Textos más populares este mes etiquetados como Cuento infantil | pág. 11

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etiqueta: Cuento infantil


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El Hombre Bueno y el Hombre Malo

Aleksandr Afanásiev


Cuento infantil


Una vez hablaban entre sí dos campesinos pobres; uno de ellos vivía a fuerza de mentiras, y cuando se le presentaba la ocasión de robar algo no la desperdiciaba nunca; en cambio, el otro, temeroso de Dios y de estrecha conciencia, se esforzaba por vivir con el modesto fruto de su honrado trabajo. En su conversación, empezaron a discutir; el primero quería convencer al otro de que se vive mucho mejor atendiendo sólo a la propia conveniencia, sin pararse en delito más o menos; pero el otro le refutaba, diciendo:

—De ese modo no se puede vivir siempre; tarde o temprano llega el castigo. Es mejor vivir honradamente aunque se padezca miseria.

Discutieron mucho, pues ninguno de los dos quería ceder en su opinión, y al fin decidieron ir por el camino real y preguntar su parecer a los que pasasen.

Iban andando cuando encontraron a un labrador que estaba labrando el campo; se acercaron a él y le dijeron:

—Dios te ayude, amigo. Dinos tu opinión acerca de una discusión que tenemos. ¿Cómo crees que hay que vivir, honradamente o inicuamente?

—Es imposible vivir honradamente —les contestó el campesino—; es más fácil vivir inicuamente. El hombre honrado no tiene camisa que ponerse, mientras que la iniquidad lleva botas de montar. Ya ven: nosotros los campesinos tenemos que trabajar todos los días para nuestro señor, y en cambio no tenemos tiempo para trabajar para nosotros mismos. Algunas veces tenemos que fingirnos enfermos para poder ir al bosque a coger la leña que nos hace falta, y aun esto hay que hacerlo de noche porque es cosa prohibida.

—Ya ves —dijo el Hombre Malo al Bueno—: mi opinión es la verdadera.

Continuaron el camino, anduvieron un rato y encontraron a un comerciante que iba en su trineo.

—Párate un momento y permítenos una pregunta: ¿Cómo es mejor vivir, honradamente o inicuamente?


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5 págs. / 10 minutos / 629 visitas.

Publicado el 12 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Lobo y la Zorra

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Existía en el bosque un lobo muy malo que tenía asustados a todos los animales del bosque. No había animal en el bosque que no huyera al sentir la presencia del lobo. A ese bosque llegó un día una joven zorra. Estaba perdida y había llegado allí para establecer un

hogar.

La zorra hizo su casa en un tronco hueco de un árbol gigante. Era una muy buena casa con todas las comodidades. Ella estaba muy feliz. Un día que paseaba por el bosque se encontró frente a frente con el lobo. Él le exigió que le diera comida.

La zorra, muy astuta, le dijo que no tenía comida pero que lo llevaría a un lugar donde podría pescar. El lobo aceptó y la zorra lo llevó hasta una montaña muy alta y fría. En la cima de la montaña había un lago congelado. La zorra cogió una piedra e hizo un agujero en el hielo.

Luego metió su cola dentro del agua fría y en un segundo sacó un pez del lago.

El lobo asombrado, quitó a la zorra del agujero y metió su cola. Efectivamente a los pocos segundos, un pez mordió la cola, el lobo la sacó y atrapó el pescado.

Contento con ese nuevo método de caza, el lobo volvió a meter la cola para pescar. La zorra, disimuladamente huyó del lugar, mientras que el lobo seguía esperando el próximo pescado. Sin embargo los peces habían descubierto el truco y se habían ido a otro lugar.

El lobo esperó durante muchas horas hasta que el agua se congeló, al igual que su cola. El lobo quedó atrapado en el lago. A los dos días la zorra volvió a la montaña y descubrió al lobo en el lago con hambre y todo congelado. La zorra lo tomó de una pata y tiro de él hasta que lo sacó del lago. Sin embargo la cola del lobo se quedó


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2 págs. / 4 minutos / 228 visitas.

Publicado el 26 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Perro y el Gorrión

Hermanos Grimm


Cuento infantil


A un perro de pastor le había tocado en suerte un mal amo, que le hacía pasar hambre. No queriendo aguantarlo por más tiempo, el animal se marchó, triste y pesaroso. Encontróse en la calle con un gorrión, el cual le preguntó:

— Hermano perro, ¿por qué estás tan triste?

Y respondióle el perro:

— Tengo hambre y nada que comer.

Aconsejóle el pájaro:

— Hermano, vente conmigo a la ciudad —, yo haré que te hartes.

Encamináronse juntos a la ciudad, y, al llegar frente a una carnicería, dijo el gorrión al perro:

— No te muevas de aquí; a picotazos te haré caer un pedazo de carne —y, situándose sobre el mostrador y vigilando que nadie lo viera, se puso a picotear y a tirar de un trozo que se hallaba al borde, hasta que lo hizo caer al suelo. Cogiólo el perro, llevóselo a una esquina y se lo zampó. Entonces le dijo el gorrión:

— Vamos ahora a otra tienda; te haré caer otro pedazo para que te hartes.

Una vez el perro se hubo comido el segundo trozo, preguntóle el pájaro:

— Hermano perro, ¿estás ya harto?

— De carne, sí —respondió el perro—, pero me falta un poco de pan.

Dijo el gorrión:

— Ven conmigo, lo tendrás también — y, llevándolo a una panadería, a picotazos hizo caer unos panecillos; y como el perro quisiera todavía más, condújolo a otra panadería y le proporcionó otra ración. Cuando el perro se la hubo comido, preguntóle el gorrión:

— Hermano perro, ¿estás ahora harto?

— Sí —respondió su compañero—. Vamos ahora a dar una vuelta por las afueras.

Salieron los dos a la carretera; pero como el tiempo era caluroso, al cabo de poco trecho dijo el perro:

— Estoy cansado, y de buena gana echaría una siestecita.

— Duerme, pues —asintió el gorrión;— mientras tanto, yo me posaré en una rama.

Y el perro se tendió en la carretera y pronto se quedó dormido.


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3 págs. / 6 minutos / 141 visitas.

Publicado el 26 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Los Duendecillos

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Cuento primero

Un zapatero se había empobrecido de tal modo, y no por culpa suya, que, al fin, no le quedaba ya más cuero que para un solo par de zapatos. Cortólos una noche, con propósito de coserlos y terminarlos al día siguiente; y como tenía tranquila la conciencia, acostóse plácidamente y, después de encomendarse a Dios, quedó dormido. A la mañana, rezadas ya sus oraciones y cuando iba a ponerse a trabajar, he aquí que encontró sobre la mesa los dos zapatos ya terminados. Pasmóse el hombre, sin saber qué decir ni qué pensar. Cogió los zapatos y los examinó bien de todos lados. Estaban confeccionados con tal pulcritud que ni una puntada podía reprocharse; una verdadera obra maestra.

A poco entró un comprador, y tanto le gustó el par, que pagó por él más de lo acostumbrado, con lo que el zapatero pudo comprarse cuero para dos pares. Los cortó al anochecer, dispuesto a trabajar en ellos al día siguiente, pero no le fue preciso, pues, al levantarse, allí estaban terminados, y no faltaron tampoco parroquianos que le dieron por ellos el dinero suficiente con que comprar cuero para cuatro pares. A la mañana siguiente otra vez estaban listos los cuatro pares, y ya, en adelante, lo que dejaba cortado al irse a dormir, lo encontraba cosido al levantarse, con lo que pronto el hombre tuvo su buena renta y, finalmente, pudo considerarse casi rico.

Pero una noche, poco antes de Navidad, el zapatero, que ya había cortado los pares para el día siguiente, antes de ir a dormir dijo a su mujer:

— ¿Qué te parece si esta noche nos quedásemos para averiguar quién es que nos ayuda de este modo?

A la mujer parecióle bien la idea; dejó una vela encendida, y luego los dos se ocultaron, al acecho, en un rincón, detrás de unas ropas colgadas.


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3 págs. / 5 minutos / 108 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Piel de Oso

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Hace mucho, mucho tiempo, vivió un joven que se alistó como soldado. Su valentía y coraje no tenían parangón, realizó grandes proezas durante las batallas y siempre se adelantaba hasta la línea de fuego para luchar. Pero al fín llegaron tiempos de paz y el soldado fue licenciado. — Ahora podrás dedicarte a lo que prefieras — Le dijo su capitán. Mas un soldado que sólo conoce la guerra, difícilmente conoce un oficio para desempeñar con su fusil.

Acudió a sus hermanos para pedirles ayuda, pues sus padres habían muerto hacía algún tiempo, pero éstos no tuvieron nada que ofrecerle. Después de recorrer sin éxito varias aldeas en busca de trabajo, se internó en lo más profundo del bosque y allí clamó sus penas en voz alta. — No conozco la forja ni el curtido. No entiendo de animales ni sé preparar platos exquisitos. Sin poder trabajar, estoy destinado a morir de hambre.

De pronto, un ruido a su espalda le hizo girarse para contemplar a un extraño hombre vestido de verde y uno de cuyos pies era una pezuña de caballo. — Ahora que conozco tus penas, las aliviaré con abundante oro sólo con que demuestres tu gallardía, pues no soy amigo de alentar a los cobardes. — Eso es lo único que me sobra — dijo el combatiente — ¡Pruébame, pues me hace falta el oro!

Y antes de que pudiera verlo, un enorme oso se abalanzó contra él, levantado sobre sus patas traseras. El joven, reaccionando con rapidez pasmosa, retrocedió a tiempo de disparar una bala mortífera al animal, que se desplomó sobre el suelo cuan largo era. Asintiendo con la cabeza, el diablo tendió un traje verde al joven y continuó: — Ahora que conozco tu valor, llevarás estas ropas durante siete años y no te asearás durante ese tiempo. El bolsillo derecho estará siempre rebosante de oro. — Añadió.


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3 págs. / 5 minutos / 116 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La flor con alas

Manuel Cerón Mejía


Cuento infantil


Era una chicharra, una joven cigarra, que quiso trepar un árbol de mango para divertir a los chicuelos con su talento musical durante la Semana Santa. Oír cantar aquel insecto contentaba, no sólo a chicos y a grandes con corazón de niño sino que también hacía del mundo un lugar muy ameno.

Aquella chicharra, que parecía tener un lenguaje musical entre sus alas membranosas y transparentes, emitía noche y día un chirrido delicioso. El calor, los aguaceros imprevistos, la penumbra de la noche estrellada, o la densa niebla y la brisa suave, eran incapaces de frenar su espléndida melodía.

«¡Haría buena amistad con Pepito Grillo!», susurraban las gentes del lugar. Los ancianitos, sin embargo, que caminaban cabizbajos en la procesión, decían que tanto ese sonido, como los tres clavos rojos en la cabeza de la chicharra, recordaba a todos los hombres el sacrificio de Cristo.

Entrada en pleno la Semana antedicha, nuestra chicharra sintió que algo andaba mal. ¿Eran, acaso, las laboriosas hormigas? ¿Los simpáticos gecos? ¿Una mantis religiosa… los insectos que habían perturbado la paz de la cigarrita? Por suerte, quizá para la chicharra, eran unos niños, unos niños queapedreaban el palo de mango, pues, tenían mucha hambre y deseaban hacer el reconocido postre de la época: mango en miel.

No importa -dijo la chicharra, alegremente-. «Diecisiete años estuve bajo suelo, y voy a volar (junto a mi orquesta) hacia aquel palo de jocote, y desde allí voy a seguir rindiendo homenaje al personaje central de esta Semana; entretanto me acerco al jocote voy a hacer piruetas en el aire».

Recuperó el aliento y así lo hizo.

Cuando aún hacía zigzag en el cielo, un gato que merodeaba el show aéreo, capturó la avioneta cantora entre las mandíbulas. En seguida, maltrecha el ala derecha, aterrizó como pudo encima de unas hojas secas. ¡Ea! Muda, sin música.


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1 pág. / 1 minuto / 145 visitas.

Publicado el 2 de febrero de 2018 por Manuel Cerón.

Los Bebedores de Sangre

Horacio Quiroga


Cuento infantil


Chiquitos:

¿Han puesto ustedes el oído contra el lomo de un gato cuando runrunea? Háganlo con Tutankamón, el gato del almacenero. Y después de haberlo hecho, tendrán una idea clara del ronquido de un tigre cuando anda al trote por el monte en son de caza.

Este ronquido que no tiene nada de agradable cuando uno está solo en el bosque, me perseguía desde hacía una semana. Comenzaba al caer la noche, y hasta la madrugada el monte entero vibraba de rugidos.

¿De dónde podía haber salido tanto tigre? La selva parecía haber perdido todos sus bichos, como si todos hubieran ido a ahogarse en el río. No había más que tigres: no se oía otra cosa que el ronquido profundo e incansable del tigre hambriento, cuando trota con el hocico a ras de tierra para percibir el tufo de los animales.

Así estábamos hacía una semana, cuando de pronto los tigres desaparecieron. No se oyó un solo bramido más. En cambio, en el monte volvieron a resonar el balido del ciervo, el chillido del agutí, el silbido del tapir, todos los ruidos y aullidos de la selva. ¿Qué había pasado otra vez? Los tigres no desaparecen porque sí, no hay fiera capaz de hacerlos huir.

¡Ah, chiquitos! Esto creía yo. Pero cuando después de un día de marcha llegaba yo a las márgenes del río Iguazú (veinte leguas arriba de las cataratas), me encontré con dos cazadores que me sacaron de mi ignorancia. De cómo y por qué había habido en esos días tanto tigre, no me supieron decir una palabra. Pero en cambio me aseguraron que la causa de su brusca fuga se debía a la aparición de un puma. El tigre, a quien se cree rey incontestable de la selva, tiene terror pánico a un gato cobardón como el puma.

¿Han visto, chiquitos míos, cosa más rara? Cuando le llamo gato al puma, me refiero a su cara de gato, nada más. Pero es un gatazo de un metro de largo, sin contar la cola, y tan fuerte como el tigre mismo.


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 55 visitas.

Publicado el 22 de enero de 2024 por Edu Robsy.

Naufragio

Edmundo de Amicis


Cuento infantil


Hace muchos años, cierta mañana del mes de diciembre, zarpaba del puerto de Liverpool un gran buque que llevaba a bordo más de doscientas personas, entre ellas setenta hombres de tripulación.

El capitán y casi todos los marineros eran ingleses. Entre los pasajeros se encontraban varios italianos: tres caballeros, un sacerdote y una compañía de músicos.

El buque iba a la isla de Malta. El tiempo estaba borrascoso.

Entre los viajeros de tercera clase a proa se contaba un muchacho italiano, de doce años aproximadamente, pequeño para su edad, pero robusto: un hermoso rostro de siciliano, audaz y severo. Estaba solo, cerca del palo trinquete, sentado sobre un montón de cuerdas, al lado de una maletilla usada que contenía su equipaje, y sobre la cual se apoyaba.

Tenía el rostro moreno y el cabello negro y rizado, que casi le caía sobre la espalda. Estaba vestido pobremente, con una manta destrozada sobre los hombros y una vieja bolsa de cuero colgada.

Miraba a su alrededor pensativo, a los pasajeros, al barco, a los marineros que pasaban corriendo y al inquieto mar.


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Dominio público
5 págs. / 10 minutos / 69 visitas.

Publicado el 7 de mayo de 2024 por Edu Robsy.

La Bella Durmiente del Bosque

Charles Perrault


Cuento infantil


Había una vez un rey y una reina que estaban tan afligidos por no tener hijos, tan afligidos que no hay palabras para expresarlo. Fueron a todas las aguas termales del mundo; votos, peregrinaciones, pequeñas devociones, todo se ensayó sin resultado.

Al fin, sin embargo, la reina quedó encinta y dio a luz una hija. Se hizo un hermoso bautizo; fueron madrinas de la princesita todas las hadas que pudieron encontrarse en la región (eran siete) para que cada una de ellas, al concederle un don, como era la costumbre de las hadas en aquel tiempo, colmara a la princesa de todas las perfecciones imaginables.

Después de las ceremonias del bautizo, todos los invitados volvieron al palacio del rey, donde había un gran festín para las hadas. Delante de cada una de ellas habían colocado un magnífico juego de cubiertos en un estuche de oro macizo, donde había una cuchara, un tenedor y un cuchillo de oro fino, adornado con diamantes y rubíes. Cuando cada cual se estaba sentando a la mesa, vieron entrar a una hada muy vieja que no había sido invitada porque hacia más de cincuenta años que no salía de una torre y la creían muerta o hechizada.

El rey le hizo poner un cubierto, pero no había forma de darle un estuche de oro macizo como a las otras, pues sólo se habían mandado a hacer siete, para las siete hadas. La vieja creyó que la despreciaban y murmuró entre dientes algunas amenazas. Una de las hadas jóvenes que se hallaba cerca la escuchó y pensando que pudiera hacerle algún don enojoso a la princesita, fue, apenas se levantaron de la mesa, a esconderse tras la cortina, a fin de hablar la última y poder así reparar en lo posible el mal que la vieja hubiese hecho.


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10 págs. / 17 minutos / 1.114 visitas.

Publicado el 17 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Las Hadas

Charles Perrault


Cuento infantil


Érase una viuda que tenía dos hijas; la mayor se le parecía tanto en el carácter y en el físico, que quien veía a la hija, le parecía ver a la madre. Ambas eran tan desagradables y orgullosas que no se podía vivir con ellas. La menor, verdadero retrato de su padre por su dulzura y suavidad, era además de una extrema belleza. Como por naturaleza amamos a quien se nos parece, esta madre tenía locura por su hija mayor y a la vez sentía una aversión atroz por la menor. La hacía comer en la cocina y trabajar sin cesar.

Entre otras cosas, esta pobre niña tenía que ir dos veces al día a buscar agua a una media legua de la casa, y volver con una enorme jarra llena.

Un día que estaba en la fuente, se le acercó una pobre mujer rogándole que le diese de beber.

—Como no, mi buena señora, dijo la hermosa niña.

Y enjuagando de inmediato su jarra, sacó agua del mejor lugar de la fuente y se la ofreció, sosteniendo siempre la jarra para que bebiera más cómodamente. La buena mujer, después de beber, le dijo:

—Eres tan bella, tan buena y, tan amable, que no puedo dejar de hacerte un don (pues era un hada que había tomado la forma de una pobre aldeana para ver hasta donde llegaría la gentileza de la joven). Te concedo el don, prosiguió el hada, de que por cada palabra que pronuncies saldrá de tu boca una flor o una piedra preciosa.

Cuando la hermosa joven llegó a casa, su madre la reprendió por regresar tan tarde de la fuente.

—Perdón, madre mía, dijo la pobre muchacha, por haberme demorado; y al decir estas palabras, le salieron de la boca dos rosas, dos perlas y dos grandes diamantes.

—¡Qué estoy viendo!, dijo su madre, llena de asombro; ¡parece que de la boca le salen perlas y diamantes! ¿Cómo es eso, hija mía?

Era la primera vez que le decía hija.

La pobre niña le contó ingenuamente todo lo que le había pasado, no sin botar una infinidad de diamantes.


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2 págs. / 4 minutos / 1.077 visitas.

Publicado el 17 de junio de 2016 por Edu Robsy.

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