Textos peor valorados etiquetados como Cuento infantil | pág. 27

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etiqueta: Cuento infantil


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El Petirrojo

Christoph von Schmid


Cuento infantil


Martín Franc era un valiente militar que había hecho un gran número de campañas y combatido por su patria honrosamente. Cuando se retiró del servicio, al llegar á su casa encontró muertos á sus padres; y por toda heredad, una pequeña habitación y una reducida huerta; muy poca cosa á la verdad; porque llevaba el pobre muchas heridas, que le imposibilitaban de consagrarse al trabajo. Comenzó ponerse de mal humor y cavilaba día y noche cómo podría hacerlo, á fin de procurarse una honrosa subsistencia. Observó un día, que una porción de troncos y de raíces desechados en el bosque, tenían hermosas venas, y pensó al momento aprovecharse de ellos para una nueva industria. Al efecto, se dedicó á la confección de pipas y cajitas para rapé, con una habilidad que le mereció extraordinaria aceptación. Singularmente las pipas, que cincelaba y pulía con delicadeza, fueron tan buscadas, que hasta personas de muy huerta fortuna las preferían á las más ricas y adornadas con trabajos en plata.


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11 págs. / 19 minutos / 96 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

El Antiguo Castillo

Christoph von Schmid


Cuento infantil


I

En el fondo de una montaña poblada de espesos bosques residía un carbonero llamado Roberto. La cabaña era de madera y estaba construida sobre una peña, la cual estaba rodeada de un valle fértil y muy ameno. Un pequeño riachuelo serpenteaba en el fondo; y muchas veces con las lluvias se salía de madre, convirtiéndose en impetuoso torrente que arrastraba ramas, arbustos, piedras y troncos de árboles. Todo el territorio que estaba al exterior del ralle era en parte árido y en parte poblado dé árboles seculares, de modo que aquel sitio era solitario y poco frecuentado. Sólo el carbonero lo tenía bien medido, No se veía, exceptuada la cabaña, ninguna cosa hedía por mano del hombre, todo pertenecía exclusivamente á la naturaleza.

A poca distancia de la cabaña había una cantera envuelta en un pinar y en la cúspide de dicha montaña descollaba una torre en ruínas, restos de un antiguo castillo feudal que últimamente fué habitado por una banda de foragidos. En aquella soledad vivía Roberto con Eduvigis su esposa y sus dos hijos Nicolás y Tecla: y pasaban muchas semanas sin ver á otro sér humano. Los únicos seres vivientes que concurrían en el valle eran muchas liebres y cabras monteses y algunas veces bajaba al arroyuelo algún ciervo cansado de correr. Roberto empleaba el día cortando lena y quemándola para obtener carbón: tan pronto la encendía en un lado del bosque, tan pronto en otro, según como se le presentaba la ocasión; su mujer cuidaba de la casa y en los momentos libres hilaba; Nicolás guardaba un rebañito de cabras y Tecla tenía á su caro media docena de ovejas que apacentaban en los bosques del arroyuelo. Juntos vivían pacíficamente como buenos cristianos sin tener más deseos, ni más idea del mundo que su cabaña y aquella pacífica soledad.


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11 págs. / 20 minutos / 80 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Cacería de la Víbora de Cascabel

Horacio Quiroga


Cuento infantil


Chiquitos:

¿Se acuerdan ustedes de la extraña cartera de bosillo que tenía aquel amigo ciego que vino una noche de tormenta a visitarme, acompañado de un agente de polícia? Era de víbora de cascabel. ¿Y saben por qué el hombre estaba ciego? Por haber sido mordido por esa misma víbora.

Así es, chiquitos. La víboras todas causan baño, y llegan a matar al hombre que muerden. Tienen dos glándulas de veneno que comunican con sus dos colmillos. Estos dientes son huecos, o, mejor dicho, poseen un fino canal por dentro, exactamente como las agujas para dar inyecciones. Y como esas mismas agujas, los dientes de la víbora de cascabel están cortados en chanfle o bisel, como los pitos de vigilante y los escoplos de carpintero.

Cuando las víboras hincan los dientes, aprietan al mismo tiempo las glándulas, y el veneno corre entonces por los canales y penetra en la carne. En dos palabras: dan una inyección de veneno. Por esto, cuando las víboras son grandes y sus colmillos, por lo tanto, larguísimos, inyectan tan profundamente que llegan a matar a cuanto ser muerden.

La víbora más venenosa que nosotros tenemos en la Argentina es la de cascabel. Es aún más venenosa que la yarará o víbora de la cruz. Cuando no alcanza a matar, ocasiona enfermedades muy largas, a veces parálisis por toda la vida. A veces deja ciego. Y esto le pasó a mi amigo de la cartera, quien no tuvo otro consuelo que transformar la piel de su enemiga en un lindo forro.


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4 págs. / 8 minutos / 76 visitas.

Publicado el 22 de enero de 2024 por Edu Robsy.

Caza del Tigre

Horacio Quiroga


Cuento infantil


Chiquitos míos:

Lo que más va a llamar la atención de ustedes, en esta primera carta, es el que esté manchada de sangre. La sangre de los bordes del papel es mía; pero en medio hay también dos gotas de sangre del tigre que cacé esta madrugada.

Por encima del tronco que me sirve de mesa, cuelga la enorme piel amarilla y negra de la fiera.

¡Qué tigre, hijitos míos! Ustedes recordarán que en las jaulas del zoo hay un letrero que dice: «Tigre cebado». Esto quiere decir que es un tigre que deja todos los carpinchos del río por un hombre. Alguna vez ese tigre ha comido a un hombre; y le ha gustado tanto su carne, que es capaz de pasar hambre acechando días enteros a un cazador, para saltar sobre él y devorarlo, roncando de satisfacción.

En todos los lugares donde se sabe que hay un tigre cebado, el terror se apodera de las gentes, porque la terrible fiera abandona entonces el bosque y sus guaridas para rondar cerca del hombre. En los pueblitos aislados dentro de la selva, durante el día mismo, los hombres no se atreven a internarse mucho en el monte. Y cuando comienza a oscurecer, se encierran todos, trancando bien las puertas.

Bien, chiquitos. El tigre que acabo de cazar era un tigre cebado. Y ahora que están enterados de lo que es una fiera así enloquecida por la carne humana, prosigo mi historia.

Hace dos días acababa de salir del monte con dos perros, cuando oigo una gran gritería. Miro en la dirección de los gritos, y veo tres hombres que vienen corriendo hacia mí. Me rodean en seguida, y uno tras otro tocan todo mi winchester, locos de contento. Uno me dice:

—¡Che, amigo! ¡Lindo que viniste por aquí! ¡Macanudo tu guinche, che amigo!

Este hombre es misionero, o correntino, o chaqueño, o formoseño, o paraguayo. En ninguna otra región del mundo se habla así.

Otro me grita:


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3 págs. / 6 minutos / 75 visitas.

Publicado el 22 de enero de 2024 por Edu Robsy.

Cacería del Zorrino

Horacio Quiroga


Cuento infantil


Chiquitos:

Uno de los animales salvajes más bonitos de la Argentina y Uruguay es un pequeño zorro de color negro sedoso, con una ancha franja plateada que le corre a lo largo del lomo. Tiene una magnífica cola de largos y nudosos pelos, que enarbola como un plumero.

Este zorrito, en vez de caminar, se traslada de un lado a otro con un galopito corto lleno de gracia. Es mansísimo y a la vista de una persona ni piensa siquiera en huir. Posee una gracia de movimientos que le envidiarían las mismas ardillas, y pocos animalitos del mundo dan más ganas de acariciarlos.

Pero el que pone la mano encima de esta bellísima criatura, chiquitos míos, no vuelve a hacerlo en su vida.

Una vez, en el departamento de Paysandú, en la República Oriental del Uruguay, fui testigo del mal rato que dio este lindo zorrito a un joven inglés recién llegado a América.

Ustedes saben, chiquitos, que nosotros, en la región del Plata, atribuimos siempre a los ingleses las anécdotas o cuentos basados sobre un error de lengua. Los ingleses en general no tienen la tonta vergüenza nuestra de no querer hablar un idioma porque lo pronunciamos mal. Ellos, de lo que sienten vergüenza, es de no hacer lo posible por aprender en seguida la lengua del país donde viven. De aquí que cometan al principio muchos errores de pronunciación, que a nosotros nos hacen reír y que fomentamos muchas veces por malicia.

A un joven inglés, pues, y a propósito del Iindo bichito que nos ocupa, le vi cometer el más tremendo error que sea posible cometer.

Yo había llegado hacía diez 10 a una estancia solitaria poblada por una vieja familia criolla, y amiga, como todos los criollos viejos, de embromar a los extranjeros recién venidos.


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4 págs. / 8 minutos / 35 visitas.

Publicado el 22 de enero de 2024 por Edu Robsy.

Los Bebedores de Sangre

Horacio Quiroga


Cuento infantil


Chiquitos:

¿Han puesto ustedes el oído contra el lomo de un gato cuando runrunea? Háganlo con Tutankamón, el gato del almacenero. Y después de haberlo hecho, tendrán una idea clara del ronquido de un tigre cuando anda al trote por el monte en son de caza.

Este ronquido que no tiene nada de agradable cuando uno está solo en el bosque, me perseguía desde hacía una semana. Comenzaba al caer la noche, y hasta la madrugada el monte entero vibraba de rugidos.

¿De dónde podía haber salido tanto tigre? La selva parecía haber perdido todos sus bichos, como si todos hubieran ido a ahogarse en el río. No había más que tigres: no se oía otra cosa que el ronquido profundo e incansable del tigre hambriento, cuando trota con el hocico a ras de tierra para percibir el tufo de los animales.

Así estábamos hacía una semana, cuando de pronto los tigres desaparecieron. No se oyó un solo bramido más. En cambio, en el monte volvieron a resonar el balido del ciervo, el chillido del agutí, el silbido del tapir, todos los ruidos y aullidos de la selva. ¿Qué había pasado otra vez? Los tigres no desaparecen porque sí, no hay fiera capaz de hacerlos huir.

¡Ah, chiquitos! Esto creía yo. Pero cuando después de un día de marcha llegaba yo a las márgenes del río Iguazú (veinte leguas arriba de las cataratas), me encontré con dos cazadores que me sacaron de mi ignorancia. De cómo y por qué había habido en esos días tanto tigre, no me supieron decir una palabra. Pero en cambio me aseguraron que la causa de su brusca fuga se debía a la aparición de un puma. El tigre, a quien se cree rey incontestable de la selva, tiene terror pánico a un gato cobardón como el puma.

¿Han visto, chiquitos míos, cosa más rara? Cuando le llamo gato al puma, me refiero a su cara de gato, nada más. Pero es un gatazo de un metro de largo, sin contar la cola, y tan fuerte como el tigre mismo.


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3 págs. / 6 minutos / 48 visitas.

Publicado el 22 de enero de 2024 por Edu Robsy.

Sangre Romañola

Edmundo de Amicis


Cuento infantil


Aquella tarde la casa de Federico estaba más tranquila que de costumbre. El padre, que tenía una pequeña tienda de mercería, había ido a Forli a compras; su madre le acompañaba con Luisita, una niña a quien llevaba para que el médico la viera y le operase un ojo malo. Poco faltaba ya para la media noche. La mujer que venía a prestar servicio durante el día, se había ido al obscurecer. En la casa no quedaban más que la abuela, con las piernas paralizadas, y Federico, muchacho de trece años. Era una casita sola con piso bajo, colocada en la carretera y como a un tiro de bala de un pueblo inmediato a Forli, ciudad de la Romaña, y no tenía a su lado más que otra casa deshabitada, arruinada hacía dos meses por un incendio, sobre la cual se veía aún la muestra de una hostería. Detrás de la casita había un huertecillo rodeado de seto vivo, al cual daba una puertecilla rústica; la puerta de la tienda, que era también puerta de la casa, se abría sobre la carreterra. Alrededor se extendía la campiña solitaria, vastos campos cultivados y plantados de moreras.

Llovía y hacía viento. Federico y la abuela, todavía levantados, estaban en el cuarto donde comían, entre el cual y el huerto había una habitación llena de muebles viejos. Federico había vuelto a casa a las once, después de pasar fuera muchas horas; la abuela le había esperado con los ojos abiertos, llena de ansiedad, clavada en un ancho sillón de brazos, en el cual solía pasar todo el día y frecuentemente la noche, porque la fatiga no la dejaba respirar estando acostada.

El viento azotaba la lluvia contra los cristales; la noche era obscurísima. Federico había vuelto cansado, lleno de fango, con la chaqueta hecha jirones y con un cardenal en la frente, de una pedrada; venía de estar apedreándose con sus compañeros: llegaron a las manos como de costumbre, y por añadidura jugó y perdió sus cuartos, extraviándosele, además, la gorra en un foso.


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6 págs. / 12 minutos / 65 visitas.

Publicado el 7 de mayo de 2024 por Edu Robsy.

El Pequeño Patriota Paduano

Edmundo de Amicis


Cuento infantil


No seré un soldado cobarde, no; pero iría con más gusto a la escuela si el maestro nos refiriese todos los días un cuento como el de esta mañana. Todos los meses, dice, nos contará uno: nos lo dará escrito, y será siempre el relato de una acción buena y verdadera, llevada a cabo por un niño. El pequeño patriota paduano se llama el de hoy. Helo aquí: “Un naviero francés partió de Barcelona, ciudad de España, para Génova, llevando a bordo franceses, italianos, españoles y suizos. Había, entre otros, un chico de once años, solo, mal vestido, que estaba siempre aislado como animal salvaje, mirando a todos de reojo. Y tenía razón para mirar a todos así. Hacía dos años que su padre y su madre, labradores de los alrededores de Padua, le habían vendido al jefe de cierta compañía de titiriteros, el cual, después de haberle enseñado a hacer varios juegos a fuerza de puñetazos, puntapiés y ayunos, le había llevado a través de Francia y España, pegándole siempre y no quitándole nunca el hambre. Llegado a Barcelona, y no pudiendo soportar ya los golpes y el ayuno, reducido a un estado que inspiraba lástima, se escapó de su carcelero y corrió a pedir protección al cónsul de Italia, el cual, compadecido, le había embarcado en aquel bajel, dándole una carta para el alcalde de Génova, que debía enviarlo a sus padres, a los padres que lo habían vendido como vil bestia. El pobre muchacho estaba lacerado y enfermucho. Le habían dado billete de segunda clase. Todos le miraban, algunos le preguntaban; pero él no respondía, y parecía que odiaba a todos: ¡tanto le habían irritado y entristecido las privaciones y los golpes! Al fin tres viajeros, a fuerza de insistencia en sus preguntas, consiguieron hacerle hablar, y en pocas palabras, toscamente dichas, mezcla de español, de francés y de italiano, les contó su historia.


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2 págs. / 3 minutos / 49 visitas.

Publicado el 7 de mayo de 2024 por Edu Robsy.

Las Hadas

Charles Perrault


Cuento infantil


Érase una viuda que tenía dos hijas; la mayor se le parecía tanto en el carácter y en el físico, que quien veía a la hija, le parecía ver a la madre. Ambas eran tan desagradables y orgullosas que no se podía vivir con ellas. La menor, verdadero retrato de su padre por su dulzura y suavidad, era además de una extrema belleza. Como por naturaleza amamos a quien se nos parece, esta madre tenía locura por su hija mayor y a la vez sentía una aversión atroz por la menor. La hacía comer en la cocina y trabajar sin cesar.

Entre otras cosas, esta pobre niña tenía que ir dos veces al día a buscar agua a una media legua de la casa, y volver con una enorme jarra llena.

Un día que estaba en la fuente, se le acercó una pobre mujer rogándole que le diese de beber.

—Como no, mi buena señora, dijo la hermosa niña.

Y enjuagando de inmediato su jarra, sacó agua del mejor lugar de la fuente y se la ofreció, sosteniendo siempre la jarra para que bebiera más cómodamente. La buena mujer, después de beber, le dijo:

—Eres tan bella, tan buena y, tan amable, que no puedo dejar de hacerte un don (pues era un hada que había tomado la forma de una pobre aldeana para ver hasta donde llegaría la gentileza de la joven). Te concedo el don, prosiguió el hada, de que por cada palabra que pronuncies saldrá de tu boca una flor o una piedra preciosa.

Cuando la hermosa joven llegó a casa, su madre la reprendió por regresar tan tarde de la fuente.

—Perdón, madre mía, dijo la pobre muchacha, por haberme demorado; y al decir estas palabras, le salieron de la boca dos rosas, dos perlas y dos grandes diamantes.

—¡Qué estoy viendo!, dijo su madre, llena de asombro; ¡parece que de la boca le salen perlas y diamantes! ¿Cómo es eso, hija mía?

Era la primera vez que le decía hija.

La pobre niña le contó ingenuamente todo lo que le había pasado, no sin botar una infinidad de diamantes.


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2 págs. / 4 minutos / 1.071 visitas.

Publicado el 17 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Dos Hermanos

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


En una de las islas danesas, cubierta de sembrados entre los que se elevan antiguos anfiteatros, y de hayedos con corpulentos árboles, hay una pequeña ciudad de bajas casas techadas de tejas rojas. En el hogar de una de aquellas casas se elaboran cosas maravillosas; hierbas diversas y raras eran hervidas en vasos, mezcladas y destiladas, y trituradas en morteros. Un hombre de avanzada edad cuidaba de todo ello.

—Hay que atender siempre a lo justo —decía—; sí, a lo justo, lo debido; atenerse a la verdad en todas las partes, y no salirse de ella.

En el cuarto de estar, junto al ama de casa, estaban dos de los hijos, pequeños todavía, pero con grandes pensamientos. La madre les había hablado siempre del derecho y la justicia y de la necesidad de no apartarse nunca de la verdad, que era el rostro de Dios en este mundo.

El mayor de los muchachos tenía una expresión resuelta y alegre. Su lectura referida eran libros sobre fenómenos de la Naturaleza, del sol y las estrellas; eran para él los cuentos más bellos. ¡Qué dicha poder salir en viajes de descubrimiento, o inventar el modo de imitar a las aves y lanzarse a volar! Sí, resolver este problema, ahí estaba la cosa. Tenían razón los padres: la verdad es lo que sostiene el mundo.


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2 págs. / 3 minutos / 212 visitas.

Publicado el 26 de junio de 2016 por Edu Robsy.

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