En Alta Mar
Isidoro Fernández Flórez
Cuento
El trasatlántico resopló y se detuvo.
Cesó el rumor de las conversaciones de los viajeros, los rechinamientos de las máquinas, el vocerío de la maniobra.
El cielo estaba raso; las olas se movían sin cambiar de sitio, al parecer, como montañas de plata y de esmeralda que tiemblan. Caía la tarde.
El infinito del cielo y el infinito del mar se perdían en dos líneas de luz y nácar.
¡Ahora, parado el buque, comprendíamos mejor nuestra insignificancia, nuestra pequeñez, nuestro aislamiento; la incertidumbre del humano destino! La tripulación formó sobre cubierta... Los pasajeros, con el sombrero en la mano, y las pasajeras, con la cabeza envuelta en blondas, tules y pañuelos obscuros, se agruparon también.
Apareció por una escotilla el capellán: era grueso y sonrosado, el pelo blanquísimo, de aspecto bondadoso. Sus dedos regordetillos movían nerviosamente las hojas de su breviario.
Salieron detrás dos hombres, dos marineros, que subían un saco de lona. Eran muy recios; uno de ellos, colosal. Encontraban ligera la carga y la traían con ademanes de cariñoso cuidado y de respeto.
Este saco afectaba una forma estrecha, larga, elegante, de líneas humanas. A no dudar, contenía un cadáver, y un cadáver de mujer.
Salto después el capitán del buque, segundo de sus subalternos. Todos con la cabeza descubierta y todos tristes. No con la tristeza que imponía el ceremonial, sino con la de un dolor sincero.
Dando el brazo al capitán, y arrastrado por éste, como un autómata, como un sonámbulo, venía un hombre joven, de gallarda figura, moreno, robusto; verdadero tipo del trabajo triunfante. Sin duda que era uno de esos grandes obreros del siglo, que transforman las soledades en poblados, que traen ríos de lejos, que unen mares y que tallan en facetas este diamante que se llama Mundo.
Al verle se estremecieron todos.
—¡Pobrecillo!
—¡Desgraciado!
Dominio público
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Publicado el 30 de agosto de 2022 por Edu Robsy.