Camila O'Gorman
Juana Manuela Gorriti
Cuento
Era un día de primavera en las orillas del Plata.
El sol descendía, envolviendo en una zona de oro y grana la inmensidad de la Pampa.
Habíamos abandonado el tramway a la entrada del Parque de Saavedra; y dejando atrás este delicioso paraje, nos dirigíamos al través de los campos, por un sendero flanqueado de jardines al pueblo de San Martín, cuyas casas blanqueaban a lo lejos entre un océano de vegetación.
—¿Por qué no tomamos un coche, que nos llevará allí en media hora? —dijo un joven perezoso que iba sentándose en las raíces de todos los ombúes encontrados al paso.
—No, repuse yo —dejadme, por favor, caminar en íntimo contacto con esta amada tierra argentina que no me canso de contemplar.
Y paseando la mirada en torno al encantado panorama de cuyo seno surgían las cúpulas de los pintorescos pueblecitos que como una guirnalda circuyen la metrópoli:
—¡Belgrano! ¡Saavedra! ¡Rivadavia! ¡San Martín! —exclamaba—. ¡Qué sublime epopeya encerrada en esos nombres!... Y si añado el de aquel cuyos parientes venimos a visitar... ¡Pueyrredon!
—¿Sabe usted cómo se llamaba ese pueblo antes que Monte-Caseros cambiara su nombre? —dijo el coronel G., señalando el que teníamos al frente.
—No en verdad —respondí.
—Más allá de una casa de blancas arcadas donde nos dirigimos ¿qué divisa usted?
—Un paredón negro y derruido que contrasta notablemente con los rojos tejados y las blancas azoteas del pueblo.
—Es el último resto de los muros de un edificio que en tiempo del terror se denominaba: la Crujía. A su pie se perpetró el horrendo crimen que dio a Santos-Lugares su siniestra celebridad.
Al escuchar ese nombre, el blanco fantasma de una mártir cruzó mi mente.
—¡Camila O’Gorman! —exclamé.
Dominio público
10 págs. / 18 minutos / 211 visitas.
Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.