Textos por orden alfabético etiquetados como Cuento | pág. 11

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etiqueta: Cuento


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Amor a la Vida

Jack London


Cuento


Solo esto, de todo, quedará.
Arrojaron los dados, y vivieron.
Parte de lo que juegan, ganarán
Pero el oro del dado lo perdieron.

Los dos hombres descendían el repecho de la ribera del río cojeando penosamente, y en una ocasión el que iba a la cabeza se tambaleó sobre las abruptas rocas. Estaban débiles y fatigados y en su rostro se leía la paciencia que nace de una larga serie de penalidades. Iban cargados con pesados fardos de mantas atados con correajes a los hombros y que contribuían a sostener las tiras de cuero que les atravesaban la frente. Los dos llevaban rifle. Caminaban encorvados, con los hombros hacia delante, la cabeza más destacada todavía, y la vista clavada en el suelo.

—Ojalá tuviéramos aquí dos de esos cartuchos que hay en el escondrijo —dijo el segundo.

Hablaba con voz monótona y totalmente carente de expresión. Su tono no revelaba el menor entusiasmo y el que abría la marcha, cojeando y chapoteando en la corriente lechosa que espumeaba sobre las rocas, no se dignó responder. El otro lo seguía pegado a sus talones. No se detuvieron a quitarse los mocasines ni los calcetines, aunque el agua estaba tan fría como el hielo, tan fría que lastimaba los tobillos y entumecía los pies. En algunos lugares batía con fuerza contra sus rodillas y les hacía tambalearse hasta que conseguían recuperar el equilibrio.


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26 págs. / 47 minutos / 290 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Amor Correspondido

Vicente Riva Palacio


Cuento


Aquella noche que habíamos comido en el club, y a pesar de que los dos no más ocupábamos una pequeña mesa en uno de los ángulos del comedor, la conversación era tan interesante, y la sobremesa tanto se había prolongado, que largo tiempo transcurrió sin que pensáramos en levantarnos.

Yo escuchaba atentamente al conde, en una especie de abstracción, hasta que me hicieron volver en mí once campanadas que lentamente sonaron en el gran reloj de aquel salón.

Levanté la cara y miré en derredor. ¡Qué aspecto más triste y más extraño presenta el comedor de un club o de un hotel, cuando se han retirado ya los últimos concurrentes y a nadie se espera!

Algunos criados conversaban en voz baja en uno de los extremos. Uno que otro, pasaba registrando las mesas, como buscando alguna cosa olvidada. Asomaban por el fondo las cabezas de los cocineros, con el imprescindible gorro blanco.

El jefe del comedor hacía cuentas en una de las mesas, y tenía delante de sí un rimero de papeles.

Algunas luces se habían apagado, las sillas rodeaban aún las mesas, sobre las cuales quedaban las servilletas de los que habían comido, como haciendo el duelo a su soledad, y el silencio sustituía a la animación y al bullicio que reinaba pocas horas antes.

En la atmósfera parecían vagar los dichos agudos y las frases espirituales cruzadas entre los concurrentes, y creeríase que estas frases y esos dichos, como golondrina que se entra por casualidad en una habitación, volaban chocando contra los muros, azotando los techos con sus alas y resbalando por los rincones hasta encontrar una salida.

El conde me había contado aquella noche la historia de unos amores que le traían completamente preocupado; porque aquellos amores eran una especie de novela romántica y por entregas.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 367 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Amor de Madre

Ricardo Palma


Cuento


Crónica de la época del virrey «brazo de plata»

(A Juana Manuela Gorriti.)

Juzgamos conveniente alterar los nombres de los principales personajes de esta tradición, pecado venial que hemos cometido en La emplazada y alguna otra. Poco significan los nombres si se cuida de no falsear la verdad histórica; y bien barruntará el lector qué razón, y muy poderosa, habremos tenido para desbautizar prójimos.

I

En agosto de 1690 hizo su entrada en Lima el excelentísimo señor don Melchor Portocarrero Lazo de la Vega, conde de la Monclova, comendador de Zarza en la Orden de Alcántara y vigésimo tercio virrey del Perú por su majestad don Carlos II. Además de su hija doña Josefa, y de su familia y servidumbre, acompañábanlo desde México, de cuyo gobierno fué trasladado a estos reinos, algunos soldados españoles. Distinguíase entre ellos, por su bizarro y marcial aspecto, don Fernando de Vergara, hijodalgo extremeño, capitán de gentileshombres lanzas; y contábase de él que entre las bellezas mexicanas no había dejado la reputación austera de monje benedictino. Pendenciero, jugador y amante de dar guerra a las mujeres, era más que difícil hacerlo sentar la cabeza; y el virrey, que le profesaba paternal afecto, se propuso en Lima casarlo de su mano, por ver si resultaba verdad aquello de estado muda costumbres.


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Dominio público
5 págs. / 10 minutos / 1.018 visitas.

Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Amor de Niño

Luis Benjamín Cisneros


Cuento


Se llamaba Ricardo. Contaba apenas siete años. Tenía los ojos azules y el rostro pálido. Sus cabellos negros, crespos y lustrosos flotaban sobre sus sienes y su cuello en hermosos rizos. Era imposible verle sin acariciarle ni oírle hablar sin sonreír y sin amarle.

Su madre, tipo de bondad y de dulzura, le llamaba siempre cuando, al brillar los últimos resplandores de la tarde, correteaba con los niños de la vecindad en el patio de su casa:

—¡Ricardo!

—Mamá, respondía desde lejos una voz límpida y plateada.

Los tristes sones del Ave María se desprendían en ese instante de las torres de la ciudad, y la ciudad enmudecía.

—Ven a rezar la oración.

Y el niño obediente venía con las mejillas sonrosadas, jadeante, con los cabellos desarreglados y el vestido descompuesto a arrodillarse a los pies de la que le llamaba.

Su fisonomía tomaba en ese instante una expresión indescriptible. Olvidado completamente del juego y de sus compañeros, con el rostro, iluminado, con los ojos levantados y fijos en los de su madre, parecía absorto en la oración. Sus labios murmuraban el rezo lentamente como si pensara lo que decía y como si hubiera sentido lo que pensaba.

Ella le tendía la mano. Él la besaba con efusión, aunque precipitadamente, y salía corriendo.

El padre de Ricardo era un rico negociante italiano. Establecido en América hacía muchos años, se había casado en Lima por amor, y aunque se creía dichoso, recordaba siempre el cielo de su patria con pesar y con profunda melancolía.

¡Adorable capricho de la naturaleza! los hermosos ojos del hijo tenían la expresión tierna y dolorosa de ese sentimiento del padre y el azul límpido y sereno del cielo cuyo recuerdo le entristecía.


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Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 127 visitas.

Publicado el 4 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Amor de Niño

Rafael Delgado


Cuento


A Cayetano Rodríguez Beltrán

¿Te ríes? Sí; un amor profundo, verdadero, que laceró cruelmente mi corazón de niño, y que ahora todavía, después de tantos años, si le evoco, hace palpitar mi corazón dolorido y humedece mis ojos. Oye: vida alegre la nuestra, vida regocijada y dichosa que tenía algo del vigor de la vegetación del trópico, que se desbordaba por todas partes como las trepadoras en las umbrías, ansiosas de aire y de luz.

De diario las tareas escolares, las rudas tareas del Colegio, encorvados sobre los clásicos, a vueltas con Horacio y Virgilio, rabiando con las dificultades de Terencio y maldiciendo de las pompas de Cicerón. Tarea ingrata, y a mi juicio estéril, y que ahora doy por bien cumplida porque me inició, sin que yo me diera cuenta de ello, en las mil bellezas de la gran literatura latina, sin lo cual no repitiera hoy, lamiéndome los labios, como si gustara de añejo vino, aquello del Mantuano:


Et jam summa procal villarum culmina fumant
Majoresque cadunt altis de montibus umbrae.
 

Mas para todo había tiempo: para salir a merodear por los solares baldíos ó deshabitados, a hurtar naranjas; para subir a lo más alto del cerro vecino; para tomar delicioso baño en las pozas más hondas y sombrías del turbio Albano, o ir a vocear en un llano desierto, a la sombra de un ceibo aparasolado y susurrante, la «Vida del campo» de Fray Luis de León, el «Israelita prisionero» de nuestro Pesado y la «Playera» de Justo Sierra.


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Dominio público
5 págs. / 10 minutos / 73 visitas.

Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Amor'è Furbo

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Era la época en que el drama lírico, generalmente clásico o bucólico, hacía las delicias de la grandeza romana.

Orazio Formi, poeta milanés, educado en Florencia, y después pretendiente en Roma, alcanzaba por fin en la capital del mundo católico el logro de sus esperanzas bien fundadas. Brunetti, su amigo, compositor mediano, escribía para las obras líricas de Formi una música pegajosa y monótona, pero cuya dulzura demasiado parecida al merengue, decía bien con las larguísimas tiradas de versos endecasílabos y heptasílabos que el poeta ponía en boca de sus pastores y de sus héroes griegos.

Formi creía en una Grecia parecida a los paisajes de Poussin; en cuanto a los dioses y a los héroes se los figuraba demasiado parecidos al Gran Condé, al ilustre Spínola y a Francisco I. Veía a Eurípides a través de Racine; amaba a Grecia según se la imponía la Francia del siglo de oro.


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Dominio público
18 págs. / 31 minutos / 89 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Amor y Muerte

Pablo Palacio


Cuento


A la vera del camino, tras un recodo de la loma, junto a los grandes ventisqueros y frente a los grandes pajonales que hace crecer el frío, estaba la choza de un viejo montañés de barbas patriarcales y canas, pronta a desvencijarse bajo el peso asolador del viento que ruge, la nieve que cae y el tiempo que pasa.

Fue en los estertores de un crepúsculo invernal, que en el límite visible del camino, se dibujó la silueta temblona de una Vieja, con el bordón a la mano y la espalda doblada bajo un fardo de penas. Fue acercándose lentamente por el camino intransitable y, su voz cansada, sonó extraña a los oídos del Viejo.

—Hermano: Habréis visto pasar por esta ruta a un peregrino joven, de mirar encendido, negra la cabellera, como el corazón de sus perseguidores; rojos sus cantos, con el rojo de los combates.

Sintió el Viejo un rebullir interno de Pasado y sus ojos quisieron ir más allá de los de aquella, cuyas palabras evocaban tiempos idos. Pasó por su boca rugosa una sonrisa amarga y por sus ojos apagados, un brillar de triunfo.

—Hacen veinte años —dijo— que llegué a esta choza, testigo tal vez de qué ignorados infortunios, de qué ignorados dolores, y sólo he visto pasar a labriegos de lejanas alquerías, en busca de ganado perdido y a las fieras de las montañas, en busca de presa que hacer.

—¡Veinte años! Veinte años justos hacen que partió ¡Cuánto he sufrido!

—Ven, hermana, ven, y bajo mi choza mal cubierta, junto a la lumbre débil, me contarás tus penas; y yo las mías, que no han salido nunca de estos labios viejos y sólo saben de ellas, las noches interminables, y los días solos, cuando no hay pan para las carnes exhaustas ni fuego para el cuerpo desvalido.

Y se sentaron juntos, y la llama dio un tinte rojizo a los rostros y las cosas todas…


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 38 visitas.

Publicado el 17 de mayo de 2024 por Edu Robsy.

Amores Tardíos

Norberto Torcal


Cuento


Se llamaba Juan: tenía alrededor de los setenta años, y llevaba diez en el asilo. De joven sirvió al rey; luego entró de mozo de muías en un mesón, y cuando la edad y los achaques, que son su natural y obligado cortejo, le hicieron inútil para el trajín de la posada, agarró un palo, echó un zurrón sobre su encorvada espalda y fué de pueblo en pueblo y de camino en camino llamando á todas las puertas ó extendiendo su mano á todos los transeúntes en súplica de una limosna por el amor de Dios.

Aquella vida se le hacía insoportable; pero no había otra y era preciso resignarse. En el buen tiempo, cuando el sol calienta la tierra y en las eras se amontona la mies olorosa y dorada, todavía la vida de mendigo podía llevarse. En cualquier lado se encontraba cama y en cualquier lado se tenía á mano el alimento. Harto más difícil y duro se presentaba el problema en invierno, cuando la lluvia y el cierzo azotaban las carnes con recios latigazos de frío, y los campos, despojados de frutos y como muertos, nada ofrecían al paso para calmar la rabiosa hambre que hurgaba el vacío estómago y hasta llegaba á anublar los ojos. Entonces era cuando Juan echaba de menos el vaho caliente de la cuadra, el saco de paja á los pies de las bestias, la sabrosa pitanza, compartida, entre juegos y risas, con otros gañanes, y todos los demás regalos y dulzuras que, durante más de cuarenta años, había gozado hasta el día verdaderamente triste en que el mesonero, viéndole ya torpe y sin fuerzas para el oficio, le dijo poniéndole la mano en el hombro:—Ea, Juan, esto no es ya para tí. Arregla tu atillo y anda á ver si por esos mundos de Dios te buscas ocupación más apropiada á tu edad y tus fuerzas.


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Dominio público
8 págs. / 15 minutos / 72 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

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