—Dígame usted, ¿qué cosa es un cambiador?
—Un cambiador, un guardagujas como más propiamente se le llama, es un personaje importantísimo en toda línea ferroviaria.
—¡Vaya, y yo que todavía no he visto a ninguno y eso que viajo casi todas las semanas!
—Pues, yo he visto a muchos, y ya que usted se interesa por
conocerlos, voy a hacerle una pintura del cambiador, lo más fielmente
que me sea posible.
Mi simpática amiga y compañera de viaje dejó a un lado el libro que
narraba un descarrilamiento fantástico, debido a la impericia de un
cambiador, y se dispuso a escucharme atentamente.
—Ha de saber usted —comencé, esforzando la voz para dominar el ruido
del tren lanzado a todo vapor— que un guardagujas pertenece a un
personal escogido y seleccionado escrupulosamente.
Y es muy natural y lógico que así sea, pues la responsabilidad que
afecta al telegrafista o jefe de estación, al conductor o maquinista del
tren, es enorme, no es menor la que afecta a un guardagujas, con la
diferencia de que si los primeros cometen un error puede éste, muchas
veces, ser reparado a tiempo; mientras que una omisión, un descuido del
cambiador es siempre fatal, irremediable. Un telegrafista puede enmendar
el yerro de un telegrama, un jefe de estación dar contraorden a un
mandato equivocado, y un maquinista que no ve una señal puede detener,
si aún es tiempo, la marcha del tren y evitar un desastre, pero el
cambiador, una vez ejecutada la falsa maniobra, no puede volver atrás.
Cuando las ruedas del bogue de la locomotora muerden la aguja del
desvío, el cambiador, asido a la barra del cambio, es como un artillero
que oprime aún el disparador y observa la trayectoria del proyectil.
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