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Había una Vez

Leónidas Andréiev


Cuento


I

Un rico comerciante que no tenía familia, Lorenzo Petrovich Koscheverov, llegó a Moscú para consultar con los médicos. En vista de que su enfermedad presentaba cierto interés científico se le admitió en la clínica universitaria. Dejó su maleta y su pelliza abajo, en el vestíbulo. Arriba, donde estaba la sala de enfermos, le recogieron su traje negro y su ropa interior, dándole en cambio una larga blusa gris, ropa interior limpia, que llevaba el sello «Sala número 8», y unas pantuflas. La camisa era demasiado pequeña y la asistenta fué a buscar otra.

—¡Es que sois tan grandes!—dijo al salir del cuarto de baño, donde los enfermos cambiaban de ropa.

Lorenzo Petrovich, medio desnudo, esperó con paciencia su regreso. Bajando su gran cabeza calva examinó su alto pecho minuciosamente, colgante como el de una vieja, y su vientre un poco inflado, que caía hasta las rodillas. Todos los sábados tomaba un baño y examinaba su cuerpo; pero ahora le parecía muy otro, débil y enfermizo a pesar de su vigor aparente. Desde el momento que le quitaron su ropa llegó a creer que no se pertenecía ya y estaba dispuesto a hacer todo lo que se le dijera.

La asistenta volvió con otra camisa, y aunque Lorenzo Petrovich tenía aún bastantes fuerzas para aplastar a la buena mujer con solo un dedo, permitió dócilmente que lo vistiera, y pasó torpemente la cabeza por la camisa. Con la misma obediente torpeza esperó a que le anudara las cintas de la camisa alrededor del cuello y la siguió a la sala. Andaba muy suavemente con sus pies de oso, como andan los niños cuando las personas mayores los conducen a donde no saben, quizá a castigarlos. La nueva camisa era también estrecha y le molestaba, pero no tenía valor para decírselo a la asistenta, no obstante que en su casa de Saratov docenas de hombres temblaban ante su mirada.


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Dominio público
21 págs. / 37 minutos / 221 visitas.

Publicado el 25 de diciembre de 2016 por Edu Robsy.

En Casa del Ocultista

Dimitrios Vikelas


Cuento


Capítulo 1

El comedor del doctor en el que los clientes aguardaban el turno de la visita estaba casi vacío. Eran las once de la mañana y el doctor recibía desde las nueve á las once y media. Por la mañana, á primera hora, hacía su visita al hospital y después del mediodía visitaba los enfermos en sus casas. Su numerosa clientela no se limitaba sólo á los habitantes de Atenas, porque su fama de excelente oculista, se había extendido á provincias y hasta al extranjero. Los enfermos acudían á él de todas partes, teniendo muy particular cuidado de llegar puntuales para tomar buen sitio, de manera que era muy raro que alguien se presentase pasadas las once. Por esta razón, la cocinera que desde la cocina situada en el patio abría la puerta tirando un cordón, y mostraba á los visitantes la entrada de la casa, en frente la cocina, v la puerta del comedor, á la derecha, al mismo nivel del patio, en aquella hora cesaba ya de ordinario de ocuparse en recibir clientes para entregarse exclusivamente á la preparación del almuerzo.

Faltaban todavía para ver al médico tres clientes, ó por mejor decir, cuatro; una señora elegante con una niña cuyos ojos estaban cubiertos con un vendaje de tela blanca; un señor de mediana edad, que llevaba anteojos, pero que en apariencia no tenía daño alguno en la vista, y un jóven.

Este último seguía la carrera de letras y se preparaba para sus exámenes. El pobre sufría mucho y tenía constantemente la mano sobre su ojo izquierdo. Le tocaba ya el turno y aguardaba con verdadera impaciencia, de pie, y con el ojo derecho fijo en la puerta del despacho del oculista.

El hombre de mediana edad, era nada menos que el subprefecto de la isla de Santorín. Aprovechando su permanencia en Atenas iba á consultar al oculista gratis, porque ya le había pagado una consulta un año antes, á fin de saber si debía cambiar sus cristales por otros más fuertes.


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18 págs. / 33 minutos / 105 visitas.

Publicado el 2 de enero de 2017 por Edu Robsy.

Un Recuerdo

Dimitrios Vikelas


Cuento


Capítulo 1

Han pasado desde entonces muchos años. Yo era muy joven y por primera vez viajaba solo. Iba á Francia pasando por Italia. En aquella época los viajes eran más difíciles, más costosos, y al mismo tiempo más largos de lo que lo son hoy día. Los vapores no surcaban los mares con la misma velocidad ni eran tan numerosos corno ahora, sino que se detenían en los distintos puntos, dando tiempo á los viajeros para visitar las ciudades por que pasaban, siempre y cuando (se comprende) tuviesen los pasaportes en regla y fuera permitida la libre comunicación. Ni tampoco los ferrocarriles, abreviando las distancias, unían todavía las ciudades de Europa. Por mar ó por tierra el viajero caminaba sin prisas, teniendo tiempo de respirar, de descansar y de satisfacer su curiosidad. ¡Y con qué curiosidad se viaja cuando uno es joven y cuando se ve por vez primera un mundo nuevo y desconocido! Todo entonces provoca la admiración y exalta la fantasía. ¡Oh! la juventud, mientras dura, todo lo embellece, pero ¡cuán presto pasa!


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8 págs. / 15 minutos / 89 visitas.

Publicado el 2 de enero de 2017 por Edu Robsy.

La Destrucción de un Molino

Kostis Palamas


Cuento


Capítulo 1

Muy cerca de la ciudad y unida á ella por una corta escollera de piedra del muelle, se extendía árida y desnuda una isleta, cuya superficie apenas abrazaba unas quinientas áreas sobre el poco profundo mar que lamía los piés de dicha ciudad. Ninguna defensa la guardaba de las embestidas de las olas, ni ninguna sombra de los rayos solares. Sobre su pegajoso suelo en el cual brillaban, como láminas de plata, granos de compacta sal y en el que la verba era tan escasa como abundantes las espinas, los pescadores cantando alegremente arreglaban sus barquichuelos y los niños jugaban con algazara ruidosa. En medio de la isleta se alzaba un antiguo molino de viento destrozado. Las hendiduras y ruinas cubrían su redonda periferie; las piedras se derrumbaban de su cima, formando alrededor de su base improvisados asientos y escalones. Donde antes estuvieron la puerta y las ventanas, abríanse anchurosos boquerones irregulares, y en vez de las aspas que el soplo del viento movía con rapidez se adelantaba horizontalmente un largo madero, como informe hueso de un esqueleto. El molino á trechos amarillento, á trechos negro, llevaba encima las huellas de los ataques de dos enemigos invencibles, el tiempo y el fuego.


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21 págs. / 37 minutos / 77 visitas.

Publicado el 2 de enero de 2017 por Edu Robsy.

La Expiación de mi Madre

Giorgos Viziinos


Cuento


Capítulo 1

Annoula era nuestra única hermana, el niño mimado de la familia; todos la querían, pero más que todos nuestra madre. En la mesa la hacía sentar siempre a su lado; le daba la mejor parte de lo que debíamos comer, y mientras que para vestirnos, se utilizaban los antiguos trajes de nuestro difunto padre, Annoula los estrenaba siempre nuevos. Lo mismo pasaba con los estudios; nunca se la forzaba; Annoula iba á la escuela ó se quedaba en casa á su capricho, lo cual no se nos permitía á nosotros, bajo ningún motivo.

En cualquiera otra familia tan marcadas preferencias provocaran celos peligrosos entre los hijos, sobre todo siendo éstos pequeños; por lo que á mí toca, en la época en que comienzo este relato, apenas tenía siete años, y era mayor que ella, pero nos hallábamos convencidos de que el amor de nuestra madre por Annoula, en el fondo, era imparcial é igual para todos. Considerábamos tales privilegios como las manifestaciones exteriores de un sentimiento de compasión hacia la pequeñita, y hasta nos lo explicábamos perfectamente, porque Annoula desde sus más tiernos años había sido débil y enfermiza. Todos cedíamos gustosos la preferencia á nuestra hermanita, y á la verdad, se lo merecía. Nunca fué arrogante ni imperiosa con nosotros; antes al contrario, á todos nos prodigaba iguales muestras de afecto. Recuerdo perfectamente sus grandes ojos oscuros, sus cejas arqueadas y juntas que parecían más negras cuánto más pálido su semblante.

A medida que su enfermedad se agravaba, más amante y cariñosa se volvía para con nosotros. A menudo guardaba las frutas que los vecinos le regalaban para refrescarla y nos las daba cuando volvíamos de la escuela. Pero esto lo hacía siempre á hurtadillas porque nuestra madre se enfadaba de vernos comer á mandíbula batiente, lo que deseaba que tan sólo gustase su hija.


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22 págs. / 40 minutos / 79 visitas.

Publicado el 2 de enero de 2017 por Edu Robsy.

Ventanas

Luis Fontana


Cuento


Estos tipos son así— me dije— hacen lo que quieren..., nacieron con esa faceta extraña y ahí los tenés, personajes oscuros que llevan una doble vida y que suelen ser callados porque no les interesa el mundo ajeno.

A mí me parecía que el libro era de una calidad inusual y que no merecía estar perdido en esa librería del barrio como uno más. Me atrapó la prosa cuidada y algunos giros inesperados. Era evidente que el autor era culto y sabía de lo que hablaba. Me enojó que su libro pasará desapercibido entre tantas porquerías que las editoriales no dudan en publicar.

El librero se dio cuenta de mi concentración.

— ¿Es bueno, no?

Asentí y me reconfortó encontrar un cómplice en la calidad literaria. Para mi sorpresa, y luego de entrar un poco en confianza, me dijo que el autor vivía a no muchas cuadras de allí, que le había costado mucho costearse la edición del libro y que pasaba cada tanto disimuladamente para ver si la pila de ejemplares descendía apenas un poco. Triste, me confesó que la gente ni lo miraba y que optaba por los libros de autoayuda y ese tipo de cosas.

Seguí leyendo un rato más uno de los relatos y entendí que —definitivamente— estaba frente a un gran escritor.

No dudé en tomar dos, para ganarme aún más la simpatía del dueño y logré sacarle la dirección de la casa con la excusa de conseguirle un reportaje en alguna radio.

Obtuve el dato pero también un consejo de último momento:

— De todos modos no sé si le conviene ir a verlo..., ya sabe cómo son...

Cerré la puerta del negocio y sentí otra vez el frío y la llovizna.

Mi existencia no tenía mayor rumbo, la verdad. Mis hijos ya habían hecho su propia vida y volver a mi casa era volver a lo de siempre. Opté, por una vez, seguir mis instintos y llegar al barrio que estaba detrás de la alameda.


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2 págs. / 3 minutos / 42 visitas.

Publicado el 9 de enero de 2017 por usuario no registrado.

Pacto

Luis Fontana


Cuento, pacto


Hacia 1916 los hermanos Barraza ya sumaban cinco. El menor de ellos, que daría demasiado que hablar una década después, hacía sus primeras armas con las letras. Los mellizos, siempre atentos a sus propios traumas de personalidad y diferenciación no generaron mayor problema. Me detengo a hablar entonces de Marisol, la segunda mujer, que desde el principio -en los años de la finca y del campo- incomodó a todos con su silencio y su introspección. Muchos estudiosos de su hoy famosa obra concluyen en que semejante producción no podía sino ser resultado de la soledad. Otros, entre los que me gustaría anotarme, sospechamos la verdad.
Recorro Venecia. Me quedan pocos días, y aprovecho para visitar el museo donde exponen a Marisol Barraza en medio de homenajes por los veinte años de su muerte. Inspecciono con dificultad -por mis ojos añosos- y trato de encontrar entre los concurrentes al hombre que he buscado por años. Me dijeron alguna vez en Buenos Aires, antes de intentar que dejara de investigar, que disimulaba una cicatriz con una barba que por momentos era rojiza y que su altura incomodaba al interlocutor. Apenas hago lugar entre el gentío y los vendedores de cuadros cuando lo veo. Me hiela el miedo y trato de camuflarme ente algunos turistas. El tipo ni siquiera me sospecha. A pesar de cargar en su conciencia con semejante atrocidad no parece estar demasiado atento a que lo estén siguiendo.Tomo aire, junto fuerzas y decido mostrarle el papel sin decirle una palabra. Lo lee sin mirarme. Me hace una seña con la cabeza que puede interpretarse como que nos veremos en la galería de afuera. Palpo el arma debajo del saco y me dispongo a seguirlo. Venecia cae en el crepúsculo y ya estamos los dos solos con un simple papel firmado.Con pocas palabras y miradas duras me sugiere negociar. Me alejo disimuladamente de él para tener el papel bajo mi control y evitar que me lo arrebate. Pienso en su oferta y recuerdo a Marisol. Ella quizás hubiera negociado- me digo.


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1 pág. / 2 minutos / 26 visitas.

Publicado el 28 de enero de 2017 por usuario no registrado.

El Milagro de Purun Baghat

Rudyard Kipling


Cuento


La noche que sentimos
que la tierra se abriría,
lo hicimos, tomado de la mano,
en pos nuestro venirse.
Porque lo amábamos con el amor
aquel que conoce pero no entiende.
Y cuando de la montaña
el estallido percibióse,
y todo hubo caído
como lluvia extraña,
lo salvamos nosotros,
nosotros, pobre gente;
pero, ¡ay! siempre
permanece ausente.
¡Gemid! Lo salvamos,
pues también aquí,
entre esta pobre gente,
hay sinceros amores.
¡Gemid! No despertará
nuestro hermano.
Y su propia gente
nos echa de nuestro remanso.

(Canto elegíaco de los langures.)


En la India había una vez un hombre que era primer ministro de uno de los estados semi—independientes que hay en el noroeste del país. Era un brahmán de tan alta casta, que las castas ya no tenían ningún significado para él; su padre había tenido un importante cargo entre la gentuza de ropajes vistosos y de descamisados que formaban parte de una corte india a la antigua.

Pero, conforme Purun Dass crecía, notaba que el antiguo orden de cosas estaba cambiando, y que si cualquiera deseaba elevarse, era necesario que estuviera bien con los ingleses y que imitara todo lo que a éstos les parecía bueno. Al mismo tiempo, todo funcionario debía captarse las simpatías de su amo. Algo difícil era todo esto, pero el callado y reservado brahmancito, ayudado por una buena educación inglesa recibida en la universidad de Bombay, supo manejarse bien, y se elevó paso a paso hasta llegar a ser primer ministro del reino; esto es, disfrutó de un poder más real que el de su amo, el Maharajah.


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Dominio público
19 págs. / 34 minutos / 270 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Arria Marcella, Recuerdo de Pompeya

Théophile Gautier


Cuento


Tres jóvenes, tres amigos que habían viajado juntos a Italia, visitaban el año pasado el museo Studii de Nápoles donde se hallan reunidos los diversos objetos antiguos exhumados de las excavaciones de Pompeya y Herculano.

Se habían dividido a través de las salas y contemplaban los mosaicos, los bronces, los frescos de las paredes de la ciudad muerta, según les dictaba su capricho, y cuando uno de ellos había hecho un descubrimiento curioso, llamaba a sus compañeros con gritos de alegría, escandalizando a los taciturnos ingleses y a los tranquilos burgueses dedicados a hojear su catálogo.

Pero el más joven de los tres, detenido ante una vitrina, parecía no oír las exclamaciones de sus amigos, absorto como estaba en una contemplación profunda. Lo que examinaba con tanta atención, era un fragmento de ceniza negra solidificada que tenía una forma especial: era como un pedazo de molde de estatua roto por la fundición; la mirada experta de un artista hubiera reconocido fácilmente la silueta de un seno admirable y de un costado de estilo tan puro como el de una estatua griega. Se sabe, y la más sencilla guía del viajero lo indica, que la lava, endurecida alrededor del cuerpo de una mujer, ha conservado su maravilloso contorno, Gracias al capricho de la erupción que destruyó cuatro ciudades, aquella noble forma, reducida a polvo desde hace casi dos mil años, ha llegado hasta nosotros; la curva de una garganta ha atravesado los siglos cuando tantos imperios desaparecidos no han dejado ni rastro… Aquel sello de belleza, puesto por el azar sobre la escoria de un volcán, no se ha borrado.

Al ver que se obstinaba en su contemplación, los dos amigos de Octavien se dirigieron hacia él, y Max, tocándole en el hombro, le hizo estremecerse como a un hombre sorprendido en su secreto. Evidentemente Octavien no había oído llegar a Max ni a Fabio.


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Dominio público
34 págs. / 59 minutos / 318 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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