«Amigo mio; los Gallegos, aun los de afición, como V., suelen tambien
cometer pecados poéticos; y el que acaba de llevar á cabo, diciendo, ha
visto helecho en la costa de Málaga, demuestra que la afición á
ponderar, tan propia es de Andaluces del Mediodía, como del Poniente.»
Tales fueron las palabras y la mala intención de un amigo
—naturalista insigne, á quien aprecio y respeto sincerísimamente— al
oirme decir, que yo habia visto helecho en las inmediaciones de Málaga.
«Pues, con todo eso —repliqué,— y aunque se niegue V. á creer lo del
helecho, le aseguro es tan cierto cuanto le digo, que, en volviendo á
Málaga, he de traerle unas ramas de la consabida planta, acompañadas de
la certificacion del alcalde, y autorizadas con testimonio de
escribano.»
Entonces, el naturalista, que, no por buen español, y amigo, por lo
tanto, de dar alguna que otra vez su zarpazo á Galicia, deja de ser
justo, hubo de convenir en que, pues yo lo aseguraba con toda
formalidad, habria helecho en la costa de Málaga; pero, añadió, no
dejaba de sorprenderle semejante noticia.
«Ese ya es otro asunto, —respondí yo;— y pues se trata de hablar con
formalidad, diré á V, no he visto helecho más que en el Arroyo de
Jaboneros, en el sitio llamado de la Mina, inmediato á Málaga; y como
los habitantes de aquellos alrededores aseguran no le hay en toda la
comarca, sino allí, bueno será que, con un tantico de historia y una
poca imaginacion, tratemos de explicar lo que tan extraño parece en
aquel clima. Poeta soy, si para serlo da derecho el amor al arte; y pues
la ciencia calla, hable la poesía, no sin tomar cuanto la historia
ofrezca, que, al cabo, el corazón y el alma, morada de lo que hoy
llamamos sentimiento, señorean regiones y horizontes desconocidos para
la humildísima razón humana, cuya vanidad ni aun á soberbia llega, si el
corazón y el alma no la ayudan.
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