Textos favoritos etiquetados como Cuento infantil | pág. 41

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etiqueta: Cuento infantil


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Las Castañas

Teodoro Baró


Cuento infantil


La familia de Juan Honrado estaba reunida alrededor del hogar donde se levantaba una hermosa llama y chisporroteaban, gimiendo antes al soltar los restos de savia, gruesos tizones que en abundancia proporcionaba el bosque. Juan era hombre de cincuenta años, fornido y robusto, que se dedicaba al cultivo de la tierra y a la felicidad de su familia, compuesta de su esposa, de nombre Concepción; de Perico, hermoso niño de doce años, y de Pablito, no menos bello, que contaba diez. Después de cenar en paz y gracia de Dios, habían rezado el rosario y luego comido unas cuantas castañas que se asaban en el rescoldo, alegrando a los niños su ¡pim! ¡pum! con que anunciaban que pronto estarían a punto, al mismo tiempo que hacían saltar la ceniza que las cubría, no sin que a veces molestara a Chelín, perro de caza que dormitaba apoyado el hocico en ambas patas, quien, en este caso, se limitaba a levantar una para sacudirse la ceniza de las narices, al mismo tiempo que abría un ojo para enterarse de lo que pasaba, volviendo a quedar a los pocos momentos cerrados los dos y él dormido.


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Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Las Golondrinas

Teodoro Baró


Cuento infantil


Las golondrinas aparecieron en el horizonte, se fueron acercando y comenzaron a describir círculos por encima de la casa de Isidro. Luego su vuelo fue vertiginoso; unas veces se elevaban más rápidas que una saeta, otras se dejaban caer como plomo, y al rozar la hierba se deslizaban por encima del prado con loca velocidad, tocando las florecillas con la punta de sus alas y cantando:


¡Pi, piu; pi, piu; pi, pi!
¡El buen tiempo ya está aquí!
 

Al oírlas, el gallo, siempre desdeñoso por exceso de orgullo, se atufaba, enderezaba sus patas, estiraba el cuerpo, alargaba el cuello, abría desmesuradamente el pico y cantaba contestando a las golondrinas:


¡Quiquiriquí!
¿qué me cuenta V. a mí?
 

El pavo convertía su cola en abanico, agitaba todas sus plumas, se ahuecaba, su cresta colgante tomaba matices blancos, azulados y rojos; en una palabra, se daba una pavonada, y exclamaba:


¡Garú, garú, garó!
¡El mal tiempo ya pasó!
 

Las golondrinas continuaron su vuelo errante y vagabundo sin hacer caso del orgulloso gallo ni del vanidoso pavo; poco a poco se fueron acercando a la casa, pasaron tocando sus nidos, que se conservaban pegados al alero del tejado; algunas alargaron el pico y hasta metieron la cabecita dentro del agujero del nido; y como con su alegría creciese el canto, no se oía otra cosa en el espacio que

¡Pi, piu; pi, piu; pi, pi!

¡El buen tiempo ya está aquí!

Otras golondrinas se aproximaban al alero, tocaban las piedras de la fachada con sus picos y se alejaban para volver otra vez. Los hijos de Isidro las estaban observando y decían:

—Mira, mira, cómo construyen nuevos nidos.


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Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Hiedra

Teodoro Baró


Cuento infantil


Rafaelito tenía un humor muy negro porque su padre le había castigado. Verdad es que el castigo no es cosa agradable y que ponga la cara alegre, pero también lo es que los niños deben portarse bien para que los padres no se vean obligados a recurrir a tan duro trance, que siempre lo es para ellos castigar a sus hijos. Rafaelito daba motivo, cuando menos dos veces por semana, a que le aplicasen una corrección.


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Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Los Rosales

Teodoro Baró


Cuento infantil


Una reja separaba los jardines de dos casas de Sevilla, allá por el año 1630. El uno era muy grande y correspondía a una fachada de piedra, muy hermosa; y el otro era muy chiquitito, tanto como modesta y casi pobre la casita que adornaba. Por entre los hierros se enroscaban las enredaderas, cuyas flores de botones y pétalos amarillos, carmesíes y azules recreaban la vista y perfumaban el ambiente. Las hojas de dos rosales se besaban a través de la reja, cariño muy natural, pues la tierra de la casita dijo un día al magnífico rosal que crecía en el jardín inmediato:

—Dáme una de las semillas. Yo la abrigaré con cuidado y cuando llegue la primavera me abriré para que el delicado tallo que brote se bañe en aire y sol.

El rosal soltó una semilla que se convirtió en otro rosal lozano; y como recordaba su origen, se querían y se contaban todo lo que pasaba en una y otra casa. ¿Cómo lo sabían? Ambos encerraban néctar en sus corolas; y cuando los insectos, que tenían el privilegio de penetrar en las habitaciones, pedían a una de ellas que les permitiese libar una gotita del dulcísimo licor, les contestaban:

—Si me referís lo que habéis visto, tendréis néctar.

Los insectos no se hacían de rogar; y luego las rosas pedían al céfiro que las empujara hacia sus hermanas, y cuando estaban cerca, se decían:

—Oíd lo que me ha contado el insecto.

Unas veces las rosas se ponían más encendidas de lo que estaban, y era que las nuevas las ponían contentas; otras palidecían a impulsos de la tristeza, cosa muy natural, pues cada rosal se interesaba por sus dueños.

Cierta mañana de la estación hermosa, poco después de salir el sol, una mosca escapó zumbando de la casita, y posando el vuelo en una hoja, cerca de la flor, le dijo:

—Buenos días. Veo una gota de rocío que parece una perla. ¿Quieres que beba?

—Págame el servicio contándome lo que sepas.


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Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Viento

Teodoro Baró


Cuento infantil


El viento despertó aterido en la cima de la montaña más alta de la tierra, siempre cubierta de nieve. Su desperezar fue terrible, pues pareció que la cordillera temblaba, y la nieve comenzó a rodar por las laderas, arrastrando cuanto encontraba a su paso. Luego el viento se agitó y rugió.

—¡Tengo frío!

Huyó del monte, dando saltos tan grandes como no los ha dado el animal más ligero. Los árboles más añosos se inclinaban a su paso. El viento no hacía más que tocarles y se doblaban. Al llegar a los valles sintió ya el calor de la carrera y continuó rugiendo y saltando. Otra montaña le cerró el paso, y después de haberla azotado como si quisiera derribarla, subió a sus picachos desgajando árboles y derrumbando rocas y saltó al lado opuesto. Allí estaba el mar.

—¡Despierta, hermano, bramó el viento! ¡Aquí estoy yo!

—¿Por qué vienes a turbar mi reposo? preguntó el Océano.

—Quiero jugar contigo. Despierta.

Y para desperezarle, el viento le sacudió con sus robustos brazos.

El mar se entregó al viento, que le levantó hasta las nubes y le dejó caer con estrépito; luego bajó a cogerle al fondo del abismo, y como locos saltaron, corrieron, brincaron; bramando, silbando y rugiendo.

—¿Dónde está el rayo? exclamó el viento. ¡Me gusta jugar contigo, oh mar, cuando su luz siniestra enrojece las nubes!

—Aquí estoy, exclamó con acento metálico.

—¿Quién habla?

—Yo.

—¿Quién eres?

—El telégrafo.

—¿Qué tiene que ver el telégrafo con el rayo?

—El hombre me ha sujetado a este alambre y ha aprovechado mi velocidad para suprimir el espacio.

El viento soltó una carcajada. Al oírla, las ballenas y los tiburones se espantaron y huyeron hacia el polo.

—¡Sólo falta, dijo el viento, que el hombre suba a las nubes y te aprisione!


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Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Las Buenas Hadas

Julia de Asensi


Cuento infantil


La pobre Micaela se había quedado viuda siendo muy joven y con escasísimos recursos. Gracias a la caridad de una vecina, que cuidaba a su único hijo de edad de cuatro años, había podido ponerse a servir, pero aquella excelente mujer había muerto poco después y la viuda se vio obligada a llevarse a su niño, perdiendo por esto la colocación que tenía.

Allá, en una pequeña aldea donde había nacido, vivían algunos parientes suyos, los unos ricos, pero avaros; los otros en tan triste situación como ella. A fuerza de economías había reunido lo necesario para pagar el viaje y se puso en camino con su hijo, del que no se quería separar.

Poco se acordaban en el pueblo de la viuda y la recibieron con desvío o con frialdad. Ella tenía a su Félix para consolarse, porque el muchacho era dócil y bueno y adoraba a su madre.

La pobre mujer alquiló un cuarto muy pequeño, con dos habitaciones únicamente, y se dedicó a coser y a planchar, reuniendo una parroquia muy reducida aunque trabajaba bien y se hacía pagar poco, mucho menos que las otras costureras y planchadoras del lugar.

Había arreglado pronto su casa, porque no tenía apenas muebles, pero éstos eran limpios y no de mal gusto, por lo que Félix no pudo darse cuenta al principio de los sacrificios que la madre se imponía para que el niño no viviese peor que los demás de su clase.

No iba a la escuela, pero tampoco bajaba a jugar a la calle, viendo ésta desde su ventana adornada con unas cortinas de percal, dos tiestos, con claveles el uno y geranios el otro, y una jaula con un pájaro.


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Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Fantasma del Bosque

Julia de Asensi


Cuento infantil


I

¿Por qué habían nacido tan iguales aquellos dos muchachos? No eran de la misma familia ni vivían en la misma clase social. El uno, Guillermo, era hijo único del señor del castillo, y el otro, Paulino, de un pobre soldado. Tenían entonces unos diez añitos, igual estatura, más bien alta que baja para su edad, el cabello castaño, los ojos negros, grandes y expresivos, la tez morena y algo pálida, los labios gruesos y los dientes blancos y pequeños.

Decíase que la madre de Paulino tenía veneración por la castellana, encontrándole una notable semejanza con la Virgen que en un cuadro antiguo trazara un hábil pintor y que se veneraba en la vieja iglesia de aquel pueblo. Y que así como Guillermo era el vivo retrato de la castellana, Paulino se parecía al niño Jesús que tenía la Virgen en sus brazos, igual en el rostro a la santa imagen que tanto había mirado su madre antes de darle a luz.

Si en la parte física se asemejaban los dos niños, no ocurría lo mismo en la moral. Guillermo era bueno, caritativo y amable; Paulino adusto, retraído y envidioso.

La castellana daba a la mujer del soldado las prendas poco usadas por su hijo y Paulino vertía amargo llanto al ponerse aquellas ropas de desecho. ¿Por qué no había de ser él hijo de padres ricos y nobles como Guillermo y tener caballo, coche y juguetes? ¿Había alguna razón para que todos saludaran con cariño y respeto a aquel muchacho de su edad y a él no se dignaran mirarle siquiera? ¡Cuánto odiaba a aquel ser afortunado, nacido el mismo año que él, pero halagado por los dones de la fortuna, mientras Paulino carecía hasta de lo más necesario para vivir?


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Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Gato Negro

Julia de Asensi


Cuento infantil


Dos gatitos, nada más, había tenido la gata de Doña Casimira Vallejo, y ya habían pedido a la citada señora nada menos que catorce. Y es que los gatitos eran completamente negros, y sabido es que hay muchas personas que creen que aquéllos traen la felicidad a las casas.

De buena gana Doña Casimira no se hubiera desprendido de aquellos dos hijos de su Sultana; pero su esposo le había declarado que no quería mas gatos en su vivienda, y la buena señora tuvo que resignarse a regalarlos el día mismo que cumplieran dos meses.

Mucho tiempo estuvo pensando dónde quedarían mejor colocados; el vecino del piso bajo perdía muchos gatos y no faltaba quien sospechase que se los comía; el tendero de entrente los dejaba salir a la calle y se los robaban; la vieja del cuarto entresuelo era muy económica y no les daba de comer; el cura tenía un perro que asustaba a los animalitos; y así, de uno en otro, resultó que los catorce pedidos se redujeron para Doña Casimira solamente a dos, casualmente el número de gatos que tenía. Aún así, no acabaron sus cavilaciones.

Moro, el más hermoso y más grave de los dos gatitos, convendría mejor a Doña Carlota, la vecina del tercero de la izquierda, que tenía una hija muy juiciosa a pesar de sus cortos años; pero Fígaro (así nombrado por el marido de Doña Casimira por haberle hallado un día jugando con su guitarra, cuyas cuerdas sonaban no muy armoniosamente)… Fígaro, que, según decían, tenía una vaga semejanza con el barbero del número 8 de aquella calle, por lo que había merecido dos veces ser llamado de aquella manera, no estaría del todo bien en casa de don Serafín, cuyos niños eran muy revoltosos y trataban con dureza a los animales.

Pero al cabo, como el tiempo urgía, Morito fue entregado a Doña Carlota y Fígaro a Don Serafín.


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Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Ginesillo el Tonto

Julia de Asensi


Cuento infantil


El tren correo acababa de llegar a la estación de Santa Marina y de él se apeó, entre otras muchas personas, un viajero joven, sencillo pero elegantemente vestido, que iba sin duda para asistir a las fiestas del citado pueblo, que empezaban aquella noche.

No sabía el caballero que ya no se encontraba en la posada, con honores de fonda, ni una habitación disponible; juzgaba cosa fácil tener albergue en la pequeña población. A la primera pregunta que hizo sobre el particular pudo comprender el error en que estaba; todo había sido cedido o alquilado a parientes, parroquianos o amigos, hasta las guardillas, hasta los pajares, hasta las cuadras.

—¿Qué voy a hacer si no hallo dónde pasar la noche? —se preguntó el viajero.

Andando a la casualidad vio en una calle estrecha, fea y sucia, una casa muy vieja, compuesta de dos pisos, con ventanas, detrás de la que se extendía un mal cuidado jardín. Todo parecía indicar que el citado edificio estaba abandonado por completo; los cristales cubiertos de polvo y telarañas, los muros en estado medio ruinoso, la puerta un tanto desvencijada. Pegado en ella se veía un papel amarillento en el que apenas podían leerse estas palabras, escritas con una letra gruesa y desigual: «Se alquila o se vende. En el número 8 darán razón.» La casa tenía el número 4, por consiguiente el forastero encontró sin dificultad el lugar donde podían darle noticias respecto a aquel viejo edificio. Una niña de diez a once años se hallaba a la entrada ocupándose en recoger alguna ropa lavada que había tendido al sol para que se secase.

—¿Se puede ver la casa que tiene el número 4? —preguntó el caballero.

La muchacha le miró con verdadero asombro y no respondió.

—He visto que se alquila o se vende —prosiguió él—, y como me figuro que no ha de ser cara, tomándola por unos días resuelvo el difícil problema de tener dónde dormir en este pueblo durante las fiestas.


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Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Pozo Mágico

Julia de Asensi


Cuento infantil


Una tarde, que los padres aún no habían vuelto de trabajar en el campo, se hallaba Juanito en su bonita casa compuesta de dos pisos, al cuidado de una anciana encargada de atender a las faenas de la cocina, mientras sus amos procuraban sacar de una ingrata tierra lo preciso para el sustento de todo el año.

La casa era el sólo bien que los dos labradores habían logrado salvar después de varias malas cosechas; era herencia de los padres de ella y por nada en el mundo la hubieran vendido o alquilado.

Juanito se hallaba en la sala, una habitación grande, alta de techo, con dos ventanas que daban al campo, amueblada con sillas de Vitoria, un rústico sofá, una cómoda, con una infinidad de baratijas encima, y dos mesas.

A una de las ventanas, que estaba abierta, se acercó por la parte de fuera un hombre mal encarado, vestido pobremente y con un fuerte garrote en la mano. Hizo seña a Juanito de que se acercara y le preguntó, cuando el muchacho estuvo próximo, donde se encontraba su padre.

—En el campo grande —contestó el niño.

—¿Y dónde es eso? —prosiguió el hombre.

—Por lo visto es V. forastero cuando no lo sabe. Mire por donde yo señalo con la mano. Ese sendero de ahí enfrente tuerce a la izquierda, sale a una explanada, luego…

—No hay quien lo entienda —interrumpió el hombre—; y el caso es que urge verlo para el ajuste de los garbanzos y de la cebada. ¿No podrías acompañarme?

—Mis padres me han prohibido salir de casa, y si falto a su orden me castigarán.

—Más podrán castigarte si pierden la renta por ti.

—¿Y qué he de hacer entonces?

—Acompañarme si quieres y si no dejarlo que haré el trato con otro labrador.

—Es que —prosiguió el niño—, dicen que hay dos secuestradores en el país y por eso mis padres temen que salga.


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Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

3940414243