Textos por orden alfabético inverso etiquetados como Cuento | pág. 23

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Un Viaje al País del Oro

Juana Manuela Gorriti


Cuento


Al niño Ernesto Quesada

I. La leontina

Un día, a la última hora de la tarde, cansada, enferma y helada de frío, azuzaba yo mi caballo para llegar a la capilla subterránea de Uchusuma, larga y forzosa etapa de diez y ocho leguas, atravesada como una amenaza en el camino de Bolivia a Tacna.

Había ya dejado atrás el Mauri, y las ásperas serranías que lo aprisionan, y cruzaba corriendo las áridas llanuras barridas por el cierzo y cortadas de pantanos, que avecinan al grupo de piedras rocallosas, arrojadas por algún cataclismo, en cuyo centro se halla la entrada de esa especie de cueva, único albergue para el viajero en aquel fingido yermo.

De pronto, y al través de las ráfagas de viento que me cegaban, vi relumbrar un objeto entre los guijarros del camino.

Volvime atrás, y desmontando, para examinar lo que era, recogí una elegante y excéntrica joya. Era una leontina compuesta de doce pepas de oro de forma y colores diversos. Engarzábanlas anillos mates del mismo metal, y en algunas de ellas había incrustadas partículas de pizarra y cuarzo.

Juzgué, desde luego, que aquella alhaja había sido perdida recientemente, y me proponía averiguarlo adelante, cuando vi venir a lo lejos un hombre, que, inclinado sobre el cuello de su caballo, y apartando con la mano las ramas de los tolares, parecía buscar algo en el suelo.

Al divisarme, corrió hacia mí con visibles muestras de angustia, que yo abrevié yendo a su encuentro, y presentándole la joya.

Imposible sería pintar la expresión de gozo que al verla brilló en sus ojos. Me la arrebató, más bien que la tomó de mis manos; estrechola contra el corazón, y la enganchó en el reloj y el ojal de su chaleco con un anhelo que se balanceaba entre la veneración y la codicia.

Enseguida, y como si saliera de un éxtasis, volviose a mí, y me saludó dándome gracias y rogándome perdonara su preocupación.


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64 págs. / 1 hora, 52 minutos / 98 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Un Viaje Aciago

Juana Manuela Gorriti


Cuento


Siempre he creído que la fatalidad es el guía de mis pasos: los sucesos de mi vida me lo han probado, al menos, de una manera cierta. Todo lo que toco queda marcado de un sello extraño; sin conciencia de ello, mi labio vierte palabras proféticas; y los seres que a mí se acercan son arrebatados por un espíritu misterioso que los eleva a las nubes, o los hunde en los abismos: jamás los deja en las condiciones normales de la existencia. ¿Debo aplaudir o deplorar esta facultad sobrenatural unida a mi destino?

Así hablaba yo un día a la bella C., mientras, sentada a su lado en un diván, tejía para ella una corona de rosas.

—La lucha es la vida —respondió la graciosa chica, sacudiendo con donaire su rizada cabellera—; la lucha es la vida; y yo espero con ansia esa mística influencia que venga a desterrar la monotonía insoportable de la mía. Agitarse, ya sea en la dicha o en el dolor: dudar, temer, desear ¡eso es vivir!

¡Querida niña! ¡Plegue a Dios derramar siempre sobre tus bellas horas esa dichosa monotonía; y aleje de ti, en su misericordia, las tempestades que invocas!


De Arica a la Paz


Nada tan riente, en apariencia, como la perspectiva de esta incursión al través de los nevados picos, para el viajero que, recostado en los mullidos cojines de un vagón, cruza en alas del vapor la larga etapa que separa Arica de Tacna. Míralas elevarse en esplendentes grupos sobre un cielo de azul purísimo, dibujando en sus profundas hondonadas, verdes mirajes que seducen los ojos y atraen el alma con la sed engañosa de lo desconocido.

—¡Un caballo! ¡Un caballo! —exclama, como Ricardo, al apearse bajo los floridos granados de la estación—. Pero, si el gran paladín sabía a qué atenerse al ofrecer su reino por un corcel, yo ignoraba del todo los percances que sobre el lomo de ese noble animal, esperan al peregrino en aquellas magníficas alturas.


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19 págs. / 34 minutos / 63 visitas.

Publicado el 2 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Un Viaje a la República de Argentina

Nilo Fabra


Cuento


En el siglo XXI


Residía en Madrid. El reloj eléctrico y a la vez calendario perpetuo de mi despacho señalaba y anunciaba las 5 de la tarde del 9 de mayo de 2003. Me acerqué al teléfono y pedí comunicación telefónica y neumática con la Compañía del expreso hispano-argentino.

—¿Qué quiere? —murmuró el reóforo a mi oído.

—Un billete de ida y vuelta a Buenos Aires. ¿Cuánto es?

—Mil quinientas pesetas.

—Quiero además una carta de crédito de veinte mil.

—Corriente.

—Por el tubo neumático remitiré un talón contra el Banco y mi equipaje.

—Está bien. ¿Se le ofrece algo más?

—Nada, gracias.

—A la orden de usted.

Al cuarto de hora el tubo neumático, que pone en comunicación mi casa con todos los abonados de Madrid, me traía una medalla de níquel señalada con el número 5, letra M.

Esta medalla me daba derecho a un viaje redondo a Buenos Aires, y a un crédito de cuatro mil pesos oro en todas las estaciones de la línea.

A las siete menos diez minutos subí por el ascensor a la azotea de mi casa y esperé el paso del tranvía electro-aéreo. Ocho minutos después me hallaba en la estación central de los aluminio-carriles, y me instalaba en el tren expreso hispano-argentino.

Componíase este de seis soberbios vagones-palacios, precedidos de una potente máquina eléctrica. Estaba el primero destinado a cocinas y dependencias, a comedor el segundo, a salón y biblioteca los dos inmediatos, y a camarotes los restantes.


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11 págs. / 19 minutos / 19 visitas.

Publicado el 20 de febrero de 2023 por Edu Robsy.

Un Viaje

Edith Wharton


Cuento


Acostada en su litera, con la mirada prendida en las sombras que se cernían sobre su cabeza, el apremiante ritmo de las ruedas persistía en su cerebro sumiéndola en círculos cada vez más profundos de desvelada lucidez. El coche cama había sucumbido al silencio nocturno. A través de los húmedos cristales de las ventanas contemplaba las luces fugaces, los largos jirones de presurosa oscuridad. De vez en cuando giraba la cabeza y miraba entre las rendijas de las cortinas de su marido, al otro lado del pasillo…


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15 págs. / 26 minutos / 225 visitas.

Publicado el 29 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

Un Veterano

Federico Gana


Cuento


Don Pantaleón Astudillo había sido teniente de guardias nacionales. A la edad de cincuenta años, durante la revolución de 1891, sintió, de súbito, despertarse en él la ambición de las glorias militares. Entonces, abandonando la cigarrería de “El Cañonazo”, situada en la calle del Puente, única herencia de sus padres, fue a ofrecer sus servicios al veterano general Barbosa. Le dijo: —General, vengo a ofrecer a Ud. mi vida y a pedirle una espada para defender el orden —frase que le costara largas y angustiosas meditaciones.

Se le dio el grado de teniente. En la sangrienta batalla de Concón, el capitán que mandaba la compañía a que el teniente Astudillo pertenecía, observando que, durante lo más recio de la acción, éste permanecía inmóvil de bruces sobre la tierra, le preguntó:

—Teniente, ¿está herido?

Don Pantaleón buscóse nerviosamente por todo el cuerpo una herida, y al no hallarla, exclamó con dolorido acento, sin alzarse del suelo:

—¡Qué faltará, mi capitán, para que me peguen un balazo...!

Don Pantaleón, después de terminada la contienda civil, se retiró ileso a su antigua y acreditada cigarrería y allí no habla, desde entonces, a sus numerosas relaciones, sino de batallas, de heridos, de sangre... Su conversación parece encenderse con la descripción de sus pasadas proezas, y como ya no puede ponerse su glorioso traje militar, ha vestido con uno igual al más pequeño de sus hijos, con el que, todos recuerdan, se paseaba gallardamente en los días de fiestas.


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1 pág. / 2 minutos / 47 visitas.

Publicado el 29 de junio de 2022 por Edu Robsy.

Un Vestido

Fernán Caballero


Cuento


Caridad quiere decir amor. Hay tres clases de amor incluidas en esta denominación: el amor a Dios, que es la adoración; el amor a nuestros iguales, que es la benevolencia, y el amor a los pobres y los que padecen, que conserva el nombre de este amor teologal: caridad.

Si, por desgracia, en nuestra acerba y descreída era están tibios y aminorados los dos primeros, no lo está por suerte el último, que permanece en el siglo como una cruz en la cúspide de un edificio que van invadiendo, al menos al exterior, las frías aguas del indiferentismo.

Mientras más cunda la miseria merced a causas que no es del caso ni de nuestra incumbencia examinar, pero entre las cuales, no obstante, citaremos el lujo, que, semejante a un despreciable afeite, pero siendo en realidad una mortífera lepra, se va extendiendo sobre toda la sociedad y la carestía de los artículos de primera necesidad, que oprime y ahoga a las clases menesterosas como un dogal, mientras más cunda, decimos, la miseria, más ostensiblemente corre a su auxilio la caridad. Desde los graves hermanos de San Vicente de Paúl, que edifican al público, hasta los alegres histriones que lo divierten, todos concurren al misino objeto. Centuplica la caridad sus recursos y después que las señoras, imitando el ejemplo de las santas, le han dedicado los primores de sus agujas, los hombres, a su vez, las imitan, dedicando al mismo fin los trabajos de sus plumas. No elogiaremos este buen propósito; las buenas obras, sinceras y puras, tienen su pudor, que rechaza el elogio como una recompensa, puesto que la dádiva que obtiene premio no es tan dádiva como la que nada recibe, y esta es la razón por la que tantas almas piadosas ocultan el bien que hacen, mortificadas que son por la alabanza que excita.


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7 págs. / 12 minutos / 144 visitas.

Publicado el 2 de enero de 2019 por Edu Robsy.

Un Vagar de Sigüenza

Gabriel Miró


Cuento


Los que guarden memoria de Sigüenza no necesitan ahora que yo les diga las prendas de este hombre asomado en días remotos a las páginas de un menudo libro. Y los que no le conocen, tampoco lo han de menester para lo que de él ha de referirse en este pegujalillo de mi huerto.


* * *


En tarde primaveral muy alborozada y limpia de cielo, y de quietud dulcísima en su calle, salió Sigüenza, antes de que se le mustiara el ánimo a poder de pensamientos, que si no tenían trascendencia ni hondura filosófica, eran de estrecheza que agobian las más levantadas ansiedades.

—¿Qué haría el mismo Goethe atado con mis sogas? — se dijo el caballero, quizás para disculparse de su cansancio, ¡y solo había peregrinado por su aposento! Nada se contestó de Goethe, para no inferirse el mal de la respuesta. Es verdad que entonces pasaba por su lado la gozosa bandada de muchachos de una escuela, en asueto, porque era jueves. Y esta infantil alegría suavizole de su obscura meditación, y aún le alivió más la vista del cercano paisaje, ancho, tendido, plantado de arvejas y cebadas, ya revueltas y doradas por la madurez, y parecía que todo el sol caído en aquel día estaba allí cuajado y espeso en la llanura, ofreciéndose generosamente a las manos de los así, el campo presentaba idea de abundancia, de paz y bendición.

Sigüenza, ya descuidado y aun alegre, como si toda la tarde fuera suya y hermosa para su íntimo goce, bajó a la orilla del mar. Liso y humillado copiaba mansamente los palmerales costaneros, como las aguas calladas y dormidas de una alberca. Y el caballero sintió pueriles tentaciones de caminar por aquel cielo acostado ante sus ojos. En el horizonte, una isla de gracioso contorno, la amada mansión de un poeta, sonreía melancólicamente, dorada de sol. Durante la mañana la ciñeron velos de brumas, y ahora, en la tarde, se descubría alumbrada, pálida y rosa como un cuerpo desnudo y virginal.


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4 págs. / 8 minutos / 39 visitas.

Publicado el 28 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Un Vagabundo Infantil

Ambrose Bierce


Cuento


Difícilmente habría admirado usted al pequeño Jo si lo hubiera visto de pie en la esquina de una calle bajo la lluvia. Aparentemente se trataba de una tormenta otoñal ordinaria, pero el agua que caía sobre Jo (que no era lo bastante mayor para ser justo o injusto, por lo que quizás no entrara bajo la ley de la distribución imparcial) parecía tener una propiedad peculiar: uno diría que era oscura y adhesiva; pegajosa. Pero resulta difícil que fuera así, incluso en Blackburg, donde ocurrían algunas cosas que se salían bastante de lo común.

Por ejemplo, diez o doce años antes había caído una lluvia de ranas pequeñas, tal como atestiguó creíblemente una crónica contemporánea, que concluía con una afirmación, algo oscura, en el sentido de que el cronista consideraba que significaba un buen momento para el progreso de los franceses.

Años más tarde había caído sobre Blackburg una nevada carmesí; en Blackburg hace frío durante el invierno y las nevadas son frecuentes y copiosas. Mas no cabía ninguna duda al respecto: en aquel caso la nieve tenía el color de la sangre y al fundirse en agua seguía manteniendo esa tonalidad, aunque fuera agua y no sangre. El fenómeno había atraído una amplia atención y la ciencia había dado tantas explicaciones como científicos hubo que se preocuparon por ello, sin llegar a saber nada. Pero los hombres de Blackburg —hombres que durante muchos años habían vivido precisamente donde cayó la nieve roja, y podía suponerse que sabían mucho sobre el asunto— sacudieron la cabeza y dijeron que algo iba a pasar.


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5 págs. / 10 minutos / 64 visitas.

Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Un Triunfo Más

Joaquín Dicenta


Cuento


Fue una verdadera desgracia para la condesa el fallecimiento de su marido.

Eran tan felices, formaban tan encantadora pareja, el uno con su bigotillo negro vuelto hacia arriba, sus ojos pardos y asombrados, su talle elegante y su aristocrático monocle, y la otra con sus pupilas azules, sus cabellos rubios, su cutis blanco y fino, su impertinente de concha, que resultaba difícil tropezar con matrimonio más igual en su clase.

Uníales su origen, por línea directa, a familias de rancio y empingorotado abolengo, llevaban cinco o seis títulos nobiliarios a la cola de sus apellidos, y tenían un par de millones de renta entre los dos; a ella la trajeaba la modista más famosa de París; a él el sastre más caro de Londres; ella poseía las mejores joyas de la corte; él los mejores caballos, y ambos un palacio magnífico y dentro del palacio habitaciones separadas.

En punto a cultura, no hay que decir; había visitado las principales capitales y los balnearios más lujosos de Europa; la condesa sabía cuatro idiomas; el conde cinco; de castellano no andaban muy bien; pero ¿para qué lo querían ellos? En el Real, su teatro predilecto, se habla, o mejor dicho, se canta en italiano; sus conversaciones particulares eran un pisto lingüístico, en el cual pisto entraba el castellano de contrabando y vergonzosamente; cuando por casualidad o por compromiso veíanse obligados a asistir a los teatros serios donde se representa en español, sus nociones, aunque rudimentarias, eran suficientes a entender, ya que no comprender, lo que los cómicos decían. En punto a lecturas tampoco echaban de menos el lenguaje patrio, porque la condesa no ojeaba más que la «Mode de París» y alguna novelita, francesa también; y el conde con la revista hípica que le remitían de Inglaterra todas las semanas tenía más que sobrado pasto para su entendimiento; las facultades digestivas de sus cerebros no toleraban otro género de manjares.


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6 págs. / 11 minutos / 57 visitas.

Publicado el 21 de septiembre de 2019 por Edu Robsy.

Un Tribunal Literario

Benito Pérez Galdós


Cuento


I

"Me gustaría enteramente sentimental, que llegase al alma, que hiciera llorar... Yo cuando leo y no lloro, me parece que no he leído. ¿Qué quiere usted? yo soy así, — me dijo el duque de Cantarranas, haciendo con los gestos frente, boca y narices uno de aquellos nerviosos que le distinguen de los demás duques y de todos los mortales.

— Yo le aseguro a usted que será sentimental, será de esas que dan convulsiones y síncopes; hará llorar a todo el género humano, querido señor duque, — le contesté abriendo el manuscrito por la primera página.

— Eso es lo que hace falta, amigo mío: sentimiento, sentimiento. En este siglo materialista, conviene al arte despertar los nobles afectos. Es preciso hacer llorar a las muchedumbres, cuyo corazón esta endurecido por la pasión política, cuya mente está extraviada por las ideas de vanidad que les han imbuido los socialistas.

Si no pone usted ahí mucho lloro, mucho suspiro, mucho amor contrariado, mucha terneza, mucha languidez, mucha tórtola y mucha codorniz, le auguro un éxito triste, y lo que es peor, el tremendo fallo de reprobación y anatema de la posteridad enfurecida.

Dijo; y afectando la gravedad de un Mecenas, mirome el duque de Cantarranas con expresión de superioridad, no sin hacer otro gesto nervioso que parecía hundirle la nariz, romperle la boca y rasgarle el cuero de la frente, de su frente olímpica en que resplandecía el genio apacible, dulzón y melancólico de la poesía sentimental.


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33 págs. / 58 minutos / 299 visitas.

Publicado el 1 de diciembre de 2016 por Edu Robsy.

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