Textos más populares esta semana etiquetados como Cuento disponibles publicados el 26 de octubre de 2020 | pág. 5

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etiqueta: Cuento textos disponibles fecha: 26-10-2020


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La Máscara

Ángel de Estrada


Cuento


Aparto el libro. Desde la mesa de trabajo contemplo, entre el humo del cigarro, una estatuita de Minerva.

El casco de bronce cubre su helénica cabeza varonil, y su recio pelo de bronce se escurre por el casco sobre sus hombros admirables. Con una mano embraza el escudo, y con la otra sostiene una Victoria que ofrece un gajo de laurel. En el pedestal, un bajo-relieve evoca las Panateneas, con sus teorías de ancianos y de vírgenes, sus ofrendas, sus misterios y sus símbolos.

Sobre su rostro han puesto un antifaz de Carnaval, y así veo sus ojos á través de los ojos de terciopelo negro.

Canta el bronce:

— Salí con mis armas de la cabeza de Júpiter, al golpe del hacha de Vulcano. Fuí griega de corazón, y en Atenas me hice diosa. Amé á sus labradores, les dí castas mujeres y bendije el surco con el germen del olivo. Enseñé á sus navegantes á tender la vela al viento, y al viento á respetar sus naves. De sus doncellas tomé los dedos y les dí el rítmico impulso elaborante de las túnicas que caen como armonía de líneas, sobre el nativo encanto de los cuerpos. Fuí huésped de pórticos y templos, de plazas y palacios, y no hay bajo-relieve, ni capitel, ni estatua, donde mis dedos no hayan suavizado un rasgo, inspirado la ley de la perenne gracia. Los filósofos me amaron, pues se irguió en mi casco la celeste Esfinge, y fuí la sabiduría; y dije en el estadio á los corceles, voláis al correr, como el divino pensamiento cuando crea. Fuí inmaculada virgen y guerrera varonil. Los dardos de Amor cayeron sin impulso bajo la frialdad de mis ojos, y con la Sicilia aplasté al gigante, asegurando el imperio de los dioses.


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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Cuento de Navidad

Ángel de Estrada


Cuento


Si se pregunta:—¿hay aquí penas?—de fijo que, echando los ojos sobre la muchedumbre, se responde:—ninguna. Aquello se antoja un jubileo de la felicidad, en que las almas y los rostros tienen su parte.

Las bombas arrojan pálida luz eléctrica, formando los anillos fantásticos de una serpiente blanca.

La ola mayor de gente brujulea ante las vidrieras recién puestas, y se estrujan hombres y mujeres, abriendo la boca con seriedad, ó riendo con la buena risa de los despreocupados.

La noche no ha podido templar el calor del día, y los sombreros, refugiándose en las manos, dejan al aire cráneos con el pelo al rape, y jopos y melenas y calvas relumbrosas.

Frente á lo de Burgos luchan por no ser disueltos varios círculos de oradores. Un órgano piano lanza en giros elegantes las cascadas de su notas alegres. La animación acrece; brillan más los grandes avisos con sus letras de luces en los arcos; y todos llevan adentro, miran en el aire, sienten en la música, algo intangible, inexpresable, que murmura felicidad, dice olvido, se envuelve en una esperanza, y es.... ¿quién lo sabe? Se acerca la Noche Buena.


* * *


En un grupo de frescas muchachas, camina Marta, alegre, con su vestido nuevo. Lleva á Mimí, al charlatán Mimí, de la mano, y nadie imagina las penas y ternuras que unen sus dos manos enlazadas.

Mimí se olvida de su dolencia, deslumbrado y absorto; todo es lindo en verdad, pero nada tan lindo como aquello.

Dos grandes jarrones de ónix lucen caprichosas flores de invernáculo, envueltos en reflejos azules y de tornasol apagado.


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El Fantasma

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Cuando estudiaba carrera mayor en Madrid, todos los jueves comía en casa de mis parientes lejanos los señores de Cardona, que desde el primer día me acogieron y trataron con afecto sumo. Marido y mujer formaban marcadísimo contraste: él era robusto, sanguíneo, franco, alegre, partidario de las soluciones prácticas; ella, pálida, nerviosa, romántica, perseguidora del ideal. Él se llamaba Ramón; ella llevaba el anticuado nombre de Leonor. Para mi imaginación juvenil, representaban aquellos dos seres la prosa y la poesía.

Esmerábase Leonor en presentarme los platos que me agradaban, mis golosinas predilectas, y con sus propias manos me preparaba, en bruñida cafetera rusa, el café más fuerte y aromático que un aficionado puede apetecer. Sus dedos largos y finos me ofrecían la taza de porcelana «cáscara de huevo», y mientras yo paladeaba la deliciosa infusión, los ojos de Leonor, del mismo tono oscuro y caliente a la vez que el café, se fijaban en mí de un modo magnético. Parecía que deseaban ponerse en estrecho contacto con mi alma.

Los señores de Cardona eran ricos y estimados. Nada les faltaba de cuanto contribuye a proporcionar la suma de ventura posible en este mundo. Sin embargo, yo di en cavilar que aquel matrimonio entre personas de tan distinta complexión moral y física no podía ser dichoso.

Aunque todos afirmaban que a don Ramón Cardona le rebosaba la bondad y a su mujer el decoro, para mí existía en su hogar un misterio. ¿Me lo revelarían las pupilas color café?


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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Cuento de Pascua

Ángel de Estrada


Cuento


Después de muchos años, le veía en la Iglesia, de pie, á mi lado, y del fondo de mis recuerdos le evocaba cuidando á sus cabras entre los cercos del camino. Sus interjecciones violentas y sus dichos pintorescos, han quedado entre moreras y cinacinas con nuestros gritos de colegiales en libertad.

Me miraba sin conocerme, y estaba ya por hablarle, cuando empezaron los oficios. La Iglesia iba á bendecir el fuego y el incienso.

Las naves misteriosas con sus ventanas cerradas se poblaban poco á poco. Las sillas movidas con los reclinatorios encadenados; los vestidos con sus roces de sedas y percales; las oraciones y los semi-tonos del canto llano, llenaban de vida singular la media luz del ambiente.

Una voz de bajo profundo, entonó: In principio creavit Deus Cœlum et terram. El pueblo asistía al poema bíblico, animado por el espíritu de Díos, en la majestad del verbo profético.

Después las mujeres empezaron á revolverse para dar paso á la procesión. Los ministros adelantaban con la nueva luz, hacia la copa de mármol, fuente del agua de vida.

Brillaba el poder y la hermosura del amor infinito. El pozo de Jacob puede extinguirse, la suave Samaritana abandonarle, y si hay quien niegue el odre á los hijos de Nazaret: ¡qué importa!

Mas mi cabrero, ajeno á todo, se agitaba en un limbo. ¡Bella gracia para él, que los ángeles celebrasen en el cielo como los fieles, los misterios santos! Se hincaba, se ponía de pie y volvía á hincarse, rabioso por lo largo de todo, luciendo su alma de bruto en el rostro impasible.

Como un clamor vibrante estalló el ruego de las letanías; desfilaron los nombres seráficos capaces de volver los ojos á la miseria, y espiró el coro con el grito de una suprema esperanza.


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Experiencias y Efusiones

Armando Palacio Valdés


Aforismos, cuento


Los niños escuchan con prevención y hostilidad los consejos de los maestros. En cambio, una palabra sensata, vertida por un compañero en medio de sus juegos, suele hallar eco en su alma.

¿Serán distintos los hombres? No lo sé; pero yo, cuando quiero insinuar una verdad, lo hago poniéndoles familiarmente la mano sobre el hombro y diciéndosela al oído.

* * *

Nuestra sociedad está hecha de una materia tan fluida, que los cerebros llenos se van al fondo. Sólo pueden flotar los huecos.

* * *

Si con sinceridad se observa uno a sí mismo, conviene fácilmente en que el móvil interesado es el más poderoso, el más absorbente, el que unas veces presentándose con la cara descubierta, otras ocultándose detrás de velos espesos, decide de casi todas nuestras acciones. Pero en este casi se encuentra la llave que nos abre el santuario de la verdad. Por dicha, hay actos que, como valerosos pajaritos, se escapan y burlan algunas veces las garras del buitre y vuelan al cielo. Y cuando uno de estos pajaritos logra burlar al ladrón, los genios invisibles que guardan y presiden nuestra vida estallan en aplausos. Todo hombre los escucha y su corazón late alegre y triunfante.

* * *

El pasado no nos pertenece; el porvenir, tampoco. Agarrémonos al presente, que es nuestra propiedad. Si gozamos, pensando que es por algo; si sufrimos, pensando que es para algo.

* * *

Hay que respetar en todo hombre la posibilidad, no la realidad, que en la mayoría de los casos no existe.

* * *

Cuando nos hayamos elevado a nosotros mismos, podremos elevar a los demás. Cuando nos hayamos hecho felices a nosotros mismos, podremos hacer felices a los demás. Y todavía es condición precisa que nuestra acción sobre ellos no sea violenta y afanosa.


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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Pitágoras

Armando Palacio Valdés


Cuento


Entre los muchos filósofos con quienes tropecé en las casas de huéspedes que he recorrido mientras seguí la carrera de Ciencias, ninguno más enamorado de la Filosofía que mi amigo Amorós. Puede decirse que no vivía más que para esta dama de sus pensamientos. El duro catre de la patrona, sus garbanzos no mucho más blandos, sus albondiguillas, sus insolencias, eran para él sabrosas penitencias que ofrecía en holocausto a su adorada Metafísica. Los demás murmurábamos; a veces rugíamos de dolor e indignación: él sonreía siempre, no comprendiendo que se diese tanta importancia a que las sábanas nos llegasen a la rodilla o un poco más abajo, que el agua de la jofaina tuviese cucarachas, y otras niñerías por el estilo.

Primero faltaría el sol en su carrera que él a sus cátedras de la Universidad, y el que quisiera poner el reloj en hora no tenía más que atisbar sus entradas y salidas en el feo y sucio portal de la Biblioteca Nacional. Unas veces leía a Platón, otras a Aristóteles; pero el mayor filósofo, a su entender, que había producido el mundo era Krause, porque había resuelto el problema de armonizar el panteísmo con el teísmo por medio de una lenteja esquemática, que nos mostraba poseído de profunda admiración. Inútil es decir que a los que estudiábamos Derecho, o Ciencias, o Farmacia, nos despreciaba, mejor dicho, nos dedicaba un desdén compasivo que a algunos hacía reir, y a otros montar en furor. Porque éramos seis o siete los que, bajo el yugo ominoso de doña Paca, estudiábamos en aquel cuarto tercero de la plaza de los Mostenses diversas carreras liberales. De su desdén nos vengábamos llamándole siempre Pitágoras, negándole la existencia del espíritu, y pellizcando en su presencia a la doméstica que nos servía a la mesa. Esto último era lo que más desconcertaba al bueno de Amorós, que era casto como un elefante y se enfurecía de que se tomase a la Humanidad como medio, y no como fin.


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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Dominó Verde

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Increíble me pareció que me dejase en paz aquella mujer, que ya no intentase verme, que no me escribiese carta sobre carta, que no apelase a todos los medios imaginables para acercarse a mí. Al romper la cadena de su agobiador cariño, respiré cual si me hubiese quitado de encima un odio jurado y mortal.

Quien no haya estudiado las complicaciones de nuestro espíritu, tendrá por inverosímil que tanto deseemos desatar lazos que nadie nos obligó a atar, y hasta deplorará que mientras las fieras y los animales brutos agradecen a su modo el apego que se les demuestra, el hombre, más duro e insensible, se irrite porque le halagan, y aborrezca, a veces, a la mujer que le brinda amor. Mas no es culpa nuestra si de este barro nos amasaron, si el sentimiento que no compartimos nos molesta y acaso nos repugna, si las señales de la pasión que no halla eco en nosotros nos incitan a la mofa y al desprecio, y si nos gozamos en pisotear un corazón, por lo mismo que sabemos que ha de verter sangre bajo nuestros crueles pies.

Lo cierto es que yo, cuando vi que por fin guardaba silencio María, cuando transcurrió un mes sin recibir recados ni epístolas delirantes y húmedas de lágrimas, me sentí tan bien, tan alegre, que me lancé al mundo con el ímpetu de un colegial en vacaciones, con ese deseo e instinto de renovación íntima que parece que da nuevo y grato sabor a la existencia. Acudí a los paseos, frecuenté los teatros, admití convites, concurrí a saraos y tertulias, y hasta busqué diversiones de vuelo bajo, a manera de hambriento que no distingue de comidas. En suma; me desaté, movido por un instinto miserable, de humorística venganza, que se tradujo en el deseo de regalar a cualquier mujer, a la primera que tropezase casualmente, los momentos de fugaz embriaguez que negaba a María —a María, triste y pálida; a María, medio loca por mi abandono; a María, enferma, desesperada, herida en lo más íntimo por mi implacable desdén.


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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Viejo General

Ángel de Estrada


Cuento


Podía Wagner haber vencido con su genio á las escuelas italianas. Podía atar en la barquilla de su gloria á la ciencia inspirada, como atara en la de Lohengrin el cisne, y ver en ella su estatua, como la imagen del caballero, con la vista hundida en lo infinito. ¡Qué le importaba al viejo general! Y aun podía su nieta, una rubia no muy linda, pero de ojos admirables, estar esperando, como en la leyenda, á un caballero también; y podía el país del caballero estar esmaltado de lagos y follajes, estos con ruiseñores divinos, y aquellos cubiertos de cisnes maravillosos. A él ¡qué le importaba, ni qué sabía?

Cuando la nieta tocaba el piano, con el cuaderno del alemán, abierto, llamando al joven vestido de lumbre misteriosa, ardía en impaciencia. La canción del gentil custodio del Graal; el asombro del pueblo trastornado por el prodigio; todo le daba en los fatigados nervios y gritaba, moviendo una pierna de palo:—Basta, muchacha, basta de canturria!

La nieta volvía al cuartito de las modestas colgaduras blancas, de las piedras y petrificaciones del Chaco, como quien dice bibelots y porcelanas de Saxe, y allí, con un estallido de risa desarrugaba el ceño del anciano.

—¿A que no sabe, abuelito— preguntó aquel día—porqué me río con tantas ganas? Y como el viejo nada contestara sino:—loca, loca;—ella se puso á tararear:


Para dispersar, señor,
del viaje de mis ensueños
los perfumes de las flores
que extrañas traigo en el pelo


—Ah! romántica insoportable; dichoso el que te pierda!—gritó una voz de fiera enjaulada, y cayó de las manos de misia Pepa el cajón de las costuras.

La muchacha rió del apostrofe, corrió al piano de nuevo, y atacó con brioso empuje la marcha de Ituzaingo.


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Una Velada

Ángel de Estrada


Cuento


Varios objetos de importancia componen el ajuar del salón de la fonda. Sobre la pared blanca con su cal nueva, un retrato de Zumalacárregui, luce boina azul, símbolo de la nacionalidad del mesonero. En un ángulo, con el teclado para adentro, un piano Pleyel, muestra rota su tela, y por entre ella surgen dos travesanos como internos huesos grises. Al frente se ve un retablo en forma de gruta con su Ángel Custodio arriba, y en el hueco, al Niño-Dios, la Virgen, y un trozo de buey al lado de un San José ciego.

Poned una mesa de pino sobre la alfombra desteñida, y entre dos puertas y sus cortinas de crochet blanco, una lámpara colgante, y he ahí el escenario.

El médico del pueblo diserta por lo largo aquella noche. Las nuevas de la ciudad han sido terribles; la fiebre amarilla está en su apogeo. Y la voz del conferenciante hace desfilar las pestes todas, desde la negra hasta el cólera. — Vengamos á cuentas — exclama un viejo octogenario:— Qué nos importa de lo antiguo, y ni aun que el cólera ande merodeando en los alrededores de Genova? ¿La peste de Buenos Aires puede ó no asolar el campo?

El médico se repantigó en su asiento. Todos clavaron en él la vista, pero don Juan Benítez, malogrando otra nueva conferencia, exclamó al punto:

— No sale de las costas; es científico. Ni aquí, ni aun en Flores habrá un solo caso.

Se sintió en la rueda respiro de feliz holgura, y un fraile franciscano sonrió melancólicamente. Su actitud atrajo la atención.

— ¿Marcháis siempre, padre?

— Mañana mismo.

— Pues es valor!

— Es voluntad de Dios.


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Arturo Trailles

Ángel de Estrada


Cuento


Boceto

Desde el islote del lago, arborecido por un seto de palmeras, divisábase la inmensa mata de vegetación, que de los altos bordes parecía despeñarse sobre las hondas aguas.

El verde oscuro de magnolias y eucaliptus, alternaba con el claro y risueño de otras plantas y otros árboles. Así espesaban el aire aquí y le sutilizaban allá; y á una nube bogadora se la creía ya cerca del verde oscuro, como alejándose serena del verde claro.

Arturo Trailles, con la agilidad que infunde el baño, después de la noche, con el placer del cuerpo que se siente dueño de sí mismo, observaba esos efectos, distraido y alegre.

Encendió un cigarrillo; desvió los ojos y se entretuvo en agradables vagabundeos... La columna de agua de la gruta, lanzada con ímpetu, cayó con estruendo sobre las rocas.... Estrofas del Enoch Arden salieron de unos labios á confundirse con los insectos, que iban y venían entre las palmeras. Las plantas acuáticas, como para escuchar, erguían sus fibrosas conchas sobre los flexibles pedúnculos; los seibos se inclinaban con cierto pesar silencioso, esmaltados por sus flores de sangre.

Interrumpiendo la recitación, se preguntó Arturo: — ¿porqué digo estrofas de Tennyson? ¿Hay por ventura olas que evoquen el navío náufrago?

Entre las emanaciones del agua de la gruta, cruzaron reminiscencias de unas páginas de Taine. Así, Arturo, en vez de evocar al poeta, por el recuerdo de los parques que el maestro francés describe, le evocaba, al parecer, espontáneamente, como si una fuerza antigua no le hubiera puesto en su alma, fundido con esas perspectivas. Y pensó: — Oh! poder que descubres las más sutiles y secretas relaciones: ¿porqué naciste también en mí, si habías de morir sin forma?

Pero estaba alegre: no quería reflexiones, y se puso á observar los bordes del lago. ¿Con qué podía aún embellecerle?


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24 págs. / 42 minutos / 66 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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