Textos mejor valorados etiquetados como Cuento infantil publicados el 26 de agosto de 2016 | pág. 3

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etiqueta: Cuento infantil fecha: 26-08-2016


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El Pájaro del Brujo

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Érase una vez un brujo que, adoptando la figura de anciano, iba a mendigar de puerta en puerta y robaba a las muchachas hermosas. Nadie sabía adónde las llevaba, pues desaparecían para siempre. Un día se presentó en la casa de un hombre rico, que tenía tres hijas muy bellas; iba, como de costumbre, en figura de achacoso mendigo, con una cesta a la espalda, como para meter en ella las limosnas que le hicieran. Pidió algo de comer, y al salir la mayor a darle un pedazo de pan, tocóla él con un dedo, y la muchacha se encontró en un instante dentro de la cesta.

Alejóse entonces el brujo a largos pasos, y se llevó a la chica a su casa, que estaba en medio de un tenebroso bosque. Todo era magnífico en la casa; el viejo dio a la joven cuanto ella pudiera apetecer y le dijo:

— Tesoro mío, aquí lo pasarás muy bien; tendrás todo lo que tu corazón pueda apetecer.

Así pasaron unos días, al cabo de los cuales dijo él:

— Debo marcharme y dejarte sola por breve tiempo. Ahí tienes las llaves de la casa: puedes recorrerla toda y ver cuanto hay en ella. Sólo no entrarás en la habitación correspondiente a esta llavecita. Te lo prohibo bajo pena de muerte. — Dióle también un huevo, diciéndole: — Guárdame este huevo cuidadosamente, y llévalo siempre contigo, pues si se perdiese ocurriría una gran desgracia.


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Publicado el 26 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Perro y el Gorrión

Hermanos Grimm


Cuento infantil


A un perro de pastor le había tocado en suerte un mal amo, que le hacía pasar hambre. No queriendo aguantarlo por más tiempo, el animal se marchó, triste y pesaroso. Encontróse en la calle con un gorrión, el cual le preguntó:

— Hermano perro, ¿por qué estás tan triste?

Y respondióle el perro:

— Tengo hambre y nada que comer.

Aconsejóle el pájaro:

— Hermano, vente conmigo a la ciudad —, yo haré que te hartes.

Encamináronse juntos a la ciudad, y, al llegar frente a una carnicería, dijo el gorrión al perro:

— No te muevas de aquí; a picotazos te haré caer un pedazo de carne —y, situándose sobre el mostrador y vigilando que nadie lo viera, se puso a picotear y a tirar de un trozo que se hallaba al borde, hasta que lo hizo caer al suelo. Cogiólo el perro, llevóselo a una esquina y se lo zampó. Entonces le dijo el gorrión:

— Vamos ahora a otra tienda; te haré caer otro pedazo para que te hartes.

Una vez el perro se hubo comido el segundo trozo, preguntóle el pájaro:

— Hermano perro, ¿estás ya harto?

— De carne, sí —respondió el perro—, pero me falta un poco de pan.

Dijo el gorrión:

— Ven conmigo, lo tendrás también — y, llevándolo a una panadería, a picotazos hizo caer unos panecillos; y como el perro quisiera todavía más, condújolo a otra panadería y le proporcionó otra ración. Cuando el perro se la hubo comido, preguntóle el gorrión:

— Hermano perro, ¿estás ahora harto?

— Sí —respondió su compañero—. Vamos ahora a dar una vuelta por las afueras.

Salieron los dos a la carretera; pero como el tiempo era caluroso, al cabo de poco trecho dijo el perro:

— Estoy cansado, y de buena gana echaría una siestecita.

— Duerme, pues —asintió el gorrión;— mientras tanto, yo me posaré en una rama.

Y el perro se tendió en la carretera y pronto se quedó dormido.


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Publicado el 26 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Piojito y la Pulguita

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Un piojito y una pulguita hacían vida en común y cocían su cerveza en una cáscara de huevo. He aquí que el piojito se cayó dentro y murió abrasado. Ante aquella desgracia, la pulguita se puso a llorar a voz en grito. Al oírla, preguntó la puerta de la habitación:

— ¿Por qué lloras, Pulguita?

— Porque Piojito se ha quemado.

Entonces se puso la puerta a rechinar. Y dijo Escobita desde el rincón:

— ¿Por qué rechinas, Puertecita?

— ¿Cómo quieres que no rechine?

«Piojito se ha abrasado,
Pulguita llora».

Y la escobita se puso a barrer desesperadamente. Llegó en esto un carrito y dijo:

— ¿Por qué barres, Escobita?

— ¿Cómo quieres que no barra?:

«Piojito se ha abrasado,
Pulguita llora,
Puertecita rechina».

Entonces exclamó Carrito:

— Pues voy a correr —y echó a correr desesperadamente. Y dijo Estercolillo, por delante del cual pasaba:

— ¿Por qué corres, Carrito?

— ¿Cómo quieres que no corra?:

«Piojito se ha abrasado,
Pulguita llora,
Puertecita rechina,
Escobita barre».

Y dijo entonces Estercolillo:

—Pues yo voy a arder desesperadamente —y se puso a arder en brillante llamarada. Había junto a Estercolillo un arbolillo, que preguntó:

— ¿Por qué ardes, Estercolillo?

— ¿Cómo quieres que no arda?:

«Piojito se ha abrasado,
Pulguita llora,
Puertecita rechina,
Escobita barre,
Carrito corre».

Y dijo Arbolillo:

— Pues yo me sacudiré —y empezó a sacudirse tan vigorosamente, que las hojas le cayeron. Violo una muchachita que acertaba a pasar con su jarrito de agua, y dijo:

— Arbolillo, ¿por qué te sacudes?

— ¿Cómo quieres que no me sacuda?

«Piojito se ha abrasado,
Pulguita llora,
Puertecita rechina,
Escobita barre,
Carrito corre,
Estercolillo arde».


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1 pág. / 2 minutos / 182 visitas.

Publicado el 26 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Pobre Mozo Molinero y la Gatita

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Vivía en un molino un viejo molinero que no tenía mujer ni hijos, sino sólo tres mozos a su servicio. Cuando ya llevaban muchos años trabajando con él, un día les dijo:

—Soy viejo y quiero retirarme a descansar. Salid a recorrer el mundo, y a aquel de vosotros que me traiga el mejor caballo, le cederé el molino; pero con la condición de que me cuide hasta mi muerte—.

El más joven de los mozos, que era el aprendiz, se llamaba Juan, y los otros lo tenían por necio y no querían que llegase a ser dueño del molino. Marcháronse los tres juntos y, al llegar a las afueras del pueblo, dijeron los dos a Juan el tonto:

—Mejor será que te quedes aquí; en toda tu vida no podrás procurarte un jamelgo—.

Sin embargo, Juan insistió en ir con ellos, y al anochecer llegaron a una cueva en la que se refugiaron para dormir. Los dos mayores, que se creían muy listos, aguardaron a que Juan estuviese dormido, y luego se marcharon, abandonando a su compañero.

Cuando, al salir el sol, se despertó Juan, encontróse en una profunda caverna y, mirando en torno suyo, exclamó:

—¡Dios mío!, ¿dónde estoy?—.

Subió al borde de la cueva y salió al bosque, pensando: "Solo y abandonado, ¿cómo me procuraré el caballo?". Mientras andaba sumido en sus pensamientos, salióle al encuentro una gatita, de piel abigarrada, que le dijo en tono amistoso:

—¿Adónde vas, Juan?—.

—¡Bah! ¿Qué puedes hacer tú por mí?—.

—Sé muy bien qué es lo que buscas—, respondióle la gata —:un buen caballo. Vente conmigo; si me sirves durante siete años, te daré uno tan hermoso como jamás lo viste en tu vida—.


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Publicado el 26 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Rey de la Montaña de Oro

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Un comerciante tenía dos hijos, un niño y una niña, tan pequeños que todavía no andaban. Dos barcos suyos, ricamente cargados, se hicieron a la mar; contenían toda su fortuna, y cuando él pensaba realizar con aquel cargamento un gran beneficio, llególe la noticia de que habían naufragado, con lo cual, en vez de un hombre opulento, convirtióse en un pobre, sin más bienes que un campo en las afueras de la ciudad.

Con la idea de distraerse en lo posible de sus penas, salió un día a su terruño y, mientras paseaba de un extremo a otro, acercósele un hombrecillo negro y le preguntó el motivo de su tristeza, que no parecía sino que le iba el alma en ella. Respondióle el mercader:

— Te lo contaría si pudieses ayudarme a reparar la desgracia.

— ¡Quién sabe! — exclamó el enano negro —. Tal vez me sea posible ayudarte.

Entonces el mercader le dijo que toda su fortuna se había perdido en el mar y que ya no le quedaba sino aquel campo.

— No te apures — díjole el hombrecillo —. Si me prometes que dentro de doce años me traerás aquí lo primero que te toque la pierna cuando regreses ahora a tu casa, tendrás todo el dinero que quieras.

Pensó el comerciante: «¿Qué otra cosa puede ser, sino mi perro?», sin acordarse ni por un instante de su hijito, por lo cual aceptó la condición del enano, suscribiéndola y sellándola.


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Publicado el 26 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Rey Pico de tordo

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Tenía un rey una hija que era hermosa por encima de toda ponderación; pero tan orgullosa y soberbia, que no encontraba ningún pretendiente de su gusto: Uno tras otro, los rechazaba a todos y, encima, se burlaba de ellos.

Un día, el Rey dispuso una gran fiesta e invitó a todos los mozos casaderos de varias leguas a la redonda. Fueron colocados en fila, por orden de rango: en primer lugar, los reyes; después, los duques, los príncipes, los condes y barones, y, finalmente, los caballeros. Pasóles revista la princesa, pero a cada uno tuvo algo que objetar. Éste era demasiado gordo: «¡Vaya tonel», exclamaba. El segundo, demasiado larguirucho: «Flaco y largo no tiene garbo». El tercero, demasiado bajo: «Gordo y bajo, un estropajo». El cuarto, demasiado pálido: «¡Parece la muerte!». El quinto, demasiado rojo: «¡Vaya gallo!». El sexto no era bastante derecho: «Leña verde, secada detrás de la estufa». Y, así sucesivamente, en todos descubría algún defecto. Pero de quien más se burló fue de un bondadoso rey, que figuraba entre los primeros y cuya barbilla era un poco saliente:

— ¡Ja, ja! — exclamó la princesa, soltando la carcajada —, éste tiene una barbilla que parece el pico de un tordo.

Por lo que, en adelante, le dieron el sobrenombre de «Pico de tordo».

El viejo rey, empero, viendo que su hija no hacía sino mofarse de todos los pretendientes y humillarlos, irritóse de tal manera que juró casar a su hija con el primer mendigo que llegase a su puerta.

Al cabo de pocos días presentóse un organillero que, después de cantar al pie de las ventanas, pidió limosna. Al enterarse el Rey, dijo:

— ¡Traedme a ese hombre!

Compareció ante él el pordiosero, todo sucio y harapiento, cantó ante el Rey y la princesa y, cuando hubo terminado, pidió una recompensa. Díjole el Rey:

— Me ha gustado tanto tu canción, que voy a darte a mi hija por esposa.


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Publicado el 26 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Rey Rana o el Fiel Enrique

Hermanos Grimm


Cuento infantil


En aquellos remotos tiempos, en que bastaba desear una cosa para tenerla, vivía un rey que tenía unas hijas lindísimas, especialmente la menor, la cual era tan hermosa que hasta el sol, que tantas cosas había visto, se maravillaba cada vez que sus rayos se posaban en el rostro de la muchacha.

Junto al palacio real extendíase un bosque grande y oscuro, y en él, bajo un viejo tilo, fluía un manantial. En las horas de más calor, la princesita solía ir al bosque y sentarse a la orilla de la fuente. Cuando se aburría, poníase a jugar con una pelota de oro, arrojándola al aire y recogiéndola, con la mano, al caer; era su juguete favorito. Ocurrió una vez que la pelota, en lugar de caer en la manita que la niña tenía levantada, hízolo en el suelo y, rodando, fue a parar dentro del agua. La princesita la siguió con la mirada, pero la pelota desapareció, pues el manantial era tan profundo, tan profundo, que no se podía ver su fondo. La niña se echó a llorar; y lo hacía cada vez más fuerte, sin poder consolarse, cuando, en medio de sus lamentaciones, oyó una voz que decía:

— ¿Qué te ocurre, princesita? ¡Lloras como para ablandar las piedras!

La niña miró en torno suyo, buscando la procedencia de aquella voz, y descubrió una rana que asomaba su gruesa y fea cabezota por la superficie del agua.

— ¡Ah!, ¿eres tú, viejo chapoteador? —dijo—. Pues lloro por mi pelota de oro, que se me cayó en la fuente.

— Cálmate y no llores más —replicó la rana—. Yo puedo arreglarlo. Pero, ¿qué me darás si te devuelvo tu juguete?

— Lo que quieras, mi buena rana —respondió la niña—: mis vestidos, mis perlas y piedras preciosas; hasta la corona de oro que llevo.


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Publicado el 26 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Sastrecillo Listo

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Érase una vez una princesa muy orgullosa; a cada pretendiente que se le presentaba planteábale un acertijo, y si no lo acertaba, lo despedía con mofas y burlas. Mandó pregonar que se casaría con quien descifrase el enigma, fuese quien fuese. Un día llegaron tres sastres, que iban juntos; los dos mayores pensaron que, después de haber acertado tantas puntadas, mucho sería que fallaran en aquella ocasión. El tercero, en cambio, era un cabeza de chorlito, que no servía para nada, ni siquiera para su oficio; confiaba, empero, en la suerte; pues, ¿en qué cosa podía confiar? Los otros dos le habían dicho:

— Mejor será que te quedes en casa. No llegarás muy lejos con tu poco talento.

Pero el sastrecillo no atendía a razones, y, diciendo que se le había metido en la cabeza intentar la aventura y que de un modo u otro se las arreglaría, marchó con ellos, como si tuviera el mundo en la mano. Presentáronse los tres a la princesa y le rogaron que les plantease su acertijo; ellos eran los hombres indicados, de agudo ingenio, que sabían cómo se enhebra una aguja. Díjoles entonces la princesa:

— Tengo en la cabeza un cabello de dos colores: ¿qué colores son éstos?

— Si no es más que eso — respondió el primero —: es negro y blanco, como el de ese paño que llaman sal y pimienta.

— No acertaste — respondió la princesa. — Que lo diga el segundo.

— Si no es negro y blanco —dijo el otro, — será castaño y rojo, como el traje de fiesta de mi padre.

— Tampoco es eso — exclamó la princesa. — Que conteste el tercero; éste sí que me parece que lo sabrá.

Adelantándose audazmente el sastrecillo, dijo:

— La princesa tiene en la cabeza un cabello plateado y dorado, y estos son los dos colores.


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Publicado el 26 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Sastre en el Cielo

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Un día, en que el tiempo era muy hermoso, Dios Nuestro Señor quiso dar un paseo por los jardines celestiales y se hizo acompañar de todos los apóstoles y los santos, por lo que en el Cielo sólo quedó San Pedro. El Señor le había encomendado que no permitiese entrar a nadie durante su ausencia, y, así, Pedro no se movió de la puerta, vigilando. Al cabo de poco llamaron, y Pedro preguntó quién era y qué quería.

— Soy un pobre y honrado sastre —respondió una vocecita suave— que os ruega lo dejéis entrar.

— ¡Sí —refunfuñó Pedro—, honrado como el ladrón que cuelga de la horca! ¡No habrás hecho tú correr los dedos, hurtando el paño a tus clientes! No entrarás en el Cielo; Nuestro Señor me ha prohibido que deje pasar a nadie mientras él esté fuera.

— ¡Un poco de compasión! —suplicó el sastre—. ¡Por un retalito que cae de la mesa! Eso no es robar. Ni merece la pena hablar de esto. Mirad, soy cojo, y con esta caminata me han salido ampollas en los pies. No tengo ánimos para volverme atrás. Dejadme sólo entrar; cuidaré de todas las faenas pesadas: llevar los niños, lavar pañales, limpiar y secar los bancos en que juegan, remendaré sus ropitas...

San Pedro se compadeció del sastre cojo y entreabrió la puerta del Paraíso, lo justito para que su escuálido cuerpo pudiese deslizarse por el resquicio. Luego mandó al hombre que se sentase en un rincón, detrás de la puerta, y se estuviese allí bien quieto y callado, para que el Señor, al volver, no lo viera y se enojara. El sastre obedeció. Al cabo de poco, San Pedro salió un momento; el sastre se levantó y, aprovechando la oportunidad, se dedicó a curiosear por todos los rincones del Cielo.


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Publicado el 26 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Señor Korbes

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Éranse una vez una gallina y un gallito que decidieron salir juntos de viaje. El gallito construyó un hermoso coche de cuatro ruedas encarnadas y le enganchó cuatro ratoncitos. La gallinita y el gallito montaron en el carruaje y emprendieron la marcha. Al poco rato se encontraron con un gato, que les dijo:

— ¿Adónde vais?

Y respondió el gallito:

«Por esos mundos vamos;
la casa del señor Korbes es la que buscamos».

— Llevadme con vosotros —suplicó el gato.

— Con mucho gusto —respondió el gallito—. Siéntate detrás, no fuera que te cayeses por delante.

«Tened mucho cuidado,
no vayáis a ensuciar mi cochecito colorado.
Ruedecitas, rodad;
ratoncillos, silbad.
Por esos mundos vamos;
la casa del señor Korbes es la que buscamos».

Subió luego una piedra de molino; luego, un huevo; luego, un pato; luego, un alfiler y, finalmente, una aguja de coser; todos se instalaron en el coche y siguieron viaje. Pero al llegar a la casa del señor Korbes, éste no estaba. Los ratoncitos metieron el coche en el granero; el gallito y la gallinita volaron a una percha; el gato se sentó en la chimenea; el pato fue a posarse en la barra del pozo; el huevo se envolvió en la toalla; el alfiler se clavó en el almohadón de la butaca; la aguja saltó a la almohada de la cama, y la piedra de molino situóse sobre la puerta.


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Publicado el 26 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

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