Textos mejor valorados etiquetados como Cuento disponibles | pág. 4

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El Fondo del Alma

Emilia Pardo Bazán


Cuento


El día era radiante. Sobre las márgenes del río flotaba desde el amanecer una bruma sutil, argéntea, pronto bebida por el sol.

Y como el luminar iba picando más de lo justo, los expedicionarios tendieron los manteles bajo unos olmos, en cuyas ramas hicieron toldo con los abrigos de las señoras. Abriéronse las cestas, salieron a luz las provisiones, y se almorzó, ya bastante tarde, con el apetito alegre e indulgente que despiertan el aire libre, el ejercicio y el buen humor. Se hizo gasto del vinillo del país, de sidra achampañada, de licores, servidos con el café que un remero calentaba en la hornilla.

La jira se había arreglado en la tertulia de la registradora, entre exclamaciones de gozo de las señoritas y señoritos que disfrutaban con el juego de la lotería y otras igualmente inocentes inclinaciones del corazón no menos lícitas. Cada parejita de tórtolos vio en el proyecto de la excelente señora el agradable porvenir de un rato de expansión; paseo por el río, encantadores apartes entre las espesuras floridas de Penamoura. El más contento fue Cesáreo, el hijo del mayorazgo de Sanin, perdidamente enamorado de Candelita, la graciosa, la seductora sobrina del arcipreste.

Aquel era un amor, o no los hay en el mundo. No correspondido al principio, Cesáreo hizo mil extremos, al punto de enfermar seriamente: desarreglos nerviosos y gástricos, pérdida total del apetito y sueño, pasión de ánimo con vistas al suicidio. Al fin se ablandó Candelita y las relaciones se establecieron, sobre la base de que el rico mayorazgo dejaba de oponerse y consentía en la boda a plazo corto, cuando Cesáreo se licenciase en Derecho. La muchacha no tenía un céntimo, pero... ¡ya que el muchacho se empeñaba! ¡Y con un empeño tan terco, tan insensato!


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Publicado el 14 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Para Toros del Jaral

Rafael Delgado


Cuento


¡Guárdeme el cielo de pensar y decir que don Malaquías López, como le llamaban algunos, o «ñor» Malaquías, como le nombraban casi todos, era librepensador, espíritu fuerte, o algo así! ¡Nunca! ¡Hay tantos que lo parecen y que no lo son!

Además, ¡quién me ordena juzgar a las personas! Yo tengo mi propia particular psicología, la cual me sirve para explicarme muchas cosas, para darme cuenta de otras, y, por ende, para conceder a cada individuo justa y merecida estimación.

Don Malaquías era lo que Dios le había hecho, y si hablaba como hablaba de los párrocos de Villapaz, se debe a que es parlanchín y suelto de locuela; y que le placía lucirse delante del alcalde y le gustaba halagar el vibrante jacobinismo de Juanito Bolaños, el normalista director de la Escuela «Melchor Ocampo», y contentar al boticario, que era magnetizador y espiritista, y más dado a las cuarenta que a los capítulos y fórmulas de la farmacopea.

¡Qué había de hacer don Malaquías! El hombre tenía «fufú», y por ello le llamaba talentoso el desbravador de chicos; se carteaba con altos personajes, se leía de cabo a rabo los periódicos y tratábase, a las veces, con diputados arbitristas y con señorones metidos en el revuelto belén de la política. Item más: allá en sus floridas mocedades soltó el pelo de la dehesa y aprendió su cacho de latín en el Seminario Palafoxiano.

Más de un siglo —si las tradiciones no mienten— imperó en el pueblo la dinastía de los López, en cuyas manos habilísimas se mantuvieron siempre las navajas y el cetro, de todo poder de Villapaz. Con Malaquías iba a extinguirse tan ilustre familia; sí, pero se extinguiría gloriosamente, por manera digna de tan ilustre abolorio y de un pasado tan brillante.


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9 págs. / 16 minutos / 82 visitas.

Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Las Tapias del Campo Santo

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Entre todas las tiendas de que se compone el comercio marinedino, la más humilde, anticuada y estacionaria es la de Bonaret, el quincallero. Increíble parece que el patrón de aquel zaquizamí sea un mestizo de francés y catalán, dos razas tan mercantiles y emprendedoras. Acaso la explicación del problema consista en que dos fuerzas iguales, al encontrarse, se neutralizan.

Para el observador no carece de interés —de interés simpático— la tienda de Bonaret. Contrastando con los magníficos vidrios biselados, los relucientes bronces, las claras bombas de cristal raspado y las barnizadas anaquelerías que poco a poco, van echándose los demás industriales de Marineda, la quincallería conserva sus maderas pintadas toscamente de azul, sus turbios vidrios de a cuarta, su piso de baldosa fría y húmeda, sus sillas de Vitoria y su papel, despegado en parte, de un color barquillo, que el tiempo trueca en tono arcilloso indefinible. El escaparate (si con tanta pompa ha de calificarse la delantera de Bonaret) luce —en lugar de crujientes sedas y muebles terciopelos, cacharros artísticos o sombreros recargados de plumas— algunas sartas de cuentas verdes, cajitas de cartón llenas de abalorio, naipes bastos, tijeras enferrizadas, navajillas tomadas de orín, madejas de felpa y estambre para bordar...: todo atrasado de fecha medio siglo, cubierto de un tul gris por el polvo; en términos, que los ojos perspicaces y burlones de los ociosos marinedinos comprobaron diariamente los progresos del tapiz que tejía una gruesa araña, muy pacífica, en el ángulo izquierdo del escaparate.


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21 págs. / 36 minutos / 56 visitas.

Publicado el 13 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Ardid de Guerra

Emilia Pardo Bazán


Cuento


¡Aquellas elecciones iban a ser sonadas! Las de más sona desde hacía muchos años, y cuenta que el distrito de Eiguirey siempre da que hablar en casos tales. Pero acrecía la resonancia dramática del presente el que luchasen dos hermanos, últimos vástagos de la antigua estirpe de Landrey Lousada, el señorito Jacinto y el señorito Julián. Enemistados desde las partijas de la herencia paterna, enzarzados en interminable pleito, trababan ahora campal batalla en el terreno electoral. Jacinto representaba a los conservadores; Julián, al poder, a los fusionistas. El propio ministro de la Gobernación, llamando a su despacho al candidato, le había dirigido observaciones prudentes, y en vista de su decisión irrevocable, acabó por transigir. ¡Allá ellos, después de todo! ¡Que se matasen, si era capricho!

Y es que el odio aproxima como el amor; es que en el alma de los contrincantes hervía el impulso del encuentro cuerpo a cuerpo y cara a cara (el montielismo, decía Raide, médico rural muy leído y muy diserto). La vanidad también los inducía a disputarse a Eiguirey; ahora que no existen vínculos ni mayorazgos, con igual derecho podían ocupar la cabecera del banco de roble de su capilla en la iglesia parroquial, donde, sobre ennegrecidas piedras, se inscriben, en letras góticas, los foros de la familia. ¿Acaso el pazo, el destartalado caserón, con su torre aún erguida, su escudo rudimentario, sus balcones de hierro atacados por el orín, su aspecto de majestad caduca; acaso aquella residencia secular, testigo del dominio de los Landrey, no estaba también en litigio? ¿Sabía alguien si se lo llevaría el mayor o el menor? Lo decidirían los jueces; pero el resultado de las elecciones, ¡calcule usted si pesaría en el desenlace de la cuestión! La telaraña de influencias entretejida alrededor del importante asunto tendía sus hilos por el campo de la política; ninguno de los dos Landrey podía retroceder una pulgada.


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4 págs. / 8 minutos / 134 visitas.

Publicado el 14 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Gallega

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Describióla á maravilla la musa del gran Tirso. La bella y robusta serrana de la Limia, amorosa y dulce como una tórtola para quien bien la quiere, colérica como brava leona ante los agravios, aún hoy se encuentra, no sólo en aquellos riscos, sino en toda la región cántabro-galáica. No obstante, región que es en paisajes tan variada, tan accidentada en su topografía, que tiene comarcas enteramente meridionales por su claro cielo, otras que por sus brumas pertenecen al Norte, manifiesta en su población la misma diversidad, y posee tipos de mujeres bien distintos entre sí, marcados en lo moral y en lo físico con el sello de las diferentes razas que moraron en el suelo de Galicia, que lo invadieron ó lo colonizaron. Celtas, helenos, fenicios, latinos y suevos vivieron en él, y sus sangres, mezcladas, yuxtapuestas, nunca confundidas, se revelan todavía en los rasgos y apostura de sus descendientes. Pero hay un tipo que domina, y es el característico de todos los países en que largo tiempo habitó la noble raza celta: el de Bretaña é Irlanda. Donde quiera que se alce sobre las empinadas cumbres ó se esconda en la oscura selva el viejo dolmen tapizado de liquen por la acción de los años, hallará el etnólogo mujeres semejantes á la que voy á describir: de cumplida estatura, ojos garzos ó azules, del cambiante azul de las olas del Cantábrico, cabello castaño, abundoso y en mansas ondas repartido, facciones de agradable plenitud, frente serena, pómulos nada salientes, caderas anchas, que prometen fecundidad, alto y túrgido el seno, redonda y ebúrnea la garganta, carnosos los labios, moderado el reir, apacible el mirar.


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7 págs. / 12 minutos / 76 visitas.

Publicado el 15 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Cacería de Venados en Orizaba

Manuel Payno


Cuento


¿Queréis gozar de un espectáculo nuevo y sorprendente? ¿Queréis admirar la agilidad y la destreza en manejar un caballo y un lazo? Pues bien, venid al Nuevo Mundo, a estas tierras cubiertas de un cielo purísimo y bordadas de una eterna primavera; colocaos en una eminencia de las lomas inmediatas a Orizaba, sufrid por unos momentos el sol de los trópicos, y observaréis cómo se hace la caza de los venados en estas regiones. Entre tanto os describiré como pueda, el cuadro.

Son poco más de las doce del día, el sol lanza perpendicularmente sus rayos, la atmósfera está diáfana, el cielo azul y transparente, está salpicado de una que otra nubecilla de oro; y del campo tranquilo y silencioso, sólo se levanta de cuando en cuando una delgada y graciosa columna de polvo rojo que se deshace y se pierde en el viento.

Por la izquierda veis una loma cubierta de verdes matorrales, donde se abrigan esos insectos zumbadores que llaman chicharras: detrás de esa loma hay otra más lejana que en la parte alumbrada por el sol es de un verde cerrado, mientras en la de la sombra es de azul oscuro: detrás de esta loma hay todavía otra más alta, de forma más caprichosa y con las tintas verdes y azules más desvanecidas y suaves. A la derecha veréis allá a lo lejos otro cerro eriazo y sin vegetación, a cuyo pie se observan unos cuantos árboles y una pequeña casa. Por en medio de estas lomas se abre paso el camino y lo divisaréis torcido, caprichoso, enroscado muchas veces como una gran serpiente perderse entre la bruma encendida del horizonte de los trópicos.


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Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Historia de Desamor

Isabel Petrus


Cuento


I

Él le dijo:

—Quiero amarte ahora.

Y ella se olvidó de todo.

Se dejó amar, en los atardeceres lentos, en las noches perdidas, en todos los momentos que robaron a la normalidad, a la vida.

Descubrieron, eso sí, que la vida eran los escasos momentos que pasaban juntos, que el resto del tiempo era sólo esto: tiempo, para vivir lo más deprisa posible, entre uno y otro encuentro.

Ella aprendió, de nuevo, a enamorarse. Y se enamoró de sus defectos, de sus escasas virtudes, de sus ausencias largas. Aprendió a valorar el poco tiempo de que disponían, a vivir una doble vida entre estos espacios que llenaban su felicidad, y la vida normal, que, hasta entonces, le pareció lógica, y, desde entonces, vacía y sin sentido. Lo terrible era volver a casa. Esta casa que había aceptado hasta ahora como propia, y que se volvió, de repente, extraña, una prisión para su tiempo.

Sus cosas no eran ya sus cosas, y hasta el ángel de lo más querido se le fue difuminando, perdiendo valor, en las esperas.

Él le decía:

—Te quiero ahora.

Y ella quería lo que el quería, en el mismo momento, en el mismo segundo.

Por él se volvió arriesgada, valiente, inconsciente casi, por complacerle. Descubrió que el amor era mucho más que lo que había conocido hasta entonces. El amor era perderse despacio, amarse poco a poco, encontrarse de nuevo, con el corazón en la boca.

El amor, para ella, pasó a ser mucho más que sudor de dos cuerpos, mucho más que complacencia rápida. Descubrió que se puede amar con los ojos, en la distancia.

Descubrió el placer de compartir su presencia, aunque estuviesen lejos, sin hablar. Descubrió que el amor más dulce es el amor robado, prohibido, inconsciente.

Aprendió a amar despacio, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Pero el reloj era su peor enemigo.


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Licencia limitada
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Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Perro

Rafael Barrett


Cuento


Por los anchos ventanales abiertos del comedor del hotel, contemplaba desde mi mesa el horizonte marino, esfumado en el lento crepúsculo. Cerca del muelle descansaban las velas pescadoras a lo largo de los mástiles.

Una silueta elegante cruzaba a intervalos, subiendo la rampa: cocotte que viene a cambiar de toilette para cenar, sportman aguijoneado por el apetito.

El salón se iba llenando; el tintineo de platos y tenedores preludiaba; los mozos, de afeitado y diplomático rostro, se deslizaban en silencio.

La luz eléctrica, sobre la hilera de manteles blancos como la nieve, saltaba del borde de una copa a la convexidad de una pulsera de oro para brillar después en el ángulo de una boca sonriente.

La brisa de la noche movía las plumas de los abanicos, agitaba las pantallas de las pequeñas lámparas portátiles, descubría un lindo brazo desnudo bajo la flotante muselina, y mezclaba los aromas del campo y del mar a los perfumes de las mujeres, Se estaba bien y no se pensaba en nada.

De pronto entró un hermoso perro en el comedor, y detrás de él una arrogante joven rubia, que fue a sentarse bastante lejos de mí.

Su compañero se dio a pasear, pasándonos revista. Era una especie de galgo, de raza cruzada. El pelo, fino y dorado, relucía como el de un tísico. La inteligente cabeza, digna de ser acariciada por una de esas manos que sólo ha comprendido Van Dick, no se alargaba en actitud pedigüeña.

Al aristocrático animal no le importaba lo que sucedía sobre las mesas. Sus ojos altaneros, amarillos y transparentes como dos topacios, parecían juzgarnos desdeñosamente.

Llegado hasta mí, se detuvo. Halagado por esta preferencia, le ofrecí un bocado de fiambre. Aceptó y me saludó con un discreto meneo de cola.

No creí correcto seguir, y le dejé alejarse. Miré instintivamente hacia la joven rubia. El profundo azul de sus pupilas sonreía con benevolencia.


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Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Una Historia Vulgar

Clemente Palma


Cuento


Un joven médico francés me refirió una historia trágica de amor, que se quedó vivamente grabada en mi memoria y que hoy refiero casi en los mismos términos en que la escuché.

Hela aquí:


Ernesto Rousselet era un muchacho que intimó conmigo en virtud de no sé qué misteriosas afinidades. Era lorenés y de una familia protestante. Fui el único amigo a quien amó y con quien tuvo verdadera intimidad. Era, sin embargo, de una educación, de un carácter y de un modo de pensar muy distintos a los míos; más aún, completamente opuestos. Ernesto era un puritano: por nada del mundo dejaba de ir los viernes a los oficios y los domingos a oír la lectura de la Biblia en una capilla luterana. A veces le acompañaba yo, y, a pesar de mi espíritu burlón, no podía menos de respetar la honradota fe de mi buen amigo. Ernesto era serio, incapaz de una deslealtad, y su alma noble de niño grande se transparentaba en todos sus actos y brillaba en la mirada de sus grandes ojos azules, en sus francos apretones de mano, y en la dulzura y firmeza de su voz. Nada de esto quiere decir que Ernesto fuera bisoño y meticuloso, ni que se asustara con las truhanadas propias de los mozos, ni que fuera un mal compañero de diversiones. Cierto es que a muchas asistía sólo por complacerme. Uno de los grandes placeres de Ernesto era hacer conmigo excursiones en bicicleta, de la que era rabioso aficionado.


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Publicado el 14 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Corregidor de Tinta

Ricardo Palma


Cuento


Crónica de la época del trigésimo tercio virrey

Ahorcaban a un delincuente
y decía su mujer:
—No tengas pena, pariente,
todavía puede ser
que la soga se reviente.

Anónimo.

I

Era el 4 de noviembre de 1780, y el cura de Tungasuca, para celebrar a su santo patrón, que lo era también de su majestad Carlos III, tenía congregados en opíparo almuerzo a los más notables vecinos de la parroquia y algunos amigos de los pueblos inmediatos que, desde el amanecer, habían llegado a felicitarlo por su cumpleaños.

El cura don Carlos Rodríguez era un clérigo campechano, caritativo y poco exigente en el cobro de los diezmos y demás provechos parroquiales, cualidades apostólicas que lo hacían el ídolo de sus feligreses. Ocupaba aquella mañana la cabecera de la mesa, teniendo a su izquierda a un descendiente de los Incas, llamado don José Gabriel Tupac-Amaru, y a su derecha a doña Micaela Bastidas, esposa del cacique. Las libaciones se multiplicaban y, como consecuencia de ellas, reinaba la más expansiva alegría. De pronto sintióse el galope de un caballo que se detuvo a la puerta de la casa parroquial, y el jinete, sin descalzarse las espuelas penetró en la sala del festín.

El nuevo personaje llamábase don Antonio de Arriaga, corregidor de la provincia de Tinta, hidalgo español muy engreído con lo rancio de su nobleza v que despotizaba, por plebeyos, a europeos y criollos. Grosero en sus palabras, brusco de modales, cruel para con los indios de la mita y avaro hasta el extremo de que si en vez de nacer hombre hubiera nacido reloj, por no dar no habría dado ni las horas, tal era su señoría. Y para colmo de desprestigio, el provisor y canónigos del Cuzco lo habían excomulgado solemnemente por ciertos avances contra la autoridad eclesiástica.


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5 págs. / 8 minutos / 188 visitas.

Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

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