Textos más populares este mes etiquetados como Cuento infantil | pág. 10

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etiqueta: Cuento infantil


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El Hijo Ingrato

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Un día estaba un hombre sentado con su mujer a la puerta de su casa, y se hallaban comiendo con mucho gusto un pollo, el primero que les habían dado aquel año las gallinas. El hombre vio venir a lo lejos a su anciano padre y se apresuró a ocultar el plato para no tener que darle, de modo que sólo bebió un trago y se volvió en seguida.

En aquel momento fue el hijo a buscar el plato para ponerle en la mesa, pero el pollo asado se había convertido en un sapo muy grande que saltó a su rostro, al que se adhirió para siempre. Cuando se intentaba quitarle de allí, el horrible monstruo lanzaba a las gentes miradas venenosas como si fuera a tirarse a ellas, así es que nadie se atrevía a acercarse. El hijo ingrato quedó condenado a sustentarle, pues, si no, le devoraba la cabeza, y así pasó el resto de sus días vagando miserablemente por la tierra.


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1 pág. / 1 minuto / 884 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Gato con Botas

Charles Perrault


Cuento infantil


Un molinero dejó como única herencia a sus tres hijos, su molino, su burro y su gato. El reparto fue bien simple: no se necesitó llamar ni al abogado ni al notario. Habrían consumido todo el pobre patrimonio.

El mayor recibió el molino, el segundo se quedó con el burro, y al menor le tocó sólo el gato. Este se lamentaba de su mísera herencia:

—Mis hermanos, decía, podrán ganarse la vida convenientemente trabajando juntos; lo que es yo, después de comerme a mi gato y de hacerme un manguito con su piel, me moriré de hambre.

El gato, que escuchaba estas palabras, pero se hacía el desentendido, le dijo en tono serio y pausado:

—No debéis afligiros, mi señor, no tenéis más que proporcionarme una bolsa y un par de botas para andar por entre los matorrales, y veréis que vuestra herencia no es tan pobre como pensáis.

Aunque el amo del gato no abrigara sobre esto grandes ilusiones, le había visto dar tantas muestras de agilidad para cazar ratas y ratones, como colgarse de los pies o esconderse en la harina para hacerse el muerto, que no desesperó de verse socorrido por él en su miseria.

Cuando el gato tuvo lo que había pedido, se colocó las botas y echándose la bolsa al cuello, sujetó los cordones de ésta con las dos patas delanteras, y se dirigió a un campo donde había muchos conejos. Puso afrecho y hierbas en su saco y tendiéndose en el suelo como si estuviese muerto, aguardó a que algún conejillo, poco conocedor aún de las astucias de este mundo, viniera a meter su hocico en la bolsa para comer lo que había dentro. No bien se hubo recostado, cuando se vio satisfecho. Un atolondrado conejillo se metió en el saco y el maestro gato, tirando los cordones, lo encerró y lo mató sin misericordia.

Muy ufano con su presa, fuese donde el rey y pidió hablar con él. Lo hicieron subir a los aposentos de Su Majestad donde, al entrar, hizo una gran reverencia ante el rey, y le dijo:


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4 págs. / 8 minutos / 2.159 visitas.

Publicado el 17 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Chelín de Plata

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Érase una vez un chelín. Cuando salió de la ceca, pegó un salto y gritó, con su sonido metálico «¡Hurra! ¡Me voy a correr mundo!». Y, efectivamente, éste era su destino.

El niño lo sujetaba con mano cálida, el avaro con mano fría y húmeda; el viejo le daba mil vueltas, mientras el joven lo dejaba rodar. El chelín era de plata, con muy poco cobre, y llevaba ya todo un año corriendo por el mundo, es decir, por el país donde lo habían acuñado. Pero un día salió de viaje al extranjero. Era la última moneda nacional del monedero de su dueño, el cual no sabía ni siquiera que lo tenía, hasta que se lo encontró entre los dedos.

—¡Toma! ¡Aún me queda un chelín de mi tierra! —exclamó— ¡Hará el viaje conmigo!

Y la pieza saltó y cantó de alegría cuando la metieron de nuevo en el bolso. Y allí estuvo junto a otros compañeros extranjeros, que iban y venían, dejándose sitio unos a otros mientras el chelín continuaba en su lugar. Era una distinción que se le hacía.


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4 págs. / 8 minutos / 145 visitas.

Publicado el 26 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Elsa la Lista

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Érase un hombre cuya hija no daba un solo paso sin usar su cabeza, por lo que le llamaban Elsa la Lista.

En cuanto fue mayor, su padre dijo:

—Es tiempo de que se case.

Y la madre dijo:

—Sí, con tal que alguien la quiera.

Por aquel entonces llegó de muy lejos un joven campesina quien llamaban Juan, y éste dijo:

—Sí, me casaré con la muchacha, a condición de que sea tan lista como dicen.

—¡Oh —dijo el padre—, nuestra Elsa no es ninguna tonta!

Y la madre dijo:

—¡Ay, qué gran verdad es ésa! De tan lista como es, puede ver al viento cuando viene calle abajo. Y además, hasta oye toser a las moscas.

—Bueno, ya se verá —dijo Juan—. Pero si no es lista, no me caso.

Sentados ya a la mesa, la madre dijo:

—Elsa, baja al sótano y trae cerveza.

La lista muchacha tomó el jarro del estante y se fue trota que trota escaleras abajo, haciendo sonar vivamente la tapa por el camino para no perder el tiempo.

Una vez en el sótano buscó un taburete, lo puso frente al barril y se sentó para no tener que agacharse, no fuera a ser que, a lo mejor, le diese un dolor en la espalda.

Luego colocó el jarro en su sitio y le dio vuelta a la llave.

Pero mientras esperaba a que se llenase el jarro, para no tener los ojos sin hacer nada empezó a mirar por todas partes, pared por pared, hasta llegar al techo. ¡Y descubrió, justo encima de su cabeza, una piqueta que los albañiles habían dejado allí por descuido!

Y ya tienen ustedes a Elsa la Lista llorando a más no poder mientras pensaba: «Si me caso con Juan y tenemos un hijito y, cuando sea mayor, lo mandamos a buscar cerveza aquí abajo, ¡esa piqueta puede muy bien caerle en la cabeza y matarlo!»

Y allí se quedó sentada llora que te llora a todo pulmón por el posible accidente.


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4 págs. / 8 minutos / 160 visitas.

Publicado el 26 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Enfermo del Chacho

Edmundo de Amicis


Cuento infantil


En la mañana de cierto día lluvioso de marzo, un muchacho vestido de campesino, calado de agua y lleno de fango, con un envoltorio de ropa bajo el brazo, se presentaba al portero del hospital mayor de Nápoles a preguntar por su padre, con una carta en la mano. Tenía hermosa cara ovalada de color moreno pálido, ojos apesadumbrados y gruesos labios entreabiertos, que dejaban ver sus blanquísimos dientes. Venía de un pueblo de los alrededores de la ciudad. Su padre, que había salido de la casa el año anterior para ir en busca de trabajo a Francia, había vuelto a Italia y desembarcado hacia pocos días en Nápoles, donde enfermó tan repentinamente que apenas si tuvo tiempo de escribir cuatro palabras a su familia, para anunciarle su llegada, y decirle que entraba en el hospital. Su mujer, desolada al recibir la noticia, no pudiendo moverse de casa porque tenía una niña enferma y otra de pecho, había mandado al hijo mayor con algunos cuartos para asistir a su padre, a su chacho, como solía llamarle.

El muchacho había andado diez millas de camino.

El portero, leyendo la carta, llamó a un enfermero para que le llevase al muchacho, donde estaba su padre. “¿Qué padre?”, preguntó el enfermero.

El muchacho, temblando por temor de una triste noticia, dijo el nombre.

El enfermero no recordaba tal nombre: “¿Un viejo trabajador que ha llegado de fuera?”, preguntó.


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Dominio público
8 págs. / 15 minutos / 46 visitas.

Publicado el 7 de mayo de 2024 por Edu Robsy.

La Rosa Blanca

Julia de Asensi


Cuento infantil


Una hermosa mañana de Junio salió la niña Margarita a pasear con su aya. Era hija única y sus padres le otorgaban hasta los caprichos más raros y más costosos. De esto resultaba que era muy voluntariosa y no podía soportar la menor contradicción.

Habían estado primero en una frondosa alameda y luego penetraron en una calle a cuyos dos lados se veían preciosos jardines. La institutriz, que conocía de nombre o de trato a los propietarios de la mayor parte de ellos, iba diciendo a la niña quiénes eran, y esta la escuchaba con indiferencia exclamando a cada momento cuando se paraba delante de una verja:

—¡Hermosos claveles! pero los de mi jardín son más dobles.

—Mira qué dalias, pero las mías tienen colores más variados.

—Repara qué jazmines y qué heliotropos, pero me agradan más los que cultiva mi jardinero.

Al llegar a la última de aquellas posesiones, Margarita se detuvo y el aya le dijo:

—Esta ignoro de quién es, aunque se ha vendido hace ya algunos años.

Por la puerta de hierro se veía una espaciosa plazoleta con una bella fuente en el centro, las estatuas a los lados de las cuatro estaciones, árboles seculares por cuyos troncos trepaba verde hiedra y una infinidad de flores de puros matices, admirablemente combinados, entre las que descollaba un hermoso rosal cuajado de capullos y con una sola rosa completamente abierta.

Aquella rosa blanca, de un tamaño extraordinario, era de una belleza tal que jamás recordaba Margarita haber visto nada semejante.

—Dámela —dijo la niña al aya señalando con su mano la flor.

—¿Pero cómo puedo cogerla? —preguntó la institutriz alarmada por aquel extraño capricho.

—Llama y pídela al que abra.

Bien comprendía la pobre mujer que aquello era imposible, pero sabía que contrariar a Margarita era perder la plaza que desempeñaba y tiró de la campanilla.


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Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 94 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Pareja de Enamorados

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Un trompo y una pelota yacían juntos en una caja, entre otros diversos juguetes, y el trompo dijo a la pelota:

—¿Por qué no nos hacemos novios, puesto que vivimos juntos en la caja?

Pero la pelota, que estaba cubierta de un bello tafilete y presumía como una encopetada señorita, ni se dignó contestarle.

Al día siguiente vino el niño propietario de los juguetes, y se le ocurrió pintar el trompo de rojo y amarillo y clavar un clavo de latón en su centro. El trompo resultaba verdaderamente espléndido cuando giraba.

—¡Míreme! —dijo a la pelota—. ¿Qué me dice ahora? ¿Quiere que seamos novios? Somos el uno para el otro. Usted salta y yo bailo. ¿Puede haber una pareja más feliz?

—¿Usted cree? —dijo la pelota con ironía—. Seguramente ignora que mi padre y mi madre fueron zapatillas de tafilete, y que mi cuerpo es de corcho español.

—Sí, pero yo soy de madera de caoba —respondió la peonza— y el propio alcalde fue quien me torneó. Tiene un torno y se divirtió mucho haciéndome.

—¿Es cierto lo que dice? —preguntó la pelota.

—¡Qué jamás reciba un latigazo si miento! —respondió el trompo.

—Desde luego, sabe usted hacerse valer —dijo la pelota—; pero no es posible; estoy, como quien dice, prometida con una golondrina. Cada vez que salto en el aire, asoma la cabeza por el nido y pregunta: «¿Quiere? ¿Quiere?». Yo, interiormente, le he dado ya el sí, y esto vale tanto como un compromiso. Sin embargo, aprecio sus sentimientos y le prometo que no lo olvidaré.

—¡Vaya consuelo! —exclamó el trompo, y dejaron de hablarse.


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2 págs. / 4 minutos / 155 visitas.

Publicado el 30 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Fantasma del Bosque

Julia de Asensi


Cuento infantil


I

¿Por qué habían nacido tan iguales aquellos dos muchachos? No eran de la misma familia ni vivían en la misma clase social. El uno, Guillermo, era hijo único del señor del castillo, y el otro, Paulino, de un pobre soldado. Tenían entonces unos diez añitos, igual estatura, más bien alta que baja para su edad, el cabello castaño, los ojos negros, grandes y expresivos, la tez morena y algo pálida, los labios gruesos y los dientes blancos y pequeños.

Decíase que la madre de Paulino tenía veneración por la castellana, encontrándole una notable semejanza con la Virgen que en un cuadro antiguo trazara un hábil pintor y que se veneraba en la vieja iglesia de aquel pueblo. Y que así como Guillermo era el vivo retrato de la castellana, Paulino se parecía al niño Jesús que tenía la Virgen en sus brazos, igual en el rostro a la santa imagen que tanto había mirado su madre antes de darle a luz.

Si en la parte física se asemejaban los dos niños, no ocurría lo mismo en la moral. Guillermo era bueno, caritativo y amable; Paulino adusto, retraído y envidioso.

La castellana daba a la mujer del soldado las prendas poco usadas por su hijo y Paulino vertía amargo llanto al ponerse aquellas ropas de desecho. ¿Por qué no había de ser él hijo de padres ricos y nobles como Guillermo y tener caballo, coche y juguetes? ¿Había alguna razón para que todos saludaran con cariño y respeto a aquel muchacho de su edad y a él no se dignaran mirarle siquiera? ¡Cuánto odiaba a aquel ser afortunado, nacido el mismo año que él, pero halagado por los dones de la fortuna, mientras Paulino carecía hasta de lo más necesario para vivir?


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Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 202 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Nido del Pájaro

Christoph von Schmid


Cuento infantil


El consejero de Aretín tenía una hermosa posesión en la campiña y en un sitio sumamente pintoresco. De tiempo en tiempo dejaba su residencia, é iba para respirar el aíre puro del campo, y descansar de las fatigas que le acarreaban sus negocios. A la entrada de la primavera, quiso por primera vez llevar consigo á la quinta á dos tiernos hijos que tenía, los cuales recibieron en ello un placer sin igual. el jardín pegadito á la casa, el trigo de los campos todavía verde, los prados tan cubiertos de flores, todo excitaba su alegría; pero sobre todo les gustó extraordinariamente el parque enteramente lleno de encinas, álamos y abedules, al través de los cuales había los caminos cubiertos de arena.

Su padre les acompañó un día á este parque, y les enseñó un nido de pajaritos. Vieron cinco avecillas muy tiernas, y el padre y la madre que les iban llevando el alimento sin que se espantaran; y esto les dió muchísimo placer.

Entonces les hizo sentar en un banco de piedra que había al pie de una vieja encina, desde la cual se descubría un hermoso panorama.—Quiero contaros una cosa,—les dijo—del nido de un pajarito, que os gustará mucho, y que sucedió en este mismo país.

Los dos niños fijaron su atención, y el padre comenzó de esta manera:

—Hará cosa de unos cuarenta años, que un joven pastorcillo vino muy de mañana á sentarse al pie de esta misma encina para guardar sus carneros. Tenía en sus manos un libro que leía con mucha atención, y sólo de tiempo en tiempo levantaba los ojos para vigilar su rebaño que andaba de una á otra parte, paciendo por el bosque y á lo largo del riachuelo.


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Dominio público
9 págs. / 16 minutos / 84 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

El Niño Travieso

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Érase una vez un anciano poeta, muy bueno y muy viejo. Un atardecer, cuando estaba en casa, el tiempo se puso muy malo; afuera llovía a cántaros, pero el anciano se encontraba muy a gusto en su cuarto, sentado junto a la estufa en la que ardía un buen fuego y se asaban manzanas.

—Ni un pelo de la ropa les quedará seco a los infelices que este temporal haya pillado fuera de casa —dijo, pues era un poeta de muy buenos sentimientos.

—¡Ábrame! ¡Tengo frío y estoy empapado! —gritó un niño desde fuera. Y llamaba a la puerta llorando, mientras la lluvia caía furiosa y el viento hacía temblar todas las ventanas.

—¡Pobrecillo! —dijo el viejo, abriendo la puerta. Estaba ante ella un rapazuelo completamente desnudo; el agua le chorreaba de los largos rizos rubios. Tiritaba de frío; de no hallar refugio, seguramente habría sucumbido, víctima de la inclemencia del tiempo.

—¡Pobre pequeño! —exclamó el compasivo poeta, cogiéndolo de la mano—. ¡Ven conmigo, que te calentaré! Voy a darte vino y una manzana, porque eres tan precioso.

Y lo era, en efecto. Sus ojos parecían dos límpidas estrellas, y sus largos y ensortijados bucles eran como de oro puro, aun estando empapados. Era un verdadero angelito, pero estaba pálido de frío y tiritaba con todo su cuerpo. Sostenía en la mano un arco magnifico, pero estropeado por la lluvia; con la humedad, los colores de sus flechas se habían borrado y mezclado unos con otros.

El poeta se sentó junto a la estufa, puso al chiquillo en su regazo, le escurrió el agua del cabello, le calentó las manitas en las suyas y le preparó vino dulce. El pequeño no tardó en rehacerse: el color volvió a sus mejillas y, saltando al suelo, se puso a bailar alrededor del anciano poeta.

—¡Eres un chico alegre! —dijo el viejo—. ¿Cómo te llamas?


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2 págs. / 4 minutos / 134 visitas.

Publicado el 28 de junio de 2016 por Edu Robsy.

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