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etiqueta: Cuento textos disponibles fecha: 29-08-2019


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La Abeja Desterrada

Rosario de Acuña


Cuento


Al doctor Aramendía, catedrático de la Facultad de Medicina de Madrid.
 

Señor: Su ciencia y su bondad me devolvieron la salud cuando hacía meses que luchaba contra el veneno de extenuantes fiebres infecciosas; el destino le trajo a mi hogar a tiempo de sacarme de una horrible agonía, ya iniciada en larguísimas horas de caquexia palúdica. Salud y vida le debo, y es bien cierto que, de existir el milagro, fuera uno de ellos el que vos hicisteis. Mi cerebro, luchando por secundar vuestra ciencia, no puedo, hasta hoy hacer otra cosa que reconcentrar energías contra el enemigo que le asediaba. Dada ya de alta y próxima a marchar por largo tiempo, quizás para siempre, a orillas del Océano, el sencillo cuento que sigue es el primer viaje de mi imaginación por el mundo de la idea; se lo ofrezco, no por lo que vale, sino porque es la aurora de un alma que, merced a vuestra admirable solicitud, vuelve a la primavera del vivir, desde la fría invernada de la muerte, y ¡qué aurora, por muy pálida que sea, no trae alguna belleza! Que mi gratitud la avalore y su indulgencia de verdadero sabio la acepte. Es el homenaje del agradecimiento, del respeto y del afecto que le ofrece su atenta

Rosario de Acuña

* * *

Érase una colmena bien poblada. ¡Y qué bullicio había en ella!

–¡Vaya, vaya con el lance! –decía la muchedumbre de las abejas– ¡Habrase visto necedad como la suya!

¿De qué se trataba? Poca cosa; una abeja que se había empeñado en derrochar miel… ¡a quién se le ocurre! Era una sola entre las mil del colmenar. Se decretó el destierro; no se podía consentir tan estrafalaria demencia; lo decían así las más ancianas de la tribu, el Consejo de Administración, el pueblo; en fin, el reino todo.


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Publicado el 29 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

La Roca del Suspiro

Rosario de Acuña


Cuento


En las montañas de Vizcaya, bajo su cielo ceniciento, y en su costa bordada de escollos y salpicada por un mar casi siempre turbulento y sombrío, sobre un promontorio de granito que avanza en áspero talud entre las olas del océano, álzanse, en la misma roca asentadas, las ruinas de un castillo, medio cubiertas de zarzas y de hiedra, y solamente habitadas por el espantadizo búho y el medroso murciélago: como toda ruina, tiene su tradición o leyenda, y como toda leyenda, la suya aparece sencilla, apasionada y melancólica, levantándose como indecisa niebla ante el fulgor de la aurora, sobre aquellas piedras carcomidas por el paso del tiempo y el constante batir de las olas.

Cuentan que allá en lejanos días, cuando el castillo se elevaba arrogante, vivía en su recinto un anciano señor de noble linaje, aunque de escasas rentas, que por su mejor fortuna tenía una nieta bella como una mañana de primavera, y de alma tan angelical como la sonrisa de un niño; pobres y retirados a la morada de sus mayores, vivían con algunos fieles y antiguos vasallos, tan ajenos a las vanidades mundanas, como felices con su ignorada existencia.


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Publicado el 29 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

Los Pinceles

Rosario de Acuña


Cuento


A la señora doña Amalia Segni

Dedicatoria

Mi buena Amalia:

Tú no puedes quedar olvidada en este libro, cuyas páginas son testimonio de amistad  y gratitud para los pocos seres que, llevando en sus almas un dolor sincero, velaron a la cabecera de mi cama en aquellas terribles noches en que el frío penetrante de la infección palúdica, al llegar a mi corazón, lo avecinó en las teleras de la muerte. Tú también, con lágrimas de penas en los ojos, pasaste tu pañuelo por mi frente cuando el sudor de nieve me dejaba en mortales síncopes, y entre aquellas contadísimas almas que se agrupaban a mi lado, pensando con infinita amargura que pronto dejarían de verme, tu nobilísima y tierna alma ocupó dignamente un lugar. Aquí en estas páginas, primeros escarceos que hace la imaginación al salir del mundo del dolor físico para tomar otra vez puesto de viviente en el mundo del dolor moral, tienes también tu sitio. Que te sea grato este cuento que te dedica como brevísima prueba del afecto  y gratitud que te guarda, tu amiga

Rosario

Septiembre 1892
 

Todos tenían un alma; un alma pequeñita, sutil, indivisible e impalpable que no se sabe cómo había ido formándose cuando las varillas de pino se habían encontrado con aquellas borlitas de pelo de marta, sedosas y flexibles, sujetas por un canutito de metal.

Entonces, del contacto de aquellos tres productos de la Naturaleza, puestos en vibración simultánea, había surgida un átomo consciente, pensante, y he aquí las almitas de aquellos pinceles que, en apretado haz, estaban tendidos sobre una paleta rebosante de hermosísimos colores.


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Publicado el 29 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

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