Textos más vistos etiquetados como Cuento disponibles publicados el 28 de octubre de 2020 | pág. 3

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etiqueta: Cuento textos disponibles fecha: 28-10-2020


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El Cura de Romeral

Joaquín Díaz Garcés


Cuento


Parroquia de cordillera chilena, por consiguiente pobre. Gran casa de un piso aparragada en la tierra y muy cerca del cerro. Rincón de huerto asoleado, poético, mezcla de la arboleda umbrosa del llano, con el monte criollo de maquis y quillayes. Una fila de enormes perales en el fondo, completamente nevados de albas flores, deja caer en vago espiral la plumilla caliente de las corolas que ya se marchitan. En el suelo, de la blanquísima alfombra que tiende toda esta florescencia moribunda, surgen centenares de retoños que el fruto caído y no levantado del suelo sembró y fecunda sin intervención de nadie. Arbolillos que levantan una sola varilla con hojas tiernas, van a suplir con los años los viejos perales apolillados y estériles, que lloran su savia por la agrietada corteza. ¡Así debía renovarse el bosque por sí solo! Otra fila de cerezos aún más floridos, alargan sus ramas sin hojas, solamente envueltas en abiertos copos que parecen de luna blanca. Al amanecer, antes de salir el sol, este follaje blanco destella con luz propia mirándolo contra el cielo de frío azul, y parece que cada flor es una estrella. En este pobre huerto hay diseminadas diversas plantas con que cada cura marcó su paso. Hubo uno aristocrático, un viejito delgado, de gran nombre, enviado a la cordillera por salud, que dejó algunos rosales finos. Le siguieron dos buenos curas campesinos y humildes que marcaron su pasada en algunas matas de pelargonia, dengues, artemisas, flor de la pluma.


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Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Nido de Jilgueros

Vicente Riva Palacio


Cuento


Eran días negros para España.

Los carros de la invasión se guarnecían a la sombra de los palacios de Carlos V y Felipe II; y cruzaban por las carreteras tropas sombrías de soldados extranjeros, levantando nubes de polvo que se cernían pesadamente y se alzaban, condensándose como para formar la lápida de un sepulcro sobre el cadáver de un héroe.

El extranjero iba dominando por todas partes, su triunfo se celebraba como seguro. El pueblo dormía el sueño de la enfermedad, pero un día el león rugió sacudiendo su melena, y comenzó la lucha gloriosa. España caminaba sangrando, con su bandera hecha girones por la metralla de los franceses, por ese doloroso vía crucis que debía terminar en el Tabor y no en el Calvario.

Prodigios de astucia y de valor hacían los guerrilleros, y los días se contaban por los combates y por los triunfos, por los artificios y los dolores.

El ruido de la guerra no había penetrado, sin embargo, hasta la pobre aldea en donde vivía la tía Jacoba con sus tres hijos, Juan Antonio y Salvador, robustos mocetones y honrados trabajadores.

La tía Jacoba había tenido otro hijo también, que murió, dejando a la viuda con tres pequeños, sin amparo y sin bienes de fortuna.

Recogiólos la tía Jacoba, y todos juntos vivían tranquilos, porque la abuela tenía lo suficiente para no necesitar el trabajo personal de las mujeres ni de los niños.

Pero la tía Jacoba era una mujer de gran corazón y de gran inteligencia, y sin haber concurrido a la escuela, ni haber cultivado el trato de personas instruidas, sabía leer, y leía y procuraba siempre adquirir noticias de los acontecimientos de la guerra y de la marcha que llevaban los negocios públicos, entonces de tanta importancia.


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Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Olvido

Roberto Payró


Cuento


A Jorge F. Lynch.

I

— ¡Sonríes! exclamé tristemente al ver que su rostro se iluminaba, contrastando con el mío, pálido y demudado. ¡No has sufrido nunca como yo, cuando te muestras tan indiferente á mi desgracia!

—¡Bah! dijo Armando. ¿Es eso, acaso, una desgracia? Esa mujer no te ha engañado, no te ha mentido ¿qué más quieres? El tiempo se encargará de curarte, puesto que vas ya en camino de convalecer, gracias á ella. En cuanto á que yo sonría.... no lo tomes á mal; no se trata de tus recientes penas: evoco un recuerdo, y él me hace sonreir.

—Perdona; sé que no eres egoista, que me amas; pero, en el estado de espíritu en que estoy, se desea ver el semblante de los demás tan compungido como el nuestro. ¡Una de tantas locuras! —Por otra parte, sufro mucho.... á veces temo volverme loco!...

—He experimentado esos síntomas, dijo él; he sufrido los mismos dolores, y sin embargo... ¡ya me ves! —tú dices que soy el más alegre de todos tus amigos, y lo decías hace dos años también, cuando, al retirarme, por la noche, en la soledad de mi aposento, me anegaba en lágrimas abrasadoras, y mordía las almohadas en paroxismos de rábia... Porque cada cual tiene su pequeña historia ¿Quién puede decir que no lleva una espina clavada en el corazón?

Se detuvo un instante. Se habia puesto sério, y sus ojos brillaban más que de ordinario —Despues continuó:

—Déjame que te cuente esa historia: por ella verás que he sufrido más que tú, si el que sufre puede admitir alguna vez que el sufrimiento de los demás sea mayor que el suyo. Escúchame atentamente.

Había vuelto á su anterior jovialidad: sonriente me relató esta historia de lágrimas, que yo escuché conmovido.

II

La locura gobernaba como reina absoluta de la tierra: era Carnaval. Los hombres habían arrojado sus caretas.

De esto hace dos años.


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Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Huevos Importados

Joaquín Díaz Garcés


Cuento


«Han llegado 1.800 huevos
de gallinas, procedentes de
los Estados Unidos y consignados
a los señores W. R. Grace y Cía.».
 

El gallinero amaneció revuelto. Uno de los más prestigiosos miembros de la alta sociedad femenina había sido echado en un nido de paja en el rincón del patio, sobre diez huevos de un aspecto sospechoso. La noble y virtuosa gallina, cuyo color negro la hacía aparecer aún más noble y virtuosa de lo que era, había luchado largo rato entre la repugnancia de cubrir bajo su pechuga tibia esos huevos con un timbre morado que decía «Fresh Eggs Company Limited New York», y su inmenso y desbordante deseo de maternidad jamás agotado y siempre entusiasta.

Sin embargo, mientras para ejemplo de la nueva generación cerraba sus ojos con íntimo recogimiento, las más terribles dudas le asaltaban. ¿Qué iría a salir de cada uno de esos huevos envueltos en una especie de esperma, con esas letras que bien podían significar insultos, herejías o burlas contra el mismo alto ministerio del empollamiento? ¿Qué clase de seres degenerados, viciosos o simplemente extranjeros, romperían la cáscara y asomarían a la luz del día?

—Consulta, hija, a los caballeros que tienen experiencia —le decía una amiga después de observarla largo rato con un ojo fijo y redondo.

—Allí los tienes tú —replicaba la virtuosa, señalando tres o cuatro parejas de gallos que se perseguían dándose picotazos y estocadas, —allí los tienes. Ellos son los causantes de que estén trayendo huevos de los países protestantes.

—¿Por qué?

—Porque no producen lo suficiente...

—Pero aquí vienen algunos senadores de consejo que pueden dártelos buenos.


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Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Gitana Redentora

Joaquín Díaz Garcés


Cuento


Prólogo

Era la cárcel de mujeres: testimonio, abundante todavía, de esas negligencias de un estado que no reparte bien sus rentas, monumento extraño en todas partes, pero no en Chile, de improvisación, de mala adaptación, de ignorancias y descuidos. Caserón de fundo, con puerta, torno y locutorio de convento; serie de patios cuyas construcciones van degenerando y empobreciendo hacia el interior. Afuera, paredes pintadas, naranjos en flor, jaulas con canarios; más adentro, corredores sin baldosas, arbustos lacios y raquíticos; en el fondo, charcos en los corrales, techos rotos, goteras por todas partes, yerbas en las murallas. No ha alcanzado el dinero, ni la previsión ni el estudio. Es una cárcel en que hay detenidas por una semana, al lado de presidiarias perpetuas. Y al frente de todo esto, las religiosas del Buen Pastor, que hacen lo que pueden, que rezan, que suspiran, que agitan llaves en las manos.

Cruzamos los patios un día y fuimos viendo el cortejo de esa pobre carne histérica. Muchachuelas de ojos vivaces, tempranamente cínicos, muestran en los rostros malhumorados la exasperación que causa el brusco salto de la libertad a la obediencia, al lado de otras ya resignadas y pasivas, que se mueven como autómatas, con los ojos embelesados y las manos puestas sobre el vientre, cerca de las compañeras más normales que bordan en silencio, haciendo proyectos más serenos para el porvenir, o se aturden moviendo los pedales de las máquinas de coser. En cada sala, una virgen de yeso policromo, entre marchitas flores y hojas de papel plateado, símbolo de ese rezo monjil, gangoso y formulista, recuerda que las detenidas están sujetas a un régimen maternal y religioso.


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Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Mosca Verde

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Tomábamos o pretendíamos tomar el fresco en la gran terraza de Alborada, una tarde de agosto abrasadora y enervante, de las poquísimas que, en aquel clima benigno, aprietan con rigor canicular. El aire estaba saturado no sólo del efluvio resinoso, ardiente, de los pinares vecinos, sino de otras emanaciones peculiares —almizcle de hormigas y escarabajos, miel y cera de panal—; y en el aire encendido revoloteaban, además de las mariposas multicolores, insectos de pedrería y esmalte, enlutadas «vacas de San Antonio», efímeras de gasa pálida, mariquitas de coral con pintas negras, mosquitos de seda color humo, mientras en la arena brincaban los saltamontes, parecidos a caballeros enlorigados y se arrastraban las chinches campesinas, limpias y de pintoresca forma, tan distintas de las urbanas.

Recostados en las mecedoras, hablábamos despacio, emperezados y esperando con ansia el primer soplo del atardecer que abanicase nuestras sienes. El tema de la conversación era que el calor disuelve las energías, y disertábamos sobre esa influencia psicológica de los climas, que ya empieza a reconocerse en la historia.

—Buena es —decía el científico— la firmeza de carácter; excelente su cultivo intensivo, y acertaría el que afirmó que del propio destino es autor cada hombre; pero a mí, esta naturaleza que nos rodea y nos agobia, me produce una impresión de fatalidad tan profunda, que casi no me atrevería a pensar en contrarrestarla. ¿Qué somos ante las fuerzas naturales?

—Lo somos todo —exclamó el pensador—. Esas fuerzas naturales, las hemos puesto a nuestros pies, a nuestro servicio. Cada día más saldremos vencedores en nuestra lucha con ellas.


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Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Sandía

Joaquín Díaz Garcés


Cuento


Un roto podrá no tener camisa, cosa que le pasa muy a menudo; no tener ni una mala chupalla para taparse el mate, lo que es el colmo de la escasez; pero, eso sí, no le faltarán diez centavos en el fondo de su bolsillo para darse una pasada por un negocio en que se venda fruta y pedir con toda facha una sandilla.

Para el roto fino, de buena ley, que se come una cebolla cruda con tres ajises, sin pestañear, vale la pena vivir sólo por hartarse en el verano con la adorada, apetecida y jugosa sandía.

Colina es la mapa de las buenas sandías, de carne rosada, llenas de abundante y helado jugo. De ahí parten esas carretadas que se bambolean con el peso de la monstruosa fruta, y que se detienen en la ciudad frente a los puestos que generalmente se instalan en los edificios en construcción o en las puertas cocheras.

Allí se forma entonces una cadena, que no es ciertamente la masónica. El carretero de pie en la culata de la carreta arroja la sandía a otro de pie en el suelo de la calle, el que a su vez la dispara a su mujer, y ésta a su hijo mayor, que va acumulando el montón, dejando en diversos lados las grandes o de a veinte, las medianas o de a diez, y las chicas o de a cinco.

Ahí llegan luego los interesados, los peones que trabajan en la casa del frente; el carpintero que pone los tijerales en la del lado; el cargador que acaba de ganar un corte y quiere darse gusto con él; y la niña convidada que tiene apuro en llegar a su casa porque la está esperando su mamá.

Como la sandía es la fruta nacional por excelencia, y la que más compra nuestro pueblo, se ha amoldado su venta a las exigencias y carácter de los compradores. No se vende sandía sin estar calada. El roto no se aventura a perder su diez para que le salga una sandía verde, o desabrida. Se prueba la cala, y si está buena se le mete cuchillo.


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Los Dos Amigos

Fernán Caballero


Cuento


Lanzaba el sol sus ardientes rayos sobre una llanura de Andalucía, árida y estéril. No corrían por ella ríos ni arroyos, secas yacían las flores y tiernas plantas de la primavera; sólo verdegueaban allí algunos espinos, lentiscos y aloes, cuya dureza resiste el rigor de las estaciones. Un furioso levante formaba nubes de polvo, ardiente como lava de volcán. —El cielo puro y el día claro parecían sonreírse al dar tormentos a la tierra. —Sólo los ganados del país, con su dura piel, y el animoso e impasible español, que desprecia todo padecimiento físico, podían tolerar aquella encendida atmósfera; ellos, durmiendo, y él, cantando!

Veíanse sobre esta llanura el 20 de Agosto de 1782 las muestras de un reciente combate; caballos muertos, armas rotas, plantas pisadas y teñidas de sangre. —A lo lejos desfilaba en buen orden un destacamento inglés. — A otro lado, el comandante de un escuadrón español ocupábase en formar sus impacientes soldados y sus caballos fogosos, para perseguir a los ingleses, que, inferiores en número, se retiraban con la calma de vencedores.

En el que había sido campo de batalla, un joven, sentado en una piedra al pie de un acebuche, apoyaba en el tronco su pálido rostro; mientras que otro joven, en cuya fisonomía se manifestaba la más violenta desesperación, arrodillado a sus pies, procuraba detener con un pañuelo la sangre que le corría del pecho por una ancha herida.

—¡Ah, Félix, Félix! —exclamaba con la mayor angustia—. ¡Vas a morir, y por mi causa! Has recibido en tu fiel pecho el golpe que me estaba destinado. ¿Por qué, generoso amigo, me libraste de una gloriosa muerte, para entregarme a una vida de desesperación y de dolor?


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Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

De Pillo a Pillo

Joaquín Díaz Garcés


Cuento


—Este es un minero de veras —me decía el mayordomo, señalándome a Andrade, un viejo de barbas blancas, tostado y rudo como un bronce viejo, alto, firme todavía, de ojos negros, brillantes e inquietos.

El sol moría tras los altos picachos de la mina. Sin transición de crepúsculo, como ocurre en las altas cordilleras, la noche venía encima. El primer fuego encendido chisporroteaba con los quiscos secos mezclados a las ramas de espino. De abajo, en medio del alto silencio de la montaña subía el tintineo de una tropa de mulas retardada en el camino. Andrade avanzó después de esa breve presentación que hacía un lacónico v elocuente compendio de su vida de penalidades. Porque el viejo había padecido; antes de oírlo, ya sabía yo que su existencia había sido golpeada como pocas. En su faz rugosa, agrietada, esculpida por un tosco cincel, se leían las privaciones del hambre, las brutales quemaduras del sol y de la nieve, tal vez algunas manchas de sangre y de crímenes inconfesables. Hombre nacido para la más ruda batalla, enseñado desde niño a todas las crudezas, no podía encontrar ya nada sobre la tierra que lo hiciera temblar. La nariz aplastada como bajo el golpe de un machete, parte de la espaciosa frente hundida, una oreja incompleta, la voz resuelta pero contenida; era fácil comprender que ese luchador derrotado ni tuvo niñez apacible ni alcanzaría tampoco vejez con reposo.

—Sí, patrón; como minero nadie ha visto más que yo. He tenido muchas veces la plata en la mano, pero se me ha resbalado, señor, cuando menos pensaba. Como padecer he padecido, como hambres nadie puede hablar... Pero la sed, la sentí envolverme en una tortura infinita.

—¿Dónde conociste la sed?

—En el desierto.


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Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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