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etiqueta: Cuento textos disponibles fecha: 28-06-2022


La Capa Encarnada

Federico Gana


Cuento


(De las Memorias de un Bohemio)


...Así, escribiendo lo que me pasa por la cabeza, me olvido de lo presente y mi alma parece entibiarse con el recuerdo. Viejo y pobre estoy ahora, y esta mañana de invierno me hace sentirme más viejo, más solo y más pobre que nunca.

La pieza donde estoy hospedado ahora, que no tiene alfombra en el suelo ni papel en las paredes, solo me cuesta una miseria, y hace varios meses que debo el arriendo. ¿Lo pagaré alguna vez?

Como estoy solo, entre algunos amigos pobres paso estas escaseces, y así va corriendo mi vida. ¡Ah! ¡qué vida, Dios mío!

Con los años, y más que con los años, con la soledad, no tengo fuerzas para pensar en hacer algo. Es tan difícil encender e entusiasmo cuando uno no tiene nada que le aliente.

Y así voy por las calles pascando mi levita raída y mi cabeza gris, sin saber a dónde ir.

Ahí, en la pared blanqueada de cal, colgando fúnebremente de un clavo, está mi viejo paletó de invierno. ¡Cuántos anos, cuántos inviernos han pasado sobre los dos!

En otro tiempo, cuando lo compre, yo era casi tan pobre como ahora; pero, en fin, había algo que hacer, algo en que pensar...

Trabajaba yo en una imprenta, la de la primera “Linterna” que se fundó. ¡Con cuánto entusiasmo, ingenuidad y alegría se escribía entonces sobre la libertad, la igualdad, la fraternidad! Ahora todo eso está viejo y gastado como ese pingajo mugriento.

Yo tenía en el diario la sección de la tijera, hacía de cuando en cuando algunas traducciones del francés y contrataba avisos, de todo lo cual solía sacar mis ochenta pesos al mes.

Debo decir aquí que ya en aquella época estaba solo, porque mi madre había muerto y jamás llegué a conocer a mi padre.

Poco después de entrar a la imprenta, me trasladé de la casa de pensión en que estaba hospedado, uniéndome a una jovencita con la que me casé en un día de hermoso sol.


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 30 visitas.

Publicado el 28 de junio de 2022 por Edu Robsy.

El Ladrón

Federico Gana


Cuento


(Cuento de Navidad)


Asistía en aquella tarde de primavera a una fiesta de Pascua organizada por una dama de mis relaciones en un lugar veraniego vecino a Santiago. Numerosas personas de mi conocimiento hallábanse allí reunidas: señoras, hermosas niñas, jóvenes; un pino cargado de juguetes estaba colocado en medio del gran salón de la casa; servíanse helados, cerveza, sandwiches, a los invitados. Pero el objeto principal de la fiesta era la invitación hecha a los huerfanitos del asilo del pueblo, a los que iban a repartirse refrescos, dulces y juguetes. La banda de músicos del lugar tocaba a cada instante animados valses, marchas militares: todo era alegría, entusiasmo y animación. El hermoso y simpático rostro de la dueña de casa resplandecía de íntima satisfacción, porque el buen éxito de aquella fiesta de caridad aumentaba el prestigio social de la distinguida invitante; al día siguiente el periódico del pueblo diría: “En casa de la caritativa señora de X, los huerfanitos del asilo tal, han pasado un agradable día de Navidad”.

Yo observaba con interés desde un rincón de la sala los detalles de aquella hermosa fiesta: los rostros de los pequeños huerfanitos embebidos en el brillante árbol de Pascua, del que pendían tantas cosas maravillosas, farolillos, trompetas, payasos, cajas de música, muñecas, fusiles, esferas de colores; las rápidas miradas de las hermosas niñas y de los jóvenes, que pronto habían de bailar en la animada y rápida matinée con que terminaría la fiesta. El sordo zumbido de las conversaciones me adormecía.


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Dominio público
2 págs. / 5 minutos / 54 visitas.

Publicado el 28 de junio de 2022 por Edu Robsy.

Pesadillas

Federico Gana


Cuento


Convalecía de una larga y peligrosa enfermedad, y me hallaba blandamente extendido entre colchas y almohadones, sobre una poltrona, en el salón de mi casa. El doctor acababa de partir después de aplicarme una fuerte dosis de morfina que calmara mi malestar.

Afuera caía lentamente una lluvia fina y silenciosa, y yo aspiraba con deleite de sediento aquel penetrante olor a tierra húmeda, a viento mojado. El cielo de ceniza, pesado, triste, que divisaba a través de los cristales, se avenía bien con las vaguedades de mis sensaciones de enfermo. De cuando en cuando, levantaba el brazo enflaquecido para fumar mi cigarro, y mientras la onda de humo me envolvía, soñaba perezosamente.

La conciencia de mi debilidad me penetraba de una amargura indefinible y deliciosa, que parecía destilar dulcemente en lo mas hondo de mi corazón, cuyo secreto creía estar próximo a descubrir. Tal vez mi alma iba a estallar en un espasmo de aquel divino deleite soñado no sabía dónde y, sin embargo, la impresión se desvanecía como arrastrada por las leves espirales de humo... El tictac monótono de un grande y antiquísimo reloj de bronce, que me miraba impasible con su esfera borrosa desde lo alto de un gran baúl de mármol negro, llegaba a mis oídos y me adormecía en el silencio de aquel gran salón desierto.

Mis párpados se cerraban, mi cerebro se oscurecía. Abrí los ojos una última vez, con esfuerzo; vi con tristeza un pedazo de cielo gris, traté, de llevar a la boca el cigarro; pero mi brazo cayo pesadamente hacia atrás.


* * *


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2 págs. / 4 minutos / 50 visitas.

Publicado el 28 de junio de 2022 por Edu Robsy.