Textos por orden alfabético inverso etiquetados como Cuento disponibles | pág. 14

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Una Aventura India

Voltaire


Cuento


Pitágoras, estando en la India, aprendió, como saben todos, en la escuela de los gimnosofistas la lengua de los animales y la de las plantas. Paseándose un dia por un prado cerca de la orilla del mar, oyó estas palabras: ¡Qué desdicha la mia de haber nacido hierba, apenas llego á dos pulgadas de alto, cuando me huella bajo sus vastos piés un monstruo voraz, un animal horroroso, que tiene armada la boca de una ñla de tajantes hoces con que me siega, me hace añicos, y me traga: los hombres llaman carnero á este monstruo, y no creo que haya en el universo criatura mas abominable.

Dió Pitágoras algunos pasos más, y encontró una ostra abierta sobre una piedra: todavía no había abrazado la admirable ley que prohíbe comerse á los animales nuestros semejantes; iba á tragarse la ostra, cuando dijo ella estas lastimosas razones: ¡Oh naturaleza, qué feliz es la hierba, que como yo es obra tuya! Cuando la cortan, renace, y es inmortal; y nosotras desventuradas ostras, en balde nos defiende una doble coraza, que unos malvados nos engullen á docenas para desayunarse, y se acabó para siempre. ¡Qué suerte tan horrenda la de una ostra! ¡qué inhumanos son los hombres!

Estremecido Pitágoras conoció la enormidad del delito que iba á cometer: pidió llorando perdón á la ostra, y la repuso bonitamente encima de la piedra.

Mientras iba meditando profundamente en este suceso, vió de vuelta al pueblo arañas que se comían las moscas, golondrinas que se comían las arañas, y gavilanes que se comían las golondrinas. Todas estas gentes, decía, no son filósofos!


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Dominio público
2 págs. / 3 minutos / 260 visitas.

Publicado el 4 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Una Aventura en Granada

Roberto Arlt


Cuento


Esteban cargaba su pipa, fingiendo estar entregado exclusivamente a este trabajo. Sin embargo, su pensamiento estaba en otra parte. Adiviné el proceso mental con tanta seguridad, que le afirmé:

—¿Estás cavilando si contarme o no tu secreto?

—¡Oh!, esto sí que es gracioso.

—No, no es gracioso. Tú has cambiado mucho, amigo Stifel. Desde que has regresado de España eres otro hombre.

—¿Qué dices?

—Cuando te fuiste eras un hombre jovial, despreocupado. Aquí, en Fleet, no había camarada más agradable que tú.

Esteban se aproximó pensativamente al ventanal y miró la calle de agua, a cuyo final, entre la neblina, se distinguía la torre de la iglesia de San Miguel. La sirena de un transatlántico que abandonaba el puerto de Hamburgo resonaba en la noche, y Esteban, alejándose pensativamente del ventanal, sentóse frente a mí y suspiró:

—Nunca debí haber ido a España.

—¿Por qué?

—No te has fijado...

“Clink”, y el barrilito de agua destilada que había en un rincón del consultorio cayó reventado al suelo. Sin sobresaltarse, rápidamente, Esteban apagó la luz y me dijo:

—Vamos adentro.

—¿Qué ha pasado?

—Han intentado matarme otra vez.

—Otra vez... ¿Por qué?

—Vamos adentro.

Le seguí, y ya en el interior del viejo edificio, entramos en una biblioteca. Cerró la puerta y me dijo:

—No te extrañe que no salga a la calle a buscar al que ha intentado matarme. Ya está lejos.

—Pero, ¿por qué quieren matarte?

—¡Oh! Es una vieja historia que está relacionada, precisamente, con el viaje de España. Escucha:


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Dominio público
10 págs. / 18 minutos / 20 visitas.

Publicado el 10 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

Una Apuesta

Juana Manuela Gorriti


Cuento


I

¿Quién no ha oído hablar del genio burlón y aventurero de la hermosa Eleonora de Olivar, duquesa de Alba? Emanación brillante del sol andaluz, la hechicera sevillana entró un día como un ardiente torbellino en la austera corte de Carlos III despertando los graves ecos de su alcázar con las risas de su inagotable alegría.

Los cronistas de la época se extienden con delicia en relación con la graciosas locuras de aquella amable aturdida que por tanto tiempo tuvo en continua agitación, en perpetua zozobra, la corte y la ciudad; porque fastidiada algunas veces de sus travesuras aristocráticas, descendía con frecuencia del mundo brillante que habitaba para buscar otras más picantes en la plebeya atmósferas de las callejuelas.

En nuestros días Eleonora habría sido horriblemente calumniadas; pero en aquellos benditos tiempos se tenía más confianza en una mujer honrada, y el duque de Alba y a ejemplo suyo toda la corte, veneraban profundamente la virtud de la duquesa, ¡Honor a la fe de nuestros mayores!

Pero si Eleonora era burlona no era maligna, como lo son generalmente aquellos que tienen ese odioso carácter. Ni con sus chistes, ni con sus locuras, jamás hirió el amor propio, ni la sensibilidad de nadie. Al contrario, si ella gustaba de reír era más bien para alegrar a los otros y sus travesuras eran tan benévolas y lisonjeras que cautivaban siempre el corazón de aquel que era su objeto. Así, el estudiante a quien en tan ligero equipo hizo bailar aquella célebre zarabanda la debió su fortuna y el capitán de guardias la restitución del regio amor que le había robado.

—¿Duque, ¿te parezco bien así? —dijo un día Eleonora presentándose a su marido, vestida de peregrina.

—¡Encantadora! —respondió el duque contemplándola admirado.— ¡Oh! Jamás la túnica de la viajera cubrió un cuerpo tan gentil.


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4 págs. / 8 minutos / 114 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Una Achura

Javier de Viana


Cuento


A Enrique García Velloso.


En un ángulo del galpón—ya casi obscuro—los peones, concluidas las faenas del día, tomaban mate, á la espera de la cena.

Animaba la tertulia Ciriaco Sosa, gauchito cachafaz, andariego y decidor, que se fué del pago y volvía á él, tras años de ausencia, con los prestigios de su juventud conquistadora, rica en aventuras de daga y de amor.

Cuando se fué, montaba un «patria», viejo y maceta, y era su «apero» un lomillo «basteriador», una carona de cuero crudo, cojinillos lanudos, rienda de guasca y freno de fierro. Un «vichará» como arnero cubríale el busto endeble, y un chambergo sin forma la melenuda cabeza, y no llevaba maletas, porque no tenía nada que llevar en ellas.

Sin una moneda en el bolsillo y sin un propósito en la mente, se fué, al trote fastidioso del tordillo lisiado y al azar del destino.

Lo que hizo en las comarcas lejanas, nadie lo sabía; pero regresó al pago con buenas pilchas, dos pingos de ley, «herraje» de plata y oro, y un «capincho» en cuyo vientre inflado dibujaban circunferencias las «amarillas».

Nadie le preguntó el origen de su prosperidad, aun cuando todos la suponían proveniente del naipe, la taba ó las carreras. Como era amable, divertido y generoso, lo aceptaron y agasajaron, sin entrar en averiguaciones fastidiosas é innecesarias.

Hasta el patrón y la familia del patrón colmábanlo de amabilidades, porque los entretenía con sus historias pintorescas, y porque, además, era acordeonista, guitarrero, cantor y bailarín sin rival en todo aquel pago, que él alegraba de uno á otro extremo, vagabundeando como un señor que disfruta sus rentas. Sin embargo, su cuartel general era la estancia Portillo, donde, como dejo dicho, todos le profesaban simpática admiración.


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 21 visitas.

Publicado el 21 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Un Voto

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


El drama se hundía. Ya era indudable. Los amigos que rodeaban a Pablo Leal, el autor, entre bastidores, ya no trataban de animarle, de hacerle tomar los ruidos que venían de la sala por lo que no eran. Ya no se le decía: «Es que algunos quieren aplaudir, y otros imponen silencio». El engaño era inútil. Callaban los fieles compañeros que le estaban ayudando a subir aquel que a ellos les parecía calvario. El noble Suárez, el ilustre poeta, vencedor en cien lides de aquel género... y derrotado en otras ciento, estaba pálido, tembloroso. Quería a Leal de todo corazón; era su protector en las tablas; él le había aconsejado llevar a la escena uno de aquellos cuadros históricos que Pablo escribía con pluma de maestro, de artista, y con sólida erudición. Creía, por ceguera del cariño, en el talento universal de su amigo, de su Benjamín, como él le llamaba, porque veía en Pablo un hermano menor.


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9 págs. / 15 minutos / 100 visitas.

Publicado el 22 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Un Viejo Verde

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Oid un cuento… ¿Que no le queréis naturalista? ¡Oh, no!, será idealista, imposible… romántico.


* * *


Monasterio tendió el brazo, brilló la batuta en un rayo de luz verde, y al conjuro, surgieron como convocadas, de una lontananza ideal, las hadas invisibles de la armonía, las notas misteriosas, gnomos del aire, del bronce y de las cuerdas. Era el alma de Beethoven, ruiseñor inmortal, poesía eternamente insepulta, como larva de un héroe muerto y olvidado en el campo de batalla; era el alma de Beethoven lo que vibraba, llenando los ámbitos del Circo y llenando los espíritus de la ideal melodía, edificante y seria de su música única; como un contagio, la poesía sin palabras, el ensueño místico del arte, iba dominando a los que oían, cual si un céfiro musical, volando sobre la sala, subiendo de las butacas a los palcos y a las galerías, fuese, con su dulzura, con su perfume de sonidos, infundiendo en todos el suave adormecimiento de la vaga contemplación extática de la belleza rítmica.

El sol de fiesta de Madrid penetraba disfrazado de mil colores por las altas vidrieras rojas, azules, verdes, moradas y amarillas; y como polvo de las alas de las mariposas iban los corpúsculos iluminados de aquellos haces alegres y mágicos a jugar con los matices de los graciosos tocados de las damas, sacando lustre azul, de pluma de gallo, al negro casco de la hermosa cabeza desnuda de la morena de un palco, y más abajo, en la sala, dando reflejos de aurora boreal a las flores, a la paja, a los tules de los sombreros graciosos y pintorescos que anunciaban la primavera como las margaritas de un prado.


* * *


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7 págs. / 13 minutos / 124 visitas.

Publicado el 11 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Un Viaje Inútil

Javier de Viana


Cuento


La tarde ofrecía el aspecto de un reloj que se hubiese parado súbitamente. Nada ha cambiado, nada se ha transformado; pero cesaron el movimiento y el sonido: la vida quedó en suspenso.

El cielo, hasta entonces nublado, se aclaró de pronto, con una claridad opalina y la atmosfera quedó inmóvil, rígida y pálida, cual si la naturaleza hubiera sufrido un síncope.

Todo el mundo en el contorno. En el firmamento lechoso, ningún pájaro batía el aire con sus rémiges. En la campiña, las bestias, sorprendidas por aquel insólito crespúsculo, permanecieron quietas, atemorizadas. Las ovejas andariegas se apeñuscaron, formando grupos que a la distancia semejaban montículos de calcárea blancura. Los vacunos suspendieron la metódica ocupación de la rumia, y los caballos, gachas las orejas, entristecidos los ojos, parecían clavados sobre sus cuatro remos, esperando con filosófica resignación, la borrasca presentida.

En las casas imperaba igual silencio. El ambiente húmedo y cálido, apelmazaba los cerebros y sellaba los labios.

Las gallinas, creyendo con su feliz imbecilidad, que había llegado la noche, instaláronse tranquilamente en sus habituales dormideros.

En el galpón, los perros, presintiendo un peligro, echaban a los hombres miradas investigadoras y demandadoras de auxilio; mas, al notar la indiferencia de éstos, se estiraban, buscando el mayor contacto con la tierra, la buena madre, que siempre ampara y nunca castiga, que amamanta con igual cariño a los hijos buenos y a los hijos malos, a la oveja y al lobo, a la zarza dañina y al trigo sagrado...

Tal inercia plegaba los espíritus, que cuando Marina penetró en el galpón para recoger las fuentes y los platos del almuerzo, no hubo un sólo peón que se preocupara de decirle una zafaduría o darle un pellizco, caso nunca visto desde que Marina entró de peona en la estancia.


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3 págs. / 5 minutos / 27 visitas.

Publicado el 11 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Un Viaje en Diligencia

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

«¡Calumnia!» —murmaraban mis labios con acento trémulo, mientras que aquella otra voz del alma preguntaba con mortal amargura: «¿Será verdad?»

Julia, mi primer amor, me había traicionado miserablemente, según aseguraba el odioso anónimo.

¡No, mil veces no!—protestaba.

En tan angustioso momento, recordé aquellos otros felicísimos de pasión. Ante mí veía á Julia, lo mismo que en la aldea, ruborosa y amante, diciéndome á media voz —como se revelan siempre los grandes secretos del alma—; «¡Ningún otro hombre que tú será mi dueño!» Y al decirme esto, estrechaba nerviosamente entre sus manos las mías, como para dar mayor fuerza á su protesta. Y como si esto aun no bastara, sus ojos, en los que yo bebía anheloso toda una vida de idealísimo goce, clavábanse en los míos, serenos, como ciclos jamás empañados por la nube del engaño.

¡Y tales ojos y tales cielos eran mentira!

II

Al anochecer de aquel día en que tan rudo golpe sufrió mi credulidad amorosa, me encontré instalado en el interior de una diligencia: que en mis mocedades aun era el ferrocarril una nebulosa.

Seis eran los compañeros de viaje: un señor cura; un viejo que tenía trazas de comisionista de comercio, una jamona andaluza de no mal ver, un niño como de catorce años, que debía de ser su hijo, y una parejita de novios, á juzgar por el dulce mosconeo con que se arrullaban en uno de los rincones del vehículo.

Dispuso la casualidad que mi asiento correspondiera al más próximo de los que ocupaba la susodicha pareja: el hombre, un señor como de cuarenta años, de rostro simpático, no pudo reprimir un gesto de disgusto; en cuanto á la señora, ignoro la cara que pondría, porque la ocultaba una espesa toquilla.


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4 págs. / 8 minutos / 33 visitas.

Publicado el 22 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Un Viaje de Novios

Antón Chéjov


Cuento


Sale el tren de la estación de Balagore, del ferrocarril Nicolás. En un vagón de segunda clase, de los destinados a fumadores, dormitan cinco pasajeros. Habían comido en la fonda de la estación, y ahora, recostados en los cojines de su departamento, procuran conciliar el sueño. La calma es absoluta. Ábrese la portezuela y penetra un individuo de estatura alta, derecho como un palo, con sombrero color marrón y abrigo de última moda. Su aspecto recuerda el de ese corresponsal de periódico que suele figurar en las novelas de Julio Verne o en las operetas. El individuo detiénese en la mitad del coche, respira fuertemente, se fija en los pasajeros y murmura: «No, no es aquí... ¡El demonio que lo entienda! Me parece incomprensible...; no, no es éste el coche».

Uno de los viajeros le observa con atención y exclama alegremente:

—¡Iván Alexievitch! ¿Es usted? ¿Qué milagro le trae por acá?

Iván Alexievitch se estremece, mira con estupor al viajero y alza los brazos al aire.

—¡Petro Petrovitch! ¿Tú por acá? ¡Cuánto tiempo que no nos hemos visto! ¡Cómo iba yo a imaginar que viajaba usted en este mismo tren!

—¿Y cómo va su salud?

—No va mal. Pero he perdido mi coche y no sé dar con él. Soy un idiota. Merezco que me den de palos.

Iván Alexievitch no está muy seguro sobre sus pies, y ríe constantemente. Luego añade:

—La vida es fecunda en sorpresas. Salí al andén con objeto de beber una copita de coñac; la bebí, y me acordé de que la estación siguiente está lejos, por lo cual era oportuno beberme otra copita. Mientras la apuraba sonó el tercer toque. Me puse a correr como un desesperado y salté al primer coche que encontré delante de mí. ¿Verdad que soy imbécil?

—Noto que está usted un poco alegre —dice Petro Petrovitch—. Quédese usted con nosotros; aquí tiene un sitio.

—No, no; voy en busca de mi coche. ¡Adiós!


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5 págs. / 8 minutos / 131 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Un Viaje de Novios

Gabriel Miró


Cuento


La noble y vieja señora recibió a Sigüenza en su salita de labor.

Las sillas, los escabeles y el estrado eran de rancia caoba, vestidos de grana; los cuadros, apagados; las paredes, blancas. Era un aposento abacial.

Delante de la butaca de la dama había un alto brasero resplandeciente; y entre el follaje de azófar se veía arder, retorciéndose, una mondadura de lima. La olorosa tibieza de la sala daba una dulce sensación de intimidad, de recogimiento de casa abastada y sencilla. Así lo notaría la señora, porque luego de contemplar el moblaje, la alfombra, y de mirarse el viejo y rico jubón de terciopelo que traía, y sus botas de paño, puso la mirada en la copa de fuego, y suspirando dijo:

—¡Nada nos falta para nuestro abrigo! ¿No debemos estar alabando siempre a Dios, que nos libra de la miseria de tantos desventurados que irán de camino y no tienen pan ni leña?

Y la señora pidió su mantón de lana, como si ya sintiese el fino de los menesterosos.

No pueden negarse los sentimientos de piedad de esta dama, y aun creo que ni de ella ni de nadie. El Señor puso la lastima en todos los corazones. Todos nos afligimos por las ajenas miserias, y tanto, que hasta se nos incorpora el frío de los desnudos y hemos de pedir un mantón más para cubrirnos.

La señora estaba verdaderamente entristecida de compasión. En lo hondo del silencio se oía el grave pulso de un viejo reloj de pesas.

La esquilita del portal sonó alborozadamente. Acudió la criada, y unas voces de júbilo les quitaron de sus compungidos pensamientos.

Pasó un matrimonio mozo, nuevecito; hasta por sus ropas se descubría lo reciente del desposorio.


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 48 visitas.

Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.

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