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La Condesa de Cela

Ramón María del Valle-Inclán


Cuento


I

«Espérame esta tarde». No decía más el fragante blasonado plieguecillo.

Aquiles, de muy buen humor, empezó a pasearse canturreando retazos zarzueleros, popularizados por todos los organillos de España. Luego quedóse repentinamente serio. ¿Por qué le escribiría ella tan lacónicamente? Hacía algunos días que Aquiles tenía el presentimiento de una gran desgracia: Creía haber notado cierta frialdad, cierto retraimiento. Quizá todo ello fuesen figuraciones suyas, pero él no podía vivir tranquilo.


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17 págs. / 30 minutos / 81 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Eulalia

Ramón María del Valle-Inclán


Cuento


I

Larga hilera de álamos asomaba por encima de la verja su follaje que plateaba al sol. Allá en el fondo, albeaba un palacete moderno con persianas verdes y balcones cubiertos de enredaderas. Las puertas, áticas y blancas, también tenían florido y rumoroso toldo. Daban sobre la carretera y sobre el río. Cuando Eulalia apareció en lo alto de la escalinata, sus hijas, tras los cristales del mirador, le mandaban besos. La dama levantó sonriente la cabeza y las saludó con la mano. Después permaneció un momento indecisa. Estaba muy bella, con una sombra de vaga tristeza en los ojos. Suspirando, abrió la sombrilla y bajó al jardín. Alejóse por un sendero entre rosales, enarenado y ondulante. El aya entonces retiró a las niñas.

Eulalia salió al campo. Su sombrilla pequeña, blanca y gentil, tan pronto aparecía entre los maizales como tornaba a ocultarse, y ligera y juguetona, volteaba sobre el hombro de Eulalia, clareando entre los maizales como una flor cortesana. A cada movimiento, la orla de encajes mecíase y acariciaba aquella cabeza rubia que permanecía indecisa entre sombra y luz. Eulalia, dando un largo rodeo, llegó al embarcadero del río. Tuvo que cruzar alegres veredas y umbrías trochas, donde a cada momento se asustaba del ruido que hacían los lagartos al esconderse entre los zarzales y de los perros que asomaban sobre las bardas, y de los rapaces pedigüeños que pasaban desgreñados, lastimeros, con los labios negros de moras… Eulalia, desde la ribera, llamó:

—¡Barquero!… ¡Barquero!…

Un viejo se alzó del fondo de la junquera donde adormecía al sol. Miró hacia el camino, y cuando reconoció a la dama, comenzó a rezongar:

—Quédeme en seco… Apenas lleva agua el río… De haberlo sabido…

Arremangóse hasta la rodilla, y empujó la barca medio oculta entre los juncales. Eulalia interrogó con afán:

—¿Hay agua?


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17 págs. / 30 minutos / 62 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Señora del Pino

José Pedro Bellán


Cuento


Llegué a la ciudad de X., un domingo a las siete de la noche. En ese momento, mi amigo, confundido entre una multitud de personas, recorría el andén mientras observaba el interior de los vagones

Se llamaba Julio Serrano. Frisaba en los treinta y dos años. Era alto, fornido, de juicio recto y muy animoso.

Habíase graduado en Medicina a los veintisiete años. Médico al fin, resolvió establecer su consultorio en uno de los pueblos cercanos a la Capital, donde casó un año más tarde, con la hija de un rico negociante, hermosa mujer, que lo mostraba con orgullo en los salones, cual si hubiese hecho una adquisición rara y costosa.

Poseía, Julio, en extremo, ese don que tienen algunos hombres, de agradar al primer golpe de vista. Su gran cultura le permitía colocarse en un plano de inferioridad intencionada, cosa que le había valide la sonrisa de las mujeres y la confianza de los hombres.

Se hizo médico de moda; se hizo ese ser necesario, enigmático, que penetra en las alcobas suntuosas, lento y desdeñoso. Y aun cuando él me asegurara en sus cartas que en el transcurso de tres años, sólo había hecho tres curas, sus triunfes comenzaban a celebrarse en la capital.

Me dirigí a él, llamándole, y como sucede generalmente en esos casos, sólo me vió cuando le tuve abrazado.

—¡Al diablo!... ¡Cómo no te vi!—exclamó con alegría.

—Ahí está el peligro de ver las cosas muy de cerca,—contesté riendo.

Nos abrazamos de nuevo, y el cariño que nos unía desde tanto tiempo, acreció en aquel instante.

Entramos en una de las salas de espera y nos sentamos. Preguntaba él, preguntaba yo. En un breve plazo revivimos los hechos principales en los cuales habíamos actuado separadamente. Y así, después de haber formado esa red de comunicación que tejen las ideas y los sentimientos, nos pareció que no había mediado entre nosotros ausencia alguna.


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Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

En el Siglo XXIX: la Jornada de un Periodista Americano en el 2889

Julio Verne


Cuento


Los hombres de este siglo XXIX viven en medio de un espectáculo de magia continua, sin que parezcan darse cuenta de ello. Hastiados de las maravillas, permanecen indiferentes ante lo que el progreso les aporta cada día. Siendo más justos, apreciarían como se merecen los refinamientos de nuestra civilización. Si la compararan con el pasado, se darían cuenta del camino recorrido. Cuánto más admirables les parecerían las modernas ciudades con calles de cien metros de ancho, con casas de trescientos metros de altura, a una temperatura siempre igual, con el cielo surcado por miles de aerocoches y aeroómnibus. Al lado de estas ciudades, cuya población alcanza a veces los diez millones de habitantes, qué eran aquellos pueblos, aquellas aldeas de hace mil años, esas París, esas Londres, esas Berlín, esas Nueva York, villorrios mal aireados y enlodados, donde circulaban unas cajas traqueteantes, tiradas por caballos. ¡Sí, caballos! ¡Es de no creer! Si recordaran el funcionamiento defectuoso de los paquebotes y de los ferrocarriles, su lentitud y sus frecuentes colisiones, ¿qué precio no pagarían los viajeros por los aerotrenes y sobre todo por los tubos neumáticos, tendidos a través de los océanos y por los cuales se los transporta a una velocidad de 1500 kilómetros por hora? Por último, ¿no se disfrutaría más del teléfono y del telefoto, recordando los antiguos aparatos de Morse y de Hugues, tan ineficientes para la transmisión rápida de despachos?

¡Qué extraño! Estas sorprendentes transformaciones se fundamentan en principios perfectamente conocidos que nuestros antepasados quizás habían descuidado demasiado. En efecto, el calor, el vapor, la electricidad son tan antiguos como el hombre. A fines del siglo XIX, ¿no afirmaban ya los científicos que la única diferencia entre las fuerzas físicas y químicas reside en un modo de vibración, propio de cada una de ellas, de las partículas etéricas?


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Publicado el 29 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

La Bruja del Ideal

José Alcalá Galiano


Cuento


I had a dream which was not all a dream.

Byron.

El presente cuento no ha sido inspirado por ninguna de las nueve musas griegas, ni por esa otra y verdadera musa universal que se la llama la Imaginacion. Ni mi fantasía, ni mi entendimiento, ni mi razon, ni ninguna de las facultades de mi espíritu le ha concebido. Para eludir toda responsabilidad de autor, debo hacer una declaracion franca y terminante:

Este cuento ha sido un sueño.

Y no un sueño de esos que el escritor suele inventar despierto y luego supone que ha soñado. Puedo jurar que tal como le soñé le refiero, siendo sólo de mi cosecha las palabras con que le describo y los juicios con que le interpreto. Sueño fantástico en su forma, profundo en su sentido, háme parecido digno de consagrarle algunas líneas, pintándole, explicándole y ofreciéndole á la curiosidad del lector desocupado, como una muestra de esas caprichosas concepciones de un cerebro dormido. En una hipnografía, este sueño mereceria consignarse como fenómeno de una elaboracion perfecta, lógica y vigorosa de una idea desarrollada en un argumento dramático, simbólico, con condiciones literarias; y adornado con todas las bellezas de las más potentes visiones de la imaginacion. Despierto jamás hubiera concebido el asunto, ni vislumbrado las formas bajo las cuales se presentó á mi mente dormida el sueño que ahora apénas acertaré á expresar con una torpe pluma, á la que faltan los colores y la vida que animaron mi encantada vision.


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Publicado el 30 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Novela Natural

Pedro Antonio de Alarcón


Cuento


I

En Madrid, hace dos o tres años, una tarde en que tan pronto llovía como salía el sol (pues, aunque terminaba Mayo, duraban todavía los lloriqueos primaverales, graciosos como todo lo que pertenece a la juventud, y no desconsolados y monótonos como las feas lluvias del lúgubre Noviembre); esa tarde, decimos, a cosa de las cuatro, veíase en medio de la plaza de Santa Ana una cartera de bolsillo, o, por decir mejor, un librito de memorias, sobre cuyo forro se leía la palabra francesa Notes.

El librito yacía en mitad del suelo, demostrando claramente que se le había perdido a algún transeúnte: habría sido lujoso, pero estaba muy estropeado su forro de piel de Rusia color de avellana: cerrábase por medio de un brochecito dorado, de esos que se abren con la uña del dedo pulgar; y, en fin, sería poco más grande que un naipe y algo más pequeño que una esquela de entierro doblada en la forma en que se suplica el coche.

No sabemos el tiempo que llevaría de estar allí aquel objeto, cuando, por la parte septentrional de la calle del Príncipe apareció una honrada señorita, que ya filiaremos, custodiada por un criado de aspecto decoroso; la cual cruzó diagonalmente la plaza, como dirigiéndose a la del Ángel, viniendo a pasar precisamente por el sitio en que yacía el librito de memorias. Violo; miró en torno suyo buscando al que lo hubiese perdido; y como no descubriera alma viviente delante ni detrás de sí (pues lloviznaba a la sazón, y, además, en tal mes y a tales horas no hay casi nunca gente en aquella explanada), hizo que el criado se lo alargase; interpuso pulcramente el pañuelo entre la piel de Rusia del libro y la piel de Suecia del guante, y siguió su camino, exhibiendo en cierto modo, o sea dejando ver a los transeúntes aquel hallazgo, por si alguno era su dueño, y resuelta, en último caso, a hacer anunciar el lance en el Diario de Avisos o en La Correspondencia de España.


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17 págs. / 30 minutos / 73 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Drama en una Aldea

Julia de Asensi


Cuento


I

Por tercera vez había sido elegido alcalde del lugar Pedro Serrano; no había en el país hombre más recto ni más honrado que él. No se mezclaba en asuntos ajenos, no sostenía discusiones políticas, no deseaba el menor daño al prójimo, pero cumplía siempre con su deber, aunque se tratase de castigar a su amigo más íntimo si este cometía una falta. Era viudo y no tenía más que una hija, una hija de quince a diez y seis años. Vivía además en compañía de una hermana suya, Romualda Serrano, viuda de Trujillos, que había servido de madre a su sobrina.

En la época en que empieza esta historia, el buen alcalde se hallaba seriamente preocupado; habíase levantado por allí una partida, se ignoraba si de hombres políticos o de malhechores, que había saqueado los pueblos inmediatos con el objeto de reunir fondos y llamar gente, y si bien es verdad que dicha partida había sido disuelta, que casi todos los que la componían se hallaban prisioneros, faltaba el jefe, el único que sabía el móvil que había impulsado a aquel puñado de valientes o de codiciosos a tomar las armas. A ellos se les había dado dinero ofreciéndoles mucho más para después de la pelea; al capitán debían haberle prometido algo mejor. El jefe no había podido salir de España, ni aun de la provincia; se ofrecieron recompensas a quien le prendiera; el mismo Pedro salía por mañana y tarde de su morada para buscar al enemigo; todo en vano, nadie le daba razón de él.

Vivía el alcalde a un extremo del pueblo, en una casa antigua y espaciosa, compuesta de dos pisos y una torre que tenía salida a una azotea. La fachada principal daba a la única calle, larga y ancha con edificios bonitos y modernos a derecha o izquierda, empedrada y limpia; la otra al jardín cuya terminación se perdía en el monte.


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Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

Matilde

Soledad Acosta de Samper


Cuento


«El infierno es un lugar en que no se ama.»

Santa Teresa de Jesús
 

La casa cural de la aldea de *** era la única habitación un tanto civilizada que se encontraba en aquellas comarcas. Después de la muerte de mi madre, mi hermana y yo fuimos a pasar algunos meses al lado del cura, que era nuestro tío.

Una noche se presentó un viajero suplicando que le diesen hospitalidad a él y a su señora que había enfermado repentinamente en el camino. Por supuesto nos apresuramos a abrirles la puerta de nuestra humilde habitación, ofreciendo nuestros servicios con el mayor gusto; no solamente excitadas por aquel espíritu de fraternidad que abunda en los campos, sino impelidas por la curiosidad latente que abriga todo él que vegeta en la soledad después de haber vivido en el seno de la sociedad.

El caballero no llegaría a los cuarenta años; alto un tanto robusto pero bien formado; sus modales cultos y su lenguaje cortés; pero en sus ojos de un azul pálido se notaba cierta rigidez y frialdad que imponía respeto a la par que aprehensión. Los ojos azules no son susceptibles de mucha expresión, pero cuando nos miran con suma dulzura son fríos, duros e inspiran súbitas antipatías.

La señora era más joven, pero estaba tan pálida y delgada y era tan débil y pequeña, que en el primer momento sólo vimos brillar un par de ojos negros y luminosos como dos estrellas en un cielo oscuro.


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Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Roque y el Bronquis

Serafín Estébanez Calderón


Cuento


Y apagando las luces, comenzaron con los asientos y con las muletas y bordones a zamarrearle a él y a sus corchetes, a oscuras, tocándoles los ciegos la gaita zamorana y los demás instrumentos, a cuyo son no se oían los unos a los otros, acabando la culebra con el día y con desaparecer los apaleados.

(El diablo Cojuelo.—Tranco V.)


Vuesas mercedes no saben lo que es un Roque, porque ignoran qué cosa es un Bronquis; no se pescan lo que es un Bronquis y un Roque, porque no han viajado por Andalucía, y si por allá han andado, no han visitado ciertos pueblos, y si los han visitado, no han asistido a ciertas y ciertas festividades, escenas, bureos, bailes, triscas y saraos de candil. Hoy me propongo llevaros, benévolos lectores, aunque sea sólo en fantasía a uno de estos entretenimientos recreativos, que así pudiera yo con igual facilidad a tales escenas positivamente, realmente, corporalmente, llevar y trasportar, ofrecer y presentar los lomos y espaldas de algunos amigos (seis fueron y seis quedaron) que yo me sé; y cuidado que no hablo en política. Mas porque vuestra fantasía no tenga que viajar, hender los aires y el espacio, y fatigarse por cosa de nonada y fruslería, me parece mejor, aquí mismo y galanamente relatando, poneros delante de los ojos cuadro tal, que bien os represente lo que saber queréis y yo mostraros quiero; cuadro en cuyos grupos ocupo yo lugar de privilegio, formando pareja con cierto inglés, mi camarada en la aventura, osado como pocos y curioso como ninguno.


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Publicado el 20 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Sobremortal

Leónidas Andréiev


Cuento


I

El día del vuelo comenzó bajo los mejores presagios: un rayo de sol naciente que acababa de penetrar en la obscura alcoba conyugal y un sueño matutino extraordinario, luminoso, lleno de alusiones misteriosas y alegres, un sueño conmovedor.

Yury Mijailovich Puchkarev era un piloto aviador experimentado: en año y medio había volado veintiocho veces (el número de años que llevaba en el mundo) y estaba aún vivo y no se había quedado, como tantos otros, manco o cojo. El sabía mejor que nadie, mejor que su misma mujer, cuán menguada era aquella experiencia y cuán engañadora aquella calma que, después de cada descenso feliz a la tierra, parecía borrar de la memoria las desgracias de otros aviadores y llenaba al público de una tranquilidad, por lo excesiva, un poco cruel. Pero era un hombre valeroso y no quería, pensando en eso, debilitar su voluntad, ni quitarle a la vida—breve de suyo—su sentido. «Puedo caer y matarme—decíase—. Demasiado lo sé. Pero ¿qué voy a hacerle...? Quizá se invente antes algo que evite las caídas. Entonces podréllegar a viejo, como cualquier otro mortal. No hay que preocuparse.»

La noche anterior, después de cenar, había dado, con su mujer, un paseo dulce y poético por las calles apartadas—obscuras y verdes—de la pequeña ciudad donde vivían hacía algún tiempo. A cosa de las once y media se había acostado, y se había dormido en seguida. Había oído, entre sueños, entrar, desnudarse y acostarse a su mujer. Un rato después le había parecido que algo como un pájaro inmenso aleteaba sobre la casa, llenaba la estancia de un ruido monótono y diríase que la ensanchaba. Sin despertarse del todo, había comprendido que era una tempestad. Pesadas gotas de lluvia tamborileaban en el tejado. Al amanecer, cuando los gorriones empezaban a cantar tras los cristales, había tenido aquel sueño, que ya había sido dos veces para él un augurio feliz.


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17 págs. / 30 minutos / 68 visitas.

Publicado el 22 de abril de 2020 por Edu Robsy.

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