Textos por orden alfabético inverso etiquetados como Cuento | pág. 42

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etiqueta: Cuento


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Tres Finales para un Cuento

Arturo Robsy


Cuento


La historia —ésta, al menos— empieza así:


"El hombre exclamó: esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne" (Génesis, 2, 23).


"Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, sin avergonzarse de ello" (Génesis, 2, 25).


"Vio, pues, la mujer que el árbol era bueno para comerse, hermoso a la vista y deseable para alcanzar por él sabiduría y tomó su fruta y comió y dio también de él a su marido, que también con ella comió" (Génesis, 3, 6).


Se trata, pues, de una triste y larga historia que ha tenido muchos finales, ninguno definitivo, ninguno excesivamente distinto. Se trata del primer pecado de la humanidad, que no fue la desobediencia, que no fue el orgullo, sino el hecho claro y contundente de que Adán y Eva no estaban casados. Así, como suena: no realizaron más ceremonia que la de buscarse un rinconcito donde experimentar sus anatomías.

Ignoro si hemos mejorado o no desde aquel entonces. Ellos no estaban casados, sí, pero es que no podían estarlo, porque, siendo los dos únicos seres humanos de la Tierra, ¿quién iba a oficiar? Ahora, en cambio, hay oficiantes y, aún así, son muchos los que siguen prefiriendo el sistema de Adán y Eva, y son más todavía los que vienen a estar desnudos y a ser una sola carne sin experimentar ni vergüenza ni intranquilidad.

El cuento que pretendo explicarles no es el de que Adán y Eva comieran de la manzana, sino la especial circunstancia que les permitió llegar a hacerlo, a saber: que eran hombre y mujer y estaban solos a merced de su mundo, a merced de su carne y a merced de su demonio. Visto así, éste es un cuento que nunca termina.


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Licencia limitada
6 págs. / 10 minutos / 40 visitas.

Publicado el 29 de abril de 2022 por Edu Robsy.

Tres Fechas

Gustavo Adolfo Bécquer


Cuento


En una cartera de dibujo, que conservo aún llena de ligeros apuntes, hechos durante algunas de mis excursiones semiartísticas a la ciudad de Toledo, hay escritas tres fechas.

Los sucesos de que guardan la memoria estos números son hasta cierto punto insignificantes. Sin embargo, con su recuerdo me he entretenido en formar, algunas noches de insomnio, una novela más o menos sentimental o sombría, según que mi imaginación se hallaba más o menos exaltada y propensa a ideas risueñas o terribles.

Si a la mañana siguiente de uno de estos nocturnos y extravagantes delirios hubiera podido escribir los extraños episodios de las historias imposibles que forjo antes de que se cierren del todo mis párpados, esas historias, cuyo vago desenlace flota, por último, indeciso en ese punto que separa la vigilia del sueño, seguramente formarían un libro disparatado, pero original y acaso interesante.

No es eso lo que pretendo hacer ahora. Esas fantasías ligeras y, por decirlo así, impalpables, son en cierto modo como las mariposas, que no pueden cogerse en las manos sin que se quede entre los dedos el polvo de oro de sus alas.

Voy, pues, a limitarme a narrar brevemente los tres sucesos que suelen servir de epígrafe a los capítulos de mis soñadas novelas; los tres puntos aislados que yo suelo reunir en mi mente por medio de una serie de ideas como un hilo de luz; los tres temas, en fin, sobre que yo hago mil y mil variaciones, las que pudiéramos llamar absurdas sinfonías de la imaginación.


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20 págs. / 35 minutos / 369 visitas.

Publicado el 7 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Tres Cuestiones Históricas sobre Pizarro

Ricardo Palma


Cuento


¿Supo o no supo escribir? ¿fué o no fué marqués de los atavillos? ¿cuál fué y dónde está su gonfalón de guerra?

I

Variadísimas y contradictorias son las opiniones históricas sobre si Pizarro supo o no escribir, y cronistas sesudos y minuciosos aseveran que ni aun conoció la O por redonda. Así se ha generalizado la anécdota de que estando Atahualpa en la prisión de Cajamarca, uno de los soldados que lo custodiaban le escribió en la uña la palabra Dios. El prisionero mostraba lo escrito a cuantos le visitaban, y hallando que todos, excepto Pizarro, acertaban a descifrar de corrido los signos, tuvo desde ese instante en menos al jefe de la conquista, y lo consideró inferior al último de los españoles. Deducen de aquí malignos o apasionados escritores que don Francisco se sintió lastimado en su amor propio, y que por tan pueril quisquilla se vengó del Inca haciéndole degollar.

Duro se nos hace creer que quien hombreándose con lo más granado de la nobleza española, pues alanceó toros en presencia de la reina doña Juana y de su corte, adquiriendo por su gallardía y destreza de picador fama tan imperecedera como la que años más tarde se conquistara por sus hazañas en el Perú; duro es, repetimos, concebir que hubiera sido indolente hasta el punto de ignorar el abecedario, tanto más, cuanto que Pizarro aunque soldado rudo, supo estimar y distinguir a los hombres de letras.


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Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 140 visitas.

Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Tres Casos

Silverio Lanza


Cuento


Aunque los curanderos están perseguidos por las leyes, declaro que lo soy, y no extrañara á ustedes lo que voy á referir.

Primer caso

El Sr. D. José Zúñiga é Iriarte, individuo del Cuerpo diplomático, observa, á los dos meses de casado, que su esposa presenta síntomas de demencia. Los doctores P. y Q. recomiendan que la enferma se distraiga, y el Sr. Zúñiga viaja con su esposa.

Convencido de que su mujer se agrava, y teniendo noticia de mis prodigiosas curas, me dispensa el honor de su visita, y, de común acuerdo, voy el siguiente día á almorzar con el diplomático y con su esposa.

La señora está muy delgada, es rubia, tiene los ojos azules, la boca grande y el cutis finísimo. Se fatiga fácilmente y se distrae á menudo.

El Sr. Zúñiga me presenta como poeta y hombre de ciencia. Yo me hago el chiquitín, y la señora no me invita á recitar versos. Observo que hay un piano en el gabinete, suplico á la enferma que nos recuerde alguna obra de las aplaudidas en la última temporada de conciertos, y la señora de Zúñiga contesta con alguna acritud, que el piano está desafinado y que ella toca muy mal. Entablo conversación sobre las bellezas de Nápoles y de Colonia; pido á la esposa su opinión acerca de las orillas del Rhin y de los lagos de Suiza, y me contesta con monosílabos.

Empieza el almuerzo, y la señora reprende al criado porque los huevos están partidos á lo ancho y no á lo largo, y encarga que otra vez sirvan la Bechamel aparte. Las conversaciones se suspenden, y mi copa de vino se tambalea porque la señora de Zúñiga tira del mantel para acercarse el plato.

El sirviente presenta el pescado, y la señora lo rechaza de tal modo, que un lenguado cae sobre la alfombra, y el criado se excusa de no haber traído antes las pechugas á la Financiere.

La señora se serena un poco y me refiere que aquel Burdeos les cuesta á cincuenta reales la botella.


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 55 visitas.

Publicado el 28 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

Tres Cartas y un Pie

Horacio Quiroga


Cuento


«Señor:

»Me permito enviarle estas líneas, por si usted tiene la amabilidad de publicarlas con su nombre. Le hago este pedido porque me informan de que no las admitirían en un periódico, firmadas por mí. Si le parece, puede dar a mis impresiones un estilo masculino, con lo que tal vez ganarían.

* * *

»Mis obligaciones me imponen tomar dos veces por día el tranvía, y hace cinco años que hago el mismo recorrido. A veces, de vuelta, regreso con algunas compañeras, pero de ida voy siempre sola. Tengo veinte años, soy alta, no flaca y nada trigueña. Tengo la boca un poco grande, y poco pálida. No creo tener los ojos pequeños. Este conjunto, en apreciaciones negativas, como usted ve, me basta, sin embargo, para juzgar a muchos hombres, tantos que me atrevería a decir a todos.

»Usted sabe también que es costumbre en ustedes, al disponerse a subir al tranvía, echar una ojeada hacia adentro por las ventanillas. Ven así todas las caras (las de mujeres, por supuesto, porque son las únicas que les interesan). Después suben y se sientan.

»Pues bien; desde que el hombre desciende de la vereda, se acerca al coche y mira adentro, yo sé perfectamente, sin equivocarme jamás, qué clase de hombre es. Sé si es serio, o si quiere aprovechar bien los diez centavos, efectuando de paso una rápida conquista. Conozco enseguida a los que quieren ir cómodos, y nada más, y a los que prefieren la incomodidad al lado de una chica.

»Y cuando el asiento a mi lado está vacío, desde esa mirada por la ventanilla sé ya perfectamente cuáles son los indiferentes que se sentarán en cualquier lado; cuáles los interesados (a medias) que después de sentarse volverán la cabeza a medirnos tranquilamente; y cuáles los audaces, por fin, que dejarán en blanco siete asientos libres para ir a buscar la incomodidad a mi lado, allá en el fondo del coche.


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 175 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Trenzador

Ricardo Güiraldes


Cuento


Núñez trenzó, como hizo música Bach, pintura Goya, versos el Dante.

Su organización de genio le encauzó en senda fija y vivió con la única preocupación de su arte.

Sufrió la eterna tragedia del grande. Engendró y parió en el dolor según la orden divina. Dejó a sus discípulos, con el ejemplo, mil modos de realizarse, y se fue, atesorando un secreto que sus más instruídos profetas no han sabido aclarar.

Fueron para el comienzo los botones tiocos del viejo Nicasio, que escupía los tientos hasta hacerlos escurridizos. Luego otras, las enseñanzas de saber más complejo.

Núñez miraba, sin una pregunta, asimilando con facilidad voraz los diferentes modos, mientras la Babel del innovador trepaba sobre sí misma, independientemente de lo enseñable.

Una vez adquirida la técnica necesaria, quiso hacer materia de su sueño. Para eso se encerró en los momentos ociosos y en el secreto del cuarto, mientras los otros sesteaban, comenzó un trabajo complicado de trenzas y botones que vencía con simplicidad.

Era un bozal a su manera, dificultoso en su diafanidad de ñandutí. A los motivos habituales de decoración, uniría inspiraciones personales de árboles y animales varios.

Iba despacio, debido al tiempo que requería la preparación de los tientos, finos como cerda, a la escasez de los ratos libres, a las pullas de los compañeros, que trataba de eludir como espuela enconosa, llevadera a malos desenlaces.

¿Qué haría Núñez, tan a menudo encerrado en su cuarto?

Esa curiosidad del peonaje llegó al patrón, que quiso saber.

Entró de sorpresa, encontrando a Núñez tan absorbido en un entrevero de lonjas, que pudo retirarse sin ser sentido.

Al concluir la siesta, mandole llamar, encargándole, irónicamente, compusiera unas riendas en las cuales tenía que echar cuatro botones, sobre el modelo inimitable de un trenzador muerto.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 291 visitas.

Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Travesura Pontificia

Emilia Pardo Bazán


Cuento


La gente rutinaria que piensa por patrón, medida y compás, suele imaginarse a los Papas como a unos hombres abstraídos, formalotes, serios, encorvados y agobiados, a manera de cariátides bajo el peso de la Cristiandad entera que gravita sobre sus espaldas; hombres, en fin, que se pasan la vida en la actitud hierática de sus retratos, juntando las palmas para orar o extendiendo la diestra para bendecir. Y la verdad es que los Papas, cuya virtud, de puro grande, presenta caracteres infantiles, son personas de festivo humor, de angelical alegría, de ingenio salado, que gustan de ejercitar en la intimidad, y no por acercarse a santos se creen obligados a mantenerse rígidos y tiesos, lo mismo que si se hubiesen tragado un molinillo, ni a estarse con la boca abierta para que se les cuelen dentro las moscas.

Los Papas ven, ¡y desde una legua!; sienten crecer la hierba, ¡y con qué finura!; lo observan todo, ¡con cuánta penetración!, y se ríen, ¡con qué humana y discreta risa!

¿Y por qué no se habían de reír?, pregunto yo. En verdad os digo, hermanos, que la seriedad y la formalidad sistemáticas son condiciones distintivas del borrico. Se dan casos de que asomen lágrimas a los ojos de los irracionales; nunca se ha visto que la luz de la risa alumbre su faz cerrada e inmóvil. La risa es la razón, la risa es el alma.

No creáis, sin embargo, que el reír papal se parece a esa carcajada descompuesta, bárbara y convulsiva, que se manifiesta en grotescas gesticulaciones, obligando a apretarse con las manos el hipocondrio, a descuadernarse las costillas y a desencajarse las mandíbulas. La risa de los Papas apenas rebasa algún tanto los límites de la sonrisa; pero notad que la sonrisa propiamente dicha suele ser melancólica; y desde que se convierte en risa, o manifiesta únicamente el contento o la fina sal de la malicia observadora.


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Dominio público
7 págs. / 12 minutos / 41 visitas.

Publicado el 15 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Traspaso

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Con gran asombro vieron las comadres del barrio, una mañana, aparecer en la tienda de aceite y vinagre del «señor Leterio» un choto como de dos años, gordo y feo —la verdad ha de decirse—, que jugaba a gatas, más sucio que un polvero, riendo y gorjeando.

No tenía el señor Leterio ni mujer, ni hermanos, ni por dónde le viniesen críos; pasábase la vida en su mezquino comercio, lidiando con la miseria, fiando a réditos y leyendo los periódicos locales, de la cruz a la fecha —como leería los del Japón, pues nunca bajaba a la ciudad ni salía de su cubil, que guardaba hasta el domingo, por miedo a ser robado—. No se podía sospechar, en su existencia de molusco, desliz sentimental, aventura o trapicheo. ¿De dónde salía el chiquitín?

No hay picazón tan fuerte como la curiosidad de una comadre.

La mercera de al lado, Marica del Peine, llamada así tal vez porque no se peinaba nunca, ardió en este fuego y se prometió extinguirlo. Abandonó sus carretes de algodón y sus papeles de agujas comidas de orín, y se metió en la casa del vecino, a pretexto de pedirle prestado un papel de los del día, «para saber lo que anda por el mundo». Y al tenderle el especiero el número de Nautiliense, todo arrugado y oliendo ya a cominos, la mujeruca suspiró de un modo adulador:

—¡Ay, qué presioso es el pequeñito! —Y señalaba hacia el chico, que, tiznado de carbón y churretoso de mil cosas indefinibles, jugaba con una caja de fósforos vacía y una lata de sardinas pringosa—. ¡Parese una rosita, labado sea Dios! Luego, ¿es su sobrino?

—¿Sobrino? —refunfuñó el tendero—. ¡Si yo no tengo familia! No es nada mío. Lo tengo ahí…, pchs…, por hacer una caridá.

Repitió esta versión la del Peine, pero la noticia halló sólo incrédulos.


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 34 visitas.

Publicado el 10 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Transgresión

Rudyard Kipling


Cuento


El amor no repara en castas ni el sueño en cama rota.
Salí en busca del amor y me perdí.

Proverbio hindú

Todo hombre debiera ceñirse a su propia casta, raza y educación, en cualquier circunstancia. Que vaya el blanco con el blanco y el negro con el negro. En tal caso, cualquier problema que pueda presentarse estará dentro del curso ordinario de las cosas: no será repentino, ni ajeno ni inesperado.

Ésta es la historia de un hombre que deliberadamente traspasó los límites seguros de la vida decente en sociedad, y lo pagó muy caro.

En primer lugar, sabía demasiado, y en segundo lugar vio más de la cuenta. Se interesó en exceso por la vida de los nativos, pero nunca más volverá a hacerlo.

En el recóndito corazón de la ciudad, tras el bustee de Yitha Megyi, se encuentra el callejón de Amir Nath, que muere en una tapia horadada por una ventana con una reja. A la entrada del callejón hay una vaquería, y las paredes a ambos lados carecen de ventanas. Ni Suchet Singh ni Gaur Chand aprueban que sus mujeres se asomen al mundo. Si Durga Charan hubiera sido de la misma opinión, hoy sería un hombre más feliz, y la pequeña Bisesa habría podido amasar su propio pan. Daba la habitación de Bisesa, a través de la ventana enrejada, al angosto y oscuro callejón, donde jamás entraba el sol y las búfalas se revolcaban en el lodo azul. Era una joven viuda, de unos quince años, y día y noche suplicaba a los dioses que le enviaran un nuevo amante, pues no le gustaba vivir sola.

Cierto día, el hombre —Trejago se llamaba— se adentró en el callejón de Amir Nath mientras deambulaba sin rumbo y, tras pasar junto a las búfalas, tropezó con un gran montón de forraje.


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7 págs. / 12 minutos / 235 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Traición Se Paga con Muerte

Francisco A. Baldarena


cuento



El Científico 


Fue un grito descomunal. 

 —¡¡¡Eureka!!! —estalló el científico. 

 Al fin, después de largos años de investigación e innumerables experimentos, había conseguido crear una consciencia artificial. Ahora solo le faltaba encontrarle un cuerpo. 

 —Pero, ¿masculino o femenino? —se preguntó, y se quedó pensando en eso, con una mano en el mentón y otra en la cintura. 



Los Ayudantes del Científico


Los dos hombres se mantenían alertas, dentro del automóvil estacionado frente a la plaza, que bullía de gente joven, y a cada muchacha bonita que veían sentada en los bancos o pasando, como les recomendó el jefe, uno de ellos le sacaba una fotografía. 



Las Fotografías 


El científico examinó cada fotografía con detenimiento, separándolas en dos montones: uno con el descarte, correspondiente a las muchachas que no le habían gustado, y el otro para las que sí. Después volvió a hacer una nueva clasificación, y otra, y otra, hasta que quedó solo una fotografía. 

 —Tráiganme a esta —les ordenó a los ayudantes. 



La Escogida 


La muchacha estaba sola, sentada en el mismo banco de la misma plaza donde el día anterior había estado con el novio. En ese momento estaba esperándolo. 

 Los dos hombres que se sentaron junto a ella, uno a cada lado, la sacaron de los románticos pensamientos que la mantenían alejada del entorno. La sospecha y la intención de levantarse se dieron juntas, pero uno de ellos le impidió lo último agarrándola con fuerza, pero discretamente, por un brazo. Rápidamente, el otro le pasó unas fotografías. 

 —¿Conoces a esta gente? —le preguntó. 


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Creative Commons
5 págs. / 9 minutos / 403 visitas.

Publicado el 19 de agosto de 2021 por Francisco A. Baldarena .

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