Textos más populares este mes etiquetados como Cuento disponibles publicados el 6 de enero de 2021 | pág. 4

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etiqueta: Cuento textos disponibles fecha: 06-01-2021


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El Padre Postas

Juan Valera


Cuento


El Padre Postas fue un capuchino famoso por sus predicaciones.

Las anécdotas y graciosos dichos que de él se refieren, son innumerables.

Le apellidaban el Padre Postas porque, cuando se entusiasmaba en sus sermones y quería ponderar la violencia y rapidez con que los demonios se llevan al infierno a los pecadores empedernidos, decía, ya que entonces no había aún ferrocarriles, que se los llevan en postas, y para explicarlo mejor, montaba a caballo en la delantera del púlpito, agitaba el cordón que ceñía sus hábitos como si fuese un látigo y le crujía y daba golpes diciendo: «arre, arre».

Se cuenta que una vez, hablando contra los juegos de azar y envite, a los que en secreto era harto aficionado, se entusiasmó y manoteó con tanta furia, que se le escapó una baraja que llevaba escondida en la manga, y desparramados los naipes salieron volando y cayeron al suelo. Pero el Padre, no sólo salió del apuro, sino que se valió de aquel accidente para que fuese su plática más conmovedora, porque dijo con gran presencia de espíritu:

—Ahí los tenéis; ellos son uno de los instrumentos más ingeniosos de que se vale Satanás para cautivar las almas, ellos son la perdición de las familias, etc.

Predicando otro día en favor del ayuno y censurando a las damas remilgadas y melindrosas que no ayunan porque padecen del estómago y se ponen flacas, aseguró que él ayunaba de diario y que por la gracia de Dios estaba fuerte como un roble. Se remangó entonces la manga, enseñó desnudo el poderoso brazo derecho, digno del propio Hércules, y mostrándosele al auditorio, exclamó:

—¿Qué os parece? Ya veis que no estoy delgado.


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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Elocuencia Vizcaína

Juan Valera


Cuento


El obispo de Málaga más de cien años ha era un varón lleno de saber y virtudes y predicador elocuentísimo. Tenía además tan alegre y suave condición y tanta afabilidad y llaneza en su trato que, lejos de enojarse, gustaba de que sus familiares discutiesen con él y hasta le embromasen.

Era el obispo vizcaíno, y sus familiares, al poner por las nubes su elocuencia, la calificaban de extraña y única entre los hijos de las Provincias Vascongadas, donde, según ellos, no hubo jamás hombre que no fuese premioso de palabra ni clérigo que no pasase por un porro y que en el púlpito no se hiciese un lío.

Movido el bondadoso prelado de su cristiana modestia y de su ferviente patriotismo, sostenía lo contrario, y llegaba a asegurar que lo menos había entre los presbíteros vizcaínos, sus contemporáneos, tres docenas que valían más que él por la ciencia, el arte y la inspiración con que enjaretaban sermones.

Como pasaba el tiempo y no parecía por aquella diócesis ningún clérigo vizcaíno, la disputa se hacía interminable. El obispo no probaba su afirmación de un modo experimental y práctico, y los familiares seguían erre que erre, negando a todos los vizcaínos, menos a Su Señoría Ilustrísima, la capacidad para la oratoria sagrada.

Acertó al cabo a venir a Málaga en busca de amparo y protección un clérigo guipuzcoano que había estudiado con el obispo en el mismo Seminario y había sido allí grande amigo suyo. El obispo le recibió muy bien y le hospedó en su palacio. No tardó, cuando estuvo a solas con él, en hablarle de las discusiones sin término que con sus familiares tenía, y luego le dijo:


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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Manifestaciones de Duelo del Rey de Portugal

Juan Valera


Cuento


Un portugués contaba a un andaluz los extremos de doloroso sentimiento que hizo el Rey de Portugal por la muerte de la Señora Infanta, su linda hija.

Extraordinarias eran las cosas que el portugués refería; pero el andaluz, en vez de maravillarse, decía siempre:

—¿Y no hizo más que eso?

Algo enojado el portugués de que el andaluz no se maravillase, ponderaba cada vez más las manifestaciones de duelo de Su Majestad Fidelísima.

El andaluz, no obstante, permanecía indiferente y no se cansaba de repetir:

—¿Y no hizo más que eso?

El portugués perdió por último la paciencia, y dijo para terminar:

—Ainda fiz mais: mandou que en todo o reino ninguem creese'en Deus en tres annos, para que Deus, nos tempos vendouros, saiva como se ten de conduzir con o Rei de Portugal.


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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Col y la Caldera

Juan Valera


Cuento


Un muchacho gallego, que estaba en Sevilla sirviendo en una tienda de comestibles, era íntimo amigo de un gitano calderero, a quien siempre que con él salía a pasear ponderaba la fertilidad de Galicia. Sus frondosos bosques; sus verdes praderas, cubiertas de abundante pasto, donde se crían y ceban hermosos becerros y lucias vacas que dan mantecosa leche; y la rica copia de flores, frutas y hortalizas que hay allí por donde quiera, valían mucho más, según el gallego, que los áridos cortijos, que las estériles llanuras sin árbol que les preste sombra y sin chispa de hierba, y que los sombríos olivares y viñedos de Andalucía.

Entusiasmado cierto día el galleguito, comparando la ruindad y pequeñez de las plantas andaluzas con la lozanía y tamaño colosal de las de su tierra, llegó a hablar de una col que había crecido en un huertecillo cultivado por su padre. La col acabó por tener tales dimensiones que, en el rigor del estío venía una manada de carneros a sestear a su sombra y a guarecerse de los ardientes rayos del sol.

Mucho celebró y admiró el gitano la magnificencia de la col gallega y no pudo menos de confesar que el suelo andaluz era harto menos fértil y generoso en lo tocante a coles.

—Por eso —decía el gitano—, si los andaluces siguiesen mi consejo, descuidarían la agricultura y se dedicarían a la industria, que empieza ya a estar muy en auge. Por ejemplo, en Málaga, donde hace poco tiempo que estuve yo para cierto negocio, vi, en la ferrería del Sr. Leria, una caldera que estaban fabricando, y que es verdaderamente un asombro. ¡Jesús! Yo no he visto nada mayor. Figúrese usté que en un lado de la caldera había unos hombres dando martillazos y los que estaban en el lado opuesto no oían nada.

—¿Pero hombre, dijo el gallego, para qué iba a servir esa caldera tan enorme?


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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Por No Perder el Respeto

Juan Valera


Cuento


La señora Nicolasa, viuda del herrador, recibió una carta en que le participaban la imprevista y repentina muerte de su tío, el más rico tabernero de Córdoba. Convenía ir allí sin tardanza a recoger la herencia, antes que los entrantes y salientes de la casa lo hiciesen todo trizas y capirotes.

Resuelta y activa, la viuda se puso el mantón y sin perder tiempo se fue a ver al tío Blas, el cosario, para que la llevase a la antigua capital de los califas.

—Oiga usté, señá Nicolasa, yo estoy mal de salud, he tenido ciciones y aún no me he repuesto. Hasta dentro de siete u ocho días no pienso salir para Córdoba.

—Mucho me contraría lo que usted me dice —respondió la viuda—. ¿Cómo me las compondré? Yo necesito ir a Córdoba inmediatamente.

—Ya usted sabe —replicó el tío Blas— que yo quiero complacerla siempre. Hay un medio de que mañana mismo, antes de rayar el alba, se ponga usted en camino. Puedo dar a usted dos mulos muy mansos y que andan mucho y una persona de toda mi confianza para que la acompañe.

—¿Y quién es esa persona?

—Pues mi nieto Blasillo.

—¡Jesús, María y José! ¿Qué no dirían las malas lenguas del lugar si yo me fuese sola por esos andurriales con un mozuelo de veinte años a lo más, y que, si mal no he reparado, es guapote y atrevido?

—Deje usté que digan lo que quieran, señá Nicolasa. ¿Quién está libre de malas lenguas y de testigos falsos? Hasta de Dios dijeron. Y por otra parte, créame usté, mi niño es un alma de Dios, mejor que el pan, incapaz de cualquier desacato. Con él irá usted más segura que con un padre capuchino.

La viuda estaba decidida a ir a Córdoba y pasó por todo.

—Iré con Blasillo —dijo por último—. Si murmuran, que murmuren. Yo confío en el buen natural y en la cristiana crianza del muchacho, y confío más aun en mi gravedad y entereza.


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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

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