Textos más populares esta semana etiquetados como Cuento infantil disponibles | pág. 3

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La Reina de las Nieves

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


PRIMER EPISODIO. Trata del espejo y del trozo de espejo

Atención, que vamos a empezar. Cuando hayamos llegado al final de esta parte sabremos más que ahora; pues esta historia trata de un duende perverso, uno de los peores, ¡como que era el diablo en persona! Un día estaba de muy buen humor, pues había construido un espejo dotado de una curiosa propiedad: todo lo bueno y lo bello que en él se reflejaba se encogía hasta casi desaparecer, mientras que lo inútil y feo destacaba y aún se intensificaba. Los paisajes más hermosos aparecían en él como espinacas hervidas, y las personas más virtuosas resultaban repugnantes o se veían en posición invertida, sin tronco y con las caras tan contorsionadas, que era imposible reconocerlas; y si uno tenía una peca, podía tener la certeza de que se le extendería por la boca y la nariz. Era muy divertido, decía el diablo. Si un pensamiento bueno y piadoso pasaba por la mente de una persona, en el espejo se reflejaba una risa sardónica, y el diablo se retorcía de puro regocijo por su ingeniosa invención. Cuantos asistían a su escuela de brujería —pues mantenía una escuela para duendes— contaron en todas partes que había ocurrido un milagro; desde aquel día, afirmaban, podía verse cómo son en realidad el mundo y los hombres. Dieron la vuelta al Globo con el espejo, y, finalmente, no quedó ya un solo país ni una sola persona que no hubiese aparecido desfigurada en él. Luego quisieron subir al mismo cielo, deseosos de reírse a costa de los ángeles y de Dios Nuestro Señor. Cuanto más se elevaban con su espejo, tanto más se reía éste sarcásticamente, hasta tal punto que a duras penas podían sujetarlo. Siguieron volando y acercándose a Dios y a los ángeles, y he aquí que el espejo tuvo tal acceso de risa, que se soltó de sus manos y cayó a la Tierra, donde quedó roto en cien millones, qué digo, en billones de fragmentos y aún más.


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35 págs. / 1 hora, 2 minutos / 1.478 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Genoveva de Brabante

Christoph von Schmid


Cuento infantil


I. Genoveva se casa con el conde Sigifredo.

La aurora del Evangelio comenzaba a iluminar con su luz fraternizadora a Alemania, que entraba en un nuevo período de dicha y prosperidad, al dulcificarse las costumbres de sus naturales con el contacto de los primeros propagadores del cristianismo entre los germanos; el suelo, hasta entonces inculto y estéril, recibía también de mano de sus primeros cristianos una labor fecunda, que, insensiblemente, iba convirtiendo en ricos campos productivos y en jardines llenos de florea los extensos y sombríos bosques de la Germania.

Este notable progreso llenaba de satisfacción a la mayor parte de los señores alemanes, que eran los primeros en reconocer y acoger favorablemente la benéfica influencia de la nueva doctrina.

Por esta época, es decir, hace ya muchos siglos, vino al mundo Genoveva, hija del duque de Brabante, gran señor a quien todo el mundo admiraba, tanto por su intrepidez y arrojo en los combates, como por sus generosos sentimientos, su incorruptible justicia y su amor al prójimo, cualidades que adornaban igualmente a su esposa la duquesa, hasta el punto de que podía, decirse de ellos que eran dos cuerpos y un alma. Puede deducirse de aquí la educación que recibiría Genoveva, que era su hija única, y a la que Amaba con una ternura inefable. Mostró ésta, desde su más tierna infancia, una clara inteligencia, un corazón noble y sensible, y un carácter poco común, por la mansedumbre, modestia y amabilidad que la adornaban.


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Dominio público
120 págs. / 3 horas, 31 minutos / 1.168 visitas.

Publicado el 10 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Pobre y el Rico

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Murió una vez un pobre aldeano que fue a la puerta del Paraíso; al mismo tiempo murió un señor muy rico que subió también al cielo. Llegó San Pedro con sus llaves, abrió la puerta y mandó entrar al señor, pero sin duda no vio al aldeano, pues cerró dejándole fuera y desde allí oyó la alegre recepción que hacían al rico en el cielo con músicas y cánticos. Cuando quedó todo en silencio volvió por fin San Pedro y mandó entrar al pobre. Esperaba éste que a su regreso volverían a continuar los cánticos y músicas, más todo continuó en silencio. Le recibieron con mucha alegría, los ángeles salieron a su encuentro, pero no cantó nadie. Preguntó a San Pedro por qué no había música para él como para el rico, o si era que en el cielo reinaban las mismas diferencias que en la tierra. -No, le contestó el Santo, el mismo aprecio nos merecéis uno que otro, y obtendrás la misma parte que el que acaba de entrar en las delicias del Paraíso; pero mira, pobretones así como tú, llegan aquí a centenares todos los días, mientras que ricos como el que acaban de ver entrar, apenas viene uno de siglo en siglo.


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1 pág. / 1 minuto / 467 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Riquete el del Copete

Charles Perrault


Cuento infantil


Había una vez una reina que dio a luz un hijo tan feo y tan contrahecho que mucho se dudó si tendría forma humana. Un hada, que asistió a su nacimiento, aseguró que el niño no dejaría de tener gracia pues sería muy inteligente y; agregó que en virtud del don que acababa de concederle, él podría darle tanta inteligencia como la propia a la persona que más quisiera.

Todo esto consoló un poco a la pobre reina que estaba muy afligida por haber echado al mundo un bebé tan feo. Es cierto que este niño, no bien empezó a hablar, decía mil cosas lindas, y había en todos sus actos algo tan espiritual que irradiaba encanto. Olvidaba decir que vino al mundo con un copete de pelo en la cabeza, así es que lo llamaron Riquet-el-del-Copete, pues Riquet era el nombre de familia. Al cabo de siete u ocho años, la reina de un reino vecino dio a luz dos hijas. La primera que llegó al mundo era más bella que el día; la reina se sintió tan contenta que llegaron a temer que esta inmensa alegría le hiciera mal. Se hallaba presente la misma hada que había asistido al nacimiento del pequeño Riquet-el-del-Copete, y para moderar la alegría de la reina le declaró que esta princesita no tendría inteligencia, que sería tan estúpida como hermosa. Esto mortificó mucho a la reina; pero algunos momentos después tuvo una pena mucho mayor pues la segunda hija que dio a luz resultó extremadamente fea.

—No debéis afligiros, señora, le dijo el hada; vuestra hija, tendrá una compensación: estará dotada de tanta inteligencia que casi no se notará su falta de belleza.

—Dios lo quiera, contestó la reina; pero, ¿no había forma de darle un poco de inteligencia a la mayor que es tan hermosa?

—No tengo ningún poder, señora, en cuanto a la inteligencia, pero puedo todo por el lado de la belleza; y como nada dejaría yo de hacer por vuestra satisfacción, le otorgaré el don de volver hermosa a la persona que le guste.


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Dominio público
7 págs. / 12 minutos / 456 visitas.

Publicado el 28 de junio de 2020 por Edu Robsy.

Las Tres Plumas

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Érase una vez un rey que tenía tres hijos, de los cuales dos eran listos y bien dispuestos, mientras el tercero hablaba poco y era algo simple, por lo que lo llamaban «El lelo». Sintiéndose el Rey viejo y débil, pensó que debía arreglar las cosas para después de su muerte, pero no sabía a cuál de sus hijos legar la corona. Díjoles entonces:

— Marchaos, y aquel de vosotros que me traiga el tapiz más hermoso, será rey a mi muerte —. Y para que no hubiera disputas, llevólos delante del palacio, echó tres plumas al aire, sopló sobre ellas y dijo—: Iréis adonde vayan las plumas.

Voló una hacia Levante; otra, hacia Poniente, y la tercera fue a caer al suelo, a poca distancia. Y así, un hermano partió hacia la izquierda; otro, hacia la derecha, riéndose ambos de «El lelo», que, siguiendo la tercera de las plumas, hubo de quedarse en el lugar en que había caído.

Sentóse el mozo tristemente en el suelo, pero muy pronto observó que al lado de la pluma había una trampa. La levantó y apareció una escalera; descendió por ella y llegó ante una puerta. Llamó, y oyó que alguien gritaba en el interior:

«Ama verde y tronada,
pata arrugada,
trasto de mujer
que no sirve para nada:
a quien hay ahí fuera, en el acto quiero ver».

Abrióse la puerta, y el príncipe se encontró con un grueso sapo gordo, rodeado de otros muchos más pequeños. Preguntó el gordo qué deseaba, a lo que respondió el joven:

— Voy en busca del tapiz más bello y primoroso del mundo.

El sapo, dirigiéndose a uno de los pequeños, le dijo:

«Ama verde y tronada,
pata arrugada,
trasto de mujer
que no sirve para nada:
aquella gran caja me vas a traer».


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3 págs. / 5 minutos / 391 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Lecturas Infantiles

José Ortega Munilla


Cuento infantil


Antes de leer

El niño vive en perpetua curiosidad. Él quiere saberlo todo, quiere aprenderlo todo. Ved cómo sobre la tierra sedienta caen las gotas de la lluvia que, en el acto, se secan. No de otra manera, en el ánimo infantil, caen cuantas novedades llegan a él. Por eso es tan grave la responsabilidad del que enseña. Acaso, una mala semilla destroza un corazón.

Cuentan los viajeros que recorrieron las orillas del Ganges, allá en la lejana y dorada India, que en el territorio llamado Titnebrais se crían las rosas más encendidas y galanas, las más frescas y odorantes que hay en el mundo.

Cierto Genio maléfico, enemigo de todo lo bueno, quiso destruir aquel vergel maravilloso, y lo hizo abriendo con su vara un agujero en el centro del jardín, depositando allí la semilla del arbusto llamado Brunar. Ese es el arbolillo del odio, el de los pecados, el de los crímenes. Donde él se desarrolla, desaparece lo bello y se borra lo bueno. En efecto, el encantador paraíso de las rosas quedó para siempre desierto. Todos los lindos arbustos perecieron.

No creáis que ocurre cosa distinta cuando en el alma del niño se deposita un germen virulento. Así, pues, los que escriben para distraer a los muchachos, han de examinar muy detenidamente el granito de saber y de fantasía que van a entregar a los inocentes lectores.

Y esa obligación moral, no solamente se impone a los hombres honrados, sino que les marca el camino que han de seguir en su relación literaria con los jóvenes a quien dedican sus páginas. No lo olvidaré yo ciertamente.

Las armas de la victoria

En verdad que la espada con que el soldado defiende su patria, humilla al enemigo malo y le derrota, es merecedora del aplauso y del amor. Pero hay otras herramientas, hay otros útiles con que los hombres ganan victorias imperecederas.

¿Dónde están? ¿En qué consisten?


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Dominio público
31 págs. / 55 minutos / 182 visitas.

Publicado el 25 de junio de 2018 por Edu Robsy.

Juan el Listo

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Pregunta la madre a Juan:

— ¿Adónde vas, Juan?

Responde Juan:

— A casa de Margarita.

— Que te vaya bien, Juan.

— Bien me irá. Adiós, madre.

— Adiós, Juan.

Juan llega a casa de Margarita.

— Buenos días, Margarita.

— Buenos días, Juan. ¿Qué traes de bueno?

— Traer, nada; tú me darás.

Margarita regala a Juan una aguja. Juan dice:

— Adiós, Margarita.

— Adiós, Juan.

Juan coge la aguja, la pone en un carro de heno y se vuelve a casa tras el carro.

— Buenas noches, madre.

— Buenas noches, Juan. ¿Dónde estuviste?

— Con Margarita estuve.

— ¿Qué le llevaste?

— Llevar, nada; ella me dio.

— ¿Y qué te dio Margarita?

— Una aguja me dio.

— ¿Y dónde tienes la aguja, Juan?

— En el carro de heno la metí.

— Hiciste una tontería, Juan; debías clavártela en la manga.

— No importa, madre; otra vez lo haré mejor.

— ¿Adónde vas, Juan?

— A casa de Margarita, madre.

— Que te vaya bien, Juan.

— Bien me irá. Adiós, madre.

— Adiós, Juan.

Juan llega a casa de Margarita.

— Buenos días, Margarita.

— Buenos días, Juan. ¿Qué traes de bueno?

— Traer, nada; tú me darás.

Margarita regala a Juan un cuchillo.

— Adiós, Margarita.

— Adiós, Juan.

Juan coge el cuchillo, se lo clava en la manga y regresa a su casa.

— Buenas noches, madre.

— Buenas noches, Juan. ¿Dónde estuviste?

— Con Margarita estuve.

— ¿Qué le llevaste?

— Llevar, nada; ella me dio.

— ¿Y qué te dio Margarita?

— Un cuchillo me dio.

— ¿Dónde tienes el cuchillo, Juan?

— Lo clavé en la manga.

— Hiciste una tontería, Juan. Debiste meterlo en el bolsillo.


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3 págs. / 5 minutos / 132 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Caperucita Roja

Charles Perrault


Cuento infantil


Había una vez una niñita en un pueblo, la más bonita que jamás se hubiera visto; su madre estaba enloquecida con ella y su abuela mucho más todavía. Esta buena mujer le había mandado hacer una caperucita roja y le sentaba tanto que todos la llamaban Caperucita Roja.

Un día su madre, habiendo cocinado unas tortas, le dijo.

—Anda a ver cómo está tu abuela, pues me dicen que ha estado enferma; llévale una torta y este tarrito de mantequilla.

Caperucita Roja partió en seguida a ver a su abuela que vivía en otro pueblo. Al pasar por un bosque, se encontró con el compadre lobo, que tuvo muchas ganas de comérsela, pero no se atrevió porque unos leñadores andaban por ahí cerca. Él le preguntó a dónde iba. La pobre niña, que no sabía que era peligroso detenerse a hablar con un lobo, le dijo:

—Voy a ver a mi abuela, y le llevo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía.

—¿Vive muy lejos?, le dijo el lobo.

—¡Oh, sí!, dijo Caperucita Roja, más allá del molino que se ve allá lejos, en la primera casita del pueblo.

—Pues bien, dijo el lobo, yo también quiero ir a verla; yo iré por este camino, y tú por aquél, y veremos quién llega primero.

El lobo partió corriendo a toda velocidad por el camino que era más corto y la niña se fue por el más largo entreteniéndose en coger avellanas, en correr tras las mariposas y en hacer ramos con las florecillas que encontraba. Poco tardó el lobo en llegar a casa de la abuela; golpea: Toc, toc.

—¿Quién es?

—Es su nieta, Caperucita Roja, dijo el lobo, disfrazando la voz, le traigo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía.

La cándida abuela, que estaba en cama porque no se sentía bien, le gritó:

—Tira la aldaba y el cerrojo caerá.


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2 págs. / 3 minutos / 3.297 visitas.

Publicado el 17 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Abeja Haragana

Horacio Quiroga


Cuento, Cuento infantil


Había una vez en una colmena una abeja que no quería trabajar, es decir, recorría los árboles uno por uno para tomar el jugo de las flores; pero en vez de conservarlo para convertirlo en miel, se lo tomaba del todo.

Era, pues, una abeja haragana. Todas las mañanas apenas el sol calentaba el aire, la abejita se asomaba a la puerta de la colmena, veía que hacía buen tiempo, se peinaba con las patas, como hacen las moscas, y echaba entonces a volar, muy contenta del lindo día. Zumbaba muerta de gusto de flor en flor, entraba en la colmena, volvía a salir, y así se lo pasaba todo el día mientras las otras abejas se mataban trabajando para llenar la colmena de miel, porque la miel es el alimento de las abejas recién nacidas.

Como las abejas son muy serias, comenzaron a disgustarse con el proceder de la hermana haragana. En la puerta de las colmenas hay siempre unas cuantas abejas que están de guardia para cuidar que no entren bichos en la colmena. Estas abejas suelen ser muy viejas, con gran experiencia de la vida y tienen el lomo pelado porque han perdido todos los pelos al rozar contra la puerta de la colmena.

Un día, pues, detuvieron a la abeja haragana cuando iba a entrar, diciéndole:

—Compañera: es necesario que trabajes, porque todas las abejas debemos trabajar.

La abejita contestó:

—Yo ando todo el día volando, y me canso mucho.

—No es cuestión de que te canses mucho —respondieron—, sino de que trabajes un poco. Es la primera advertencia que te hacemos.

Y diciendo así la dejaron pasar.

Pero la abeja haragana no se corregía. De modo que a la tarde siguiente las abejas que estaban de guardia le dijeron:

—Hay que trabajar, hermana.

Y ella respondió en seguida:

—¡Uno de estos días lo voy a hacer!

—No es cuestión de que lo hagas uno de estos días —le respondieron—, sino mañana mismo. Acuérdate de esto. Y la dejaron pasar.


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Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 2.354 visitas.

Publicado el 28 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Guerra de los Yacarés

Horacio Quiroga


Cuento, Cuento infantil


En un río muy grande, en un país desierto donde nunca había estado el hombre, vivían muchos yacarés. Eran más de cien o más de mil. Comían peces, bichos que iban a tomar agua al río, pero sobre todo peces. Dormían la siesta en la arena de la orilla, y a veces jugaban sobre el agua cuando había noches de luna.

Todos vivían muy tranquilos y contentos. Pero una tarde, mientras dormían la siesta, un yacaré se despertó de golpe y levantó la cabeza porque creía haber sentido ruido. Prestó oídos, y lejos, muy lejos, oyó efectivamente un ruido sordo y profundo. Entonces llamó al yacaré que dormía a su lado.

—¡Despiértate! —le dijo—. Hay peligro.

—¿Qué cosa? —respondió el otro, alarmado.

—No sé —contestó el yacaré que se había despertado primero—. Siento un ruido desconocido.

El segundo yacaré oyó el ruido a su vez, y en un momento despertaron a los otros. Todos se asustaron y corrían de un lado para otro con la cola levantada.

Y no era para menos su inquietud, porque el ruido crecía, crecía. Pronto vieron como una nubecita de humo a lo lejos, y oyeron un ruido de chas—chas en el río como si golpearan el agua muy lejos.

Los yacarés se miraban unos a otros: ¿qué podía ser aquello?

Pero un yacaré viejo y sabio, el más sabio y viejo de todos, un viejo yacaré a quién no quedaban sino dos dientes sanos en los costados de la boca, y que había hecho una vez un viaje hasta el mar, dijo de repente:

—¡Yo sé lo que es! ¡Es una ballena! ¡Son grandes y echan agua blanca por la nariz! El agua cae para atrás.

Al oír esto, los yacarés chiquitos comenzaron a gritar como locos de miedo, zambullendo la cabeza. Y gritaban:

—¡Es una ballena! ¡Ahí viene la ballena!

Pero el viejo yacaré sacudió de la cola al yacarecito que tenía más cerca.


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Dominio público
9 págs. / 17 minutos / 2.218 visitas.

Publicado el 28 de julio de 2016 por Edu Robsy.

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