Textos por orden alfabético etiquetados como Cuento disponibles | pág. 42

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Cuentos Completos

Abraham Valdelomar


Cuento


Cuentos criollos

El caballero Carmelo

I

Un día, después del desayuno, cuando el sol empezaba a calentar, vimos aparecer, desde la reja, en el fondo de la plazoleta, un jinete en bellísimo caballo de paso, pañuelo al cuello que agitaba el viento, sanpedrano pellón de sedosa cabellera negra, y henchida alforja, que picaba espuelas en dirección a la casa.

Reconocímosle. Era el hermano mayor, que años corridos, volvía. Salimos atropelladamente gritando:

–¡Roberto, Roberto!

Entró el viajero al empedrado patio donde el ñorbo y la campanilla enredábanse en las columnas como venas en un brazo y descendió en los de todos nosotros. ¡Cómo se regocijaba mi madre! Tocábalo, acariciaba su tostada piel, encontrábalo viejo, triste, delgado. Con su ropa empolvada aún, Roberto recorría las habitaciones rodeados de nosotros; fue a su cuarto, pasó al comedor, vio los objetos que se habían comprado durante su ausencia, y llegó al jardín.

–¿Y la higuerilla? –dijo.

Buscaba entristecido aquel árbol cuya semilla sembrara él mismo antes de partir. Reímos todos:

–¡Bajo la higuerilla estás!…


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Dominio público
258 págs. / 7 horas, 32 minutos / 4.031 visitas.

Publicado el 13 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Cuentos de Canterbury

Geoffrey Chaucer


Cuento


SECCIÓN PRIMERA

1. PRÓLOGO GENERAL

Las suaves lluvias de abril han penetrado hasta lo más profundo de la sequía de marzo y empapado todos los vasos con la humedad suficiente para engendrar la flor; el delicado aliento de Céfiro ha avivado en los bosques y campos los tiernos retoños y el joven sol ha recorrido la mi­tad de su camino en el signo de Aries; las avecillas, que duer­men toda la noche con los ojos abiertos, han comenzado a trinar, pues la Naturaleza les despierta los instintos. En esta época la gente siente el ansia de peregrinar, y los piadosos viajeros desean visitar tierras y distantes santuarios en países extranjeros; especialmente desde los lugares más recónditos de los condados ingleses llegan a Canterbury para visitar al bienaventurado y santo mártir que les ayudó cuando esta­ban enfermos.

Un día, por aquellas fechas del año, a la posada de «El Ta­bardo», de Southwark, en donde me alojaba dispuesto a emprender mi devota peregrinación a Canterbury, llegó al anochecer un grupo de 29 personas. Pertenecían a diversos esta­mentos, se habían reunido por casualidad, e iban de camino hacia Canterbury.

Las habitaciones y establos eran cómodos y todos recibi­mos el cuidado más esmerado. En resumen, a la puesta del sol ya había conversado con todos ellos y me habían acepta­do en el grupo. Acordamos levantarnos pronto para empren­der el viaje como les voy a contar.

Sin embargo, creo conveniente, antes de proseguir la his­toria, describir, mientras tengo tiempo y ocasión, cómo era cada uno de ellos según yo los veía, quiénes eran, de qué cla­se social y cómo iban vestidos. Empezaré por el Caballero.


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Dominio público
564 págs. / 16 horas, 28 minutos / 1.303 visitas.

Publicado el 16 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Cuentos de mi Tiempo

Jacinto Octavio Picón


Cuento


La primer cuartilla

Para instruirnos es la ciencia; para mejorarnos la moral; para deleitarnos el arte, donde hallan las fuerzas fatigadas alivio y el espíritu ennoblecido recompensa. Si la obra artística ilustra el entendimiento y depura la conciencia, tanto mejor; pero su misión es ser bella, y lo mismo puede realizarla inspirándose en la fe, descorazonada por la incredulidad, o herida por la duda.

Tal creo, y sin embargo quise poner en estas humildes páginas algo que levantase el ánimo, y moviera la conciencia contra injusticias y errores de que el arte puede ser, si no remedio, espejo, si no enseñanza, aviso.

He aquí mi explicación para unos, mi disculpa para con otros.

Empezó El Liberal a publicar cuentos y me honró pidiéndome algunos. A ser periódico exclusivamente artístico y literario, hubiera yo trabajado para él de otra suerte: mas imaginé que en un diario político, debía escribir luchando, como soldado raso, contra las ideas casi vencidas de lo pasado y a favor de las esperanzas de lo por venir, no triunfantes todavía.

Entonces puse el pensamiento en aquella aspiración de justicia, ya escrita en los códigos, pero que aún es letra muerta en las costumbres.

De ellas me inspiré, intentando contribuir a la pintura de esta época en que una letra de cambio, una obligación, un cheque, pesan en la balanza social más que cuanto representa, trabajo, ciencia, estudio y arte.

Mis aciertos y mis errores, hijos son de mi tiempo: ni por éstos mereceré censura, ni por aquéllos soy digno de alabanza: de que enderecé al bien la voluntad, estoy seguro.

Madrid, 1895.


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Dominio público
100 págs. / 2 horas, 55 minutos / 255 visitas.

Publicado el 3 de marzo de 2018 por Edu Robsy.

Cuentos para los Hombres que son Todavía Niños

Teresa Wilms Montt


Cuento


Mahmú

Mi muñeca, fea, desgarbada y triste, es una figura soñada bajo la influencia del hachish.

Es de esas muñecas, que arrancan de los labios infantiles una risa acariciadora, y el mejor sentimiento de bondad a sus almas puras.

Los niños quieren a sus juguetes feos, los compadecen; presienten ellos que la fealdad es un defecto inexcusable en la vida...

Mi muñeca larga, larga, como el bostezo de un hambriento, se llama Mahmú.

Sus anchos pies están calzados por lindos borceguíes castaños; dos poemas de zapatero viejo, que al coser los botincitos hilvanó en ellos sus últinías ilusiones...

Apoyada en el espejo del tocador me mira la muñeca, con sus ojos de jirafa mansa, fijos y brillantes como si llorasen silenciosamente.

—¿Qué tienes muñequita mía? ¿Por qué se humedecen tus ojicos?

Pobrecita, la traigo a mi cama, apretada entre los brazos, le arrullo, le canto, juego con su cabecita, destrenzando sus sedosos cabellos color de avellana.

Mi Mahmú es la única figura que, como yo, se asemeja a un ser humano; la única que conoce mi soledad.

De tanto mirarla, en mi ansia de ser comprendida, he traspasado un soplo de entendimiento a sus miembros de trapo. Me habla y dice: —Hace frío,¿verdad?

–Sí, hace frío —respondo.

—¿Y no hay sol? ¿Dónde estamos, Teresita?

—¡Ah muñequita! Este es tu país natal; no lo recuerdas porque al salir de aquí no tenías pensamiento. Reposabas muy tiesa dentro de una caja de cartón, acuñados los brazos con pajitas de arroz.

—Entonces ¿estaba muerta? —me dice con su vocecita nasal.

—Sí, muñequita, guardabas frío silencio; eras el ídolo de muchas criaturas que vislumbraron tu carita en las vidrieras de un almacén. Tú esperabas, sin imaginarte, que manecitas infantiles vendrían a darte calor, animación.

—Entonces ¿tú eres una niña?


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Dominio público
30 págs. / 53 minutos / 531 visitas.

Publicado el 21 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

Cuentos para Novios

Horacio Quiroga


Cuento


¿Qué fue todo, al fin? Un pequeño detalle de la felicidad doméstica; pero cualquiera hubiera creído en una erupción volcánica.

Yo había llegado la tarde anterior a casa de Gaztambide, que vivía entonces en el campo. Esa misma noche, rendido por el viaje a caballo, me acosté muy temprano y me dormí enseguida. Me desperté, no sé a qué hora, y oí que el chico de los Gaztambide lloraba. Volví a dormirme, para despertarme otra vez. El chico lloraba de nuevo, y Gaztambide hablaba en voz alta. Torné a recuperar el sueño, y desperté de nuevo. El chico lloraba, pero el padre no hablaba. En cambio, oí que paseaba por afuera; hacía unos dos grados bajo cero. Esto me llenó de confusión; pero como el sueño de un hombre de mi edad es superior a la meditación de estas rarezas domésticas, torné a dormirme.

De madrugada ya, desperté por última vez.

—Esta buena gente —me dije mientras me vestía con sigilo— debe dormir aún. No hay que despertarlos.

Salí afuera, y lo primero que vi en el corredor fue a Gaztambide, hundido en un sillón de tela, bien envuelto en su plaid.

—¡Diablo! —exclamé deteniéndome a su frente—. ¿No ha dormido?

—No —respondió con una triste mirada al campo blanco de escarcha—. No dormiré nunca más.

—¿El nene…? —pregunté inquieto, recordando.

—No; el nene está sano y bueno… Pregúntele a Celina —concluyó con un movimiento de cabeza.

Abrí la puerta del comedor, y allí estaba Celina acodada a la mesa, visiblemente muerta de frío.

—No es nada —me dijo saliendo conmigo afuera—. Ya lo conocerá usted cuando se case… ¡Julio! —se volvió enternecida a su marido—. ¿Por qué no te acuestas un rato?

—No me acostaré nunca más —repuso él con la misma voz cansada—. Pero tomaría café.


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Dominio público
6 págs. / 12 minutos / 256 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Cuentos y Cosas

Pedro Muñoz Seca


Cuento, Teatro, Ensayo, Conferencia, Miscelánea


A su querido amigo Tirso García Escudero.

el Autor

Mosquito, Purgatorio y Compañía

Trabajaba un domingo en su fragua Joselito Purgatorio, el gitano más sandunguero de toda la gitanería andaluza, cuando se detuvo ante la única puerta de su cuchitril otro gitano, compadre suyo, a quien malas lenguas llamaban el Mosquito, porque era más borracho que toda una plaga de estos filarmónicos insectos.

—¡Compare, güenos días!

—¡Güenos días, comparito! ¿Ande se va por ahí?

—Pos acá vengo a sacarle asté de sus casiyas.

—No lo intente usté siquiera, compare, lo que toca hoy no me saca usté de aquí al con los mansos. M’ha caío esta chapusilla y…

—Pero compare de mi arma. ¿Se vasté a queá sin í a los toros del Puerto?

—¿Hay toros en el Puerto? —preguntó Purgatorio tirando el martillo de que se servia y abriendo de par en par su bocaza de rape.

—Es usté el único jerezano que lo ignoraba, compare.

—¡Por vía e los mengues! ¡Mardita sea mi sino perro!… ¿Cogerme a mi pegaíto a la paré y sin un mal napoleón? ¿Qué ha jecho usté, compare?

—No s’apure usté, que usté va a los toros del Puerto esta tarde, como yo me yamo Juan Montoya.

—¡Compare!

—Y vasté conmigo.

—¿Ha heredao usté, compare?

—No, señó, pero tengo yo una fantesía mu grande, y he discurrío un negosio que vasté a quedarse bisco en cuantito que yo suerte prenda.

—Hable usté, por su salú, que de curiosiá me están bailando tos mis interiores.

—Vamos a ve, compare, ¿qué dinero tiene usté?

—Dos pesetas.

—Ya, dos pesetas y una perrita gorda. ¿Tiene usté un barrí de media arroba?

—Sí, señó.

—¿Y un vaso?

—También.

—¡Ea, pues chóquela usté!


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Dominio público
141 págs. / 4 horas, 7 minutos / 585 visitas.

Publicado el 12 de abril de 2018 por Edu Robsy.

Cuentos y Crónicas

Rubén Darío


Cuento, Crónica


EL CASO DE LA SEÑORITA AMELIA

(CUENTO DE «AÑO NUEVO»)

I

Que el Doctor Z es ilustre, elocuente, conquistador; que su voz es profunda y vibrante al mismo tiempo, y su gesto avasallador y misterioso, sobre todo después de la publicación de su obra sobre La plástica de Ensueño, quizás podríais negármelo o aceptármelo con restricción; pero que su calva es única, insigne, hermosa, solemne, lírica si gustáis, ¡oh, eso nunca, estoy seguro! ¿Cómo negaríais la luz del sol, el aroma de las rosas y las propiedades narcóticas de ciertos versos? Pues bien; esta noche pasada, poco después que saludamos el toque de las doce con una salva de doce taponazos del más legítimo Roederer, en el precioso comedor rococó de ese sibarita de judío que se llama Lowensteinger, la calva del doctor alzaba, aureolada de orgullo, su gruñido orbe de marfil, sobre el cual, por un capricho de la luz, se veían sobre el cristal de un espejo las llamas de dos bujías que formaban, no sé cómo, algo así como los cuernos luminosos de Moisés. El doctor enderezaba hacia mí sus grandes gestos y sus sabias palabras. Yo había soltado de mis labios, casi siempre silenciosos, una frase banal cualquiera. Por ejemplo, ésta: «¡Oh, si el tiempo pudiera detenerse!» La mirada que el doctor me dirigió y la clase de sonrisa que decoró su boca después de oir mi exclamación, confieso que hubiera turbado a cualquiera.


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70 págs. / 2 horas, 3 minutos / 409 visitas.

Publicado el 28 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Cuentos y Patrañas

Arturo Robsy


Cuento


"Otrosí el saber, quando es en el coraçón, faze bueno todo el cuerpo."

—Libro de los engaños. Don Fadrique.

I. Historial del padre de un viejo

Esto me lo contó un viejo en los tiempos en los que yo creía que los ancianos nacían así y que los niños siempre serían niños. Andaríamos a mediados de la primavera, cuando a los ancianos les viene esa formidable hambre de sol que entonces es dorado y poco doloroso a través del aire trasparente.

Cerca de nosotros estaba el silencio de las antiguas calles, donde una pareja de perros se olían sabe dios qué historias. Un hombre, en el bordillo, hinchaba suavemente la rueda de su bicicleta y una mujercilla iba al paso de su enorme cochecito de mamá reciente.

Por supuesto que el cielo estaba limpio (no convienen las nubes a ningún buen cuento) y que la hierba de los parterres brillaba tanto en verde como el horizonte en blanco y oro. El viejo, sin embargo, era oscuro, moreno, con la cara tocada de viruelas y los labios hacia adentro, ya sin el soporte marfileño de sus dientes. Fumaba el viejo un tabaco dulzón y penetrante cuyo humo se retorcía entre nosotros y se metía por detrás del aire y nos subía lentamente, por pecho y nariz, cielo arriba.

Entre bocanada y bocanada vino el viejo a contarme esto:

"De Villa-Carlos a Mahón, cerca de Cala Figuera, había antes una piedra gris, redonda y plana. Una piedra como las demás, a la orilla misma del camino, donde al mediodía caía la sombra de una higuera silvestre. Allí paré cuando llevaba a mi padre al asilo".


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Licencia limitada
6 págs. / 12 minutos / 58 visitas.

Publicado el 15 de julio de 2021 por Edu Robsy.

Cuervo

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


I

Laguna es una ciudad alegre, blanca toda y metida en un cuadro de verdura. Rodéanla anchos prados pantanosos; por Oriente le besa las antiguas murallas un río que describe delante del pueblo una ese, como quien hace una pirueta, y que después, en seguida, se para en un remanso, yo creo que para pintar en un reflejo la ciudad hermosa, de quien está enamorado. Bordan el horizonte bosques seculares de encinas y castaños por un lado, y por otro, crestas de altísimas montañas, muy lejanas y cubiertas de nieve. El paisaje que se contempla desde la torre de la colegiata no tiene más defecto que el de parecer amanerado y casi, casi, de abanico. El pueblo, por dentro, es también risueño, y como está tan blanco, parece limpio.

De las veinte mil almas que, sin distinguir de clases, atribuye la estadística oficial a Laguna, bien se puede decir que diecinueve mil son alegres, como unas sonajas. No se ha visto en España pueblo más bullanguero ni donde se muera más gente.

II

Durante mucho tiempo, tiempo inmemorial, los lagunenses o paludenses, como se empeña en llamarlos el médico higienista y pedante don Torcuato Resma, han venido negando, pero negando en absoluto, que su querida ciudad fuese insalubre. Según la mayoría de la población, la gente se moría porque no había más remedio que morirse, y porque no todos habían de quedar para antecristos; pero lo mismo sucedía en todas partes, sólo que “ojos que no ven, corazón que no siente”; y como allí casi todos eran parientes más o menos lejanos, y mejor o peor avenidos..., por eso, es decir, por eso se hablaba tanto de los difuntos y se sabía quiénes eran, y parecían muchos.

—¡Claro! —gritaba cualquier vecino—, aquí la entrega uno, y todos le conocemos, todos lo sentimos, y por eso se abultan tanto las cosas; en Madrid mueren cuarenta..., y al hoyo; nadie lo sabe más que La Correspondencia, que cobra el anuncio.


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28 págs. / 49 minutos / 152 visitas.

Publicado el 27 de noviembre de 2016 por Edu Robsy.

Cuesta Abajo

Emilia Pardo Bazán


Cuento


A la feria caminaban los dos: él, llevando de la cuerda a la pareja de bueyes rojos; ella, guiando con una varita de vimio, larga y flexible, a cinco rosados lechones. No se conocían: viéronse por primera vez cuando, al detenerse él a resollar y echar una copa en la taberna de la cima de la cuesta, ella le alcanzó y se paró a mirarle.

Y si decimos la verdad pura, a quien la zagala miraba no era al zagal, sino al ganado. ¡Vaya un par de bueyes, San Antón los bendiga! A la claridad del sol, que comenzaba a subir por los cielos, el pelaje rubio de los pacíficos animales relucía como el cobre bruñido de la calderilla nueva; de tan gordos, reventaban y el sudor les humedecía el anca robusta. Fatigados por las acometidas de alguna madrugadora mosca, se azotaban los flancos, lentamente, con la cola poblada. La zagala, en un arranque de simpatía, abandonó a sus gorrinos, se llegó a uno de los castaños que sombreaban la carretera, sacó del seno la navajilla y cortó una rama, con la cual azotó los morros de los bueyes mosqueados. El zagal, entre tanto, corría tras un lechón que acababa de huir, asustado por los ladridos del mastín de la taberna.

—¿D'ónde eres? —preguntó él, así que logró antecoger al marranito.

Antes que el nombre, en la aldea se inquiere la parroquia; luego, los padres.

—De Santa Gueda de Marbían. ¿Y tú?

—De Las Morlas.

—¿Cara a Areal?

—Sí, mujer. Soy el hijo del tío Santiago, el cohetero.

—Yo soy nieta de la tía Margarida de Leite.

—¡Por muchos años! —exclamó el zagal, lleno de cortesía rústica.

—¿Cómo te llamas, rapaza?

—Margaridiña.

—Yo, Esteban. Vas a la feria, mujer? —añadió, aunque comprendía que la pregunta estaba de más.

—Por sabido. A vender esta pobreza. Tú sí que llevas cosa guapa, rapaz. ¡Dos bueis! Dios los libre de la mala envidia, amén.


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 97 visitas.

Publicado el 14 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

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