Textos peor valorados etiquetados como Cuento disponibles publicados el 30 de agosto de 2022

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etiqueta: Cuento textos disponibles fecha: 30-08-2022


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Lo que es Imposible

Isidoro Fernández Flórez


Cuento


Menelik ha enviado de regalo un elefante al presidente de la República francesa.

Y puesto que Toby es hoy el favorito de París, y lo que á París le interesa conmueve al mundo, quiero que mi cuento de hoy sea, para mayor carácter, un cuento elefantino.


Allá en tiempos remotos y en una de las más feraces regiones de la India, hubo un príncipe famoso por cruel y por fiero.

Y eso que la India de aquel tiempo era madre natural de la servidumbre. El brahma, es decir, el hijo predilecto del Destino, tenía derecho á cuanto existía sobre la tierra; la vida de los demás hombres era don de su generosidad. Y el paria sabía que había nacido para los oficios más vergonzosos y repugnantes.

—¡El vientre de los animales feroces es lo que debes tener por cementerio!

Esto es lo que decía el brahma.

¡Pero aquel príncipe era más atormentador de los suyos que pudieran serlo las panteras negras de la tierra del Sur, y el oso del Himalaya, y el león de Katiavar, y el aligator de los pantanos y la serpiente cobra de los bosques del Ganges!

Y aquellos indios, hechos á vivir en el dolor y en la miseria y en el desprecio, decidieron rebelarse.

El viejo Maisur los congregó á los representantes de las tribus por medio de emisarios escondidizos, como las víboras, y una tarde se reunieron en uno de los templos que allá en la negrura húmeda de los bosques tienen aún sus divinidades.


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3 págs. / 5 minutos / 24 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

La Hija del Patrón

Javier de Viana


Cuento


A Juan Carlos Moratorio.


Don Baldomero Mendieta, aunque educado en la ciudad, sentía por el campo un cariño y una atracción que le hacían permanecer casi todo el año en la estancia, llevando la vida ruda del paisanaje.

En su establecimiento, montado a la antigua, el confort brillaba por su ausencia: con refinamientos de ciudad, el campo no le parecía campo a don Baldomero. El amargo tomado en el fogón, en charla con los peones y el asado comido a dedo, desde el asador clavado en la tierra, hacían su delicia.

El viejo edificio de material abrigado por media docena de ombúes centenarios negreaba por los cuatro costados y no tenía ya ni una ventana con vidrios, ni una puerta que cerrara, ni una habitación que no se lloviese. En el patio, enorme como cuadra de cuartel, crecían a gusto los "yuyos" y no era difícil encontrar entre ellos culebras pardas y víboras rosadas que en los estíos combatían con las gallinas y los gatos.

Todo eso le importaba poco al patrón, harto familiarizado con las intemperies y tan poco amigo de lujos que solía decir:

—No me agrada andar con traje nuevo porque me impide recostar a gusto en cualquier parte.

Iba ya en los cuarenta y cada vez placíale más aquella existencia campechana, en medio de sus gauchos y sus chinas. Sus viajes a la capital tornábanse menos frecuentes y más breves.

—Cuando vuelvo a la estancia después de una semana de ciudad—contaba,—respiro con la satisfacción del caballo al que desensillan y largan al campo después de un galope de treinta leguas. Mis deseos serían no salir nunca de aquí, no volverme a poner más zapatos de charol, pantalón, cuello, corbata, guantes, toda esa fastidiosa indumentaria indispensable para cumplir las aún fastidiosas obligaciones sociales.

¡Propósitos humanos!...


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6 págs. / 11 minutos / 30 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Atanasilda

Javier de Viana


Cuento


Al maestro Lugones.


El camino real, ladereando una cerrillada, describía tres cuartos de círculo para ir a rozar la estancia del "Venteveo", donde tenían su posta las diligencias. Desde su aparición en la falda hasta su llegada a las casas, las diligencias demoraban más de media hora; y, durante cuatro años, Atanasilda sufrió media hora de angustias, tres veces en la semana.

Ella levantábase con el alba, invierno y verano, para ordeñar las lecheras; y mientras ordeñaba, —los días en que iban diligencias del "centro",—su mirada clavábase insistente en la curva gris por donde debía aparecer el ruidoso vehículo, encarnizado portador de desengaños. "Tatú", su perro favorito, se daba esos días un regalo, pues ocurría indefectiblemente que la moza, preocupada y distraída, echara fuera del tiesto todo el contenido de una teta, que el can iba golosamente "lambeteando" del suelo.

¡Cuatro años de angustiosa espera!... De tanto esperar y de tanto sufrir, recordaba ya imperfectamente los rasgos fisonómicos de Raúl Linares, el joven pueblero que había ido a pasar unas vacaciones en estancia lindera, que había bailado con ella en unas romerías, que le había mentido amores, y que se marchó jurándole pronto regreso...

Ya no lo esperaba; y sin embargo, todos los turnos de diligencia madrugaba más que de costumbre e íbase al corral, y ordeñaba inquieta, atisbando siempre el camino, mientras su pequeño Raúl, descalzo, envuelto en un harapo, jugaba con el barro y con el perro, —únicos juguetes de que podía disponer,—entre las patas de la lechera y del ternero...


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2 págs. / 3 minutos / 29 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

La Nochebuena de Periquín

Isidoro Fernández Flórez


Cuento


Dedicado á Isabelita Roma Ratazzi.

I

En aquella noche de velada universal, el placer se ocultaba, como el ascua entre la ceniza, detrás de las paredes: en el fondo de los palacios y de los chiribitiles; bien cerradas las puertas, mejor cerradas aún las ventanas. Ni sonar de panderos, ni redoblar de tambores, ni chirriar de chicharras.

¡Aquel siempre glorioso aniversario del Nacimiento del Hijo de Dios fué todo nieve, silencio y soledad en las calles!

¡Veinticuatro de Diciembre! En esta noche de redención tiene derecho á compartir nuestra cena y á calentarse al fuego de nuestro hogar el mendigo más miserable.

Sin esta costumbre de la piedad cristiana... ¿qué hubiera sido de Periquín?

¡Periquín! Seguid esas huellas que dos pequeños pies descalzos han dejado sobre la nieve, y le encontraréis.

Si, es Periquín: el lazarillo de Roque el ciego, un rapaz de ocho años; endeble, enfermizo, de rubio, abundante y enmarañado cabello. Parece un esqueleto que se revuelve entre harapos.

Pero no creáis que Periquín es uno de esos granujas que viven y crecen abandonados en las calles, con el sello de la abyección en la frente, desde su más tierna edad predestinados para el vicio y el crimen. Es pobre, es solo y está desamparado; pero en sus grandes ojos azules, hechos á llorar desde el nacer, llenos de miedo hacia los hombres y las cosas del mundo, transparentase la serenidad de un alma toda dolor y toda inocencia.

¿Por qué Periquín se encuentra en la calle y no en la buhardilla de Roque? O ¿por qué Roque no está, como de costumbre, al lado de Periquín?


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32 págs. / 56 minutos / 39 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

El Deber de Vivir

Javier de Viana


Cuento


A Carlos Roxio.


Un chamberguito color de aceituna, con la copa deformada, con las alas caídas, tapábale a manera de casquete la coronilla, dejando desbordar la melena gris amarillo, ensortijada y revuelta, acusando escasas relaciones con el peine; la cara pequeña, acecinada, hirsuta, con su nariz fina y curva, con sus pómulos prominentes, con los ojillos azul de acero, con sus labios finos, torcidos hacia un lado por "la continuación del pito", ofrecía una indefinible expresión de bondad, de astucia, de fuerza, de penas pasadas, de energías en reserva.

Cubierto el busto, huesudo y fuerte, por una camisa de lienzo, metidas las piernas en amplio pantalón de pana,—roído y rodilludo.—y los pies en agujereadas alpargatas de lona, mojadas con el rocío, esgrimiendo en la diestra, grueso y nudoso bastón de tala —respeto de canes— llegó a la cocina en momentos en que don Timoteo, en cuclillas soplaba el fuego a plenos plumones.

—Ostia! Cume hace frío cuesta mañana!—dijo a manera de saludo.

El viejo, sin volver la cabeza, habituado como estaba a la matutina visita de su vecino—respondió:

—Dejuro; mitá de agosto... Una helada macanuda...

Sin sacarse el sombrero de la cabeza, ni la pipa de los dientes, ni abandonar el garrote, don Gerónimo, el gringo don Gerónimo, el viejo chacarero,—tomó un banquito y arrimándolo al fogón, sentóse en silencio, esperando que el fuego ardiera, y chillase el agua de la pava, y preparara don Timoteo el cimarrón del desayuno.

Humeó el sebo sobre los tizones y a efectos de un recio soplido, brotó la llama, incendiando la hojarasca y llenando de luz rojiza la estrecha y negra cocina.

El viejo paisano se sentó sobre un trozo de ceibo, se sacó el pucho que tenía detrás de la oreja, cogió una rama encendida, prendió, chupó, y recién entonces dio vuelta y miró al visitante, diciéndole:

—¿Qué tal?


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3 págs. / 6 minutos / 27 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Contradicciones

Javier de Viana


Cuento


A Vicente Martínez Cuitiño.


Cuando yo conocí a don Cleto Medina, era éste un paisano viejísimo. Según la crónica comarcana, había comido dos rodeos de vacas, había consumido más de cien bocoys de caña de la Habana y había arrancado una fabulosa cantidad de pasto para... entretenerse.

Profesaba una filosofía optimista de acuerdo con su obesidad, su salud robusta y su rigidez. Tenía un optimismo a lo Leibnitz. Para él, como para el ecléctico pensador germano, nuestro mundo era el mejor de los mundos posibles, creyendo, como aquél, que hasta las más horrorizantes monstruosidades tienen por finalidad una acción salutífera.

Yo dudo de que don Cleto hubiese leído la "Teodicea", ni "Ale enmandatine primae philophiae", ni siquiera "Monadología"; primero porque, según creo, tampoco sabía leer. De cualquier modo, el enciclopédico sabio alemán y el ignaro filósofo gaucho, llegaban a idénticas conclusiones; lo que parece demostrar que tratándose del corazón humano, poco auxilio da la sabiduría para desentrañar problemas y tender deducciones.

Según don Cleto, ningún hombre, por malo que fuese, era malo siempre y con todos. Además, su maldad resultaba siempre inútil, aun cuando la observación superficial no descubriese el beneficio. Una vez me dijo:

—Los caraguataces duros y espinosos, la paja brava, toda la chusma montarás de los esteros, son malos, hacen daño, y uno se pregunta pa qué habrán sido criados... ¡Velay! Han sido criados pa una cosa güeña: pa impedir que los animales sedientos se suman en el bañao ande el agua es mala y ande apeligran quedar empantanaos...

La reflexión era digna de Bernardino de Saint Pierre.

Para comprobar su teoría, cierta tarde me contó la siguiente historia, que doy vertida del gaucho, porque ya queda muy poca gente que entienda el gaucho:


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Publicado el 30 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Hermanos

Javier de Viana


Cuento


A Eduardo Acevedo Díaz.


Era en 1870, a principios de la guerra blanca encabezada por Timoteo Aparicio, lanceador famoso.

Policarpo y Donato anduvieron por mucho tiempo en medio de la soledad tan negra y silenciosa, que el primero, a instantes, creía estar inmóvil, dormido y soñando, haciéndose necesario un esfuerzo grande de voluntad para volver al hecho real.

Parecerá exageración y no lo es. Necesítase costumbre, hábito de muchos años, para no caer en este estado de semi inconciencia, tras una larga marcha a caballo; los músculos mordidos por la fatiga, el cerebro escarbado por el sueño.

Y unido a eso, la penosa impresión del medio ambiente: las tinieblas que la mirada no consigue sondar por más que se dilaten hasta el dolor las pupilas; por todas partes el silencio, el imponente silencio del campo, que nada turba: en la grande y muda soledad hostil, el alma se estremece y se contrae en dolorosa sensación de pequeñez, de aislamiento y de impotencia.

Dominado por la inmensidad que vencía las insistencias del amor propio, Policarpo interpeló a su acompañante.

—¡Donato! —exclamó.

—¡Chut! —respondió el negro; y como éste había sofrenado su caballo, se encontraron los dos viajeros uno junto a otro.

—¡Donato!—volvió a decir el mozo; y el interpelado respondió con voz autoritaria y petulante:

—Primeramente, has de saber que quien va juyendo nunca debe hablar juerte.

—¿Y acaso nosotros vamos huyendo?

—Dejuramento: tuito aquel que yeba peligro pu'ande va, va juyendo. Acomódate en el mate esta sabiduría, que a la fija no te enseñaron los dotores de la ciudá.

Policarpo no encontró réplica y reconociendo la lógica del filósofo simiesco, dijo:

—Bueno, ¿y qué?


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6 págs. / 10 minutos / 30 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

La Escalera

Isidoro Fernández Flórez


Cuento


—¿Sabes quién ha vuelto de París?—me preguntó ayer un amigo.

—¡Qué he de saber, hombre! Vamos, dime quién.

—¡Marianito Lucientes!

Y ahora voy á contar á ustedes por qué se había marchado á París Marianito.

Hace cuatro años, y á eso de las once de la noche, me dirigía yo hacia mi casa, por la calle Mayor, cuando, de pronto, sentí un golpe violento en la espalda. Me volví, sorprendido y furioso, y ví que el golpe me lo había dado un caballero que llevaba una escalera en el hombro. Un caballero, si, señores, y esto era lo sorprendente.

El siguió, sin decirme una palabra, con paso rápido, con ademán descompuesto, y hasta me pareció que hablando á media voz consigo mismo.

Me quedé atónito; acababa de conocer en el caballero de la escalera á mi amigó Lucientes; un joven distinguido, letrado, empleado en el ministerio de Hacienda, con sus puntas y ribetes de poeta y músico.

—No puede ser él—me dije.—Si es él—añadí,—es que se ha vuelto loco.

Y eché tras él, hacia los Consejos, gritando:

—¡Eh, Marianito!

Pero Marianito no volvió la cabeza.

Era una noche de Febrero, clara, pero muy fría; la calle estaba desierta.

—¡Está loco! No es posible dudarlo. ¡Una persona decente por la calle, con una escalera, ni más ni menos que un cartelero! ¿Qué misterio es este?

Pero Marianito no corría, volaba. Verdad es que la escalera era muy delgada y corta.

Marianito llegó al final de la calle Mayor, y, en vez de torcer hacia Palacio, como yo me figuraba, entró en el Viaducto.

Una idea terrible atravesó mi cerebro. Acababan de alzar la verja del puente, con objeto de que los desesperados de la vida no pudieran arrojarse de un salto, como estaba de moda.

En efecto; Mariano entró en el puente, y, antes de llegar al centro, aplicó la escalera á la barandilla, subió un tramo...


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Publicado el 30 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

El Número 6

Isidoro Fernández Flórez


Cuento


Saliendo de la ciudad por la puerta del Sur, se entraba en una carretera festoneada de álamos negros y de miserables casucas. Esta carretera terminaba en una indicación de plaza, en la cual tenían principio varios caminos; el de la derecha conducía á un cementerio. Desde muy lejos se vela una blanca y larga tapia, y sobre ella calan algunos sauces y detrás se alzaban algunos cipreses.

Las casucas de la carretera eran, en su mayoría, depósitos de trapo, cebaderos de cerdos, merenderos y tabernas. En una de ellas, en una de las más miserables, vivía la familia del tío Bruno, es decir, éste, su mujer y su hija, niña de seis ó siete años.

El tío Bruno había tenido todas las ocupaciones y oficios que puede tener un hombre de mucha fuerza y de escaso entendimiento. Había sido mozo de cuerda, albañil, pocero, ayudante de hortelano, arriero, mayoral, matutero, empedrador, y se habla ganado la vida siempre con buen deseo y con incesante fatiga.

Era brusco y silencioso, muy al contrario de su mujer, que hablaba y gritaba, y disputaba siempre. En la actualidad tenía un oficio siniestro: era conductor de un carro fúnebre. No del carro de una funeraria, sino de un carro de traer y llevar tierra, que servia, revestido de algunas tablas pintadas, para llevar cadáveres al cementerio. La ciudad estaba infestada del cólera y los entierros se hacían al por mayor, algunas veces de día y otras de noche.

Hemos dicho que la mujer del tío Bruno no era como éste; cierto. El tío Bruno era un hombre rudo y brutal en sus maneras, pero en el fondo tenía buen corazón; su mujer era mala, mala de remate, y tan cruel como lo son los pobres cuando son crueles.


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Publicado el 30 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Los Ojos Verdes

Isidoro Fernández Flórez


Cuento


El señor D. Cayetano Cienfuentes, feliz esposo de una de las mujeres más lindas de Madrid, estuvo de visita en casa de la generala Bisalto, y como allí se hablase de que el espiritual joven D. Antonio Púrpura había concluido sus relaciones íntimas con la baronesa de la Flor, tuvo el mal acuerdo de preguntar el motivo de haberse roto tales relaciones.

La generala respondió sencillamente:

—La baronesa es una celosa insufrible.

Pero al día siguiente, cuando le entraron el chocolate á D. Cayetano, le entraron una carta, cuyo sobre y letra le sorprendieron, por ser el uno de papel bastante ordinario y la otra de unos palos torcidos y raros, como patas de mosca.

Abrió el sobre con verdadera inquietud y leyó:

«La generala te dijo ayer que Púrpura ha reñido con la baronesa, porque ésta le martirizaba con sus celos. Fue muy amable contigo la generala, puesto que pudo decirte lo siguiente:—¡Ha dejado a la baronesa por su mujer de usted!»

Don Cayetano se quedó sorprendido, asustado, indignado y confuso. Leyó una y cien veces el anónimo; se levantó muchas veces de la silla y se dirigió hacia el cuarto de su mujer, hacia su cuarto de vestir, hacia la puerta de la calle...


Por fin, volvió á sentarse. Dobló la carta, la metió en el sobre y la puso junto á la bandeja de los bizcochos. Meditó largo rato, y, meditando, inconscientemente fué tragando sopas de soconusco.

Pero su serenidad era sin duda ficticia; nerviosos movimientos indicaban su agitación interna.

Cuando concluyó los bizcochos su resolución estaba tomada. Un drama, sin duda, iba á surgir del fondo de aquella jicara de chocolate.

Entró en su despacho, escribió dos cartas á dos íntimos amigos suyos, citándoles para dentro de dos horas en el Casino; se vistió, tomó su sombrero y su bastón y salió de su casa, dirigiéndose á la de Antonio Púrpura.


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6 págs. / 10 minutos / 42 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

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