I
Una sociedad exclusiva de abejas y de gallinas
concluirá forzosamente mal; pero si el hombre interviene en aquélla como
parte, es posible que su habilidad mercantil concilie a los
societarios.
Tal aconteció con la sociedad Abejas-Kean-Gallinas. Tengo idea, muy
vaga por otro lado, de que aquello fue una cooperativa. De todos modos,
la figuración activa de Kean llevó la paz a aquel final de invierno,
desistiendo con ella las abejas de beber el agua de las gallinas, y
evitando éstas incluir demasiado el pico en la puerta de la colmena,
donde yacían las abejas muertas.
Kean, que desde hacía tiempo veía esa guerra inacabable, meditó
juiciosamente que no había allí sino un malentendido. En efecto, la
cordialidad surgió al proveer a las abejas de un bebedero particular, y
teniendo Kean la paciencia todas las mañanas, de limpiar el fondo de la
colmena, y arrastrar afuera las larvas de zánganos que una prematura
producción de machos había forzado a sacrificar.
En consecuencia, las gallinas no tuvieron motivo para picotear a las
abejas que bebían su agua, y éstas no sintieron más picos de gallinas en
la puerta de la colmena.
La sociedad, de hecho, estaba formada, y sus virtudes fueron las siguientes:
Las abejas tenían agua a su alcance, agua clara, particular de ellas;
no había, pues, por qué robarla. Kean tenía derecho al exceso de miel,
sin poner las manos, claro está, en los panales de otoño. Las gallinas
eran dueñas de la mitad del maíz que Kean producía, así como de toda
larva que cayera ostensiblemente de la piquera. Y aún más, por una
especie de tolerancia de tarifa, era lícito a las gallinas comer a las
abejas enfermas y a los zánganos retardados que se enfriaban al pie de
la colmena.
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