La Rosa Blanca
Julia de Asensi
Cuento infantil
Una hermosa mañana de Junio salió la niña Margarita a pasear con su aya. Era hija única y sus padres le otorgaban hasta los caprichos más raros y más costosos. De esto resultaba que era muy voluntariosa y no podía soportar la menor contradicción.
Habían estado primero en una frondosa alameda y luego penetraron en una calle a cuyos dos lados se veían preciosos jardines. La institutriz, que conocía de nombre o de trato a los propietarios de la mayor parte de ellos, iba diciendo a la niña quiénes eran, y esta la escuchaba con indiferencia exclamando a cada momento cuando se paraba delante de una verja:
—¡Hermosos claveles! pero los de mi jardín son más dobles.
—Mira qué dalias, pero las mías tienen colores más variados.
—Repara qué jazmines y qué heliotropos, pero me agradan más los que cultiva mi jardinero.
Al llegar a la última de aquellas posesiones, Margarita se detuvo y el aya le dijo:
—Esta ignoro de quién es, aunque se ha vendido hace ya algunos años.
Por la puerta de hierro se veía una espaciosa plazoleta con una bella fuente en el centro, las estatuas a los lados de las cuatro estaciones, árboles seculares por cuyos troncos trepaba verde hiedra y una infinidad de flores de puros matices, admirablemente combinados, entre las que descollaba un hermoso rosal cuajado de capullos y con una sola rosa completamente abierta.
Aquella rosa blanca, de un tamaño extraordinario, era de una belleza tal que jamás recordaba Margarita haber visto nada semejante.
—Dámela —dijo la niña al aya señalando con su mano la flor.
—¿Pero cómo puedo cogerla? —preguntó la institutriz alarmada por aquel extraño capricho.
—Llama y pídela al que abra.
Bien comprendía la pobre mujer que aquello era imposible, pero sabía que contrariar a Margarita era perder la plaza que desempeñaba y tiró de la campanilla.
Dominio público
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Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.