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Decamerón

Giovanni Boccaccio


Cuento


PROEMIO

COMIENZA EL LIBRO LLAMADO DECAMERÓN, APELLIDADO PRÍNCIPE GALEOTO, EN EL QUE SE CONTIENEN CIEN NOVELAS CONTADAS EN DIEZ DÍAS POR SIETE MUJERES Y POR TRES HOMBRES JÓVENES.

HUMANA cosa es tener compasión de los afligidos, y aunque a todos conviene sentirla, más propio es que la sientan aquellos que ya han tenido menester de consuelo y lo han encontrado en otros: entre los cuales, si hubo alguien de él necesitado o le fue querido o ya de él recibió el contento, me cuento yo.


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Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Dos Cuentos Populares

León Tolstói


Cuento


I

Habiendo descansado Dios de sus múltiples trabajos, pensó en crear un nuevo ser engendrado por la unión maravillosa del cielo y de la tierra.

—«No lo creas, dijo severamente el ángel de la Verdad, porque mancillará tu santuario por gusto exaltará el Error y la tentación reinará sobre la tierra.

—»No lo creas, suplicó el angel de la Justicia, porque será cruel, no se amará más que á sí mismo y tiranizará á los demás. Será sordo para los gritos de dolor y los gemidos de las victimas no llegarán hasta su corazón.

—»Anegará la tierra en sangre, añadió el ángel de la Paz y el asesinato será su obra cotidiana. El horror de la ruina aniquilará á los paises y el miedo á la muerte violenta se infiltrará en las almas de todos.

»Y la frente del Todopoderoso se nubló; la unión maravillosa del cielo y de la tierra le pareció cosa vil y despreciable. Y en su voluntad eterna, maduró la resolución de no crear aquel ser, cuando la Misericordia, su hija menor y predilecta, compareció ante su trono. Abrazáronse á las rodillas del Padre y exclamó:

—»Créalo. Si todos tus servidores te abandonan yo iré en su auxilio y yo transformaré en cualidades sus defectos y sus vicios. Yo le protegeré para que no se aparte del camino de la Verdad. Yo inclinaré su alma á la compasión. Yo le enseñaré á ser misericordioso con cl débil.

» Y la frente del Todopoderoso se iluminó y brilló en su rostro la clemencia. La unión maravillosa del cielo y de la tierra fué y engendrá á un ser hecho á su imagen y semejanza.

—»¡ Vive! dijo el Todopoderoso, animándole con su soplo y sabe que eres hijo de la Misericordía...


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4 págs. / 7 minutos / 36 visitas.

Publicado el 22 de enero de 2025 por Edu Robsy.

El Rifle

Tomás Carrasquilla


Cuento


I

La mañana refulge gloriosa y las vitrinas de todos los almacenes están de gala, de alegría y paz en el señor. En esa víspera clásica se exhiben con ingenua elegancia, para tentación de chicuelos y de papás, cuantos juguetes, comestibles y ociosidades han creado las industrias nacionales y extranjeras. Gentes de toda clase y condición atisban aquí, husmean allá, trasiegan por dondequiera, en busca de los regalos que, en aquella noche de venturanzas, ha de traer el Niño Dios a la rapacería de la familia. Demandaderas y sirvientes van y vienen, cargados de cajas y envoltorios; los obsequios se cruzan, los presentes se cambian, mientras la horda mendicante implora e implora en ese momento cristiano en que los corazones se ablandan.

Un caballero, de aire noble y ya maduro, observa desde una esquina del Capitolio aquel agitarse vertiginoso de la colmena. Su aire revela hondos pesares. ¿Cómo no? Es un señor sin hijos, separado de su mujer y forastero en la capital. La soledad y el hielo de su vida le acosan en este día en que se rinde culto a la familia, se prende el lar de los afectos y se piensan en los ausentes y en los muertos queridos.

La felicidad que nota en tanta cara extraña le hace más acerba su desgracia.

— ¿Embolo mesio? —le dice un granujilla hasta de once años, con voz arrulladora de súplica. El hombre hace una señal de asentimiento, pone un pie sobre la caja y el menestralillo empieza.

Está astroso, desharrapado, roto; pero sus manitas y sus pies son escultóricos, sus uñas encañonadas y pulidas. En medio de aquel desaseo se adivina en esas extremidades el proceso de una estirpe aristocrática. En torno del raído casquete se alborotan unos bucles castaños que enmarcan una carita de tono ardiente, con facciones de ángel. Hay en sus movimientos, manipuleo y ademanes, esa gracia indecible de los niños cuando ejecutan con esmero algún trabajo.

El hombre lo estudia.


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12 págs. / 21 minutos / 1.572 visitas.

Publicado el 20 de junio de 2018 por Edu Robsy.

1808. Madrid en la Víspera

Isidoro Fernández Flórez


Cuento


Madrid estaba tranquilo en la víspera del Dos de Mayo.

—Murat—decían los franceses—ha escrito al emperador que no pasará nada.

Y el emperador confiaba en Murat. Sin embargo...

—¿Qué le parece á usted de los españoles?—preguntó á uno de sus ayudantes el gran duque de Berg.—Su aristocracia y su clero, sus soldados y su paisanaje, ¿le parecen á usted temibles?

—¡A mi no me parecen de cuidado aquí—le contestó el oficial—más que los frailes y las mujeres!

Madrid, pues, el día 1.º de Mayo, no sabía ni esperaba nada; si algo esperaba, era lo que le ordenasen desde el extranjero sus reyes; si algo sabía, es que las tropas del emperador se habían entrado en casa y no salían de ella.

Y había partidarios de Carlos IV.

Y había partidarios de Fernando VIL Y había partidarios de Napoleón.

Pero éstos se guardaban mucho de llamarse tales en voz alta.

Acaso en alguno de los puestos de libros de las Gradas, ó en casa de Cerro, de Toledano ó de Esparza, entre un rimero de ejemplares de la Alfalfa divina para los borregos de Cristo, y una pirámide de tomitos con el título de Instrucciones para bailar contradanzas y minuetes, decían algunos literatos:

—¿Han oído ustedes lo que corre por ahí? Lo ha dicho el paje de Bolsa de un contratista francés. Bonaparte dice que él sólo desea el mejoramiento de las instituciones políticas de España; que los españoles sean iguales ante la ley y ante el rey, y que la agricultura, el comercio y la industria sean libres, fecundas y nobles. Bonaparte dice que el águila francesa nos trae en su pico la rama de la dicha.

—¡Los españoles somos demasiado orgullosos para aceptar de un conquistador ni la felicidad!

¡Eso lo dirán cuatro afrancesados!

En los salones de los palacios y en los camarines de las duquesas, la conversación no es tan reservada.


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7 págs. / 12 minutos / 794 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

¿Castigo?

José de la Cuadra


Cuento


Al doctor J. M. García Moreno, que sabe cómo esta fábula, se arrancó angustiosamente a una realidad que, por ventura, se frustró...


Apenas leves, levísimas sospechas, recaían sobre la verdad de la tragedia conyugal de los Martínez.

Se creía que andaban todo lo bien que podían andar dada la diferencia de edad entre marido y mujer: cincuenta años, él; veinte, escasos y lindos, ella.

Se creía —sobre todo— que el rosado muñeco que les naciera a los diez meses de casados y que frisaba ahora con el lustro, había contribuido decisivamente a que reinara la paz, ya que no la dicha, entre los cónyuges.

Pero, lo cierto era que el hogar de los Martínez merecía ser llamado un ménage a trois. La mujer se había echado encima un amante al segundo año de casada.

El amante de Manonga Martínez era el doctor Valle, médico.

Cuando Pedro Martínez, agente viajero de una fábrica de jabón, íbase por los mercados rurales en propaganda de los productos de la casa, el doctor Valle visitaba (y por supuesto que no en ejercicio de su profesión) a Manonga.

Dejaba el doctor Valle su automóvil frente a unas covachas que lindaban por la parte trasera con el chalet donde vivían los Martínez, y, con la complicidad de una lavandera que hacía de brígida, penetraba por los traspatios hasta la habitación de aquéllos.

Encerrábanse los amantes en el dormitorio, y cumplían el adulterio sobre el gran lecho conyugal.

Manonga, precavida, se deshacía con anticipación de la cocinera y de la muchacha. Para mayor facilidad, veíanse, por ello, a la media tarde.

Al chico —Felipe— lo dejaba la madre en la sala, jugando. Cuando estuvo más crecidito, lo mandaba, al portal o al patio. Ahora permitía que correteara por frente al chalet; pero, eso sí, sin que saliera a las veredas del bulevar. Habíale enseñado a que, oportunamente, negara el que su madre estuviera en casa.


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3 págs. / 5 minutos / 114 visitas.

Publicado el 8 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Enterrado Vivo

Edgar Allan Poe


Cuento


Hay hechos, cuyo relato despierta vivísimo interés, y que son demasiado horribles para servir de asunto en la novela. Ningún novelista podría echar mano de ellos, sin grave peligro de disgustar y hasta de hacer daño al lector. Para que puedan aceptarse asuntos semejantes, es indispensable que se presenten con el severo traje de la verdad histórica. Estremece la lectura de los pormenores del paso del Beresina, del terremoto de Lisboa, de la epidemia de Londres, del degüello del día de San Bartolomé, ó de la asfixia de los ingleses prisioneros en el Blackhole de Calcuta; pero son los hechos, la realidad y en una palabra, la historiado que nos conmueve. Si relatos tales fuesen únicamente parto de la imaginación, no engendrarían más sentimiento que el del horror.

He citado unas cuantas de las más terribles y célebres calamidades que la historia consigna; pero lo que más hiere nuestra imaginación, es la magnitud y naturaleza de esas calamidades. Contemplo inútil advertir que mi trabajo pudiera reducirlo únicamente a escoger entre el inmenso catálogo de las miserias humanas, casos aislados de un dolor cualquiera, más material y más individual, que el que surge de la generalidad de esos desastres gigantescos.

Efectivamente, el verdadero dolor, el límite del sufrimiento, no es general, sino particular; y debemos dar gracias a Dios, que en su bondad no permitió que semejante exceso de agonía lo sufriese el hombre-masa ó colectivo, sino el hombre-unidad ó individual.


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15 págs. / 26 minutos / 3.540 visitas.

Publicado el 30 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Geórgicas

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Fue por el tiempo de las majas, mientras la rubia espiga, tendida en las eras, cruje blandamente, amortiguando el golpe del mallo, cuando empezó la discordia entre los del tío Ambrosio Lebriña y los del tío Juan Raposo.

Sucedió que todo el julio había sido aquel año un condenado mes de agua, y que sólo a primeros de agosto despejó el cielo y se metió calor, el calor seco y vivo que ayuda a la faena. «Hay que majar, que ya andan las canículas por el aire», decían los labriegos; y el tío Raposo pidió al tío Lebriña que le ayudase en la labor. Este ruego envolvía implícitamente el compromiso de que, a su vez, Raposo ayudaría a Lebriña, según se acostumbra entre aldeanos.

No obstante, llegado el momento de la maja de Lebriña, el socarrón de Raposo escurrió el bulto, pretextando enfermedades de sus hijos, ocupaciones; en plata, disculpas de mal pagador. Lebriña, indignado de la jugarreta, tuvo con Raposo unas palabras más altas que otras en el atrio de la iglesia, el domingo, a la salida de misa. Por la tarde, en la romería, Andrés, el mayor de Lebriña, después de beber unos tragos, se encontró con Chinto, el mayor de Raposo, y requiriendo la moca o porra claveteada, mirándose de solayo, como si fuesen a santiguarse...; pero no hubo más entonces.


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4 págs. / 7 minutos / 139 visitas.

Publicado el 14 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Redención del Suicidio

Miguel de Unamuno


Cuento


«¿Cómo será la muerte? —se preguntaba—. ¿Qué sensación dará el morir? Y ¿qué será lo que haya realmente detrás de ella? ¿Detrás?, quiero decir después. La verdad es que, aun cuando no fuese más que por saberlo, era cosa de procurársela. ¡Bah!, ¡bah!, ¡bah!, ¡a mi tarea!» Pero era inútil; la obsesión de la muerte no le abandonaba un solo día; y no era una obsesión dolorosa, nada de eso; era curiosidad de investigador celoso. ¿No hay quien se inocula tal o cual enfermedad pasajera y curable para estudiar sus efectos? ¿No hay quien fuma opio para ver qué le pasa con ello? ¿Pues por qué no había él de darse muerte?

La lástima era que no podía volver luego a contar lo que hubiese sucedido. ¿A contarlo? Y ¿a quién le importaba eso? Podrá interesarle a uno cómo ha de morirse él, pero ¿cómo murió el prójimo?, ¡quia! Había un término medio, y era echarse al agua, ordenando que le sacasen medio ahogado; pero eso no es más que una engañifa, una seudomuerte. Para eso le bastaba con dormirse.

Más de una noche se quedó esperando al momento en que el sueño le sorprendiera, para estudiar cómo se pasa de la vigilia a él; pero era todo inútil: jamás pudo atraparlo. El condenado sueño es un traidor, os viene cautelosamente por la espalda, cuando más descuidados estáis, sin el menor ruido, y ¡zas!, os echa la garra sin daros tiempo a volveros y verle la cara.

Sus vecinos le diputaban por triste, hasta por tétrico; pero él, que lo sabía, no acertaba a darse cuenta de tal juicio. Nunca llegó a comprender la diferencia entre la alegría y la tristeza, como un ciego de nacimiento no comprenderá nunca lo que hay entre la claridad del día y las tinieblas de la noche. El mismo efecto le hacía ver reír o llorar, que a un sordo-mudo ver tocar el violín; ¡cosa más rara!, ¡lo que no han de inventar los hombres!


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5 págs. / 9 minutos / 170 visitas.

Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Noche-Buena

Julia de Asensi


Cuento


I

Eran las ocho de la noche del 24 de Diciembre de 1867. Las calles de Madrid llenas de gente alegre y bulliciosa, con sus tiendas iluminadas, asombro de los lugareños que vienen a pasar las Pascuas en la capital, presentaban un aspecto bello y animado. En muchas casas se empezaban a encender las luces de los nacimientos, que habían de ser el encanto de una gran parte de los niños de la corte, y en casi todas se esperaba con impaciencia la cena, compuesta, entre otras cosas, de la sabrosa sopa de almendra y del indispensable besugo.

En una de las principales calles, dos pobres seres tristes, desgraciados, dos niños de diferentes sexos, pálidos y andrajosos, vendían cajas de cerillas a la entrada de un café. Mal se presentaba la venta aquella noche para Víctor y Josefina; solo un borracho se había acercado a ellos, les había pedido dos cajas a cada uno y se había marchado sin pagar, a pesar de las ardientes súplicas de los niños.

Víctor y Josefina eran hijos de dos infelices lavanderas, ambas viudas, que habitaban una misma boardilla. Víctor vendía arena por la mañana y fósforos por la noche. Josefina, durante el día ayudaba a su madre, si no a lavar, porque no se lo permitían sus escasas fuerzas, a vigilar para que nadie se acercase a la ropa ni se perdiese alguna prenda arrebatada por el viento. Las dos lavanderas eran hermanas, y Víctor, que tenía doce años, había tomado bajo su protección a su prima, que contaba escasamente nueve.

Nunca había estado Josefina más triste que el día de Noche-Buena, sin que Víctor, que la quería tiernamente, pudiera explicarse la causa de aquella melancolía. Si le preguntaba, la niña se contentaba con suspirar y nada respondía. Llegada la noche, la tristeza de Josefina había aumentado y la pobre criatura no había cesado de llorar, sin que Víctor lograse consolarla.


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6 págs. / 10 minutos / 1.237 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

El Beso

Gustavo Adolfo Bécquer


Cuento


I

Cuando una parte del ejército francés se apoderó á principios de este siglo de la histórica Toledo, sus jefes, que no ignoraban el peligro á que se exponían en las poblaciones españolas diseminándose en alojamientos separados, comenzaron por habilitar para cuarteles los más grandes y mejores edificios de la ciudad.

Después de ocupado el suntuoso alcázar de Carlos V, echóse mano de la casa de Consejos; y cuando ésta no pudo contener más gente, comenzaron á invadir el asilo de las comunidades religiosas, acabando á la postre por trasformar en cuadras hasta las iglesias consagradas al culto. En esta conformidad se encontraban las cosas en la población donde tuvo lugar el suceso que voy á referir, cuando una noche, ya á hora bastante avanzada, envueltos en sus oscuros capotes de guerra y ensordeciendo las estrechas y solitarias calles que conducen desde la puerta del Sol á Zocodover, con el choque de sus armas y el ruidoso golpear de los cascos de sus corceles que sacaban chispas de los pedernales, entraron en la ciudad hasta unos cien dragones de aquellos altos, arrogantes y fornidos, de que todavía nos hablan con admiración nuestras abuelas.

Mandaba la fuerza un oficial bastante joven, el cual iba como á distancia de unos treinta pasos de su gente hablando á media voz con otro, también militará lo que podía colegirse por su traje. Este, que caminaba á pie delante de su interlocutor, llevando en la mano un farolillo, parecía servirle de guía por entre aquel laberinto de calles oscuras, enmarañadas y revueltas.

— Con verdad, decía el jinete á su acompañante, que si el alojamiento que se nos prepara es tal y como me lo pintas, casi casi sería preferible arrancharnos en el campo ó en medio de una plaza.


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15 págs. / 26 minutos / 2.236 visitas.

Publicado el 19 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

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