Junto a la Madre Muerta
Horacio Quiroga
Cuento
—Si le parece, vamos un momento a Mompox. Ha muerto la madre de un amigo a quien estimo realmente.
Eran las cuatro de la mañana y nos habíamos detenido momentáneamente en una esquina para separarnos.
—¿Y qué haré yo allí?
—Un rato. Por lo demás, si lo invito a ir es porque estoy seguro de que no habrá torturas para usted.
Las torturas consisten en primer término en las condolencias expresivas a fuerza de antebrazo, y luego las mujeres que han visiblemente llorado y gozan en tales ocasiones de una movilidad extraordinaria. Además Mompox es una calle muy lejana.
—¿Se decide?
Fuimos. En el comedor, paseándose, estaba Gómez. Mi amigo no le palmeó cinco o seis veces los omóplatos ni el otro esperó de mí la más remota sacudida de manos. Después, no había mujeres, o por lo menos no se las veía, lo que es exactamente lo mismo. Apenas cinco o seis hombres sentados en penitencia contra la pared, en el mismo lugar donde hallaron las sillas.
—¿Café? —nos ofreció Gómez.
Habíamos tomado demasiado. Salimos al patio para estar más a gusto, pero el vivo frío nos echó presto y entramos, sin darnos cuenta en la sala, honrada sala de muerte, sin nada anormal, ocupada en medio por la terrible realidad de nuestra madre muerta. Estábamos solos.
—¿Cuándo?... —preguntó mi amigo.
—Esta mañana; estaba muy mal desde un mes atrás.
El rostro acusaba efectivamente gran quebranto sobre su transida vejez.
—Creía que era más joven...
—No; setenta años.
Lo que me ha extrañado, porque no sabía, es el apellido en el aviso...
—Sí; se había casado por segunda vez.
Hubo una larga pausa.
Realmente —insistió mi amigo— a pesar de su edad estaba muy avejentada.
Dominio público
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Publicado el 23 de enero de 2024 por Edu Robsy.