Textos más largos etiquetados como Cuento infantil | pág. 31

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etiqueta: Cuento infantil


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Lo que se Puede Inventar

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Érase una vez un joven que estudiaba para poeta. Quería serlo ya para Pascua, casarse y vivir de la poesía, que, como él sabía muy bien, se reduce a inventar algo, sólo que a él nada se le ocurría. Había venido al mundo demasiado tarde; todo había sido ya ideado antes de llegar él; se había escrito y poetizado sobre todas las cosas.

—¡Felices los que nacieron mil años atrás! —suspiraba. ¡Cuán fácil les resultó ganar la inmortalidad! ¡Feliz incluso el que nació hace un siglo, pues entonces aún quedaba algo sobre que escribir. Hoy, en cambio, todo está agotado. ¿De qué puedo tratar en mis versos?

Y estudió tanto, que cayó enfermo y se encontró en la miseria. Los médicos nada podían hacer por él; tal vez la adivina lograse aliviarlo. Vivía en la casita junto a la verja, y cuidaba de abrir ésta a los coches y jinetes; pero sabía hacer algo más que abrir la verja: era más lista que un doctor, que viaja en coche propio y paga impuestos.

—¡Tengo que ir a verla! —dijo el joven.

La casa donde residía era pequeña y linda, pero de aspecto tristón. No había ni un árbol ni una flor; junto a la puerta se veía una colmena, cosa muy útil, y un foso, donde crecía un endrino que había florecido ya y tenía ahora unas bayas de aquellas que no se pueden comer hasta que las han tocado las heladas, pues hacen contraer la boca.

«He aquí el símbolo de nuestra prosaica época», pensó el joven; aquello era al menos un pensamiento, un granito de oro encontrado a la puerta de la adivina.

—Anótalo —dijo ella—. Las migas también son pan. Sé para qué has venido: no se te ocurre nada, y, sin embargo, quieres ser poeta antes de Pascua.

—Ya lo han escrito todo —dijo él—. Nuestra época no es como antes.


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3 págs. / 6 minutos / 87 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Cacería del Hombre por las Hormigas

Horacio Quiroga


Cuento infantil


Chiquitos:

Si yo no fuera su padre, les apostaría veinte centavos a que no adivinan de dónde les escribo. ¿Acostado de fiebre en la carpa? ¿Sobre la barriga de un tapir muerto? Nada de esto. Les escribo acurrucado sobre las cenizas de una gran fogata, muerto de frío… y desnudo como una criatura recién nacida.

¿Han visto cosa más tremenda, chiquitos? Tiritando también a mi lado y desnudo como yo, está un indio apuntándome con la linterna eléctrica como si fuera una escopeta, y a su círculo blanco yo les escribo en una hoja de mi libreta… esperando que las hormigas se hayan devorado toda la carpa.

¡Pero qué frío, chiquitos! Son las tres de la mañana. Hace varias horas que las hormigas están devorando todo lo que se mueve, pues esas hormigas, más terribles que una manada de elefantes dirigida por tigres, son hormigas carnívoras, constantemente hambrientas, que devoran hasta el hueso de cuanto ser vivo encuentran.

A un presidente de Estados Unidos llamado Roosevelt, esas hormigas le comieron, en el Brasil, las dos botas en una sola noche. Las botas no son seres vivos, claro está; pero están hechas de cuero, y el cuero es una sustancia animal.

Por igual motivo, las hormigas de esta noche se están comiendo la lona de la carpa en los sitios donde hay manchas de grasa. Y por querer comerme también a mí, me hallo ahora desnudo, muerto de frío, y con pinchazos en todo el cuerpo.

La mordedura de estas hormigas es tan irritante de los nervios que basta que una sola hormiga pique en el pie para sentir como alfilerazos en el cuello y entre el pelo. La picadura de muchísimas puede matar. Y si uno permanece quieto, lo devoran vivo.

Son pequeñas, de un negro brillante, y corren en columnas con gran velocidad. Viajan en ríos apretadísimos que ondulan como serpientes, y que tienen a veces un metro de anchura. Casi siempre de noche es cuando salen a cazar.


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 60 visitas.

Publicado el 22 de enero de 2024 por Edu Robsy.

El Pájaro de la Canción Popular

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Es invierno; cubre la tierra un manto de nieve, se diría de mármol tallado en las rocas. El aire es claro y diáfano; el viento, acerado como espada forjada por los gnomos. Los árboles se levantan semejantes a blancos corales, como ramas de almendro florido, en un ambiente puro como el de las cumbres alpinas. Magnífica es la noche bajo los resplandores de la aurora boreal, bajo el brillo de innúmeras estrellas fulgurantes.

Llegan las tempestades, se levantan las nubes y sacuden su plumón de cisne; caen los copos de nieve, cubriendo caminos y casas, el campo espacioso y las angostas calles. Entretanto, nosotros permanecemos en la habitación caldeada, junto a la estufa ardiente, contando recuerdos de otros tiempos. Escuchamos una leyenda:

A orillas del vasto mar se elevaba un túmulo, en cuya cumbre se sentaba, a medianoche, el espíritu del héroe en él sepultado; había sido un rey. La áurea diadema brillaba en su frente, el cabello flotaba al viento, y el personaje iba vestido de hierro y acero. Agachaba la cabeza con aire de preocupación y suspiraba dolorido, como un espíritu desgraciado.

Pasó, surcando las olas, un barco de vela. Los hombres echaron el ancla y desembarcaron. Iba con ellos un escalda, el cual, acercándose a la real figura, le preguntó:

—¿Por qué sufres y te lamentas?

Y respondió el muerto:

—Nadie ha cantado las gestas de mi vida; yacen muertas y olvidadas; el canto no las lleva por las tierras y a los corazones de los hombres. Por eso no tengo paz ni reposo.

Y habló de sus hechos y hazañas, que los hombres de su época habían conocido pero no cantado, porque entre ellos no había ningún rapsoda.


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3 págs. / 6 minutos / 73 visitas.

Publicado el 28 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Muerte Madrina

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Un hombre muy pobre tenía doce hijos; y aunque trabajaba día y noche, no alcanzaba a darles más que pan. Cuando nació su hijo número trece, no sabía qué hacer; salió al camino y decidió que al primero que pasara le haría padrino de su hijito.

Y el primero que pasó fue Dios Nuestro Señor; él ya conocía los apuros del pobre y le dijo:

—Hijo mío, me das mucha pena. Quiero ser el padrino de tu último hijito y cuidaré de él para que sea feliz.

El hombre le preguntó:

—¿Quién eres?

—Soy tu Dios.

—Pues no quiero que seas padrino de mi hijo; no, Señor, porque tú das mucho a los ricos y dejas que los pobres pasemos hambre.

El hombre contestó así al Señor, porque no comprendía con qué sabiduría reparte Dios la riqueza y la pobreza; y el desgraciado se apartó de Dios y siguió su camino.

Se encontró luego con el diablo, que le preguntó:

—¿Qué buscas? Si me escoges para padrino de tu hijo, le daré muchísimo dinero y tendrá todo lo que quiera en este mundo.

El hombre preguntó:

—¿Quién eres tú?

—Soy el demonio.

—No, no quiero que seas el padrino de mi niño; eres malo y engañas siempre a los hombres y los pierdes.

Siguió andando, y se encontró con la Muerte, con la mismísima Muerte, que estaba flaca y en los huesos; y la Muerte le dijo:

—Quiero ser madrina de tu hijo.

—¿Quién eres?

—Soy la Muerte, que hace iguales a todos los hombres.

Y el hombre dijo:

—Me convienes; tú te llevas a los ricos igual que a los pobres, sin hacer diferencias. Serás la madrina.

La Muerte dijo entonces:

—Yo haré rico y famoso a tu hijo; a mis amigos no les falta nunca nada.

Y el hombre dijo:

—El domingo que bien será el bautizo; no dejes de ir a tiempo.


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3 págs. / 6 minutos / 561 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Vieja Losa Sepulcral

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


En una pequeña ciudad, toda una familia se hallaba reunida, un atardecer de la estación en que se dice que «las veladas se hacen más largas», en casa del propietario de una granja. El tiempo era todavía templado y tibio; habían encendido la lámpara, las largas cortinas colgaban delante de las ventanas, donde se veían grandes macetas, y en el exterior brillaba la luna; pero no hablaban de ella, sino de una gran piedra situada en la era, al lado de la puerta de la cocina, y sobre la cual las sirvientas solían colocar la vajilla de cobre bruñida para que se secase al sol, y donde los niños gustaban de jugar. En realidad era una antigua losa sepulcral.

—Sí —decía el propietario—, creo que procede de la iglesia derruida del viejo convento. Vendieron el púlpito, las estatuas y las losas funerarias. Mi padre, que en gloria esté, compró varias, que fueron cortadas en dos para baldosas; pero ésta sobró, y ahí la dejaron en la era.

—Bien se ve que es una losa sepulcral —dijo el mayor de los niños—. Aún puede distinguirse en ella un reloj de arena y un pedazo de un ángel; pero la inscripción está casi borrada; sólo queda el nombre de Preben y una S mayúscula detrás; un poco más abajo se lee Marthe. Es cuanto puede sacarse, y aún todo eso sólo se ve cuando ha llovido y el agua ha lavado la piedra.


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3 págs. / 6 minutos / 80 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Los Corredores

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Se había concedido un premio o, mejor dicho, dos premios: uno, pequeño, y otro, mayor, para los corredores que fueran más veloces; pero no en una sola carrera, sino en el transcurso de todo un año.

—Yo he ganado el primer premio —dijo la liebre—. Es natural que se imponga la justicia, cuando en el jurado hay parientes y buenos amigos. Pero eso de que el caracol obtuviera el segundo premio resulta casi ofensivo para mí.

—De ningún modo —contestó la estaca, que había actuado como testigo en el acto de la distribución premios.

También hay que tener en cuenta la diligencia y la buena voluntad.

Así dijeron muchas personas de peso, y estuve de acuerdo con ellas. Cierto que el caracol necesitó medio año para salvar el dintel de la puerta, pero con las prisas se fracturó el muslo, pues para él aquello era ir deprisa. Ha vivido única y exclusivamente para su carrera, y además llevaba la casa a cuestas. Todo esto merecía ser tenido en cuenta. Por eso le dieron el segundo premio.

—También habrían podido fijarse en mí —dijo la golondrina—. Creo que nadie me ha superado en velocidad de vuelo e impulso. ¿Dónde no he llegado yo? Lejos y cada vez más lejos.

—Sí, y ahí está su desgracia —replicó la estaca—. Da usted demasiadas vueltas. Siempre se marcha a otras tierras cuando aquí empieza el frío. No demuestra el menor patriotismo. No se puede tomar en consideración.

—¿Y qué ocurriría si durante todo el invierno me quedara en el cenagal? Si me lo pasase todo él durmiendo, ¿me tomarían en cuenta? —preguntó la golondrina.

—Procúrese un certificado de la señora del pantano, acreditando que se ha pasado la mitad del tiempo durmiendo en la patria, y será admitida al concurso.


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3 págs. / 6 minutos / 83 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Mariposa

Teodoro Baró


Cuento infantil


Cuando la noche termina, los ángeles revolotean sobre el mar y las montañas, y por esto vemos una línea de oro y rosa detrás de los montes y encima de las aguas. Entonces es cuando las flores, que han pasado la noche dormidas, despiertan lanzando sus primeros suspiros; y como los suspiros de las flores son perfumes, embalsaman el ambiente.

Un día, al amanecer, despertó la magnolia, y al lanzar su primer suspiro oyó una vocecita, pero muy tenue, muy tenue que decía:

—¡Cuán dulce es tu aliento!

—¿Quién eres? preguntó la magnolia.

—Una mariposa.

—Las mariposas son nuestras hermanas; son las flores aladas. ¿Cómo estás aquí?

—Acabo de nacer. Al sentirme con alas he querido volar, pero me he cansado y en ti he buscado refugio.

—Los primeros instantes de la mañana son fríos. Yo te abrigaré, y cuando haya salido el sol podrás continuar tu vuelo.

La magnolia juntó sus pétalos.

—¡Qué bien se está aquí! dijo la mariposa. Parece que a tu calor mi cuerpo se transforma y adquieren fuerza mis alas.

Cuando los rayos del sol hubieron inundado la tierra, la magnolia abrió los pétalos.

—¿Puedo salir? preguntó la mariposa.

—Sí. Vuela si quieres.

—No me atrevo.

—Veo que posees una gran cualidad.

—¿Cuál es?

—La prudencia.

—¿En qué consiste la prudencia?

—En una virtud que nos enseña a discernir lo bueno de lo malo, para seguir lo primero y huir de lo segundo.

—¿Hay cosas malas?

—Sí, y el que no tiene prudencia para evitarlas suele convertirse en su víctima.

—Yo huiré de las cosas malas.

—Todas dicen lo mismo, pero no todas cumplen su propósito.

—No lo comprendo, porque lo malo debe rechazarse.

—Ten presente que el mal reúne a veces grandes atractivos y que sus galas y el placer que creemos ha de proporcionarnos, atraen y acaban por fascinar.


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 36 visitas.

Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Niño Prodigioso

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Érase un acreditado comerciante que vivía con su mujer y poseía grandes riquezas. Sin embargo, el matrimonio no era feliz porque no tenía hijos, cosa que deseaban ambos ardientemente, y para ello pedían a Dios todos los días que les concediese la gracia de tener un niño que los hiciese muy dichosos, los sostuviera en la vejez y heredase sus bienes y rezase por sus almas después de muertos.

Para agradar a Dios ayudaban a los pobres y desvalidos dándoles limosnas, comida y albergue; además de esto, idearon construir un gran puente a través de una laguna pantanosa próxima al pueblo, para que todas las gentes pudiesen servirse de él y evitarles tener que dar un gran rodeo. El puente costaba mucho dinero; pero a pesar de ello el comerciante llevó a cabo su proyecto y lo concluyó, en su afán de hacer bien a sus semejantes.

Una vez el puente terminado, dijo a su mayordomo Fedor:

—Ve a sentarte debajo del puente, y escucha bien lo que la gente dice de mí.

Fedor se fue, se sentó debajo del puente y se puso a escuchar. Pasaban por el puente tres virtuosos ancianos hablando entre sí, y decían:

—¿Con qué recompensaríamos al hombre que ha mandado construir este puente? Le daremos un hijo que tenga la virtud de que todo lo que diga se cumpla y todo lo que le pida a Dios le sea concedido.

El mayordomo, después de haber oído estas palabras, volvió a casa.

—¿Qué dice la gente, Fedor? —le preguntó el comerciante.

—Dicen cosas muy diversas: según unos, haz hecho una obra de caridad construyendo el puente, y según otros, lo has hecho sólo por vanagloria.


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3 págs. / 6 minutos / 88 visitas.

Publicado el 15 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Los Cachorros de Aguará-Guazú

Horacio Quiroga


Cuento infantil


Voy a contarles ahora, chiquitos, la historia muy corta de tres cachorritos salvajes que asesiné —bien puede decirse—, llevado por las circunstancias.

Hace ya algún tiempo, poco después del asunto con la serpiente de cascabel, que les conté con detalles, tres indios de Salta enfermos del chucho y castañeteando los dientes, llegaron a venderme tres cachorritos de aguará -guazú casi recién nacidos.

Yo no tenía vacas, ustedes bien saben; ni una mala cabra para alimentar con su leche a los recién nacidos. Iba, pues, a desistir de adquirirlos, por mucho que me interesaran los zorritos, cuando uno de los indios, el más flaco y más tiritante de chucho, me ofreció en venta también dos tarros de leche condensada, que extrajo con gran pena del bolsillo del pantalón.

¿Habrán visto indio más pillo? ¿De dónde podía haber sacado sus tarros de leche? De un ingenio, seguramente. Estos indios de Salta van todos los otoños a trabajar en los ingenios de azúcar de Tucumán. Allí aprenden muchas cosas, Y entre las cosas que aprenden, aprenden a apreciar la bondad de la leche cuando sus chicos están enfermos del vientre.

El indio poseedor de los tarros de leche condensada era seguramente padre de familia . Y pensó con mucha razón que yo le compraría sus tarros para criar a los aguaracitos. Y el demonio de indio acertó, pues yo, entusiasmado con los cachorritos, que compré por un peso los tres, pagué 10 por los dos tarros de leche. Y a más pagué un paquete de tabaco, y un retrato de mi tío, que vio colgado en la carpa. Hasta hoy no sé qué utilidad puede haberle reportado ese retrato de mi tío.

Crié, pues, a los cachorros de aguará-guazú, o gran zorro del Chaco, como también se le llama.


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Dominio público
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Publicado el 22 de enero de 2024 por Edu Robsy.

El Altar de la Virgen

Julia de Asensi


Cuento infantil


Se acercaban las fiestas de la Virgen de Agosto que debían celebrarse en el pueblo de *** con más esplendor que nunca. La función de iglesia prometía estar brillante; la víspera al anochecer debía cantarse una Salve y la Letanía en la parroquia, después haber fuegos artificiales en la plaza, verbena en la misma, acaso baile, pues se susurraba, que algunos mozos del lugar, aficionados a la música, tocarían las guitarras hasta media noche, para animar a sus paisanos, y después darían serenatas a las jóvenes más hermosas de ***.

A una media hora del pueblo, en un bosquecillo de viejos árboles cubiertos de verde ramaje, se elevaba un modesto altar en el que se invocaba una bella estatua representando a la Virgen María llevando al Niño Jesús en sus brazos. Nadie recordaba la época en que se había descubierto aquella estatua; sólo se sabía que desde tiempo inmemorial el 15 de Agosto iban los habitantes de los lugares vecinos en peregrinación hasta allí y que la Virgen les otorgaba todo lo que con gran devoción le pedían.

Las muchachas eran generalmente las encargadas de adornar el altar, y aquel año lo habían sido las de dos familias que vivían cercanas al bosquecillo. Cada una se componía de un matrimonio y una hija, siendo ambas niñas de la misma edad, circunstancia por la que, más bien que por sus gustos e inclinaciones, eran amigas inseparables.

Regina tenía diez años; era hermosa, elegante, pero altiva; sus padres ricos labradores, no se negaban jamás a satisfacer sus caprichos, y los tres habitaban una preciosa quinta rodeada de un extenso jardín.

Aurora era sencilla, dulce, afable, menos bella pero más simpática que su compañera, hija de humildes campesinos que vivían en una modesta casita situada en un verde prado.

Dos días antes de las fiestas se reunieron Regina y Aurora en casa de la primera.

—Veamos —dijo Regina— ¿qué has pensado hacer para adornar el altar?


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 128 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

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