Textos más populares este mes etiquetados como Cuento disponibles publicados el 14 de diciembre de 2020 | pág. 2

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etiqueta: Cuento textos disponibles fecha: 14-12-2020


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El Último Fauno

Clemente Palma


Cuento


A José S. Chocano


Todo lo había invadido la religión cristiana desde hacía mucho tiempo. Los dioses del Olimpo habían renunciado honrosamente a la inmortalidad en la Tierra. El orgulloso Júpiter ¿para qué había de vivir si no había de reinar? Y lo mismo Venus, Saturno, Diana y Marte. Toda la excelsa raza abandonó la Tierra; unos dioses se embarcaron en el navío de Argos y fueron a cruzar los negros mares del abismo; otros fueron a llorar su destierro, sentados en el carro de la Osa, recorriendo el amplio camino de la Vía Láctea; y no pocos ocuparon un sitio en la barca de Carón, el viejo bogador de la Estigia.


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Publicado el 14 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Parábola

Clemente Palma


Cuento


Mi tío, el prior de los Camaldulenses, era hombre de muy buen humor, a pesar de vivir entregado a la lectura de viejas hagiografías, vetustos cronicones y apergaminados infolios, de los que sacaba datos para la historia de la Orden, que, desde hacía mucho tiempo, estaba escribiendo. Yo pasaba entonces por una dolorosa crisis moral, debida no sé si a la seriedad con que tomé ciertas lecturas filosóficas, o al pesar que me produjo la muerte de mi Susana, una novia un poco diabólica que tuve, y a la que, probablemente por eso, amé con pasión. Lo cierto es que tuve una racha de misticismo y acudí en confesión donde mi buen tío, quien, con gran afabilidad, descargó mi conciencia del peso de algunos miles de gordos pecados, cometidos durante muchos años de descreimiento e impiedades. No se contentó mi buen tío con este aseo de mi alma, sino que, comprendiendo que mi estado moral y nervioso me ponían en peligro de caer en uno de estos dos abismos: la locura o el suicidio, me llevó al convento a fin de que las lecturas piadosas, la meditación y la paz de la celda contribuyeran a devolverme la paz del espíritu. En un principio la tranquilidad conventual me permitió concentrarme, y fueron más agudos mis dolores y más mortificantes mis recuerdos y meditaciones. Pero, poco a poco, la paz exterior fue invadiendo mi alma. Mi virtuoso tío acudía en las noches a la biblioteca del convento, en donde yo me había instalado, y entre la lectura de dos enrevesados capítulos, disertaba conmigo sobre alguna cuestión architeológica; me refería anécdotas y curiosidades históricas o me hacía alguna relación, mística con sus puntas de picardía profana. A los dos meses mi espíritu estaba ya curado y me parecían cortas las noches para escuchar la alegre charla de mi tío y sus claras y profundas disertaciones.


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Publicado el 14 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Cuento de Marionetes

Clemente Palma


Cuento


A una amiga

I

Momo, Arlequín y Pulcinella, grandes chambelanes de S.M. Pierrot IV, hacían inauditos esfuerzos para distraer la inmensa e inexplicable tristeza del rey.

—¿Qué tiene su majestad? —era la pregunta que, llenos de estupor, se hacían unos a otros los cortesanos. Fue en vano que las sotas de oros, de copas, de espadas y de bastos, ministros del rey, intentaran mil diversiones para disipar su misteriosa congoja: el gorro de Pierrot ya no se agitaba alegremente haciendo sonar los cascabeles de oro. Ni Colombina cuando saltaba en su jaca blanca, a través del aro de papel, lograba conmover la apatía del pobre monarca.

—No hay duda de que el rey está enamorado… ¿pero de quién? —se preguntaban los palaciegos.

Pierrot subía todas las noches a la terraza y pasaba allí largas horas contemplando el cielo y sumido en incomprensible éxtasis. Pasada la medianoche iba a su alcoba a acostarse; en el vestíbulo encontraba a Colombina, quien le aguardaba con la esperanza de que Pierrot la arrojara el pañuelo al pasar. El rey parecía ignorar hasta el uso de esta prenda, y cruzaba ante la hermosa con la mayor indiferencia. Toda la noche se la pasaba Colombina llorando como una loca, y al día siguiente formaba un escándalo en palacio, azotaba a sus perros sabios, abofeteaba los pajes, consultaba la buenaventura los gitanos, hablaba de incendiar el palacio y comerse una caja de cerillas, se desmayaba cada cinco minutos, y concluía por encerrarse en sus habitaciones, en donde se emborrachaba con champaña y kirschenwasser.


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El Hijo Pródigo

Clemente Palma


Cuento


A don Miguel de Unamuno


Néstor, el pintor Néstor, tan conocido por sus extravagancias, nos refirió un día en su taller la idea que había concebido para pintar un gran cuadro, El hijo pródigo, que fue excomulgado y, sin embargo, obtuvo un gran éxito por la maestría en la ejecución, la novedad y rareza de la factura, y, sobre todo, por la extravagancia o humorismo de la composición, que agradó hasta el entusiasmo a los exquisitos del arte, a los gourmets del ideal, a los hijos trastornados de este fin de siècle que, fríos e impasibles ante los lienzos del periodo glorioso del arte, vibran de emoción ante las coloraciones exóticas, los simbolismos extrañamente sugestivos, las figuras pérfidas, las carnes mórbida y voluptuosamente malignas, los claroscuros enigmáticos, las luces grises o biliosas y las sombras fosforescentes, en una palabra, ante todo lo que significa una novedad, una impulsión será que mortifique el pensamiento y sacuda violentamente nuestro ya gastado mecanismo nervioso. Y de todo esto había en El hijo pródigo.

Figuraos que el hijo pródigo era, ni más ni menos, Luzbel, el Ángel Caído, el Maligno, cuyas maldades provocaron la cólera del Padre Eterno y el terror y la execración de la Humanidad; ese Maligno, que llevó visiones infamemente voluptuosas a los ojos del anciano San Antonio en su retiro de la Tebaida, que enciende las malas pasiones de las hombres y atiza en el alma de las mujeres las pequeñas perfidias y las bajas que turba los cerebros, que juega inicuamente con los nervios y produce las exacerbaciones más concupiscentes, las irritaciones más libidinosas.


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Publicado el 14 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Quinto Evangelio

Clemente Palma


Cuento


A don Juan Valera


Era de noche. Jesús, enclavado en el madero, no había muerto aún; de rato en rato los músculos de sus piernas se retorcían con los calambres de un dolor intenso, y su hermoso rostro, hermoso aun en las convulsiones de su prolongada agonía, hacía una mueca de agudo sufrimiento… ¿Por qué su Padre no le enviaba, como un consuelo, la caricia paralizadora de la muerte?… Le parecía que el horizonte iluminado por rojiza luz se dilataba inmensamente. Poco a poco fue saliendo la luna e iluminó con sarcástica magnificencia sus carnes enflaquecidas, las oquedades espasmódicas que se formaban en su vientre y en sus flancos, sus llagas y sus heridas, su rostro desencajado y angustioso…

—Padre mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Por qué esta burla cruel de la Naturaleza?

Los otros dos crucificados habían muerto hacía ya tiempo, y estaban rígidos y helados, expresando en sus rostros la última sensación de la vida; el uno tenía congelada en los labios una mueca horrorosa de maldición; el otro una sonrisa de esperanza. ¿Por qué habían muerto ellos, y él, el Hijo de Dios, no? ¿Se le reservaba una nueva expiación? ¿Quedaba aún un resto de amargura en el cáliz del sacrificio?…

En aquel momento oyó Jesús una carcajada espantosa que venía de detrás del madero. ¡Oh! Esa risa, que parecía el aullido de una hiena hambrienta, la había él oído durante cuarenta noches en el desierto. Ya sabia quién era el que se burlaba de su dolorosa agonía: Satán, Satán que infructuosamente le había tentado durante cuarenta días, estaba allí a sus espaldas, encaramado a la cruz; sentía que su aliento corrosivo le quemaba el hombro martirizando las desolladuras con la acción dolorosa de un ácido. Oyó su voz burlona que le decía al oído:


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Publicado el 14 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Leyenda de Hachisch

Clemente Palma


Cuento


A don Benito Pérez Galdós

I

Leticia tenía unos ojos negros de los que siempre fluía una mirada cariñosa e interrogadora de animal doméstico. ¡Qué hermosa era! ¡Qué delicioso bienestar me producía el verla cerca de mí, mientras yo llenaba cuartillas de papel en mi mesa de trabajo! Alta, delgada, pálida, extremadamente pálida, venía a sentarse frente a mí con un libro sobre las faldas, en el cual leía, en tanto que no se oía más que el febril galope de mi pluma sobre las cuartillas. Cuando en mi trabajo se abría una solución de continuidad y levantaba la cabeza, me encontraba con la mirada dulce de Leticia que intentaba indagar la causa de mi interrupción… Otras veces entraba furtivamente en mi gabinete, y recostándose sobre el espaldar de mi sillón, leía los cuentos de amor que yo escribía. El perfume de sus cabellos me denunciaba la presencia de mi amada, pero entonces fingía yo no haberla advertido, y escribía en el papel una frase de amor de aquellas que a ella, sólo a ella decía, una de aquellas solicitudes ardientes y apasionadas que sólo a ella dirigía. Al verse descubierta, Leticia enlazaba sus brazos a mi cuello y me besaba en los ojos y en los labios… ¡Pobre reina mía!


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Publicado el 14 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

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