Textos por orden alfabético inverso etiquetados como Cuento | pág. 45

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etiqueta: Cuento


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Todo Es Poco

Arturo Robsy


Cuento


Cuando Adolfo dejó de gastar dinero, por falta de fondos, fue bajando de ambiente hasta llegar a la hamburguesa con catchup y a la tasca de artistas con tinto. Una chica, tan seria como mal peinada, procedente de la Academia de Ciencias Ocultas, tras mirarle el aura de reojo le diagnosticó gratuitamente:

—Tú eres cáncer, cariño.

No era verdad, pero Adolfo nunca había yacido, por así decir, con una esotérica y, por afán investigador, asintió mientras aparentaba sorpresa:

—¿Cómo lo has sabido?

Había cosas en opinión de Isabel, estudiante de ocultismos, que no se podían ocultar. El signo zodiacal era una de ellas. Los astros tenían buen cuidado de imprimirlo en la persona.

—¿Dónde? ¿En los cromosomas? ¿En la frente?

—En el aire. Quiero decir, en la personalidad.

Mirando bien, aire y personalidad, entre aquella gente, eran buenos sinónimos. Además, Adolfo había puesto fin a su fortunita, encadenando francachelas, y, si no le engañaba la vista, la brujería tenía aspecto de ser un entretenimiento económico.

De clase en clase, siempre a la popa de Isabel, fue introduciéndose en un híbrido de budismo y superstición. Se maravillaba tanto de las maravillas que descubría que, presa de la emoción, tentaba los muslos de la chica para que descubriera su ilusión y su inquebrantable fe.

Las experiencias fáciles del principio eran encantadoras. Muy pocos saben que el agua se puede «cargar». Basta con tomar un vaso, extender los brazos y hacer unas lentas y profundas respiraciones, pensando que se le transmite la fuerza vital del mundo. O la astral. Algo así. Luego, el agua así tratada sirve para ungirse y, posiblemente, sanarse.


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3 págs. / 6 minutos / 64 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Todo en Nada

Joaquín Dicenta


Cuento


I

Me fue referida la historia, entre sorbo y sorbo de café, por aquel joven de veintiocho años que, mientras la contaba, tuvo palideces en el rostro, -temblor en los dedos y en los párpados lágrimas. Cayeron algunas en el café; quizás le hicieran beneficio, porque mi amigo, distraído con el relato de sus penas, había cargado la mano en el azúcar.

Pedro -así se llama el protagonista de la historia- pertenece a una familia, si abundante en número, en caudales escasa. Murió el padre de Pedro al cumplir éste catorce años, dejando a la viuda una pensión humilde y, con ella, la carga de seis hijos, entre hembras y varones; de éstos era Pedro el mayor.

En los estudios preparatorios para la carrera ingenieril, andaba el muchacho, cuando la desgracia ocurrió. Fuerza fue dejar los estudios, que para tan largo y costoso aprendizaje no había en la casa posibles.

Entró el mozo, como escribiente, en las oficinas de un amigo del muerto; aprendió en sus ocios, robando al sueño, horas, un par de idiomas, con más la teneduría de libros; a los diez y ocho años, con el sueldo del escritorio el producto de las lecciones que su diligencia encontrara, y algunos eventuales ingresos, que su ingenio honradamente conseguía, era Pedro sostén y mantenencia de los suyos.

Con decorosa tranquilidad, iba la anciana hacia la muerte con modestia, pero sin privaciones, los huérfanos hacia la vida; todo por obra del mancebo, puntal único de aquel hogar desamparado.

Claro que, para llevar a término la obra, imponía Pedro a su juventud privaciones mayúsculas.


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Dominio público
11 págs. / 19 minutos / 78 visitas.

Publicado el 22 de septiembre de 2019 por Edu Robsy.

Toda la Verdad Sobre el Día Ocho

Arturo Robsy


Cuento


Por la mañana

El día ocho, conduciendo su OCA-6, Juan Palomo perdió la vida al colisionar su vehículo con la trasera de un camión a la altura del kilómetro once. Se supone que se le rompió la dirección al coche.
(de la prensa)
 

Su mujer le hizo pan frito para desayunar: la golosina preferida por Juan Palomo.

—¿Adónde vas hoy? —le preguntó.

—Aquí al lado. Es muy probable que consiga vender una buena partida. La semana pasada ya estuve allí y tengo casi a punto al comerciante.

—¿Seguro?

—Al menos no me dijo que me fuera.

Plegó la servilleta mientras ojeaba el periódico por encima de la taza vacía y se secó los labios despacio. La mujer le trajo el muestrario de la casa y se lo metió en el maletín.

—¿Qué hora es ya?

—Las nueve.

—Es una suerte que los niños ya vayan solos al colegio. Si no tú no podrías hacerme estos desayunos.

Se besaron junto a la puerta: el mismo beso sin importancia de todas las despedidas y de todas las llegadas.

—¿Volverás a comer?

—¿Qué tenemos hoy?

—Canelones.

—¡Hum! Pues no me los perderé. Adiós.

El OCA-6

Juan Palomo, agente comercial, fue extraído con vida de su automóvil y conducido al hospital municipal, donde se le apreciaron heridas en brazos y cuello, rotura de una de las vértebras cervicales y hemorragia interna. Llevado al quirófano, falleció antes de que se le pudiera intervenir.
(de la prensa)
 

Al terminar la guerra, Octavio Carreras Abad solo tenía juventud, ambición y perspicacia. Había servido en un batallón de automóviles y allí fue donde aprendió cuanto sabía de motores y de coches.


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5 págs. / 10 minutos / 65 visitas.

Publicado el 28 de mayo de 2019 por Edu Robsy.

Tobermory

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Era una tarde lluviosa y desapacible de fines de agosto durante esa estación indefinida en que las perdices están todavía a resguardo o en algún frigorífico y no hay nada que cazar, a no ser que uno se encuentre en algún lugar que limite al norte con el canal de Bristol. En tal caso se pueden perseguir legalmente robustos venados rojos. Los huéspedes de lady Blemley no estaban limitados al norte por el canal de Bristol, de modo que esa tarde estaban todos reunidos en torno a la mesa del té. Y, a pesar de la monotonía de la estación y de la trivialidad del momento, no había indicio en la reunión de esa inquietud que nace del tedio y que significa temor por la pianola y deseo reprimido de sentarse a jugar bridge. La ansiosa atención de todos se concentraba en la personalidad negativamente hogareña del señor Cornelius Appin. De todos los huéspedes de lady Blemley era el que había llegado con una reputación más vaga. Alguien había dicho que era "inteligente", y había recibido su invitación con la moderada expectativa, de parte de su anfitriona, de que por lo menos alguna porción de su inteligencia contribuyera al entretenimiento general. No había podido descubrir hasta la hora del té en qué dirección, si la había, apuntaba su inteligencia. No se destacaba por su ingenio ni por saber jugar al croquet; tampoco poseía un poder hipnótico ni sabía organizar representaciones de aficionados. Tampoco sugería su aspecto exterior esa clase de hombres a los que las mujeres están dispuestas a perdonar un grado considerable de deficiencia mental. Había quedado reducido a un simple señor Appin y el nombre de Cornelius parecía no ser sino un transparente fraude bautismal. Y ahora pretendía haber lanzado al mundo un descubrimiento frente al cual la invención de la pólvora, la imprenta y la locomotora resultaban meras bagatelas.


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8 págs. / 15 minutos / 161 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

¡¡¡To... rooo!!!

Rafael Delgado


Cuento


A Emilio García


… Nunca he oído a los extranjeros invitar a España para que deje sus corridas, sin pensar en la fábula del león, que se recortaba las uñas.—E. QUINET.
 

I

Ha terminado la corrida.

Los músicos, fatigados y sin aliento, tocan los últimos compases de un aire andaluz, a cuyos acordes festivos viene a mezclarse, con cierta indecible alegría el tintinante ruido de las mulas encascabeladas que arrastran por la arena la palpitante res.

El circo resuena con repetidos estrepitosos aplausos, y a la fugitiva luz de un crepúsculo primaveral y ardoroso, los diestros, envueltos en sus capas recamadas de oro, con el capitán al frente y seguidos de los mono-sabios, atraviesan el coso, despidiéndose de los espectadores con una sonrisa por extremo amable.

Clarean gradas y lumbreras de sombra, y mientras aquí desmaya el entusiasmo y comienza el fastidio, por el opuesto lado aumenta el interés, y todo es movimiento, agitación y ansiedad.

El vasto redondel ha quedado escueto; pero no bien sale la cuadrilla y se cierra la pesada puerta, cuando saltando la barrera o deslizándose por los burladeros, como invasión de hormigas, desciende a las arenas una multitud de mozos y de chicos, en su mayor parte obreros, que pronto se esparcen en todas direcciones, disponiéndose para la lid.

Es de ver aquel movible conjunto de arrojados mancebos y de jóvenes resueltos que buscan el peligro sonrientes, placenteros, con heroica sencillez.


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Dominio público
10 págs. / 18 minutos / 33 visitas.

Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Tirso de Molina

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


El siglo tan desmedrado,
¿Para qué nos resucita?
¿Momias no tiene Infinitas?
¿Qué harán las nuestras en él?

—QUEVEDO (Álbum, al Conde de San Luis.)

Nevaba sobre las blancas, heladas cumbres. Nieve en la nieve, silencio en el silencio. Moría el sol invisible, como padre que muere ausente. La belleza, el consuelo de aquellas soledades de los vericuetos pirenaicos, se desvanecía, y quedaba el horror sublime de la noche sin luz, callada, yerta, terrible imitación de la nada primitiva.

En la ceniza de los espesos nubarrones que se agrupaban en rededor de los picachos, cual si fueran a buscar nido, albergue, se hizo de repente más densa la sombra; y si ojos de ser racional hubieran asistido a la tristeza de aquel fin de crepúsculo en lo alto del puerto, hubieran vislumbrado en la cerrazón formas humanas, que parcelan caprichos de la niebla al desgarrarse en las aristas de las peñas, recortadas algunas como alas de murciélago, como el ferreruelo negro de Mefistófeles.

En vez de ir deformándose, desvaneciéndose aquellos contornos de figura humana, se fueron condensando, haciendo reales por el dibujo; y si primero parecían prerrafaélicos, llegaron a ser después dignos de Velásquez. Cuando la obscuridad, que aumentaba como ávida fermentación, volvió a borrar las líneas, ya fue inútil para el misterio, porque la realidad se impuso con una voz, vencedora de las tinieblas: misión eterna del Verbo.

—Hemos caído de pie, pero no con fortuna. Creo que hemos equivocado el planeta. Esto no es la Tierra.

—Yo os demostraré, Quevedo, con Aristóteles en la mano, que en la Tierra, y en tierra de España estamos.

—¿Ahí tenéis al Peripato y no lo decíais? Y en la mano; dádmelo a mí para calentarme los pies metiéndolos en su cabeza, olla de silogismos.

—No os burléis del filósofo maestro de maestros.


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7 págs. / 13 minutos / 257 visitas.

Publicado el 22 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Tírese Después de Usar

Arturo Robsy


Cuento


A no es siempre A (salgo en algunos momentos).

C no es A (hasta que se demuestre lo contrario).

B coincide siempre con A y con C.

Éste es el cuento: un imposible lógico.

(Recuerden: A no es no-A. Si C no es A, B=A no puede coincidir con C. B no puede ser más que B).

Y, sin embargo, uno puede ilustrar el cuento anterior a fin de que la lógica clásica (tan "clásica" como la trirreme) medite largamente.

Imaginen el Buen Hombre que se casó a los veintiocho años, justo en cuanto tuvo apañadito lo porvenir. De eso, por supuesto, hace ya otro veinte. Procedente de un pueblo urbano, sus alternativas estaban entre la "industria" y los "servicios". En la industria, jamás hubiese llegado a gerente; ni siquiera a segundo contable. Y eso lo sabía él. En la industria no se asciende (casi nunca) a las oficinas desde las máquinas. El siervo del acero, como recompensa, cambia de aparato y su escala va desde los más simples e incómodos, casi manuales, a los automáticos y semi-perfectos artilugios que sólo por compromiso tienen a un hombre delante. Después se interrumpe el escalafón. Y, sin máquina ya, uno se convierte en encargado, jefe de sección, de taller o capataz. No más. No queda, por cierto, el tiempo suficiente.

En los servicios, las cosas van de otro modo. Existe realmente una posibilidad de promoción. Existe un escalafón más o menos rígido y ésta es la tabla de náufrago de muchos que, en otras condiciones, hubiesen sido devorados por la máquina.


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Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 40 visitas.

Publicado el 18 de julio de 2021 por Edu Robsy.

Tipos Sociales: la Monja

Soledad Acosta de Samper


Cuento


—¡Pobres monjas! —decía yo a una amiga mía—, ¡cuánto me conmueve la situación en que se hallan!

—Con más razón te conmovería su suerte, si supieras que cada uno de sus conventos era un hogar hospitalario que han perdido, y que el sacarlas de allí les ha causado más pena que la que sintiera un patriota a quien desterrasen de su país sin tener esperanza de volver jamás.

—¡Vaya, tú exageras! ¡Cuántas no se habrán alegrado al verse libres!

—¡Libres! ¿Llamas libertad el tener que vivir pobremente de limosnas y con el corazón henchido por el dolor de haber dejado el asilo que habían jurado no abandonar sino con la vida? ¿Llamas libertad vivir en una pobre casa, sin ninguna de las comodidades a que estaban enseñadas, y con el continuo temor de carecer de lo necesario?

—¿Y tú qué sabes de eso? ¿acaso has vivido con ellas?

—Sí… , las conozco muy bien y mi simpatía no hace comprender mucho de lo que no todos ven. ¿No te acuerdas que ahora algunos años pasé unos meses en el convento de ***, cuya grata y desinteresada hospitalidad será motivo de mi agradecimiento mientras viva?

—Lo había olvidado, y en verdad que siempre he tenido muchos deseos de sabor cómo viven las monjas en sus misteriosos conventos.

—El convento es un pequeño mundo donde se agitan, no lo dudes, todos o casi todos los sentimientos humanos. Hay varios tipos de monjas que no dejaría de ser interesante estudiar, porque en ellos hallaríamos cuál ha sido la misión de los monasterios en nuestra sociedad.

—Te ruego que recuerdes algunos de ellos para…

—¿Alimentar tu curiosidad? Lo mejor que puedo hacer entonces, querida mía, será dejarte recorrer las páginas del diario que escribí durante mi permanencia en el convento de ***.

Efectivamente al día siguiente recibí el diario de Pía, del cual con permiso suyo me he tomado la libertad de trascribir algunos trozos.


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Dominio público
8 págs. / 15 minutos / 113 visitas.

Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Tío Terrones

Emilia Pardo Bazán


Cuento


En el pueblo de Montonera, por espacio de dos meses, no se habló sino del ejemplar castigo de Petronila, la hija del tío Crispín Terrones. Al saber el desliz de la muchacha, su padre había empezado por aplicarle una tremenda paliza con la vara de taray —la de apalear la capa por miedo a la polilla—, hecho lo cual, la maldijo solemnemente, como quien exorcisa a un energúmeno y, al fin, después de entregarle un mezquino hatillo y treinta reales, la sacó fuera de la casa, fulminando en alta voz esta sentencia:

—Vete a donde quieras, que mi puerta no has de atravesarla más en tu vida.

Petronila, silenciosamente, bajó la cabeza y se dirigió al mesón, donde pasó aquella primera noche; al día siguiente, de madrugada, trepó a la imperial de la diligencia y alejóse de su lugar resuelta a no volver nunca. La mesonera, mujer de blandas entrañas, quedó muy enternecida; a nadie había visto llorar así, con tanta amargura; los sollozos de la maldita resonaban en todo el mesón. Tanto pudo la lástima con la tía Hilaria —la piadosa mesonera tenía este nombre—, que al despedirse Petronila preguntando cuánto debía por el hospedaje, en vez de cobrar nada, deslizó en la mano ardorosa de la muchacha un duro, no sin secarse con el pico del pañuelo los húmedos ojos. ¡Ver aflicciones, y no aliviarlas pudiendo! Para eso no había nacido Hilaria, la de la venta del Cojitranco.


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4 págs. / 7 minutos / 106 visitas.

Publicado el 10 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Tigres del Mar

Robert E. Howard


Cuento


I

—¡Tigres del Mar! ¡Hombres con corazón de lobo y ojos de fuego y acero! ¡Criadores de cuervos cuya única dicha reside en matar y en ser matados! ¡Gigantes a los que la canción de muerte de una espada les parece más dulce que la canción de amor de una muchacha!

Los ojos cansados del Rey Gerinth estaban ensombrecidos.

—Esto no es nuevo para mí. Durante años estos hombres han atacado a mi gente como una jauría de lobos hambrientos.

—Leed los relatos de César —contestó su consejero Donal mientras levantaba una copa de vino y bebía largamente de ella—. ¿No hemos visto en tales crónicas cómo César enfrentó al lobo contra el lobo? De esa forma conquistó a nuestros antepasados, que en su día fueron lobos también.

—Y ahora parecen más bien corderos —murmuró el Rey, revelando una oculta amargura en su voz—. Durante los años de paz con Roma, nuestra gente olvidó las artes de la guerra. Ahora Roma ha caído y nosotros luchamos por nuestras propias vidas, cuando no podemos ni siquiera proteger las de nuestras mujeres.

Donal dejó la copa y se inclinó sobre la mesa de roble perfectamente tallada.

—¡Lobo contra lobo! —gritó—. Vos mismo dijisteis que no disponíamos de guerreros en las costas para buscar a vuestra hermana, la princesa Helena, aunque supierais dónde encontrarla. Por eso debéis recabar la ayuda de otros hombres, y estos hombres a los que me refiero son superiores en ferocidad y barbarie a los restantes Tigres del Mar, así como estos Tigres son a su vez superiores a nuestros blandos guerreros.

—Pero, ¿servirían a las órdenes de un britano para luchar contra los de su propia sangre? —objetó el Rey—. ¿Y cumplirían su palabra?


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50 págs. / 1 hora, 28 minutos / 65 visitas.

Publicado el 10 de julio de 2018 por Edu Robsy.

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