I
Éste era un lego contemporáneo de don Juan de la
Pipirindica, el de la valiente pica, y de San Francisco Solano, el cual
lego desempeñaba en Lima, en el convento de los padres seráficos, las
funciones de refitolero en la enfermería u hospital de los devotos
frailes. El pueblo lo llamaba fray Gómez, y fray Gómez lo llaman las
crónicas conventuales, y la tradición lo conoce por fray Gómez. Creo que
hasta en el expediente que para su beatificación y canonización existe
en Roma, no se le da otro nombre.
Fray Gómez hizo en mi tierra milagros a mantas, sin darse cuenta de
ellos y como quien no quiere la cosa. Era de suyo milagrero, como aquel
que hablaba en prosa sin sospecharlo.
Sucedió que un día iba el lego por el puente, cuando un caballo
desbocado arrojó sobre las losas al jinete. El infeliz quedó patitieso,
con la cabeza hecha una criba y arrojando sangre por boca y narices.
—¡Se descalabró! ¡Se descalabró! —gritaba la gente—. ¡Qué vayan a
San Lorenzo por el santo óleo! —Y todo era bullicio y alharaca.
Fray Gómez acercóse pausadamente al que yacía en tierra, púsole
sobre la boca el cordón de su hábito, echóle tres bendiciones, y sin más
médico ni más botica el descalabrado se levantó tan fresco, como si el
golpe no hubiera recibido.
—¡Milagro, milagro! ¡Viva fray Gómez! —exclamaron los infinitos espectadores.
Y en su entusiasmo intentaron llevar en triunfo al lego. Éste, para
sustraerse a la popular ovación, echó a correr cansino de su convento y
se encerró en su celda.
La crónica franciscana cuenta esto último de manera distinta. Dice
que fray Gómez, para escapar de sus aplaudidores, se elevó en los aires y
voló desde el puente hasta la torre de su convento. Yo ni lo niego ni
lo afirmo. Puede que sí y puede que no. Tratándose de maravillas, no
gasto tinta en defenderlas ni en refutarlas.
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