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Una Francachela Frente al Mar

Louisa May Alcott


Cuento infantil


—¿Irás esta noche a la fiesta de la señora Tortuga? —preguntó un joven y alegre bígaro a su amigo Berberecho, cuando ambos se encontraron en la arena.

—Bueno… no lo sé: ¿qué tienen previsto hacer allí?, y ¿quiénes están invitados? —respondió Berberecho, bastante lánguidamente, porque había sido una estación veraniega muy animada, y estaba decididamente agotado.

—Definitivamente no habrá baile, pues el regidor no lo aprueba; pero no faltarán oportunidades para cantar, ni una antología de cuadros dramáticos, ni, por supuesto, un espléndido banquete. Es la última noche de la temporada; y, como en el gran hotel estarán celebrando su fiesta de despedida, hemos pensado que también nosotros podríamos organizar algún tipo de francachela. La encantadora Lily Cangrejo estará allí; también las langostas, los percebes, los cangrejos herradura, y los caracoles de mar, además de los mosquitos, las luciérnagas y los escarabajos de agua. He oído decir que asistirán distinguidos forasteros: un pez volador, una musaraña de agua, y los críos de la Madre Carey.

—Hum… ya, bueno; tal vez me deje arrastrar hasta allí en un par de horas o así. Me muero por ver a Lily Cangrejo; y el regidor organiza unas fiestas memorables. Ahora voy a disfrutar de unas algas; así que chao, hasta la noche.

El joven Berberecho no se refería a fumar un cigarro, no, sino a echarse una buena siesta bajo las algas. Bígaro buscó también unas algas con la misma intención; y ambos se despertaron tan vigorizados, que estuvieron entre los primeros en llegar a la fiesta.


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15 págs. / 26 minutos / 58 visitas.

Publicado el 23 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Aurore y Aimée

Jeanne-Marie Le Prince de Beaumont


Cuento infantil


Había una vez una dama que tenía dos hijas. La mayor, que se llamaba Aurore, era bella como el día, y tenía un carácter bastante bueno. La segunda, que se llamaba Aimée, era tan bella como su hermana, pero era maligna, y sólo tenía talento para hacer el mal. La madre había sido también muy bella, pero empezaba a dejar de ser joven y eso le causaba bastante pesar. Aurore tenía dieciséis años y Aimée doce; por lo que la madre, que temía parecer vieja, abandonó la región donde todo el mundo la conocía, y envió a su hija Aurore al campo, porque no quería que se supiera que tenía una hija tan mayor. Conservó con ella a la más joven; se fue a otra ciudad, y le decía a todo el mundo que Aimée sólo tenía diez años y que la había tenido antes de los quince. No obstante, como temía que su engaño fuera descubierto, envió a Aurore a una región lejana, y el que la conducía la abandonó en un gran bosque en el que se había quedado dormida mientras descansaba. Cuando Aurore despertó, y se vio sola en el bosque, se puso a llorar. Era casi de noche, se levantó e intentó salir del bosque; pero en lugar de encontrar su camino, se extravió aún más. Por fin, vio a lo lejos una luz y tras dirigirse hacia ella, encontró una casita. Aurore llamó a la puerta; una pastora le abrió y le preguntó qué quería.

—Mi buena señora, —le dijo Aurore— le ruego por caridad que me permita dormir en su casa, pues si permanezco en el bosque, seré devorada por los lobos.

—Con mucho gusto, hermosa joven, —le respondió la pastora—pero dígame, ¿cómo es que se encuentra en el bosque tan tarde?

Entonces Aurore le contó su historia y le dijo:

—¡Qué desgraciada soy por tener una madre tan cruel! ¡Más me habría valido morir al venir al mundo, en lugar de vivir para ser maltratada de esta forma! ¿Qué le he hecho al buen Dios para ser tan desgraciada?


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8 págs. / 15 minutos / 77 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Cuento de los Tres Deseos

Jeanne-Marie Le Prince de Beaumont


Cuento infantil


Había una vez un hombre, que no era muy rico, que se casó con una bella mujer. Una noche de invierno, sentados junto al fuego, comentaban la felicidad de sus vecinos que eran más ricos que ellos.

—¡Oh! —decía la mujer— si pudiera disponer de todo lo que yo quisiera, sería muy pronto mucho más feliz que todas estas personas.

—Y yo —dijo el marido—. Me gustaría vivir en el tiempo de las hadas y que hubiera una lo suficientemente buena como para concederme todo lo que yo quisiera.

En ese preciso instante, vieron en su cocina a una dama muy hermosa, que les dijo:

—Soy un hada; prometo concederles las tres primeras cosas que deseen; pero tengan cuidado: después de haber deseado tres cosas, no les concederé nada más.

Cuando el hada desapareció, aquel hombre y aquella mujer se hallaron muy confusos:

—Para mí, que soy el ama de casa —dijo la mujer— sé muy bien cuál sería mi deseo: no lo deseo aún formalmente, pero creo que no hay nada mejor que ser bella, rica y fina.

—Pero, —contestó el marido— aún teniendo todas esas cosas, uno puede estar enfermo, triste o incluso puede morir joven: sería más prudente desear salud, alegría y una larga vida.

—¿De qué serviría una larga vida, si se es pobre? —dijo la mujer—. Eso sólo serviría para ser desgraciado durante más tiempo. En realidad, el hada habría debido prometer concedernos una docena de deseos, pues hay por lo menos una docena de cosas que yo necesitaría.

—Eso es cierto —dijo el marido— pero démonos tiempo, pensemos de aquí a mañana por la mañana, las tres cosas que nos son más necesarias, y luego las pediremos.

—Puedo pensar en ello toda la noche —dijo la mujer— mientras tanto, calentémonos pues hace frío.

Mientras hablaba, la mujer cogió unas tenazas y atizó el fuego; y cuando vio que había bastantes carbones encendidos, dijo sin reflexionar:


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2 págs. / 3 minutos / 236 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Cuento para la Noche de Reyes

Jean Lorrain


Cuento infantil


Cuando la reina Imogine supo que la princesa Neigefleur no estaba muerta, que el lazo de seda que ella misma le había anudado alrededor del cuello no la había estrangulado sino a medias y que los gnomos del bosque habían recogido aquel dulce cuerpo letárgico en un ataúd de cristal y, lo que es peor, que lo guardaban invisible en una gruta mágica, entró en estado de cólera: se irguió tensa en la silla de cedro en la que soñaba, sentada en la habitación más alta de la torre, desgarró en toda su longitud la pesada dalmática de brocado amarillo enriquecido con lirios y follajes de perlas, rompió contra el suelo el espejo de acero que acababa de comunicarle la odiosa noticia y, agarrando de mala manera por una pata trasera al sapo encantado que le servía para sus maleficios, lo lanzó con toda su fuerza al fuego de la chimenea donde hizo frisst, grisst, prisst y se evaporó como una hoja seca.


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6 págs. / 11 minutos / 69 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Cuentos de Hadas Japoneses

Lafcadio Hearn


Cuento infantil


1. Chin-chin Kobakama

El suelo de las habitaciones japonesas está cubierto con preciosas esteras, gruesas y suaves, de cáñamo tejido. Se ajustan muy juntas, de manera que apenas puedes introducir entre ellas la hoja de un cuchillo. Se cambian todos los años, y se conservan muy limpias. Los japoneses nunca llevan zapatos dentro de casa, y tampoco usan sillas o muebles como hacen los ingleses. Se sientan, duermen, comen y a veces incluso escriben en el suelo. Por eso las esteras deben mantenerse muy limpias, y a los niños japoneses se les enseña, en cuanto empiezan a hablar, a no estropear o ensuciar nunca las esteras.

Es cierto que los niños japoneses son muy buenos. Todos los viajeros que escribieron libros sobre el Japón, reconocen que los niños japoneses son mucho más obedientes que los ingleses, y mucho menos traviesos. No estropean ni manchan las cosas, y tampoco rompen sus juguetes. Una niña japonesa nunca rompe su muñeca, ¡qué va! La cuida con esmero y la conserva incluso hasta hacerse mujer y casarse. Cuando se convierte en madre y tiene una hija, le regala su muñeca. Y la niña tiene el mismo cuidado que la madre y la conserva hasta que se hace mayor, y finalmente se la da a sus hijas para que jueguen con ella con el mismo cuidado con que su abuela jugaba. Por eso yo —que estoy escribiendo esta pequeña historia para ti— he visto en el Japón muñecas de más de cien años que estaban tan bien cuidadas que parecían nuevas. Eso demuestra lo buenos que son los niños japoneses, y explica por qué el suelo de una habitación japonesa está prácticamente siempre limpio, y no rayado o estropeado por las travesuras.


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74 págs. / 2 horas, 10 minutos / 210 visitas.

Publicado el 3 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

El Príncipe Fatal y el Príncipe Fortuné

Jeanne-Marie Le Prince de Beaumont


Cuento infantil


Había una vez una reina que tuvo dos hijos. A un hada, buena amiga de la reina, le habían pedido que fuera la madrina de los príncipes y que les hiciera algún don.

—Le concedo al mayor —dijo— todo tipo de desventuras hasta la edad de veinticinco años, y le pongo por nombre Fatal.

Al escuchar esas palabras, la reina lanzó grandes gritos y conjuró al hada a que cambiara aquel don.

—No sabes lo que pides —le dijo el hada a la reina—; si no es desventurado, será perverso.

La reina no se atrevió a decir nada más, pero le rogó al hada que le permitiera elegir un don para su segundo hijo.

—Es posible que lo elijas todo al revés —contestó el hada—; pero no importa, estoy dispuesta a concederte lo que me solicites para él.

—Deseo —dijo la reina —que triunfe siempre en todo cuanto quiera hacer; es la forma de hacerle feliz.

—Bien podrías engañarte, —dijo el hada—; por lo tanto, no le concedo ese don sino hasta los veinticinco años.

Le pusieron nodrizas a los dos pequeños príncipes, pero desde el tercer día, la nodriza del primogénito tuvo fiebre; le pusieron otra que se rompió una pierna al caerse; a una tercera se le retiró la leche tan pronto como el príncipe Fatal empezó a mamar de ella; y como corrió el rumor de que el príncipe le traía mala suerte a todas sus nodrizas, ninguna quiso alimentarlo, ni aproximarse a él. La pobre criatura, hambrienta, gritaba, pero nadie se apiadaba de él. Una robusta campesina, que tenía un número considerable de hijos y muchas dificultades para darles de comer, se ofreció para cuidar de él a condición de que le dieran una fuerte suma de dinero; y como el rey y la reina no querían al príncipe Fatal, le dieron a la nodriza lo que solicitaba, y le dijeron que se llevara el niño a su pueblo.


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9 págs. / 16 minutos / 101 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Libro de Maravillas para Niñas y Niños

Nathaniel Hawthorne


Cuento infantil


Prefacio

Desde hace mucho tiempo el autor considera que gran número de mitos clásicos podrían reescribirse como lectura fundamental para los niños. A partir de esta idea, el breve volumen que aquí se ofrece al público reelabora media docena de estos mitos. El plan demandaba una gran libertad, pero cualquiera que intente adaptar estas historias en su forja intelectual observará que son prodigiosamente independientes de modos y circunstancias históricas. En esencia, siguen siendo las mismas después de haber pasado por cambios que afectarían la identidad de casi cualquier otra cosa.

El autor, por lo tanto, no se declara culpable de sacrilegio si a veces ha modelado de nuevo unas formas santificadas por una antigüedad de dos o tres mil años. Ninguna época puede reclamar derechos de autor sobre estas fábulas inmortales. Parece que no tuvieran origen y, sin duda, mientras exista el hombre es imposible que perezcan, pero, por esta misma indestructibilidad, son legítimamente susceptibles de que cada época las vista con su propio atuendo de modos y sentimientos y les infunda su propia moral. En la versión presente quizá han perdido mucho de su aspecto clásico (o bien el autor no tuvo el cuidado de conservarlo), y tal vez han adoptado un aspecto gótico o romántico.

Al llevar a cabo esta placentera tarea —pues realmente ha sido una labor idónea para el tiempo caluroso, y una de las más placenteras literariamente que hayamos emprendido—, el autor no siempre consideró necesario rebajar el nivel para facilitar la compresión de los niños. En general ha permitido que el tema se elevara, cada vez que a eso tendía y cuando él mismo tenía el suficiente aliento para seguirlo sin esfuerzo. En imaginación y sentimiento, los niños tienen una enorme sensibilidad para todo lo propfundo o lo elevado, mientras también sea sencillo. Lo único que les desconcierta es lo artificioso y lo complejo.


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148 págs. / 4 horas, 19 minutos / 229 visitas.

Publicado el 24 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Sirenitas

Louisa May Alcott


Cuento infantil


—¡Cómo me gustaría ser una gaviota, un pez, o una sirena!; entonces pasaría todo el rato nadando, que es lo que a mí me gusta, y no tendría que permanecer en esta estúpida tierra seca todo el día —refunfuñó Nelly, sentada con el ceño fruncido y abriendo agujeros en la arena con los puños, una luminosa mañana de verano, mientras las olas llegaban murmurando a la playa, y una refrescante brisa entonaba una agradable canción.

A esta niña le gustaba tanto bañarse en el mar, que de haber sido por ella habría estado todo el tiempo jugando en el agua; pero como la pobrecita andaba un poquito resfriada, le habían prohibido entrar en el agua durante un par de días. Así pues, Nelly, en plena rabieta como estaba, se separó de sus compañeros de juego para sentarse y enfurruñarse a sus anchas en un paraje solitario entre las rocas. Se entretuvo allí observando a las gaviotas volar y planear, con sus brillantes alas blancas plegadas cuando caían en picado, o abiertas al dispararse de nuevo hacia arriba bajo los rayos del sol. Y con tanta fuerza pidió que se cumpliese su deseo, que una muy grande descendió sobre la arena posándose delante de ella, y, mientras la niña miraba fijamente sus ojillos relucientes, el anillo rojo alrededor del cuello, y el pequeño penacho en la cabeza, la sorprendió diciendo en un tono ronco:

—Yo soy el rey de las gaviotas, y puedo hacer realidad cualquiera de tus deseos. Así pues, ¿qué prefieres ser: un pez, un pájaro, o una sirena?

—La… la gente dice que no hay si… sirenas —tartamudeó Nelly.

—Sí que las hay; sólo que los mortales no pueden verlas a menos que yo les dé el poder de hacerlo. ¡Decídete rápido, niña!, no me gusta nada estar en la arena. ¡Elige y deja que me vaya de una vez! —la urgió la Gran Gaviota, acompañando sus comentarios con un impaciente aleteo.


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21 págs. / 37 minutos / 145 visitas.

Publicado el 23 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Ariel o la Leyenda del Faro

Louisa May Alcott


Cuento infantil


I

—Buenos días, señor Southesk. ¿No se da usted hoy al mar?

—Buenos días, señorita Lawrence. Sólo estoy esperando a que mi batel esté listo para zarpar.

Al responder al alegre saludo de la muchacha, el joven alzó la vista de la roca en la que descansaba, y una encantadora estampa lo resarció del esfuerzo de apartar de allí sus ojos soñadores. Algunas mujeres poseen la habilidad de hacer que incluso un simple traje de baño, parezca elegante y pintoresco; y la señorita Lawrence no ignoraba el efecto que causaba con su traje azul camisa-pantalón, su cabello suelto a merced del viento azotando su hermoso rostro, los blancos tobillos entrevistos bajo el entramado de sus sandalias de baño, y esa aparente despreocupación por su aspecto, tan atrayente como el más esmerado acicalamiento. Una sombra de decepción nubló el semblante femenino al escuchar la respuesta; y su voz sonó algo arrogante en contraste con su habitual dulzura, cuando ella, plantada junto a la indolente figura sentada tomando el sol, dijo:

—Cuando hablé del mar, pensaba en la playa; y me refería a nadar, no a navegar. ¿Por qué no se une a nuestro grupo y nos obsequia con otra exhibición de sus habilidades gimnásticas?

—No, gracias; la playa es demasiado mansa para mí; prefiero las aguas profundas, el fuerte oleaje, y el incentivo del riesgo aportando emoción al esfuerzo físico.

El tono lánguido del joven chocaba vivamente con las intenciones por él manifestadas, y al oírlas, la señorita Lawrence exclamó, casi involuntariamente:


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60 págs. / 1 hora, 45 minutos / 213 visitas.

Publicado el 23 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Historia de una Ballena

Louisa May Alcott


Cuento infantil


Freddy se sentó a meditar en el banco a la sombra del árbol. Se trataba de un amplio asiento blanco, de unos cuatro pies de largo, formando una concavidad desde sus extremos hasta el centro, que le hacía parecer un columpio; y no sólo era cómodo, también era curioso, porque estaba tallado de una sola pieza en un hueso de ballena. Freddy solía sentarse allí, y pensaba en el banco porque le interesaba sobremanera, aunque nadie pudo decirle nada al respecto, salvo que llevaba allí mucho tiempo.

–Pobre y vieja ballena, me pregunto cómo habrás llegado hasta aquí, de dónde vienes, y si fuiste una criatura buena y feliz mientras viviste –dijo Freddy en voz alta, acariciando el viejo hueso con su pequeña mano.

Y en eso se oyó un gran crujido; y una repentina ráfaga de viento agitó los árboles, como si un enorme monstruo gimiese y suspirase. Freddy pudo escuchar entonces una voz fantástica, resonante, aunque curiosamente quebrada, como si alguien tratara de hablar con la mandíbula rota.

–¡Ah, Freddy, Freddy! –llamó la gran voz–. Te contaré todo lo que quieras saber, porque tú eres la única persona que me ha compadecido, o se ha preocupado de indagar mi origen y mis peripecias.

–¡Cómo!, ¿es que puede hablar? –preguntó Freddy, muy sorprendido y un poco asustado.

–Por supuesto que puedo; debes saber que estás sentado sobre una parte de mi mandíbula. Podría hablar aún mejor si toda mi boca estuviera aquí; pero me temo que mi voz sería entonces tan estridente, que no serías capaz de escucharla sin estremecerte. De todos modos, no creo que nadie más de por aquí pueda entenderme. No son muchos en total los que podrían hacerlo, te lo aseguro; pero tú eres un chiquillo reflexivo, con una viva fantasía, y además con un gran corazón, así que tú oirás mi historia.


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12 págs. / 21 minutos / 126 visitas.

Publicado el 23 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

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