Textos por orden alfabético inverso etiquetados como Cuento disponibles | pág. 25

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Un Cabecilla

Ramón María del Valle-Inclán


Cuento


De aquel molinero viejo y silencioso que me sirvió de guía para visitar las piedras célticas del Monte Rouriz guardo un recuerdo duro, frío y cortante como la nieve que coronaba la cumbre. Quizá más que sus facciones, que parecían talladas en durísimo granito, su historia trágica hizo que con tal energía hubiéseme quedado en el pensamiento aquella carta tabacosa que apenas se distinguía del paño de la montera. Si cierro los ojos, creo verle: Era nudoso, seco y fuerte, como el tronco centenario de una vid; los mechones grises y desmedrados de su barba recordaban esas manchas de musgo que ostentan en las ocacidades de los pómulos las estatuas de los claustros desmantelados; sus labios de corcho se plegaban con austera indiferencia; tenía un perfil inmóvil y pensativo, una cabeza inexpresiva de relieve egipcio. ¡No, no lo olvidaré nunca!


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 89 visitas.

Publicado el 4 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Un Buen Tirito

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Para que se supiese por qué voy a pegarme un buen tirito en la sien —pensó Rafael Marco— muy pocas horas antes de poner por obra su funesta resolución tendrían que estar dentro de mí, haberme seguido paso a paso, y sólo así se convencerían del incomprensible encarnizamiento y perseverancia con que me persigue la mala suerte.

Y además de estar dentro de mí tendrían ¡cómo les desprecio!, que poder comprender lo que no comprenden jamás: que no hay males grandes ni pequeños, que el mal y el bien lo creamos nosotros, y que si nos persiguen a pinchazos, es peor que si, de una vez, nos hincan un cuchillo bien afilado en la espalda, entre los dos omóplatos…

Así, capaces serían de reírse si se les contase, por ejemplo, mi jornada de ayer, ¡qué no ha sido de las peores! Desperté con la boca más amarga que hiel y el estómago revuelto. Fui a tomar mi dosis de magnesia efervescente, y se había acabado la víspera. Envié a la botica a mi criada. ¡Oh la responsabilidad que a mi criada le corresponde en mi botiquín! ¡Y me trajo limonada gaseosa! Salté de la cama, y, al hacerlo, resbalé arrastrando conmigo el alfombrín, y fui a dar contra la cómoda, haciéndome un chichón en la frente.

Se reveló el dolor de cabeza.… Es mi compañero acostumbrado, y ya parece que sin él no me entiendo. Me conozco a mí mismo. Vivo bajo la sensación continua de una especie de mareo de mar, la angustia del comienzo de las náuseas. Mientras me ponía un perro gordo sujeto con un pañuelo sobre el chichón, luchaba con el deseo de que una escoba me barriese por dentro, enérgicamente, el estómago…


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 38 visitas.

Publicado el 9 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Un Buen Queso

Leopoldo Lugones


Cuento


No, no; el Amor es bueno y nunca desampara a sus pacientes. Oye mi dulce amiga la historia de Inés y Florencio, para que te convenzas de tan importante verdad.

Inés y Florencio, ambos nacidos y criados en la opulenta finca donde servían, eran dos gallardos muchachos que se adoraban desde la niñez. Hasta aquí todo va bien, y aun ha de parecerte mejor si te digo que los chicos se besaban como unos glotones cuantas veces podían, con el incentivo de esas brisas campestres que en la primavera hacen estremecer tan profundamente a los bosques venerables. Cuanto podían se besaban, y hacían muy bien, a despecho de tu aspaviento convencional; cuanto podían, porque, ¡ay! no siempre les era dado.

La señora una viuda ya entrada en años, era muy beata y se escandalizaba al sólo nombre del Amor, como no fuera éste el divino. No obstante, sus amigas afirmaban que en su devoción a San Antonio, por ejemplo, no todo era desinterés celestial, llegando uno de sus primos, viejo entre santurrón y calavera, a afirmar que Santa Rita compartía aquella predilección...

Lo cierto es que había sido devota del buen santo hallador de novios, desde su más tierna juventud: y tanto, que se rezaba de memoria la novena y los trece martes.

La señora quería mucho a Inés, pero desconfiaba de Florencio, habiendo opinado ya varias veces que creía llegado el momento de buscarle empleo en la ciudad. ¡Cómo abominaba Inés en esos momentos la palidez que la cubría!


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 75 visitas.

Publicado el 22 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

Un Buen Negocio

Vicente Riva Palacio


Cuento


Pocas veces el Lafayette, vapor de la Compañía Trasatlántica francesa, había sufrido, al cruzar el océano con rumbo a América, un temporal más largo y más espantoso. Las olas, semejando montañas negras, pasaban en vertiginosa carrera, chocando contra el casco del buque, levantándose hasta barrer la cubierta, precipitándose por las escaleras y saliendo por los imbornales, en los que se producía un ruido pavoroso y un hervor siniestro. El huracán cruzaba por la arboladura, gimiendo, rugiendo, silbando, remedando algunas veces el ruido de un carro de bronce sobre una bóveda de acero; otras, el aullido de un lobo; otras, el agudo silbar de la serpiente. Densas nubes de color indefinible se arremolinaban en el cielo, tan bajas, que casi envolvían el cataviento de la embarcación.

Bailaba el vapor, perdido en aquella inmensidad, como una hoja de árbol arrebatada por un torbellino. Los marineros, cubiertos con sus vestidos amarillentos de lona embreada y empapados por la lluvia, corrían precipitados de un lado a otro. Todas las escotillas y todas las puertas estaban cerradas y clavadas; los pasajeros, encerrados, unos se agrupaban en el salón, y otros se habían retirado a sus camarotes; pero todos llenos de pavor, oían cada crujido de la catástrofe. Las mujeres rezaban, los hombres estaban silenciosos.

Entre los pasajeros que el vapor Lafayette conducía a Veracruz, iba don Rosendo de Figueroa, que, por nacimiento, era mexicano, pero por su aspecto le hubiera tomado cualquiera por uno de esos ingleses que han enriquecido con los climas tropicales, perdiendo el color del rostro de los hijos de Albión para adquirir el moreno y tostado cutis de los hombres que nacen en aquellas ardientes regiones.


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3 págs. / 5 minutos / 47 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Un Buen Fin

Antón Chéjov


Cuento


En casa del jefe de conductores Stichkin, en uno de sus días libres, está sentada Liubof Grigorievna, señora alta y gruesa, como de cuarenta años, que tiene varias ocupaciones y entre ellas la de arreglar casamientos. Stichkin, algo confuso, pero, a pesar de esto, serio y grave como siempre, pasea a lo largo de la habitación con un cigarro en la boca, diciendo:

—Me alegro mucho de conocerla. Un amigo me ha hablado de usted desde el punto de vista de la ayuda que puede usted prestarme en un asunto delicado, asunto del cual depende la felicidad de mi vida. Yo, señora mía, tengo cincuenta y dos años. Hay gentes que a esta edad son padres de hijos mayores. Ejerzo un buen empleo. No poseo gran fortuna, pero sí lo bastante para sostener una familia. Le confieso que, además de mi sueldo, tengo en el Banco dinero que ahorré gracias a mi vida morigerada y sobria. Soy un hombre tranquilo, serio; no soy bebedor; me gusta el orden, y mi vida puede servir de modelo a muchos. Lo único que me falta es un hogar y una compañera fiel. Llevo una vida de gitano, sin alegrías, sin tener nadie que me dé un consejo. Cuando estoy enfermo, no tengo quien me dé un vaso de agua... Le diré también que en sociedad un hombre casado tiene más importancia que un soltero... Soy hombre culto; pero, con todo, ¿qué represento? Nada. Por lo dicho notará usted que me animan deseos de contraer matrimonio con una persona digna.

—Esto es perfectamente natural—suspiró la casamentera.


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3 págs. / 6 minutos / 71 visitas.

Publicado el 27 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Un Boceto del Natural

Gustavo Adolfo Bécquer


Cuento


I

Me encontraba accidentalmente en un puerto de mar, durante la estación de baños. Merced a mi antiguo conocimiento con una familia que, aunque establecida en la corte, acostumbraba pasar dos o tres meses del verano en aquel punto, había logrado hacerme en pocos días de algunas agradables relaciones entre las personas más distinguidas de la población.

Después de haber sufrido en materia de amores, no diré desengaños, sino alguna que otra contrariedad, explotaba por aquella época el filón de las amistades femeninas. Entre las varias mujeres con que había intimado, fiel a mi propósito de cultivar ese género de relaciones que se mantienen en el justo medio de las simpatías, se contaban dos hermanas, las dos bonitas, las dos discretas, a pesar de que la una pecaba un poco de aturdida, mientras la otra tenía de cuando en cuando sus puntas de sentimentalismo.


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13 págs. / 24 minutos / 168 visitas.

Publicado el 19 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Un Beso

Vicente Blasco Ibáñez


Cuento


Esto ocurrió á principios de Septiembre, días antes de la batalla del Marne, cuando la invasión alemana se extendía por Francia, llegando hasta las cercanías de París.

El alumbrado empezaba á ser escaso, por miedo á los «taubes», que habían hecho sus primeras apariciones. Cafés y restoranes cerraban sus puertas poco después de ponerse el sol, para evitar las tertulias del gentío ocioso, que comenta, critica y se indigna. El paseante nocturno no encontraba una silla en toda la ciudad; pero á pesar de esto, la muchedumbre seguía en los bulevares hasta la madrugada, esperando sin saber qué, yendo de un extremo á otro en busca de noticias, disputándose los bancos, que en tiempo ordinario están vacíos.

Varias corrientes humanas venían á perderse en la masa estacionada entre la Magdalena y la plaza de la República. Eran los refugiados de los departamentos del Norte, que huían ante el avance del enemigo, buscando amparo en la capital.

Llegaban los trenes desbordándose en racimos de personas. La gente se sostenía fuera de los vagones, se instalaba en las techumbres, escalaba la locomotora, Días enteros invertían estos trenes en salvar un espacio recorrido ordinariamente en pocas horas. Permanecían inmóviles en los apartaderos de las estaciones, cediendo el paso á los convoyes militares. Y cuando al fin, molidos de cansancio, medio asfixiados por el calor y el amontonamiento, entraban los fugitivos en París, á media noche ó al amanecer, no sabían adonde dirigirse, vagaban por las calles y acababan instalando su campamento en una acera, como si estuviesen en pleno desierto.

La una de la madrugada. Me apresuro á sentarme en el vacío todavía caliente que me ofrece un banco del bulevar, adelantándome á otros rivales que también lo desean.


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6 págs. / 11 minutos / 69 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Un Baile en Triana

Serafín Estébanez Calderón


Cuento


¡Ay, señor mío! (respondió la Rufina María): si son de Nigromancia me pierdo por ellas, que nací en TRIANA, y sé echar las habas, y andar el cedazo, y tengo otros primores mejores.

(El Diablo Cojuelo, Tranco 8)


En Andalucía no hay baile sin el movimiento de los brazos, sin el donaire y provocaciones picantes de todo el cuerpo, sin la ágil soltura del talle, sin los quiebros de cintura, y sin lo vivo y ardiente del compás, haciendo contraste con los dormidos y remansos de los cernidos, desmayos y suspensiones. El batir de los pies, sus primores, sus campanelas, sus juegos, giros y demás menudencias, es como accesorio al baile andaluz, y no forman, como en la danza, la parte principal. La Gallarda, el Bran de Inglaterra, la Pavana, la Haya, y otras danzas antiguas españolas, fundaban sólo su vistosidad y realce en la primera soltura y batir de los pies, y en el aire y galanía del pasear la persona.


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10 págs. / 19 minutos / 56 visitas.

Publicado el 20 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Un Autor al Uso

Joaquín Dicenta


Cuento


Aún me parece, estarle viendo cuando se presentó en mi casa con el manuscrito entre los dedos de la mano izquierda y el sombrero entre las uñas de la mano derecha.

—Caballero —me dijo aquel joven, delgado, muy mal vestido, lo cual no es un crimen, y con el traje lleno de grasa y de otras materias alimenticias, prueba insigne de suciedad que no admite disculpa;— caballero, yo soy hijo de familia, como usted puede ver. Mi mamá es lavandera.

—¡Pues nadie lo diría! —pensé yo, mirando la camisa del joven, que parecía, por lo negra y por lo reluciente, una muestra de carbón de cok.

—Bueno; ¿y qué desea usted? —le pregunté luego de ofrecerle una silla.

—Pues quiero leer a usted una pieza que he escrito; porque desde que me quitaron la plaza de escribiente que tenía en el ministerio de Fomento, me he metido a escritor.

—Eso es muy natural —repuse yo;—habiendo sido escribiente de Fomento, nada más lógico que dedicarse a escritor público, en épocas de cesantía.

—¿Y en qué sección del ramo ha servido usted? —añadí.— ¿En Instrucción pública?

—No, señor; en Caminos. He ocupado allí un puesto durante cuatro años y tres meses.

—¿Y ahora? —le interrumpí.

—Ahora, viendo que el oficio de autor es muy socorrido, y después de enterarme de cómo se hacen estas cosas, he cogido una obra francesa que se dejó olvidada en su mesa de noche un señor, cuando mamá tenía casa de huéspedes, y la he traducido al castellano.

—¿A su mamá de usted?

—No, señor; a la obra. Sólo que, siguiendo la costumbre establecida, en vez de poner traducción, he puesto original. ¿Qué opina usted de eso?

—Que ha hecho usted perfectamente. Además, su conducta es lógica: un hombre que ha andado cuatro años en caminos, no puede proceder de otro modo.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 24 visitas.

Publicado el 19 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Un Asesinato

Antón Chéjov


Cuento


Es de noche. La criadita Varka, una muchacha de trece años, mece en la cuna al nene y le canturrea:

«Duerme, niño bonito, que viene el coco...»

Una lamparilla verde encendida ante el icono alumbra con luz débil e incierta. Colgados a una cuerda que atraviesa la habitación se ven unos pañales y un pantalón negro. La lamparilla proyecta en el techo un gran círculo verde; las sombras de los pañales y el pantalón se agitan, como sacudidas por el viento, sobre la estufa, sobre la cuna y sobre Varka.

La atmósfera es densa. Huele a piel y a sopa de col.

El niño llora. Está hace tiempo afónico de tanto llorar; pero sigue gritando cuanto le permiten sus fuerzas. Parece que su llanto no va a acabar nunca.

Varka tiene un sueño terrible. Sus ojos, a pesar de todos sus esfuerzos, se cierran, y, por más que intenta evitarlo, da cabezadas. Apenas puede mover los labios, y se siente la cara como de madera y la cabeza pequeñita cual la de un alfiler.

«Duerme, niño bonito...», balbucea.

Se oye el canto monótono de un grillo escondido en una grieta de la estufa. En el cuarto inmediato roncan el maestro y el aprendiz Afanasy. La cuna, al mecerse, gime quejumbrosa. Todos estos ruidos se mezclan con el canturreo de Varka en una música adormecedora, que es grato oír desde la cama. Pero Varka no puede acostarse, y la musiquita la exaspera, pues le da sueño y ella no puede dormir; si se durmiese, los amos le pegarían.

La lamparilla verde está a punto de apagarse. El círculo verde del techo y las sombras se agitan ante los ojos medio cerrados de Varka, en cuyo cerebro semidormido nacen vagos ensueños.


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Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 1.184 visitas.

Publicado el 7 de junio de 2016 por Edu Robsy.

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