Textos por orden alfabético inverso etiquetados como Cuento | pág. 78

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Primavera a la Carta

O. Henry


Cuento


Corrían los primeros días de la primavera.

Nunca jamás se debe comenzar un cuento de este modo, cuando se escribe. No hay apertura peor. Es seca, sin relieve, carente de imaginación y, según todas las probabilidades, sólo ha de contener viento. Pero en este caso resulta permisible. Pues el párrafo siguiente, que debería haber inaugurado la narración, es demasiado extravagante, descabellado y ridículo para que se lo lance a la cara del lector, sin preparación alguna.

Sara estaba llorando sobre el menú.

¡A quién se le ocurre! ¡Una neoyorquina derramando lágrimas sobre el menú!

Para explicar este hecho, se permitirá al lector pensar que se habían terminado las langostas, o que ella había hecho promesa de no comer helados durante la Cuaresma, o que acababa de pedir cebollas, o que terminaba de ver una película muy triste. Y luego, considerando que todas estas teorías son erróneas, se dignará el lector permitir que el relato continúe.

Cierto caballero afirmó una vez que el mundo era una ostra y que él la abriría con su espada; en realidad, acertó más de lo que merecía. No es difícil abrir una ostra con una espada. Pero ¿alguna vez se vio que alguien tratara de abrir a ese terrestre molusco utilizando una máquina de escribir? ¿Querría esperar a que abran una docena con tal sistema?

Sara había logrado apartar las valvas con esa incómoda arma, lo bastante como para mordisquear un poquito el frío mundo interior. Sabía tan poca estenografía como una recién graduada de la escuela de comercio.

Por lo tanto, incapaz de taquigrafiar, no podía ingresar a la brillante galaxia de los talentos oficinescos. Trabajaba como mecanógrafa independiente, haciendo copias para quien se lo pidiera.


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7 págs. / 12 minutos / 79 visitas.

Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Prichibeyev

Antón Chéjov


Cuento


—Suboficial Prichibeyev! Está usted acusado de haber ultrajado, el 3 de septiembre, de palabra y obra, al policía Sigin, al burgomaestre Aliapov, a sus ayudantes Efimov, Ivanov, Gavrilov y a seis campesinos. A los primeros les ultrajó usted cuando estaban cumpliendo su deber oficial. ¿Se reconoce usted culpable?

Prichibeyev adopta una actitud marcial, como si se encontrase ante un general, y responde con ronca voz, silabeando cada palabra:

—Señor juez, permítame usted que se lo explique todo, pues no hay asunto que no pueda ser considerado desde diferentes puntos de vista. No soy yo el culpable, sino los otros, y a ellos es a quien hay que condenar. Ya lo verá usted cuando yo tenga el honor de exponerle el asunto detalladamente. Todo ha sucedido a causa de un cadáver. Antes de ayer yo me paseaba, muy tranquilo, con Anfisa, mi mujer. De pronto veo, junto al río, una aglomeración. «Por qué tanta gente reunida?— pregunté—. ¿Con qué derecho? ¿Acaso la ley autoriza las aglomeraciones?» Y empecé a dispersar a la gente. «¡Circulen! ¡Circulen!»— grité—. Además, ordené al centurión que dispersase a la multitud.

—Pero usted no tiene ningún derecho—le hace observar el juez—. Usted no es ni burgomaestre, ni policía, y no es de su incumbencia dispersar a la muchedumbre.

—¡Claro que no es de su incumbencia!—se oye gritar por toda la sala—. Estamos de él hasta la coronilla, señor juez. Hace quince años que no nos deja tranquilos. ¡No podemos más! Nos hace la vida imposible desde que está en la aldea, de vuelta de servicio militar.


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Publicado el 2 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

Presentido

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Corría el tren violentamente, cuneando, a causa de las desigualdades y asperezas de la vía, y su trepidación anhelante era como el resuello de un monstruo antediluviano a quien persiguiesen enemigos invisibles y que huyese de ellos a través de la desolación solitaria de los campos enormes. Hay en la marcha, entre las sombras de la noche sin estrellas —hecho tan vulgar— algo profundamente terrorífico, que solo no percibimos en fuerza de la costumbre.

Pero el viajero, arrollado en su manta y reclinado sobre su almohada de camino, notaba sin querer, en medio de su insomnio de modorra, la sensación oscura y angustiosa del miedo. ¿Miedo a qué? Ni él mismo lo sabía. Percibía la aproximación del peligro como se puede percibir, al entrar en una caverna, la presencia de los murciélagos colgados de sus paredes, de la cual avisan, no los sentidos corporales, sino algo que va más allá del sentido, un instinto indefinible, profundo, radicado en lo hondo del ser…


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 45 visitas.

Publicado el 7 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

Preocupaciones de un Padre de Familia

Franz Kafka


Cuento


Algunos dicen que la palabra «odradek» precede del esloveno, y sobre esta base tratan de establecer su etimología.

Otros, en cambio, creen que es de origen alemán, con alguna influencia del esloveno. Pero la incertidumbre de ambos supuestos despierta la sospecha de que ninguno de los dos sea correcto, sobre todo porque no ayudan a determinar el sentido de esa palabra.

Como es lógico, nadie se preocuparía por semejante investigación si no fuera porque existe realmente un ser llamado Odradek. A primera vista tiene el aspecto de un carrete de hilo en forma de estrella plana. Parece cubierto de hilo, pero más bien se trata de pedazos de hilo, de los tipos y colores más diversos, anudados o apelmazados entre sí. Pero no es únicamente un carrete de hilo, pues de su centro emerge un pequeño palito, al que está fijado otro, en ángulo recto. Con ayuda de este último, por un lado, y con una especie de prolongación que tiene uno de los radios, por el otro, el conjunto puede sostenerse como sobre dos patas.

Uno siente la tentación de creer que esta criatura tuvo, tiempo atrás, una figura más razonable y que ahora está rota. Pero éste no parece ser el caso; al menos, no encuentro ningún indicio de ello; en ninguna parte se ven huellas de añadidos o de puntas de rotura que pudieran darnos una pista en ese sentido; aunque el conjunto es absurdo, parece completo en sí. Y no es posible dar más detalles, porque Odradek es muy movedizo y no se deja atrapar.

Habita alternativamente bajo la techumbre, en escalera, en los pasillos y en el zaguán. A veces no se deja ver durante varios meses, como si se hubiese ido a otras casas, pero siempre vuelve a la nuestra. A veces, cuando uno sale por la puerta y lo descubre arrimado a la baranda, al pie de la escalera, entran ganas de hablar con él. No se le hacen preguntas difíciles, desde luego, porque, como es tan pequeño, uno lo trata como si fuera un niño.


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1 pág. / 2 minutos / 115 visitas.

Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Premio al Tonto

Arturo Robsy


Cuento


Cosme había sido un canalla autocrático toda su vida, como, sin duda, confirmarían todos los sucesivos socios que fueron devorados por él.. Cuando se sintió morir, decidió salir de este mundo dejando tras si un ejemplo de su mala voluntad hacia el género humano. Sólo de pensar en su testamento, falleció entre carcajadas.

—En resumidas cuentas —dijo el notario a los tres herederos: Don Cosme deja todo su dinero al más tonto de sus hijos.

—Yo he votado siempre al partido del poder. —argumentó el primero, convencido de ser el ganador.

—Yo le quería. —dijo el segundo, superando la marca de su hermano.

—Yo no quiero su dinero para nada. —dijo el tercero, muy avispado.

El notario, nombrado juez, registró un empate: los hijos habían dicho tres tonterías lo bastante agudas como para demostrar que existían en ellos trazas de inteligencia humana. El duelo no tuvo más remedio que comenzar otra vez:

—Estoy convencido de que el Descubrimiento de América fue un encuentro de culturas.

—Pues yo apuesto a que Andalucía será la California de Europa.

—Yo afirmo que no hay corrupción política.

Aquellos tres bribones se fingían tontos pero estaban varios palmos por encima del mínimo exigible. Lo siguieron demostrando con sucesivas ráfagas de afirmaciones cuidadosamente calculadas, hasta que el notario, cansado, decidió aplicarles un test de su invención:

—Juan tiene siete manzanas. Da dos a Pedro. Antonio le regala cuatro. Juan le roba una y una mariposa se le lleva otra, volando. ¿Cuántas le quedan?

—Veintisiete. —dijo el primero.

—Catorce. —dijo el segundo, también después de calcular el número exacto de manzanas.

—Las mariposas no pueden llevarse una manzana por los aires. —se quejó el tercero.

—Suyo es el dinero. —sentenció el notario.


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Licencia limitada
1 pág. / 2 minutos / 75 visitas.

Publicado el 10 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Prejaspes

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Pensamos los occidentales haber inventado la lealtad monárquica, y atribuimos el desarrollo de este singular sentimiento a las ideas cristianas, confundiendo los efectos que debe inspirarnos Dios, suma Causa y Bien sumo, con los que tienen por objeto a un hombre nacido de mujer. Yo no sé si un sentimiento se califica o descalifica por ser antiguo; pero sé que la lealtad monárquica es tan vieja como los más viejos cultos, y en apoyo de esta opinión recordaré la aventura que le sucedió al adictísimo Prejaspes.


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4 págs. / 7 minutos / 39 visitas.

Publicado el 27 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Pragmatismo

Armando Palacio Valdés


Cuento


El sol se puso rojo. La negra, horrible nube se acercó, y las tinieblas invadieron el cielo, momentos antes sereno y transparente.

Entonces los camellos se arrodillaron, y los hombres se volvieron de espalda y se prosternaron también. Los caballos se acercaron temblando a los hombres, como buscando protección.

El furioso khamsin comenzó a soplar. No hay nada que resista al impetuoso torbellino. Las tiendas, sujetas al suelo con clavos de hierro, vuelan hechas jirones, y la arena azota las espaldas de los hombres; sus granos se clavan en los lomos de los cuadrúpedos, haciéndoles rugir de dolor.

Aguardaron con paciencia por espacio de dos horas, y la espantosa tromba se disipó. Entonces el sol volvió a lucir radiante; el aire adquirió una transparencia extraordinaria.

Los pacientes camellos se alzaron con alegría, los caballos relincharon de gozo, y los hombres lanzaron al aire sonoros hurras. Estaban salvados.

Habían salido de Río de Oro hacía algunos días, y, audaces exploradores, se lanzaron por el desierto líbico para alcanzar el país de los árabes tuariks. Les faltaba el agua; pero esperaban llegar aquel mismo día al gran oasis de Valatah. Así lo pensaba y lo prometía su guía Beni-Delim, un hombre desnudo de medio cuerpo arriba, de tez rojiza, nariz aguileña, cabellos crespos y mirada inteligente.

—¡Beni-Delim! ¡Beni-Delim! ¿Dónde está Beni-Delim?

Beni-Delim había desaparecido.

Entonces la consternación se pintó en todos los semblantes. El traidor había aprovechado los momentos de obscuridad y de pánico para huir, dejándolos en el desierto sin guía. Estaban perdidos.

El jefe de la expedición, un italiano hercúleo de facciones enérgicas y agraciadas, les gritó:

—¡No hay que acobardarse, amigos! Cuando ese miserable ha huído, el oasis no debe de estar lejos. ¡En marcha!


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 49 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Posesión

Emilia Pardo Bazán


Cuento


El fraile dominico encargado de exhortar a la mujer poseída del demonio, para que no subiese a la hoguera en estado de impenitencia final, sintió, aunque tan acostumbrado a espectáculos dolorosos, una impresión de lástima cuando al entrar en el calabozo divisó, a la escasa luz que penetraba por un ventanillo enrejado y lleno de telarañas, a la rea.

Escuálida y vestida de sucios harapos, reclinada sobre el miserable jergón que le servía de cama, y con el codo apoyado en un banquillo de madera, la endemoniada, que se había llamado en el siglo Dorotea de Guzmán, que había sido orgullo de una hidalga familia, alegría de una casa, gala y ornato de las fiestas, parecía un espectro, una de esas mendigas que a la puerta de los conventos presentaban la escudilla de barro para recibir la bazofia de limosna. Su estado de demacración era tal, que a pesar de verse por los desgarrones del mísero jubón las formas de su seno, el dominico, que era un asceta y solía luchar con tentaciones crueles, no sintió turbación ni rubor, y sólo la piedad, la dulce y santa piedad, le impulsó a ofrecer a Dorotea amplio pañuelo de hierbas, y a decir benignamente:

—Cúbrase, hermana.


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Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 38 visitas.

Publicado el 15 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

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