dormida estatua de mármol. La madre besó a la muerta, y besando luego la rosa semiabierta, la depositó sobre el pecho de la muchacha, como esperando que su frescor y el beso de una madre pudieran hacer palpitar nuevamente el corazón.

Pareció como si la rosa se hinchara; cada uno de sus pétalos temblaba de gozo:

—¡Qué destino de amor me ha sido concedido! He llegado a ser como una criatura humana, recibo el beso de una madre escucho palabras de bendición y me voy al reino desconocido, soñando junto al pecho de la muerta. Indudablemente he sido la más feliz de todas las hermanas.


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4 págs. / 7 minutos / 87 visitas.

Publicado el 30 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Las Cigüeñas

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Sobre el tejado de la casa más apartada de una aldea había un nido de cigüeñas. La cigüeña madre estaba posada en él, junto a sus cuatro polluelos, que asomaban las cabezas con sus piquitos negros, pues no se habían teñido aún de rojo. A poca distancia, sobre el vértice del tejado, permanecía el padre, erguido y tieso; tenía una pata recogida, para que no pudieran decir que el montar la guardia no resultaba fatigoso. Se hubiera dicho que era de palo, tal era su inmovilidad. «Da un gran tono el que mi mujer tenga una centinela junto al nido —pensaba—. Nadie puede saber que soy su marido. Seguramente pensará todo el mundo que me han puesto aquí de vigilante. Eso da mucha distinción». Y siguió de pie sobre una pata.

Abajo, en la calle, jugaba un grupo de chiquillos, y he aquí que, al darse cuenta de la presencia de las cigüeñas, el más atrevido rompió a cantar, acompañado luego por toda la tropa:


Cigüeña, cigüeña, vuélvete a tu tierra
más allá del valle y de la alta sierra.
Tu mujer se está quieta en el nido,
y todos sus polluelos se han dormido.
El primero morirá colgado,
el segundo chamuscado;
al tercero lo derribará el cazador
y el cuarto irá a parar al asador.


—¡Escucha lo que cantan los niños! —exclamaron los polluelos—. Cantan que nos van a colgar y a chamuscar.

—No se preocupen —los tranquilizó la madre—. No les hagan caso, deéjenlos que canten.

Y los rapaces siguieron cantando a coro, mientras con los dedos señalaban a las cigüeñas burlándose; sólo uno de los muchachos, que se llamaba Perico, dijo que no estaba bien burlarse de aquellos animales, y se negó a tomar parte en el juego. Entretanto, la cigüeña madre seguía tranquilizando a sus pequeños:

—No se apuren —les decía—, miren qué tranquilo está su padre, sosteniéndose sobre una pata.


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5 págs. / 9 minutos / 85 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Nido del Pájaro

Christoph von Schmid


Cuento infantil


El consejero de Aretín tenía una hermosa posesión en la campiña y en un sitio sumamente pintoresco. De tiempo en tiempo dejaba su residencia, é iba para respirar el aíre puro del campo, y descansar de las fatigas que le acarreaban sus negocios. A la entrada de la primavera, quiso por primera vez llevar consigo á la quinta á dos tiernos hijos que tenía, los cuales recibieron en ello un placer sin igual. el jardín pegadito á la casa, el trigo de los campos todavía verde, los prados tan cubiertos de flores, todo excitaba su alegría; pero sobre todo les gustó extraordinariamente el parque enteramente lleno de encinas, álamos y abedules, al través de los cuales había los caminos cubiertos de arena.

Su padre les acompañó un día á este parque, y les enseñó un nido de pajaritos. Vieron cinco avecillas muy tiernas, y el padre y la madre que les iban llevando el alimento sin que se espantaran; y esto les dió muchísimo placer.

Entonces les hizo sentar en un banco de piedra que había al pie de una vieja encina, desde la cual se descubría un hermoso panorama.—Quiero contaros una cosa,—les dijo—del nido de un pajarito, que os gustará mucho, y que sucedió en este mismo país.

Los dos niños fijaron su atención, y el padre comenzó de esta manera:

—Hará cosa de unos cuarenta años, que un joven pastorcillo vino muy de mañana á sentarse al pie de esta misma encina para guardar sus carneros. Tenía en sus manos un libro que leía con mucha atención, y sólo de tiempo en tiempo levantaba los ojos para vigilar su rebaño que andaba de una á otra parte, paciendo por el bosque y á lo largo del riachuelo.


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Dominio público
9 págs. / 16 minutos / 81 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Pegaojos

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


En todo el mundo no hay quien sepa tantos cuentos como Pegaojos. ¡Señor, los que sabe!

Al anochecer, cuando los niños están aún sentados a la mesa o en su escabel, viene un duende llamado Pegaojos; sube la escalera quedito, quedito, pues va descalzo, sólo en calcetines; abre las puertas sin hacer ruido y, ¡chitón!, vierte en los ojos de los pequeñuelos leche dulce, con cuidado, con cuidado, pero siempre bastante para que no puedan tener los ojos abiertos y, por tanto, verlo. Se desliza por detrás, les sopla levemente en la nuca y los hace quedar dormidos. Pero no les duele, pues Pegaojos es amigo de los niños; sólo quiere que se estén quietecitos, y para ello lo mejor es aguardar a que estén acostados. Deben estarse quietos y callados, para que él pueda contarles sus cuentos.

Cuando ya los niños están dormidos, Pegaojos se sienta en la cama. Va bien vestido; lleva un traje de seda, pero es imposible decir de qué color, pues tiene destellos verdes, rojos y azules, según como se vuelva. Y lleva dos paraguas, uno debajo de cada brazo.

Uno de estos paraguas está bordado con bellas imágenes, y lo abre sobre los niños buenos; entonces ellos durante toda la noche sueñan los cuentos más deliciosos; el otro no tiene estampas, y lo despliega sobre los niños traviesos, los cuales se duermen como marmotas y por la mañana se despiertan sin haber tenido ningún sueño.

Ahora veremos cómo Pegaojos visitó, todas las noches de una semana, a un muchachito que se llamaba Federico, para contarle sus cuentos. Son siete, pues siete son los días de la semana.

Lunes

—Atiende —dijo Pegaojos, cuando ya Federico estuvo acostado—, verás cómo arreglo todo esto.


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7 págs. / 12 minutos / 79 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Pájaro de la Canción Popular

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Es invierno; cubre la tierra un manto de nieve, se diría de mármol tallado en las rocas. El aire es claro y diáfano; el viento, acerado como espada forjada por los gnomos. Los árboles se levantan semejantes a blancos corales, como ramas de almendro florido, en un ambiente puro como el de las cumbres alpinas. Magnífica es la noche bajo los resplandores de la aurora boreal, bajo el brillo de innúmeras estrellas fulgurantes.

Llegan las tempestades, se levantan las nubes y sacuden su plumón de cisne; caen los copos de nieve, cubriendo caminos y casas, el campo espacioso y las angostas calles. Entretanto, nosotros permanecemos en la habitación caldeada, junto a la estufa ardiente, contando recuerdos de otros tiempos. Escuchamos una leyenda:

A orillas del vasto mar se elevaba un túmulo, en cuya cumbre se sentaba, a medianoche, el espíritu del héroe en él sepultado; había sido un rey. La áurea diadema brillaba en su frente, el cabello flotaba al viento, y el personaje iba vestido de hierro y acero. Agachaba la cabeza con aire de preocupación y suspiraba dolorido, como un espíritu desgraciado.

Pasó, surcando las olas, un barco de vela. Los hombres echaron el ancla y desembarcaron. Iba con ellos un escalda, el cual, acercándose a la real figura, le preguntó:

—¿Por qué sufres y te lamentas?

Y respondió el muerto:

—Nadie ha cantado las gestas de mi vida; yacen muertas y olvidadas; el canto no las lleva por las tierras y a los corazones de los hombres. Por eso no tengo paz ni reposo.

Y habló de sus hechos y hazañas, que los hombres de su época habían conocido pero no cantado, porque entre ellos no había ningún rapsoda.


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3 págs. / 6 minutos / 74 visitas.

Publicado el 28 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Pedro y Perico

Julia de Asensi


Cuento infantil


Ocho años hacía que el príncipe Pedro había contraído matrimonio con la princesa Rosalía, la mujer más buena y más hermosa de su época, sin que Dios hubiese bendecido su unión dándoles un hijo. Los sobrinos, presuntos herederos de aquellos vastos dominios, se regocijaban interiormente al pensar que uno de ellos sería el sucesor de sus inmensas riquezas y podría disponer un día de sus pueblos y de sus vasallos. Tenían ya toda una corte de aduladores que se creían seguros de ser los futuros ministros, generales y títulos de la nación.

Pero he aquí que cuando estaban más confiados corrió por el país, en voz baja primero, públicamente después, la nueva de que la princesa iba a ser madre, por lo que había encargado que se celebrasen funciones en acción de gracias en todas las iglesias del principado.

Los sobrinos viéndose despojados súbitamente por aquel heredero importuno, empezaron a conspirar contra él antes de que naciese.

—Le haremos incapaz de reinar —dijeron—, será un imbécil, la adulación matará el germen de todo lo bueno y cuando falte su padre le derribaremos sin dificultad del trono.

—Para eso —aconsejaron otros—, le apartaremos de sus padres, dándole preceptores sin ilustración primero, y malos consejeros después.

Estas palabras fueron repetidas a la princesa por un fiel servidor, que las escuchó casualmente, llenando de dolor y de terrores el alma de la bondadosa Rosalía.

Se prepararon grandes fiestas para cuando se verificase el nacimiento; bailes, iluminaciones, banquetes y conciertos en diferentes puntos de la capital para que pudiesen disfrutarlas todas las clases sociales.


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 73 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Los Cangrejos

Christoph von Schmid


Cuento infantil


Catalina, era una joven muy amable, aplicarla, laboriosa, y bastante bien educada; pero tenía un gran defecto: el de ser extremadamente golosa. Sus padres tenían la tienda más hermosa de una pequeña población; y siendo todavía muy niña Catalina, ya no podía resistir á la tentación de visitar los cajones de la tienda, y tomar algunas almendras, higos y pasas. Cuando fué más crecida, vendía secretamente un pedazo de tafetán ó de algodón, ó alguna vara de cinta ó de encaje, á fin de comprarse alguna golosina: y cuando por la tarde salían sus padres á paseo, entonces tenía grande gusto en tomarse una taza de té ó de chocolate, ó en asar y comerse un pichón ó un pollito.

Un día, salió su padre del pueblo para ciertos negocios, y la madre fué convidada á unas bodas. Según su costumbre, quiso aprovecharse Catalina de aquella libertad en que la dejaban; convidó á tres amigan suyas á que la visitaran, y las ofrece café, tortas, uvas y atrae frutas, un hermoso mazapán, y buen vino de Málaga; en una palabra, puso la mesa cubista de cosas buenas en tal modo; que apenas había sitio para otro plato. Las cuatro jóvenes comenzaron á aficionarse á la comida, y empezaron á reir y á conversar; pero he ahí que á la mitad de la fiesta se abre de repente la puerta y aparece la madre de Catalina seguida de otra señora. Las tres convidadas se levantaron estupefactas, y Catalina hubiera querido sepultarse bajo la tierra. Su madre se calló por el momento, y se fué con aquella persona al almacén. Esta era una señora campesina que también había sido convidada á las bodas, y que después de comer quiso aprovechar la ocasión y hacer algunas compras.


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Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 61 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Cacería de la Víbora de Cascabel

Horacio Quiroga


Cuento infantil


Chiquitos:

¿Se acuerdan ustedes de la extraña cartera de bosillo que tenía aquel amigo ciego que vino una noche de tormenta a visitarme, acompañado de un agente de polícia? Era de víbora de cascabel. ¿Y saben por qué el hombre estaba ciego? Por haber sido mordido por esa misma víbora.

Así es, chiquitos. La víboras todas causan baño, y llegan a matar al hombre que muerden. Tienen dos glándulas de veneno que comunican con sus dos colmillos. Estos dientes son huecos, o, mejor dicho, poseen un fino canal por dentro, exactamente como las agujas para dar inyecciones. Y como esas mismas agujas, los dientes de la víbora de cascabel están cortados en chanfle o bisel, como los pitos de vigilante y los escoplos de carpintero.

Cuando las víboras hincan los dientes, aprietan al mismo tiempo las glándulas, y el veneno corre entonces por los canales y penetra en la carne. En dos palabras: dan una inyección de veneno. Por esto, cuando las víboras son grandes y sus colmillos, por lo tanto, larguísimos, inyectan tan profundamente que llegan a matar a cuanto ser muerden.

La víbora más venenosa que nosotros tenemos en la Argentina es la de cascabel. Es aún más venenosa que la yarará o víbora de la cruz. Cuando no alcanza a matar, ocasiona enfermedades muy largas, a veces parálisis por toda la vida. A veces deja ciego. Y esto le pasó a mi amigo de la cartera, quien no tuvo otro consuelo que transformar la piel de su enemiga en un lindo forro.


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 55 visitas.

Publicado el 22 de enero de 2024 por Edu Robsy.

Los Bebedores de Sangre

Horacio Quiroga


Cuento infantil


Chiquitos:

¿Han puesto ustedes el oído contra el lomo de un gato cuando runrunea? Háganlo con Tutankamón, el gato del almacenero. Y después de haberlo hecho, tendrán una idea clara del ronquido de un tigre cuando anda al trote por el monte en son de caza.

Este ronquido que no tiene nada de agradable cuando uno está solo en el bosque, me perseguía desde hacía una semana. Comenzaba al caer la noche, y hasta la madrugada el monte entero vibraba de rugidos.

¿De dónde podía haber salido tanto tigre? La selva parecía haber perdido todos sus bichos, como si todos hubieran ido a ahogarse en el río. No había más que tigres: no se oía otra cosa que el ronquido profundo e incansable del tigre hambriento, cuando trota con el hocico a ras de tierra para percibir el tufo de los animales.

Así estábamos hacía una semana, cuando de pronto los tigres desaparecieron. No se oyó un solo bramido más. En cambio, en el monte volvieron a resonar el balido del ciervo, el chillido del agutí, el silbido del tapir, todos los ruidos y aullidos de la selva. ¿Qué había pasado otra vez? Los tigres no desaparecen porque sí, no hay fiera capaz de hacerlos huir.

¡Ah, chiquitos! Esto creía yo. Pero cuando después de un día de marcha llegaba yo a las márgenes del río Iguazú (veinte leguas arriba de las cataratas), me encontré con dos cazadores que me sacaron de mi ignorancia. De cómo y por qué había habido en esos días tanto tigre, no me supieron decir una palabra. Pero en cambio me aseguraron que la causa de su brusca fuga se debía a la aparición de un puma. El tigre, a quien se cree rey incontestable de la selva, tiene terror pánico a un gato cobardón como el puma.

¿Han visto, chiquitos míos, cosa más rara? Cuando le llamo gato al puma, me refiero a su cara de gato, nada más. Pero es un gatazo de un metro de largo, sin contar la cola, y tan fuerte como el tigre mismo.


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 31 visitas.

Publicado el 22 de enero de 2024 por Edu Robsy.

1819202122