El Árbol de la Ciencia
José Fernández Bremón
Cuento
I
Érase el mes de mayo, a la caída de la tarde, en un hermoso día.
Las muchachas salían a los balcones, las macetas ostentaban esas galas de la primavera con que pueden adornarse las plantas que vegetan a fuerza de cuidados, privadas de la atmósfera libre de los campos, sin espacio donde desarrollar sus raíces y sin jugos con que alimentarse.
Estaba el cielo sereno, si cielo puede llamarse lo que distingue el habitante de la corte por el tragaluz que forman los tejados.
No hacía viento.
Asomada en uno de los balcones de cierta calle había una joven, al parecer de dieciocho años, ocupada en arreglar una maceta; la bella jardinera examinaba con atención los botoncillos de la planta, sonriendo de satisfacción al contemplar su lozanía. Parecía decir con sus sonrisas: «Ésta es mi obra».
Y la planta impertérrita no esponjaba sus hojas, ni erguía sus ramas al contacto de aquellas manos blancas y suaves.
¡Qué ingratas son las plantas!
¿Será ficción la sensibilidad que les atribuyen los poetas bucólicos cuando se trata de las heroínas de sus versos?
¿Será la sensitiva entre los vegetales lo que entre nosotros una niña nerviosa?
¿Tendrán corazón las setas y pensarán las calabazas?
Sientan o no las plantas, como afirman algunos, la que era objeto de tales caricias no se daba por entendida.
Dominio público
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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.