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El Niño-Astro

Oscar Wilde


Cuento infantil


Éranse una vez dos pobres leñadores que regresaban a su casa cruzando un gran pinar. Era invierno y hacía un frío terrible. La nieve caía espesa sobre la tierra y sobre los árboles; el hielo acumulado rompía las ramas más pequeñas y débiles, y cuando los leñadores llegaron al Torrente de la Montaña, vieron que éste colgaba inánime en el aire porque había recibido el beso del Rey de Hielo. Tanto frío hacía, que aun los animales, hasta los mismos pájaros, no sabían qué hacer. —¡Muh! —gruñó el lobo saltando entre los matorrales con su cola entre las patas—. ¡Hace un tiempo perfectamente horrible! ¿Por qué no trata de remediarlo el gobierno?

—¡Uit! ¡Uit! ¡Uit! —gorjeaban los verdes colorines—; la anciana Tierra ha muerto, y le han puesto su mortaja blanca.

—La Tierra se va a desposar, y éste es su traje de bodas —murmuraban las tórtolas entre sí. Tenían sus piececitos de rosa heridos por el hielo; pero sentían que era un deber el considerar la situación de un modo romántico.

—¡Vamos! —gruñó el lobo—. Les digo que toda la culpa la tiene el gobierno, y a quien no me crea me lo comeré.

El lobo poseía un gran sentido práctico, y no le faltaban nunca argumentos sólidos.

—¡Bueno, lo que es por mí —dijo un pajarillo, que había nacido filósofo— las explicaciones me importan... una teoría atómica! Si una cosa es así, pues es así, y ahora lo que hay es que hace un frío horrible.


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18 págs. / 31 minutos / 123 visitas.

Publicado el 18 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Bella y la Bestia

Jeanne-Marie Le Prince de Beaumont


Cuento infantil


Había una vez un mercader muy rico que tenía seis hijos, tres varones y tres mujeres; y como era hombre de muchos bienes y de vasta cultura, no reparaba en gastos para educarlos y los rodeó de toda suerte de maestros. Las tres hijas eran muy hermosas; pero la más joven despertaba tanta admiración, que de pequeña todos la apodaban “la bella niña”, de modo que por fin se le quedó este nombre para envidia de sus hermanas.

No sólo era la menor mucho más bonita que las otras, sino también más bondadosa. Las dos hermanas mayores ostentaban con desprecio sus riquezas antes quienes tenían menos que ellas; se hacían las grandes damas y se negaban a que las visitasen las hijas de los demás mercaderes: únicamente las personas de mucho rango eran dignas de hacerles compañía. Se lo pasaban en todos los bailes, reuniones, comedias y paseos, y despreciaban a la menor porque empleaba gran parte de su tiempo en la lectura de buenos libros.

Las tres jóvenes, agraciadas y poseedoras de muchas riquezas, eran solicitadas en matrimonio por muchos mercaderes de la región, pero las dos mayores los despreciaban y rechazaban diciendo que sólo se casarían con un noble: por lo menos un duque o conde

La Bella —pues así era como la conocían y llamaban todos a la menor— agradecía muy cortésmente el interés de cuantos querían tomarla por esposa, y los atendía con suma amabilidad y delicadeza; pero les alegaba que aún era muy joven y que deseaba pasar algunos años más en compañía de su padre.

De un solo golpe perdió el mercader todos sus bienes, y no le quedó más que una pequeña casa de campo a buena distancia de la ciudad.

Totalmente destrozado, lleno de pena su corazón, llorando hizo saber a sus hijos que era forzoso trasladarse a esta casa, donde para ganarse la vida tendrían que trabajar como campesinos.


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16 págs. / 29 minutos / 133 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Joven Rey

Oscar Wilde


Cuento infantil


Aquella noche, la víspera del día fijado para su coronación, el joven rey se hallaba solo, sentado en su espléndida cámara. Sus cortesanos se habían despedido todos, inclinando la cabeza hasta el suelo, según los usos ceremoniosos de la época, y se habían retirado al Gran Salón del Palacio para recibir las últimas lecciones del profesor de etiqueta, pues aún había entre ellos algunos que tenían modales rústicos, lo cual, apenas necesito decirlo, es gravísima falta en cortesanos. El adolescente —todavía lo era, apenas tenía dieciséis años— no lamentaba que se hubieran ido, y se había echado, con un gran suspiro de alivio, sobre los suaves cojines de su canapé bordado, quedándose allí, con los ojos distraídos y la boca abierta, como uno de los pardos faunos de la pradera, o como animal de los bosques a quien acaban de atrapar los cazadores.

Y en verdad eran los cazadores quienes lo habían descubierto, cayendo sobre él punto menos que por casualidad, cuando, semidesnudo y con su flauta en la mano, seguía el rebaño del pobre cabrero que le había educado y a quien creyó siempre su padre.

Hijo de la única hija del viejo rey, casada en matrimonio secreto con un hombre muy inferior a ella en categoría (un extranjero, decían algunos, que había enamorado a la princesa con la magia sorprendente de su arte para tocar el laúd; mientras otros hablaban de un artista, de Rímini, a quien la princesa había hecho muchos honores, quizás demasiados, y que había desaparecido de la ciudad súbitamente, dejando inconclusas sus labores en la catedral), fue arrancado, cuando apenas contaba una semana de nacido, del lado de su madre, mientras dormía ella, y entregado a un campesino pobre y a su esposa, que no tenían hijos y vivían en lugar remoto del bosque, a más de un día de camino de la ciudad.


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15 págs. / 27 minutos / 156 visitas.

Publicado el 18 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Una Francachela Frente al Mar

Louisa May Alcott


Cuento infantil


—¿Irás esta noche a la fiesta de la señora Tortuga? —preguntó un joven y alegre bígaro a su amigo Berberecho, cuando ambos se encontraron en la arena.

—Bueno… no lo sé: ¿qué tienen previsto hacer allí?, y ¿quiénes están invitados? —respondió Berberecho, bastante lánguidamente, porque había sido una estación veraniega muy animada, y estaba decididamente agotado.

—Definitivamente no habrá baile, pues el regidor no lo aprueba; pero no faltarán oportunidades para cantar, ni una antología de cuadros dramáticos, ni, por supuesto, un espléndido banquete. Es la última noche de la temporada; y, como en el gran hotel estarán celebrando su fiesta de despedida, hemos pensado que también nosotros podríamos organizar algún tipo de francachela. La encantadora Lily Cangrejo estará allí; también las langostas, los percebes, los cangrejos herradura, y los caracoles de mar, además de los mosquitos, las luciérnagas y los escarabajos de agua. He oído decir que asistirán distinguidos forasteros: un pez volador, una musaraña de agua, y los críos de la Madre Carey.

—Hum… ya, bueno; tal vez me deje arrastrar hasta allí en un par de horas o así. Me muero por ver a Lily Cangrejo; y el regidor organiza unas fiestas memorables. Ahora voy a disfrutar de unas algas; así que chao, hasta la noche.

El joven Berberecho no se refería a fumar un cigarro, no, sino a echarse una buena siesta bajo las algas. Bígaro buscó también unas algas con la misma intención; y ambos se despertaron tan vigorizados, que estuvieron entre los primeros en llegar a la fiesta.


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15 págs. / 26 minutos / 54 visitas.

Publicado el 23 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

El Pequeño Gulliver

Louisa May Alcott


Cuento infantil


Casi en lo más alto del faro vivía el pequeño Davy, junto al viejo Dan, el farero. La mayoría de los muchachos de los alrededores, habría encontrado aquella vida muy solitaria, pero Davy contaba con tres buenos amigos, y se sentía tan feliz con ellos como largos eran sus días. Uno de los amigos de Davy era el gran quinqué de la lámpara del faro, que era encendido a la puesta de sol, y se mantenía ardiendo durante toda la noche, para guiar a los barcos hasta la bocana del puerto. Para Dan no era más que una lámpara; pero al chico le parecía ésta un ser vivo, y la amaba y cuidaba fielmente. Cada día ayudaba al viejo Dan a recortar la gran mecha, a pulir los reflectores de bronce, y a lavar el farol de cristal que protegía la llama. Y cada noche subía a verla encendida, e invariablemente se dormía con este pensamiento: «No importa cuán oscura o desapacible sea la noche, mi buen Resplandor guiará a los barcos que pasan, y arderá sin descanso hasta el alba».

El segundo amigo de Davy era Nep, el perro Terranova que, procedente de un naufragio, fue un buen día arrastrado hasta la orilla, sin que haya salido de la isla desde entonces. Nep era grande y robusto, pero tenía un corazón tan noble y fiel, que nadie podía mirar sus ojos castaños y no confiar en él. El animal seguía los pasos de Davy durante todo el día; dormía a sus pies toda la noche; y más de una vez había salvado la vida del chico, cuando éste cayó entre las rocas o quedó atrapado por la creciente del mar.


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13 págs. / 23 minutos / 79 visitas.

Publicado el 23 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Historia de una Ballena

Louisa May Alcott


Cuento infantil


Freddy se sentó a meditar en el banco a la sombra del árbol. Se trataba de un amplio asiento blanco, de unos cuatro pies de largo, formando una concavidad desde sus extremos hasta el centro, que le hacía parecer un columpio; y no sólo era cómodo, también era curioso, porque estaba tallado de una sola pieza en un hueso de ballena. Freddy solía sentarse allí, y pensaba en el banco porque le interesaba sobremanera, aunque nadie pudo decirle nada al respecto, salvo que llevaba allí mucho tiempo.

–Pobre y vieja ballena, me pregunto cómo habrás llegado hasta aquí, de dónde vienes, y si fuiste una criatura buena y feliz mientras viviste –dijo Freddy en voz alta, acariciando el viejo hueso con su pequeña mano.

Y en eso se oyó un gran crujido; y una repentina ráfaga de viento agitó los árboles, como si un enorme monstruo gimiese y suspirase. Freddy pudo escuchar entonces una voz fantástica, resonante, aunque curiosamente quebrada, como si alguien tratara de hablar con la mandíbula rota.

–¡Ah, Freddy, Freddy! –llamó la gran voz–. Te contaré todo lo que quieras saber, porque tú eres la única persona que me ha compadecido, o se ha preocupado de indagar mi origen y mis peripecias.

–¡Cómo!, ¿es que puede hablar? –preguntó Freddy, muy sorprendido y un poco asustado.

–Por supuesto que puedo; debes saber que estás sentado sobre una parte de mi mandíbula. Podría hablar aún mejor si toda mi boca estuviera aquí; pero me temo que mi voz sería entonces tan estridente, que no serías capaz de escucharla sin estremecerte. De todos modos, no creo que nadie más de por aquí pueda entenderme. No son muchos en total los que podrían hacerlo, te lo aseguro; pero tú eres un chiquillo reflexivo, con una viva fantasía, y además con un gran corazón, así que tú oirás mi historia.


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12 págs. / 21 minutos / 120 visitas.

Publicado el 23 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

La Raspa Mágica

Charles Dickens


Cuento infantil


Érase una vez un rey que tenía una reina; él era el más viril de los hombres, y ella la más hermosa de las mujeres. La profesión del rey era funcionario. El padre de la reina había sido médico en otra ciudad.

Tenían diecinueve hijos y no paraban de tener más. Diecisiete de los niños cuidaban del bebé; y Alicia, la mayor, cuidaba de todos. Sus edades iban desde los siete años a los siete meses.

Pero sigamos con nuestra historia.

Un día el rey iba camino de la oficina cuando se detuvo en la pescadería para comprar una libra y media de salmón —pero no de la parte de la cola— que la reina (una prudente ama de casa) quería que le enviaran. El Sr. Pickles, el pescadero, dijo:

—Desde luego, señor. ¿Alguna cosa más? Buenos días.

El rey continuó melancólico hacia la oficina, porque faltaba mucho para el día de cobro trimestral y a varios de sus queridos hijos la ropa se les quedaba pequeña. No se había alejado mucho cuando el chico de los recados del Sr. Pickles llegó corriendo en su busca y le dijo:

—Señor, no se ha fijado usted en la anciana dama que estaba en la tienda.

—¿Qué anciana dama? —preguntó el rey— Yo no vi ninguna.

El rey no había visto a la anciana porque, para él, la anciana era invisible, aunque el chico del Sr. Pickles sí la veía. Probablemente porque ensuciaba y salpicaba con el agua, en la que dejaba caer los lenguados con violencia, de tal manera que si la dama no hubiese resultado visible para él, le habría estropeado la ropa.

En ese momento la anciana llegó corriendo. Su vestido era de seda tornasolada de una calidad magnífica, y olía a lavanda seca.

—¿Es usted el rey Watkins I? —preguntó la anciana.

—Me llamo Watkins, sí —respondió el rey.

—Padre, si no me equivoco, de la hermosa princesa Alicia —afirmó la dama.

—Y de otras dieciocho preciosidades más —replicó el rey.


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11 págs. / 20 minutos / 250 visitas.

Publicado el 7 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Gato que Caminaba Solo

Rudyard Kipling


Cuento infantil


Sucedieron estos hechos que voy a contarte, oh, querido mío, cuando los animales domésticos eran salvajes. El Perro era salvaje, como lo eran también el Caballo, la Vaca, la Oveja y el Cerdo, tan salvajes como pueda imaginarse, y vagaban por la húmeda y salvaje espesura en compañía de sus salvajes parientes; pero el más salvaje de todos los animales salvajes era el Gato. El Gato caminaba solo y no le importaba estar aquí o allá.

También el Hombre era salvaje, claro está. Era terriblemente salvaje. No comenzó a domesticarse hasta que conoció a la Mujer y ella repudió su montaraz modo de vida. La Mujer escogió para dormir una bonita cueva sin humedades en lugar de un montón de hojas mojadas, y esparció arena limpia sobre el suelo, encendió un buen fuego de leña al fondo de la cueva y colgó una piel de Caballo Salvaje, con la cola hacia abajo, sobre la entrada; después dijo:

—Límpiate los pies antes de entrar; de ahora en adelante tendremos un hogar.

Esa noche, querido mío, comieron Cordero Salvaje asado sobre piedras calientes y sazonado con ajo y pimienta silvestres, y Pato Salvaje relleno de arroz silvestre, y alholva y cilantro silvestres, y tuétano de Buey Salvaje, y cerezas y granadillas silvestres. Luego, cuando el Hombre se durmió más feliz que un niño delante de la hoguera, la Mujer se sentó a cardar lana. Cogió un hueso del hombro de cordero, la gran paletilla plana, contempló los portentosos signos que había en él, arrojó más leña al fuego e hizo un conjuro, el primer Conjuro Cantado del mundo.

En la húmeda y salvaje espesura, los animales salvajes se congregaron en un lugar desde donde se alcanzaba a divisar desde muy lejos la luz del fuego y se preguntaron qué podría significar aquello.

Entonces Caballo Salvaje golpeó el suelo con la pezuña y dijo:


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11 págs. / 20 minutos / 147 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Príncipe Fatal y el Príncipe Fortuné

Jeanne-Marie Le Prince de Beaumont


Cuento infantil


Había una vez una reina que tuvo dos hijos. A un hada, buena amiga de la reina, le habían pedido que fuera la madrina de los príncipes y que les hiciera algún don.

—Le concedo al mayor —dijo— todo tipo de desventuras hasta la edad de veinticinco años, y le pongo por nombre Fatal.

Al escuchar esas palabras, la reina lanzó grandes gritos y conjuró al hada a que cambiara aquel don.

—No sabes lo que pides —le dijo el hada a la reina—; si no es desventurado, será perverso.

La reina no se atrevió a decir nada más, pero le rogó al hada que le permitiera elegir un don para su segundo hijo.

—Es posible que lo elijas todo al revés —contestó el hada—; pero no importa, estoy dispuesta a concederte lo que me solicites para él.

—Deseo —dijo la reina —que triunfe siempre en todo cuanto quiera hacer; es la forma de hacerle feliz.

—Bien podrías engañarte, —dijo el hada—; por lo tanto, no le concedo ese don sino hasta los veinticinco años.

Le pusieron nodrizas a los dos pequeños príncipes, pero desde el tercer día, la nodriza del primogénito tuvo fiebre; le pusieron otra que se rompió una pierna al caerse; a una tercera se le retiró la leche tan pronto como el príncipe Fatal empezó a mamar de ella; y como corrió el rumor de que el príncipe le traía mala suerte a todas sus nodrizas, ninguna quiso alimentarlo, ni aproximarse a él. La pobre criatura, hambrienta, gritaba, pero nadie se apiadaba de él. Una robusta campesina, que tenía un número considerable de hijos y muchas dificultades para darles de comer, se ofreció para cuidar de él a condición de que le dieran una fuerte suma de dinero; y como el rey y la reina no querían al príncipe Fatal, le dieron a la nodriza lo que solicitaba, y le dijeron que se llevara el niño a su pueblo.


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9 págs. / 16 minutos / 98 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Aurore y Aimée

Jeanne-Marie Le Prince de Beaumont


Cuento infantil


Había una vez una dama que tenía dos hijas. La mayor, que se llamaba Aurore, era bella como el día, y tenía un carácter bastante bueno. La segunda, que se llamaba Aimée, era tan bella como su hermana, pero era maligna, y sólo tenía talento para hacer el mal. La madre había sido también muy bella, pero empezaba a dejar de ser joven y eso le causaba bastante pesar. Aurore tenía dieciséis años y Aimée doce; por lo que la madre, que temía parecer vieja, abandonó la región donde todo el mundo la conocía, y envió a su hija Aurore al campo, porque no quería que se supiera que tenía una hija tan mayor. Conservó con ella a la más joven; se fue a otra ciudad, y le decía a todo el mundo que Aimée sólo tenía diez años y que la había tenido antes de los quince. No obstante, como temía que su engaño fuera descubierto, envió a Aurore a una región lejana, y el que la conducía la abandonó en un gran bosque en el que se había quedado dormida mientras descansaba. Cuando Aurore despertó, y se vio sola en el bosque, se puso a llorar. Era casi de noche, se levantó e intentó salir del bosque; pero en lugar de encontrar su camino, se extravió aún más. Por fin, vio a lo lejos una luz y tras dirigirse hacia ella, encontró una casita. Aurore llamó a la puerta; una pastora le abrió y le preguntó qué quería.

—Mi buena señora, —le dijo Aurore— le ruego por caridad que me permita dormir en su casa, pues si permanezco en el bosque, seré devorada por los lobos.

—Con mucho gusto, hermosa joven, —le respondió la pastora—pero dígame, ¿cómo es que se encuentra en el bosque tan tarde?

Entonces Aurore le contó su historia y le dijo:

—¡Qué desgraciada soy por tener una madre tan cruel! ¡Más me habría valido morir al venir al mundo, en lugar de vivir para ser maltratada de esta forma! ¿Qué le he hecho al buen Dios para ser tan desgraciada?


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8 págs. / 15 minutos / 74 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

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