Textos por orden alfabético inverso etiquetados como Cuento disponibles publicados el 7 de diciembre de 2020 | pág. 2

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etiqueta: Cuento textos disponibles fecha: 07-12-2020


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La Bruja de la Calle de la Plana

Isabel Petrus


Cuento


Ella, no podía evitarlo, se definiría siempre en pelirrojo.

No había ningún signo exterior que la explicara tan bien, ni nadie dudaba a la hora de explicar como era:

—Sí, la pelirroja, esta niña con gafas, la hija del barbero...

Y acabó siendo, por definición, la pelirroja. Y esto, indudablemente, imprime carácter. Se puede ser muchas cosas en la vida, unas más importantes, otras menos. Tener los ojos azules, o ser alta, redondita, lista, o desgarbada. Pero todo esto, en menor o mayor medida, abunda. No pasa lo mismo con las pelirrojas: hay pocas, son escogidas, normalmente tienen un genio endiablado, y siempre, siempre, son algo brujas.

En su familia, y desde siempre, había un pelirrojo o una pelirroja en cada generación. No se repetían. Afortunadamente. Ya era un problema para todos liarse con una sola, como para andar repitiendo la experiencia al mismo tiempo. Y todos los pelirrojos de su familia tenían una vida diferente. No mejor, ni peor. Pero sí distinta. Marcada por la buena o la mala suerte, pero encontrando siempre la manera de no perderse, de capear el temporal, de sortear los escollos. Normalmente, eran aquellos de los que se contaba su historia en las largas tardes de los domingos de invierno, porque siempre habían vivido cosas que los habían hecho desgraciados, o terriblemente felices. Nunca fueron medianías, nunca se casaron y tuvieron hijos y después comieron perdices, como les pasaba a la inmensa mayoría de los mortales. Algo fallaba siempre, fuese el marido, la mujer, los hijos, o las sufridas perdices, símbolo de la felicidad de los cuentos, por algún lado se rompía la historia, para bien o para mal.


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Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Historia de Desamor

Isabel Petrus


Cuento


I

Él le dijo:

—Quiero amarte ahora.

Y ella se olvidó de todo.

Se dejó amar, en los atardeceres lentos, en las noches perdidas, en todos los momentos que robaron a la normalidad, a la vida.

Descubrieron, eso sí, que la vida eran los escasos momentos que pasaban juntos, que el resto del tiempo era sólo esto: tiempo, para vivir lo más deprisa posible, entre uno y otro encuentro.

Ella aprendió, de nuevo, a enamorarse. Y se enamoró de sus defectos, de sus escasas virtudes, de sus ausencias largas. Aprendió a valorar el poco tiempo de que disponían, a vivir una doble vida entre estos espacios que llenaban su felicidad, y la vida normal, que, hasta entonces, le pareció lógica, y, desde entonces, vacía y sin sentido. Lo terrible era volver a casa. Esta casa que había aceptado hasta ahora como propia, y que se volvió, de repente, extraña, una prisión para su tiempo.

Sus cosas no eran ya sus cosas, y hasta el ángel de lo más querido se le fue difuminando, perdiendo valor, en las esperas.

Él le decía:

—Te quiero ahora.

Y ella quería lo que el quería, en el mismo momento, en el mismo segundo.

Por él se volvió arriesgada, valiente, inconsciente casi, por complacerle. Descubrió que el amor era mucho más que lo que había conocido hasta entonces. El amor era perderse despacio, amarse poco a poco, encontrarse de nuevo, con el corazón en la boca.

El amor, para ella, pasó a ser mucho más que sudor de dos cuerpos, mucho más que complacencia rápida. Descubrió que se puede amar con los ojos, en la distancia.

Descubrió el placer de compartir su presencia, aunque estuviesen lejos, sin hablar. Descubrió que el amor más dulce es el amor robado, prohibido, inconsciente.

Aprendió a amar despacio, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Pero el reloj era su peor enemigo.


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Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Tiempo sobre una Roca

Isabel Petrus


Cuento


I

Ella había sido de las primeras en llegar a Es Murtar, cuando sólo había cinco casas, hacía más de cincuenta años. Los veranos de entonces eran mucho más largos, casi eternos, en un tiempo que aún no había inventado la prisa, y que disfrutaba del silencio y la tranquilidad. Se iba a la casita de la playa el fin de semana, solamente, con la comida de dos días preparada, con ganas de cantar, de reír, de disfrutar, y dispuestos para una larga caminata.

No había frigoríficos, televisores, ni artilugios que hoy consideramos imprescindibles. Todo ocurrió en uno de estos domingos alegres, que se rompió justo en la mitad con sus gritos, y rompió a la vez su vida, partiéndola en dos, antes y después de este mediodía.

No se dieron cuenta de nada, hasta que encontraron el cuerpecito del niño flotando, inerte, en el agua. No saben cómo pasó, y era inútil lanzar reproches, buscar culpables. Simplemente, había pasado. En un momento, en un descuido, se rompieron dos vidas: la de un niño, casi sin darse cuenta, y la de una madre, que dejó, en la orilla, su alegría y su sentido común. Tras el primer grito, no volvió a ser la misma. Notaba, por segundos, que se le escapaba la vida y la cordura por la boca.

Vivió la madre todavía varios años, a un paso siempre de recuperar la razón, una razón que estaba perdida definitivamente. Creo que ni intentó recuperarla jamás, pues la realidad de una vida sin su hijo era demasiado desastrosa. Nunca más, mientras vivió, volvieron a dejarla acercarse al mar, por temor a remover en ella un dolor demasiado terrible.

Al fin, murió de la misma forma que había pasado sus últimos años: sin darse cuenta, sin quejarse apenas. En realidad, murió su cuerpo, pues su alma hacía tiempo, años ya, que había muerto.


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Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Redondismo

Miguel de Unamuno


Cuento


Al año de haber llegado Federico al pueblo de su nueva residencia escribía así a su amigo:


«Querido Antonio: Tú sabes que huí, aunque con pesar, de nuestra común ciudad natal, de nuestro adorado Bache, por no poder resistir, entre otras cosas, a la Mazorca. Me asqueaba e indignaba el espectáculo de aquel nefando contubernio y concubinato de todas las más ferozmente egoístas concupiscencias. Aquel apiñamiento de intereses y de grandes negocios bajo una razón o firma política me ponía fuera de mí. El espectáculo del servilismo y la cuquería ambientes me sacaba de quicio.

»Pero aquí... Aquí, amigo, no hay ni cuquería. Esto ni hiede. Esto es peor que la corrupción; esto es el vacío. Allí era la Mazorca; aquí es el redondismo. ¿Y qué es esto?, me dirás. Vas a verlo.

»Don Fabián Redondo dicen aquí que es un excelente sujeto, natural de esta villa, que salió de ella siendo muy mozo y se fue a la América, donde ha hecho una excelente fortuna. De vuelta de América se estableció en la corte, según dicen, y allí añaden que vive y recibe las cartas de sus electores y les atiende cuando lo hace. Porque don Fabián es desde hace varias legislaturas el diputado indiscutible e indiscutido por esta villa y su distrito, adonde nunca viene. Yo que llevo aquí cosa de un año no le he visto, y otros que llevan cerca de veinte tampoco le han visto aquí. Los que van a Madrid dicen que le han visto y le conocen. Pero somos no pocos los que dudamos de que el tal don Fabián Redondo exista. Yo, por mi parte, estoy perfectamente convencido de que no existe, de que el don Fabián no es más que un ente de ficción. No existe más que para justificar un puesto en el Parlamento, para simular un voto allí y para que aquí haya redondismo. Porque aunque Redondo no existe, existe el re dondismo. Verás.


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Dominio público
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Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Hacha Mística

Miguel de Unamuno


Cuento


Era lo que se llama un investigador. Buscaba el misterio de la vida, que lo es de la muerte, ya que ese misterio no es sino la linde misma en que ambas se unen, acabando aquélla, la vida, para empezar ésta, la muerte. Y buscaba ese misterio por el camino de la Ciencia, como si ésta resolviese misterios, cuando más bien los suscita. De cada problema resuelto surgen veinte problemas por resolver, se ha dicho. Y también que el océano de lo desconocido crece a nuestra vista según escalamos la montaña del conocimiento.

Dedicóse a disecar células armado de los más potentes microscopios, y el misterio de la vida, que no es sino la misma vida conocida, no aparecía por parte alguna. Quiso, con la química, llegar a la entraña del átomo, del último elemento material, y se sorprendió haciendo geometría fantástica. Y acabó por dedicarse a la paleontología y a la exploración de las cavernas en busca de los más antiguos restos del hombre. Es decir, restos del hombre más antiguo, del que ya no sería hombre.

Descubrió un día una nueva caverna a orillas del mar; penetró en la cueva y escarbando dio con una hacha de sílice sujeta, como a mango, a un hueso de animal antediluviano, y allí grabado una svástica.


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Dominio público
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Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

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